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«Al Salamò Alaikum!»/ La paz sea con vosotros.

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ANDREA TORNIELLI.- «Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Como líderes religiosos, estamos llamados a condenar los intentos de justificar cualquier forma de odio en nombre de la religión». 

Papa Francisco, en uno de los lugares más simbólicos del islam sunita, la universidad de Al Azhar de El Cairo, frente a los líderes religiosos egipcios y a las personas que participan en la Conferencia de Paz, insiste en que no puede existir ninguna coartada religiosa para el terrorismo. 

E invita a «cancelar las situaciones de pobreza y explotación», pues es en ellas en donde los extremismos florecen con mayor facilidad, frenando al mismo tiempo los «flujos de dinero y de armas hacia quienes fomentan la violencia».  

Un minuto de silencio por las «víctimas del terrorismo de todas las nacionalidades» durante la Conferencia. Lo pidió el Gran Imán de al Azhar, Ahmed al Tayyeb, al comenzar su discurso que fue transmitido por la televisión egipcia en vivo.

Después de haber acogido al Papa en el Conference Centre de la Universidad sunita, en compañía de un grupo de niños de 60 países, el Gran Imán tomó la palabra: la visita de Papa Francisco a Egipto y a al Azhar, es «histórica».

Lo declaró el Gran Imán de al Azhar, Ahmad al Tayyeb en su discurso durante la Conferencia Internacional sobre la Paz en El Cairo, en la que también participó el Pontífice. «La visita –añadió al Tayyeb– se da en un momento de paz perdida, buscada por los pueblos, las naciones y las gentes que huyen de sus países».  

El Gran Imán de al Azhar afirma que «el islam no es una religión del terrorismo», así como tampoco lo son el cristianismo ni el hebraísmo.

El islam «no es una religión del terrorismo» solo «porque existan personas que han malinterpretado» su mensaje «y han derramado la sangre de seres humanos, atemorizado a personas», precisó. De la misma manera, «el cristianismo no es una religión del terrorismo» solo «porque haya habido una comunidad que elevó la cruz» y mató («cosechó almas»), añadió refiriéndose implícitamente a las cruzadas. Y «de la misma manera tampoco el hebraísmo es una religión del terrorismo» por «la ocupación de los territorios palestinos». Entonces, «si se califica al islam como “terrorista” no se salvará ninguna religión o civilización». Además, al Tayyeb denunció el tráfico internacional de armas y algunas decisiones políticas, tomadas a nivel internacional, que serían las responsables del «estado de caos» que reina en muchos países. Al Tayyeb subrayó que ha llegado el momento para que las religiones hagan suyo el llamado a la paz, a la igualdad y a la dignidad de todos los seres humanos, «independientemente de la fe o del color de su piel».  

Luego Bergoglio pronunció su primer discurso público del viaje, Durante el cual llamó «hermano» al Gran Imán de al Azhar. 

En el Egipto que define «tierra de civilización y de alianzas», el Papa recuerda principalmente la importancia de una «educación adecuada de las jóvenes generaciones», de una formación que responda bien «a la naturaleza del hombre, ser abierto y relacional», para que se supere «la tentación de volverse rígidos y de encerrarse». 

Francisco recuerda la enseñanza que aprendemos del pasado: «Del mal surge solo mal y de la violencia, solo violencia, en un espiral que acaba aprisionando». 

Volvió a impulsar el diálogo, «especialmente interreligioso», en el que «estamos llamados siempre a caminar juntos, en la convicción de que el porvenir de todos depende también del encuentro entre las religiones y culturas». Y ofrece tres líneas fundamentales para este diálogo: el deber de la identidad, «porque no se puede entablar un diálogo verdadero sobre la ambigüedad o sobre el sacrificio del bien para complacer al otro»; la valentía de la alteridad, para que quien es «diferente de mí cultural o religiosamente» no sea tratado como enemigo; la sinceridad de las intenciones «porque el diálogo no es una estrategia con segundos fines». 

El mejor camino para construir juntos el futuro es el de «educar a la apertura respetuosa y al diálogo sincero con el otro, reconociendo sus derechos y las libertades fundamentales, especialmente la libertad religiosa».

Porque «la única alternativa a la civilización del encuentro y la incivilización del desencuentro. Y, para contrarrestar verdaderamente la barbarie de quien sopla sobre el odio e incita a la violencia, hay que acompañar y hacer que maduren generaciones que respondan a la lógica incendiaria del mal con el paciente crecimiento del bien». 

Papa Bergoglio citó en dos ocasiones san Juan Pablo II, que invitaba a los cristianos y a los musulmanes a llamarse «los unos a los otros hermanos y hermanas», y observaba que «las diferencias de religión nunca han constituido un obstáculo, sino más bien una forma de enriquecimiento recíproco al servicio de la única comunidad nacional». Invocando también la intercesión de san Francisco de Asís, «que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil». 

Después, Francisco subrayó la actualidad del diálogo entre las religiones, «frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad». Mientras, por otra parte, «se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente». La primera es una referencia a las sociedades secularizadas occidentales; la segunda, a los países en donde las normas religiosas son impuestas a todos. 

El Papa insistió en que está convencido de que, especialmente hoy, «la religión no es un problema sino parte de la solución»; el antídoto contra «la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra». Bergoglio citó los Diez Mandamientos y, en particular, el que dice «no matarás», y explicó que la violencia «es la negación de toda auténtica religiosidad». 

«Como líderes religiosos –añadió– estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre». 

«Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un “no” alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos –insistió Francisco– afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar. Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta». 

En la parte final de su discurso, Bergoglio afirmó que no se necesita «levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción». Y dijo que hoy, «mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad». Pero «ninguna incitación a la violencia garantizará la paz», subrayó el Pontífice, «y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia». 

Para prevenir los conflictos y construir la paz, concluyó el Papa, «es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse». Por ello, «sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales».

Un compromiso «urgente y grave» al cual están llamados «los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha (cada uno en su propio campo) procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados».