Todo parece invisible: la ocupación cubana de un país, el matrimonio íntimo de las fuerzas armadas venezolanas con las FARC, la sociedad con el narcotráfico. En la historia de espías escrita por el periodista venezolano Moisés Naím, la esencia de su mensaje es unívoca: una dictadura es un mundo invisible de situaciones económicas y de poder que ha sabido distraer la mirada de todos sus habitantes mientras son saqueados.
“Ahora están saliendo cosas, pero durante muchos años han ocurrido cosas terribles, y nadie dijo nada. ¿Cómo explicarlo?, pues que la gente no lo veía, sucedió de una forma invisible”, explica Naím. Cosas como niños que mueren en las maternidades a causa de los apagones, los cortes de agua. Como el deceso de ancianos y pacientes crónicos por la escasez de medicinas. Como un pueblo que, en promedio, ha perdido 25 kilos desde que empezó la dictadura. «Todas las estadísticas son espantosas, y el gobierno dice que no hay ningún problema», expresa el influyente periodista.
En una Venezuela convulsionada por la revolución de Hugo Chávez, Moisés Naím aborda el género de la novela de espionaje, acopiando dos décadas de trabajo de documentación. A través de las historias de Eva López, espía de la CIA, y Mauricio Bosco, del servicio de inteligencia cubano, los lectores se sumergen en un thriller delirante en el que, como reza el lugar común, la realidad supera a la ficción. Desde su oficina en Washington, el periodista contesta nuestra llamada.
Los autores latinoamericanos de novelas policiales destacan que el género en nuestros países se ve influido por la pobreza, la precariedad, la falta de valores y de fe en el sistema. ¿Sucede lo mismo con las novelas de espías?
Claro que hay que ajustar las novelas de espionaje a la realidad de América Latina. Por definición, el espionaje ocurre entre Estados, y una de las cosas que pasan en América Latina es que nuestros Estados son muy frágiles, muy penetrables, muy comprables, muy corruptos. No es lo mismo escribir sobre el espionaje entre Rusia y Estados Unidos, Inglaterra o Francia que entre un país fallido como Venezuela y una isla fracasada como Cuba. Son temas muy diferentes. El contexto, la textura, los actores, los riesgos son completamente diferentes. Las novelas de espías tradicionales ocurren entre países desarrollados, donde existe el imperio de la ley. Los ingleses o los americanos que operan en el mundo del espionaje, por supuesto que transgreden normas y violan principios, pero está siempre el imperio de la ley. Mientras que en nuestro país, donde el sistema judicial es tan débil, hay mucha más impunidad. Los espías tienen más campo libre.
James Bond cree en la reina de Inglaterra. ¿En qué cree Mauricio Bosco, el espía cubano que protagoniza su novela?
Iván creía en Fidel y la revolución, pero con el tiempo se hace cada vez más escéptico. ¡Y no quiero decir más para no hacer spoiler de la novela! No le quitemos a los lectores la sorpresa.
Usted ha señalado que si este libro no puede leerse como un reportaje periodístico es porque no puede confirmar los datos con pruebas. ¿Es la literatura una coartada para el periodista?
Absolutamente. No solo eso: es un instrumento de liberación. Cuento la historia como estoy convencido que ocurrió, con algunas fuentes, pero no tengo toda la dotación del rigor metodológico de periodismo serio, la economía o la ciencia política. La ficción me libera para contar lo que, de otra forma, no sería posible.
Eva López y Mauricio Bosco son los protagonistas de la novela, pero obviamente el personaje central es Hugo Chávez. Me sorprende como describe su despacho, con un gran globo terráqueo lleno de pequeños círculos rojos, como el Hitler de “El gran dictador” de Chaplin…
Esa descripción no es producto de mi imaginación. Así era en la realidad, exactamente, inclusive había una silla vacía para Simón Bolívar. En el libro, muchas cosas que pueden parecer producto de mi imaginación son fáciles de comprobar en Internet.
¿Cree que la imagen de Hugo Chávez resulta mesiánica?
Desde pequeño Chavez fue muy carismático. Siempre fue el alma de las fiestas, el tipo más simpático, el que animaba y arrastraba a sus compañeros. Sin embargo, los que llegan muy alto como líderes de países están expuestos a sufrir de narcisismo, no en términos metafóricos, sino en términos psiquiátricos. Sufren delirios de grandeza, la necesidad del aplauso constante, la obsesión por sí mismos.
Cuando se intenta entender la aparición de un personaje como Chávez, se habla de la pobreza o la corrupción del país. Sin embargo, muchos otros países han tenido igual o mayor desigualdad y nunca apareció una figura comparable. ¿Las apariciones de personajes de este tipo son aleatorias en la historia?
Ese es un gran debate entre historiadores aún no resuelto. Las teorías de las fuerzas estructurales que, inevitablemente, producen este tipo de personajes. Hay quien dice que Chavez es simplemente un síntoma, la expresión inevitable de una serie de condiciones políticas, económicas, hasta tecnológicas. Pero hay otra visión de la historia que dice que no, que el azar importa, y que hay países a los que le toca y a otros que no. ¿Mao es producto de las condiciones que hubo en China en su tiempo o es producto del azar? Es un debate aún por resolver. En el caso de Venezuela, estoy convencido de que el azar tuvo muchísimo que ver. Los venezolanos tuvimos mala suerte: nos tocó el mejor político de América latina con las peores ideas. La prueba está en que países que tuvieron propensiones parecidas, no sufrieron del colapso que sufre hoy Venezuela.
