“Soy el perro andaluz. Vivo sobre un pedazo de tierra hipotecado, al borde del desastre. Hace veinte años empezó este problema. Huye del color oliva, ¡huye! Somos la tierra más rica del planeta y aun así fuimos vendidos”.
Este es el comienzo del primer capítulo de La vasta y necesaria muerte, una obra que mueve las fibras de lo humano para revelar la vida de un personaje que explica con cordura su mundo de discordias.
La novela negra está protagonizada por Vicente Rosario, joven inconforme con la vida caótica de la capital, que escapa a un pueblito ficticio de Mérida. El hilo narrativo lo construye el protagonista con una serie de eventos psicológicamente crueles.
El autor Héctor Luis González nació en Caracas en 1989. Estudió Administración, mención Recursos Humanos. Su incursión en el mundo de las letras lo ha llevado a recibir premios tanto en Venezuela (Concurso Nacional de Cuento Arturo Croce, Premio Stefania Mosca) como en América (México, Bolivia y Estados Unidos). En 2015 fue el ganador del II Concurso de Novela Creativa por La vasta y necesaria muerte, editada por Libros El Nacional.
Escribió su primera novela hace unos 5 o 6 años. Explica que fue como un plagio a la saga de Stieg Larsson, pero que le funcionó para comenzar a desarrollar el hábito. Escribir le ayuda a sobrellevar las noticias de un mundo que, cuando no es aburrido, resulta cruel. Ahora está residenciado en Bogotá, y ya tiene varios textos con esta ciudad como centro.
— ¿Por qué decides escribir La vasta y necesaria muerte basándote en el género de novela negra?
— Creo que la novela negra —la buena, escasa en estos tiempos— tiene la capacidad de reflejar la generación contada. Es decir que una sociedad se define por sus crímenes, y quien es capaz de dibujar este panorama puede conseguir una gran novela negra, aunque la estructura se aleje de las características habituales y universales del género.
— ¿Cuál fue el punto de partida para escribir la novela? ¿Tomaste alguna referencia?
— Me sentí muy atraído por un epígrafe que encontré en un libro de la norteamericana Joyce Carol Oates. Su novela Hermana mía, mi amor abre con “La muerte de una hermosa niña de menos de diez años es, sin la menor duda, el tema más poético del mundo”. A partir de ese momento sentí la necesidad de contar las cavilaciones del “otro lado”, es decir, de quien de alguna forma encuentra su sino en este tipo de situaciones.
— La historia es narrada por el protagonista, quien salta constantemente de un tiempo a otro. ¿Por qué escribirla así?
— Me gustan los roles. Admiro a quien es capaz de sostener una sola perspectiva, un único orden cronológico inalterable, pero yo no podría. Tiene que ver con una necesidad muy propia de probarme en distintos roles, y al utilizar dos tiempos le doy voz a otros personajes. Amplío los registros.
— ¿Cómo fue el proceso de construcción del protagonista, Vicente Rosario, un personaje con una mente tan cruel?
— Me pareció interesante expandir hasta el paroxismo lo que unos pocos cuentan. El lado oscuro de la luna al cual nadie se atreve a entrar. La mente del criminal. “La Bestia quiso saber cuántos nobles vale un rey. Se descubrió que la Bestia tenía talento”, escribió Louis-Ferdinand Céline.
— ¿Qué tiene de especial el pueblito ficticio de Mérida, Azulejos, para que ocurran allí todos los eventos? ¿Por qué no desarrollar las acciones en Caracas, una ciudad más agresiva?
— Estaba demasiado intoxicado de Caracas. Tenía la impresión de que situar la novela en mi ciudad natal terminaría dándome una obra repleta de lugares comunes. La idea de crear un pueblo ficticio en Mérida fue como recibir un oxígeno nuevo. Jamás he ido al páramo o a pueblos de esas características, así que era una oportunidad para desarrollar mi creatividad fuera del ámbito estrictamente reflexivo del protagonista.
— Titulaste un capítulo “El país de los generales”, ¿quisiste denunciar lo que ocurre en Venezuela?
— Claro, la figura militar ha adquirido una importancia tremenda en el contexto político y social de Venezuela. Lamentablemente, no de forma positiva. Aunque ellos sean los dueños del país, el peso de nuestros rencores ha caído, en los últimos meses, sobre la base de la jerarquía militar. Si hoy escribiera algo sobre ellos, no hablaría de los generales, usualmente escondidos en oficinas mientras hablan por WhatsApp con sus hijas residenciadas en las capitales del mundo… creo que hablaría del soldadito raso que dispara bombas lacrimógenas en línea recta. En fin…
— Si hubieses escrito hoy La vasta y necesaria muerte, ¿cambiarías algo en cuanto al tono político de esta?
— No sé si cambiaría el tono político, pero sí te aseguro que mataría a un militar.
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