Cuando un artista joven por su edad y por el sentido de su quehacer traspasa el umbral hacia las posibilidades que le abre el talento, su victoria lo es también del arte en que trabaja y del público para el cual trabaja.
La afirmación que Sonia Sanoja hizo (la semana pasada en el Teatro del Ateneo de Caracas) de sus facultades de danzarina, y muy especialmente de su talento de coreógrafa, es significativa en el sentido de esta interdependencia del arte, el artista y los demás hombres. Porque su caso es el de una artista indudable enfrentada a dos mundos en pleno proceso de decisión y desarrollo: el de la danza moderna, que a pesar de sus grandes figuras precursoras y contemporáneas sigue siendo mucho más un extraordinario proyecto que una frecuente realidad, y el de nosotros, el país que somos: un proyecto, una tremenda conmoción hacia la realización de nuestras mejores posibilidades.
(…) Sonia Sanoja ha sido, por primera vez, un espectáculo ella sola. Un espectáculo del movimiento como celebración de lo humano recóndito, de la danza como poblamiento del mundo y vida asumida en sus dimensiones más alejadas de la anécdota: el espacio y la más depurada fuerza expresiva del cuerpo.
En el Teatro del Ateneo, Sonia Sanoja logró, a la altura de una juventud que le promete y nos promete una incesante progresión, la máxima aspiración de un artista escénico: que su presencia sea una ofrenda y un desafío a la sensibilidad y la conciencia. (…)
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Alfredo Chacón
(Fragmentos tomados del texto publicado en la página Arte y Letras del quincenario Qué pasa en Venezuela, No. 63, el 15 de mayo de 1965).
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(…) Sonia Sanoja nace en sus danzas, y el mundo se descubre; al tiempo, ella misma vive y se devela en su revelación, en su misterioso lenguaje que es como un andar a sueltas, con la piel expandida de fronteras. En el momento en que Sonia Sanoja danza, toda ella es la danza, la danza es solo ella. No se concibe otro rigor, otros términos. Ella consigue una suerte de absoluto en su lenguaje: próximo a lo terriblemente propio, íntimo, desnudo, una plenitud que sobrepasa lo que es posible revelar y comunicar; algo que inquieta, porque es incesantemente nuevo; algo que finalmente aceptamos y seguimos como una secreta imposición del instinto, como seguimos la sustancia, la imagen, el movimiento, el gesto o el aliento que nos sostienen y nos confieren –en esos instantes– la certeza total y deslumbrante.
(…)
La danza en Sonia Sanoja es una situación plástica. Hay una forma viva que plantea, que suscita el espacio, lo abre, lo rompe, sometiéndolo a fluctuaciones, ritmos, equilibrios. Un contorno móvil creándose en el laberinto de cuatro dimensiones.
La danza en Sonia Sanoja es el humanismo, la poesía, el instinto, en una doble dimensión de creadora e intérprete, en una maravillosa humildad donde se deja hablar al ser su lenguaje liberado, infinito como el hombre.
(…)
También en la danza de Sonia Sanoja, el lenguaje, más allá de lo corporal, es un paraje solitario donde acude el decir planetario, el balbuceo de lo abismal, las pulsaciones agolpadas del instinto, la claridad visible del gesto asumido.
Es un decir tan próximo, rodeando la nada. Ser en el puro contrapunto del vacío. Verdad clara y tenebrosa como toda manifestación de vida.
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Roberto Guevara
(Fragmentos tomados del texto “El ser de la danza en Sonia Sanoja”, del prefacio a A través de la danza. Sonia Sanoja. Caracas: Monte Ávila Editores, 1971).
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1.-
La tarde que conocí a Sonia Sanoja en una calle de Caracas ella iba tomada de la mano de Alfredo Silva Estrada. Se reflejaban en la vitrina de una tienda de Sabana Grande. Eran un espejismo: cuatro y flotaban en el ambiente de aquel día capitalino. Esa noche soñé con ella y con Marisol Escobar. No sé por qué. Debió ser por sus caras tan parecidas, o por lo que hacían: una dueña y señora de la contradanza, la otra, ánima de la escultura no tradicional.
