Ese día llamé a Fedosy Santaella y no contestó. Al día siguiente tampoco. Pasó lo que no quería terminar haciendo: convertir mi trabajo en una labor casi policíaca para poder conseguir una entrevista. Le pregunté a un colega que ya lo había entrevistado hace años si Fedosy había cambiado de número. No me supo responder.
Pasaron por mi mente muchas cosas, entre esas su cuento “Saña”, en el que un vecino, algo obsesionado, le deja varias notas a uno de sus personajes, un tanto incómodas, en la puerta de su apartamento. En mi caso, pensé en llegar a su casa, tocar su puerta y decirle cara a cara, como si yo fuera un groupie de su club de fans: “Señor Fedosy, lo quiero entrevistar”. Aclaro que solo fue un pensamiento, posiblemente algún familiar suyo habría llamado a la policía.
Finalmente se me ocurrió una idea más simple: seguirlo en Twitter para que luego él me siguiera y así enviarle un mensaje en privado. De esto modo podríamos concretar la entrevista cara a cara. Por suerte, Fedosy siempre da followback, así que pude escribirle:
—Hola Fedosy, te he estado llamando al 0416 XXX XX XX, pero no me cae la llamada. Me gustaría entrevistarte en persona. Avísame.
—Hola. Ese es el número, pero yo ahora vivo en México desde hace un par de meses.
Decepción. Frustración. Tristeza. “Se nos fue Fedosy”, les dije a mis tres amigos, quienes también tomaron la noticia con asombro. Más allá de la entrevista que queríamos hacer, los sentimientos se debieron a que uno de los grandes de la literatura contemporánea también abandonaba su Venezuela, su Caracas, su Puerto Cabello.
“Con gusto podemos hacer la entrevista”, respondió Fedosy con la amabilidad que lo caracteriza. La tecnología permitió un encuentro virtual en el que la sinceridad y la franqueza están manifestadas en las palabras que utilizó para expresar su realidad (con la que nunca se ha sentido conforme) y perspectiva actual.
En cada una de sus respuestas noté a un Fedosy reflexivo, maduro, sobre todo cuando habló del ámbito literario. Cambiado por un país que dejó atrás, un país que él mismo siente que está ahora “como un agujero negro”, esta nueva etapa le ha ayudado para la faceta creativa de sus próximos proyectos, los primeros desde el autoexilio.
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