Sacar a Venezuela de la dialéctica de la confrontación, generadora de una dinámica destructiva, hacia una sociedad de la tolerancia y la inclusión, para producir una dinámica constructiva, constituye el más grande objetivo de su liderazgo democrático.El discurso abrasivo, disolvente, insultante, característico de estos últimos 16 años de vida pública, ha permeado profundamente la estructura social de nuestro país. El mismo ha generado violencia, división profunda de la sociedad que ha llegado hasta el mismo núcleo familiar, intolerancia, en fin, una polarización improductiva, paralizante, regresiva. Esta forma de vida social se hace presente en todos los sectores. Ciertamente, tiene su origen en el discurso oficial, nos viene desde la cúpula del poder, y desde los medios de comunicación y propaganda del Estado, pero ha sido tan avasallante que ha tocado a los sectores opositores y a otros actores de la vida social.El tiempo se consume en luchas estériles, en un afán por dominarlo y controlarlo todo, para terminar generando una profunda ineficiencia.Un febril activismo político, que no se detiene ante nada, consume ingentes recursos materiales, financieros y, sobre todo, ese recurso irrecuperable que son los días gastados en tan improductiva tarea.La dialéctica de la confrontación es propia de regímenes autoritarios de inspiración marxista y/o fascista. Es una forma de dominar la sociedad, es una forma de hacer realidad la lucha de clases, y de darle cabida a la venganza de sectores enfermos por el resentimiento y por la exclusión social o política.La historia ha demostrado que los pueblos víctimas de esta forma de vida socio-política terminan en un baño de sangre, en una violencia significativa y en un caos colectivo.En Venezuela asistimos a una completa caotización de la vida cotidiana. El establecimiento de una violencia progresiva, impuesta por las bandas criminales, al saberse impunes a la acción del Estado, sigue produciendo estragos en la calidad de vida de los ciudadanos. La imposibilidad de desenvolverse con tranquilidad en la calle, el temor, aun puertas adentro de cada hogar, ha llevado a un enclaustramiento colectivo, que convierte a nuestro país en una tierra de temor e incertidumbre, con todas las consecuencias de salud personal y social que tal situación genera.Pero a la neurosis de la inseguridad se agrega la angustia del empobrecimiento progresivo y casi global de la sociedad. La brutal caída de nuestra capacidad de compra, como resultado del envilecimiento de los ingresos, la escasez de gran escala a la que asistimos, las colas para acceder a bienes y servicios, la destrucción de la infraestructura del país, el grave deterioro de servicios elementales como agua, electricidad, vialidad, hospitales y escuelas, nos presentan como una nación empobrecida, donde vivir con dignidad cada día se nos convierte en una nostalgia y en una angustia.Hemos llegado aquí porque se perdieron los parámetros del quehacer colectivo, porque al destruirse la democracia se perdió el escenario de la promoción social y de la disidencia, así como se perdieron las instituciones capaces de producir sus pesos y contrapesos.De ahí que debemos salir de esa dinámica destructiva. Estamos obligados a insuflar una esperanza basada en una dinámica constructiva. Una política que siembre en toda persona un afán por el hacer, por el construir, por elevar la calidad de nuestra vida. Se dice fácil, pero la historia comparada de los pueblos desmoronados y desanimados por estos procesos, ha demostrado que revertir esa tendencia es una tarea de titanes, es un desafío superior para cualquier sociedad.Y todo debe comenzar por salir del discurso vulgar, confrontacional, lesivo, hacia un discurso de respeto y de promoción de ideas para el crecimiento, la tolerancia y la vida de paz y progreso de un pueblo.Lograr que las diferencias sobre los modelos políticos y sociales, o sobre los diversos liderazgos, se puedan canalizar y estimular desde una perspectiva de hacer, haría posible desarrollar una dinámica trasformadora, que nos permita recuperar calidad de vida y lanzar un plan de reconstrucción institucional y físico de la vida nacional.Cuánta falta nos hace copar la escena con una discusión sobre una democracia de alta calidad, o con una larga lista de iniciativas y proyectos que alcancen a recuperar la calidad de nuestra educación, de nuestra sanidad, de nuestra convivencia, y por ende de la seguridad de las personas y de los bienes.Cuánta falta nos hace convocar a los ciudadanos a una tarea de producción de alimentos, de instalación de fábricas, comercios y construcción de infraestructuras para el desarrollo y para la calidad de vida de los venezolanos.Cuánta falta nos hace que la cultura, el deporte, la belleza, el ambiente, la gastronomía, el turismo y toda forma de creación copen la agenda informativa, y el quehacer ciudadano.Cuánta falta nos hace dejar de hablar de enemigos y amigos, de traidores a la patria, de soldados, de escuálidos y pelucones. Cuánta falta nos hace reencontrarnos fraternamente como el mismo pueblo que siempre hemos sido.Eso es lo que llamo una dinámica constructiva, una dinámica que nos lance a la modernidad y a la paz. Una dinámica que destierre el disolvente dialéctico de la confrontación.