Ambas mujeres nunca me miraron, pero yo sí. Y ahora, lejanas, las sigo mirando. Una, en la todavía Caracas de nuestras miserias, y la otra, en el frío norte donde se quedó desde un para siempre aún ella viva.
De Marisol Escobar quedan dos figuras destartaladas en Macaray. Una al lado de otra: dos tótems con el rostro de aquella mujer que inventaba y creaba el mundo todos los días. Su obra en la perversa ciudad de los cuarteles es una ofensa a la mirada: rota, grafitada, orinada por perros y borrachos, vomitada por las autoridades de todos los tiempos. Y ahora, peor, convertida en atuendo de malandrines y malsines que pululan por los predios del mal llamado Complejo Cultural.
De Sonia Sanoja, la bailarina, la siempre compañera del poeta Silva Estrada. La mujer de mirada redonda, de nariz en avanzada, de rostro agudo y vivaz. La mujer de cuerpo para el movimiento, de una belleza que provocada otros sentimientos. La dama del contrabaile: la contractura de la danza. Ella era puro cuerpo y un espíritu liviano.
No solo nos legó su presencia, su danza en escena. También nos dejó un libro, unas páginas de una poética que vibra ante nuestros ojos. Textos y fotografías publicados por Monte Ávila Editores en aquella Caracas de 1971.
Su desempeño escénico era salvaje, violento. Era una pantera en el aire. Un animal hermoso que retaba la gravedad mientras sus músculos se estiraban como cuerdas sin sonidos.
Elegante también mientras el mundo giraba al revés. A través de ella, de su danza.
Callada para que supieran de su gracia.
2.-
Hoy, esta madrugada de finales de marzo, un poco después de su partida definitiva, vuelvo a su libro: “Sonia Sanoja: A través de la danza”. Con fotos de Heide Herbig y hermoso prólogo de Roberto Guevara. Es una joya que pocos han consumido. Es un libro de poemas que danzan, que se adentran en la filosofía del movimiento, en la utopía de ser pájaro. Es un libro donde resalta una escritura para desplazarse con los ojos cerrados y bailar con la autora, pero sobre todo reflexionar.
(…)
Se danza para vivir, para alejarse de los malos presentimientos. Se danza para sobrevivir con la quietud. Ella, la mujer pantera. Ella, la de cabellera abundosa. Ella la de ojos nocturnos. La de carrera hacia los extremos de la escena mientras los husos horarios comulgan con el silencio.
Cuerpo extremo. Cuerpo tenso. Cuerpo de todos los seres vivos en conjunto. Árbol, río, turbulencia, lenguaje, habla, lengua, mordedura. Espacio para flotar.
Ella, Sonia Sanoja viva en la mirada. En el globo ocular. En la memoria.
(…)
4.-
La contradanza es una conspiración contra el movimiento tradicional. Contradanzar es contradecir: bailar para otro espacio, para expresar que se danza en gesto, en dominio de un lenguaje silencioso, áspero y feliz. Rudo y vibrante. Bestial y angelical.
La contradanza es Sonia Sanoja en las nubes.
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Alberto Hernández
(Fragmentos tomados del texto “Crónicas del Olvido. Sonia Sanoja: A través de la danza”, publicado el 30 de marzo del 2017, a las 7:17 am, vía Facebook).
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Si fuéramos Paul Celan diríamos que “el peso que retiene el vacío es el que contigo se desplaza”; si estuviéramos frente al danzante derviche comprenderíamos por qué su vertiginoso girar es la inmovilidad perfecta; si siguiéramos los desplazamientos del chamán que busca el sendero de la vía láctea en la plaza de su casa colectiva sabríamos para qué sirve el trance propiciatorio del gesto y si miráramos a Sonia Sanoja reptar y saltar en la nada entonces tendríamos reunidos en ella al poeta, al danzarín, al iniciado.
Basta leer su cuerpo en ese blanco que es su estrechísimo borde y su ilimitada extensión para sentir ese entendimiento del ser con lo alígero y lo invisible que le permite salir de sí, quedarse afuera ya no como una presencia humana que gesticula y se desplaza sino como espíritu de un todo, el objeto, el otro, el enfrente o el concepto o la imagen a los que entrega su vivir danzando a la manera que dice Celan cuando identifica el vacío con nuestra conciencia, el derviche al pasar en su extático y estático torbellino y el chamán en su viaje por su cuerpo a los arcanos.
Primitiva, casi salvaje en su múltiple lenguaje corporal donde se encarna el grito y el silencio, el allá y el abismo, la tierra y el cosmos, Sonia Sanoja deja de ser ella para dejarse poseer por su propio gesto de crispación o vehemencia, apenas semejante a su apariencia, apenas, porque mientras danza pierde condición humana, se arboriza, desde la raíz al follaje; se animaliza, es pájaro y felino o mejor, es vuelo y acecho; se cosifica, es piedra y polvo. Hay como algo naciente siempre en el movimiento de sus brazos y sus piernas, algo genésico. Pareciera que al danzar nos diera el sentido primero de lo que vive, lo que permanece gestándose desde el afuera hacia nosotros y viceversa, en una perenne correspondencia hechizada por las errancias y las quietudes que dirigen –o más bien suscitan– su ser danzante.
Yo la he mirado corporizar la orilla de algo, el filo de una tierra y la forma de una ruina, ahí, en el estrecho recinto de la sala, bajo una luz antigua y una música como venida del mioceno y no he tenido ayer ni presente, me he disgregado en el mirar que es ella toda cuando desde el fondo de sí ve con su danza el tiempo y el espacio y los dice en sus saltos y sus caídas, etérea y terrestre, pasando o yaciendo para expresar cuanto transcurre y contiene, lo que es nada y es plenitud.
Solo ella ha podido danzar lo tenebroso, lo taciturno, el jamás, con el mismo realismo que pone en mostrarse invisible en su propio irse de su cuerpo para materializar el poema o un quejido tras la maleza de los brazos o en la intemperie de la mano, en el yermo de su andar por lo más ardiente y el encandilamiento de quedarse sobre sus piernas en lo más blanco o lo más oscuro, integrada a esa hendidura que es ella en eso inmenso adonde se aleja y de donde regresa, sola y múltiple, total o fragmentada, idéntica a lo que la posee: la imagen, la cosa, el ser del mundo.
Yo he leído su otra escritura, la que estampa en sus meditaciones sobre su destino. Subyuga encontrar en sus pensamientos y en sus sentimientos el mismo silencio interior que hallamos en su danza. Es que Sonia Sanoja ha hecho de su existencia de danzarina –creo que ella lo ha subrayado hartas veces– unas actitud, un comportamiento: quien danza su danza frente a nosotros, es decir, sin verse, se observa luego en la escritura, se oye sentir y pensar en la danza perpetua con que asume su vivir de cada día, en el ademán más simple. (…)
He aquí a la dama de La Danza. Esta es ella o el aire, su ilusión de absoluto. He aquí su escritura como si su cuerpo le exigiera, para ser y tenerse en el espacio y el tiempo que hiende y hace suyo, de ese blanco punteado de sombras que lo reflejan, lo dicen en el decir en que se oculta Celan, en el círculo en que se adentra el derviche de Anatolia y en el gesto con que vuela el chamán en su camino de iniciación y de misterio.
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Luis Alberto Crespo
(Fragmentos tomados del texto “Ella o el aire”, prólogo a Bajo el signo de la danza. Sonia Sanoja. Caracas: Monte Ávila Editores, 1992).
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