Hay una escena singular en el libro: brujos yorubas traídos de Cuba preparan con los huesos recién exhumados de Bolívar una poción especial para Chávez. Si eso no es inventado, ya no sé qué ha imaginado usted en su novela…
Yo le invito a entrar a YouTube: “Hugo Chávez, exhumación de Bolívar”. Y lo vas a ver exactamente cómo lo describo. Lo que yo sí sé, y no lo puedo comprobar, es que cuando se fueron las cámaras y los invitados especiales, se quedó Chávez solo con los santeros cubanos. Allí se le hizo una ceremonia en la que lo ungieron como sucesor de Bolívar.
En la novela, Carlos Andrés Pérez es presentado como un presidente indolente, incapaz de sospechar que el ruido en los carteles puede generar un golpe de Estado. ¿Cuáles fue el peor error del presidente?
La excesiva seguridad en sí mismo. Pérez y Chávez tenían mucho en común, ambos eran muy populares. A Pérez lo eligieron esperando que volviera a traer la bonanza que hubo durante su anterior gobierno con el boom petrolero. Pero resulta que el gobierno que le tocó entró en crisis por el colapso de los precios del petróleo. Sin embargo, al Igual que Chávez, era una persona muy segura de sus intuiciones políticas. Y se equivocó. Lo que no está en debate es que Pérez fue un gran demócrata. Jugó siempre apegado a la Constitución y las leyes, mientras sus adversarios, chavistas o no, jugaban con guiones no democráticos.
A la distancia, se aprecia que enviar a Chávez a la cárcel tras su intento de golpe de Estado fue otro gran error, pues allí conoció a las cabezas del crimen organizado que luego compondrán su gobierno…
El crimen organizado es la tercera gran potencia que moldea cada uno de los países de América Latina. La política y la economía de cualquiera de nuestros países está determinada por la interacción entre quienes creen en el mercado, la democracia, la propiedad privada, llamémoslo la derecha, y quienes creen en el socialismo, el Estado como propietario de los bienes de producción, llamémoslo la izquierda. Estados Unidos y Cuba son las expresiones máximas de ambos extremos. Y luego están los carteles, las bandas, el crimen organizado. Es imposible entender América Latina sin esas tres potencias. Ese fue mi intento, cada una de ellas se manifiesta en mi novela a través de un personaje: Eva representa al imperio estadounidense, Iván es el representante de Cuba, que realmente coloniza Venezuela, que representa a la izquierda, y Pran, que representa al crimen organizado.
Usted señala que Venezuela tiene el triste récord de ser el primer país en desarrollar la autocracia, dictadura disfrazada de democracia. ¿No cree que fue Fujimori el creador de la fórmula?
Tienes razón. Aunque quizás uno podría decir que fue Mussolini y Hitler. El poder siempre ha tenido una dimensión furtiva. Uno podría decir también que Trump tiene, dentro de su gestión, dimensiones secretas, clandestinas. Cuando se sepa lo del informe Mueller aparecerán sus claros atentados a los pesos y contrapesos de la democracia. Pero una cosa es un gobierno que paga comisiones a diputados y al Congreso, a periodistas y dueños de medios, para controlar el poder, y otra que se construya todo un sistema artificial, de pura escenografía democrática. Yo reivindicaría que Fujimori y Montesinos fueron los protagonistas de la construcción de un Estado autocrática disfrazado de democracia, pero no llegaron al nivel de desarrollo, de refinación, como lo hay hoy en Venezuela o en la Rusia de Putin. En el siglo XXI estamos plagados de autocracias disfrazadas de democracias.
¿En algún momento de la escritura de este libro pensó que el lector iba a considerar inverosímil lo que escribe?
¡Todo el tiempo! Y no me importaba. Porque repito, escribir ficción es un acto liberador. Te confieso que tengo un anexo al libro que decidí no publicar. Página por página, tengo el link de YouTube de donde sale cada información. Pero después decidí que eso era un resabio de mi vida de académico.
Desde el 2014 con la encarcelación de Leopoldo López, los medios incitan la idea de que el régimen puede caer en cualquier momento. Sin embargo, esto no sucede. ¿El mayor reto de Juan Guaidó tiene que ver con cómo enfrentar esa impaciencia? ¿Cuándo cae una dictadura?
Me remito al Sah de Irán, al colapso de la Unión Soviética o la caída de Leónidas Trujillo: los expertos más importantes, los servicios de inteligencia más sofisticados, no pudieron pronosticarlo. No hay precedentes. Maduro puede caer esta tarde o dentro de mucho más tiempo. Quien diga saber cuándo, está mintiendo. El principal enemigo de Guaidó no es Maduro, sino la impaciencia de los venezolanos. Ellos han depositado en él una esperanza que no había habido en los últimos 20 años. Guiaidó repite su mantra de tres puntos: cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Tiene que salir el régimen de Maduro, hay que crear un régimen de transición que organice elecciones libres y transparentes. Y eso a los venezolanos les parece inminente. Pero lo normal es que las transiciones entre regímenes autoritarios a democracias son precedidas por un período muy turbulento, impredecible y caótico. Y a Venezuela le viene eso. No es el escenario que todos quisiéramos, donde los malos se van y los buenos llegan. Habrá un período donde malos y buenos tendrán que interactuar de forma compleja, e incluso puede que deban gobernar juntos, haciendo acuerdos inaceptables para muchos, criminales para otros.
¿Existen modelos para reconstruir la democracia?
Absolutamente, los hemos visto. Quizás los modelos español y chileno sean los más exitosos. Pero es importante entender que en cada modelo exitoso hubo acuerdos con el régimen anterior. Franco siguió siendo importante en España, y Pinochet siguió siendo el jefe máximo de las fuerzas armadas tras dejar el poder. Las transiciones no son automáticas. Y la sociedad venezolana, justificadamente desesperada, no está preparada para que le digan que aún falta escalar el Everest.
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