Hace unas dos semanas observábamos que la narrativa de Trump ha logrado movilizar un contingente electoral por frustración, rabia u odio, sobre la base del uso magistral de la falacia y la manipulación. La primera de esas grandes mentiras apunta al asunto migratorio y a los latinos, pues está demostrado, mediante estudios del prestigioso PEW Center, que son más los indocumentados que han regresado a su país de origen, como México, que quienes han ingresado ilegalmente a Estados Unidos desde 2008. De igual manera, las estadísticas del Departamento de Justicia demuestran que los latinos cometen menos delitos violentos contra la propiedad y las personas que otros grupos étnicos. En dos platos: los 11.5 millones de indocumentados latinos en Estado Unidos son básicamente gente decente, de bien y de trabajo, con décadas en el país. En suma, son ciudadanos sin documentos. Se trata de un asunto de derechos humanos, pues son familias establecidas en ese país, con algún miembro del núcleo familiar ya ciudadano por nacimiento. Y casi 6 millones de ellos son jóvenes que ingresaron siendo menores de edad sin documentación, con sus padres, y están hoy a las puertas de la universidad o el mercado de trabajo, sin otra identidad cultural que la americana. Pero así como el discurso divisivo y xenofóbico de Trump ha calado en un sector del electorado, hay otras falacias igualmente movilizadoras. Basta dar una mirada al slogan de campaña de Trump: ?Hagamos que América sea grandiosa otra vez?. El lema parte de la idea de que Estados Unidos está en una especie de caída libre, de terrible crisis social y económica, y de que el pasado era mejor. Pero la pregunta que cuadra es la siguiente: ¿Cuándo era mejor la realidad americana? ¿Estaban mejor los estadounidenses antes de que Obama llegara al poder? ¿De verdad Trump piensa que el país estaba mejor?, o ¿era más grandioso hace 8, 20, 30 o 40 años? La realidad es que de todos los países industrializados occidentales, desde la grave recesión global del 2008, ninguno ha logrado salir de esa crisis con tanto éxito como Estados Unidos. Su economía crece, fundamentalmente con nuevos empleos del sector privado, que ha alcanzado un nivel de desempleo tan bajo que algunos expertos consideran «pleno empleo», porque es inferior a 5%. El déficit fiscal en 2008-2009, al llegar Obama a la Presidencia, era de 8% del PIB. Ahora es de 2,8%. Estados Unidos, en estos momentos, es independiente en materia petrolera, ha relanzado su industria automotriz, lidera el desarrollo de alternativas renovables, y sigue en posición puntera en innovación y emprendimiento global. Es una potencia militar respetada y de fuerza incomparable. Tiene un increíblemente eficaz sistema de crédito y mercado de capitales cuyas regulaciones se vienen revisando para evitar escenarios como el de 2008. En lo social se logró una ley sanitaria o de acceso a la salud (llamada Obamacare) a cuyo amparo más de 17 millones de personas tienen acceso a la salud, aumentando la cobertura a cotos que ya se acercan a 90% de la población, un alcance sin precedentes en la historia de un país que mantiene una gran resistencia a establecer un sistema de salud pública universal, como el que existe en la mayor parte de los países desarrollados. También se ha producido un innegable avance en cuestiones de libertad individual, como la igualdad matrimonial y los derechos de la comunidad LGBT. La inclusión de la diversidad y empoderamiento de las minorías en distintos aspectos de la sociedad es un movimiento conscientemente asumido por la mayoría de los ciudadanos. Por si fuera poco, en materia de seguridad nacional, bajo la administración de Obama, la lucha contra el terrorismo ha dejado sin líderes tanto a Al Qaeda como al movimiento Talibán. Podríamos seguir, pero lo cierto es que el país está mejor que hace ocho años. Queda, sin embargo, mucho por hacer. Eso nadie lo niega. Por ejemplo, Estados Unidos tiene el salario mínimo más bajo de cualquier país industrializado. La brecha salarial de género es mayor que en países de desarrollo comparable: las mujeres ganan entre 60% y 70% del salario de un hombre por igual trabajo. Probablemente es uno de los pocos países del mundo donde no hay permiso pre y post maternidad, por ley; ni tiempo de vacaciones mínimo con derecho a compensación. En materia educativa, tiene, si no el mejor, uno de los mejores sistemas de universidades del planeta, pero con problemas de calidad en su educación pública básica, media y de bachillerato, visibles cuando se compara en aptitud académica con egresados de Europa, China o Japón. Son deudas sociales que pertenecen, precisamente, al pasado que Trump apela como mejor, sin serlo. Entonces, ¿por qué resuena la falaz narrativa de Trump? Es un asunto complejo, pero muy propio de Estados Unidos. Primero, la crisis de 2008 (herencia del gobierno de Bush) fue una sacudida muy fuerte para millones de personas que perdieron sus hogares o buena parte de sus ahorros para el retiro. Aun cuando tanto el mercado inmobiliario y de valores se han recuperado notablemente (solo el crecimiento del índice Dow Jones bajo la administración de Obama ha sido de 100%), la gente no ha recuperado su seguridad financiera y, posiblemente, no ha podido reponer las pérdidas sufridas. En segundo lugar, el empleo ha crecido pero no en el tipo de trabajos o sectores que mucha gente aspira. Esto, sin duda, es resultado de un proceso de cambios muy profundos que van configurando una «nueva economía», a cuyo ritmo de cambios no resulta fácil acoplarse, sobre todo para las capas de más edad, frente al avance de una nueva generación formada para estos tiempos. En pocas palabras: hay muchas personas todavía atrapadas en la vieja economía. Asistimos a un proceso de reconversión industrial y económica del cual no todos pueden participar con igual solvencia. En tercer lugar, cuando se mezclan esa inseguridad financiera con la frustración que deriva del hecho de constatar que el tipo de trabajo que se tenía ya no existe en el mercado y que ese rango de industrias florecen en otros países que colocan sus productos en Estados Unidos (por una cuestión de ventajas comparativas), esto genera un malestar que no es difícil atizar con un discurso que apela sentimientos como el racismo y la xenofobia, entre otros. Según esa prédica tramposa, culpables son China y México y, más aún, la clase política que negoció acuerdos de libre comercio, como el Nafta. Culpables son los latinos que t e quitaron tu puesto de trabajo. Y desde allí, ha sido fácil movilizar a otro sector excluyente, secuestrado por dogmas religiosos o sociales, y decir: antes estábamos mejor. Pero, ¿cuándo, cómo? Cuando esta diversidad y cambios que nos amenazan no estaban en el panorama , responde la narrativa del inefable Trump. No es, entonces, una mejor sociedad ni más grandiosa, la que evoca en las mentes de algunos, el slogan y discurso de Trump. Para muchos es el resultado de una confusa realidad que resienten. Pero otros pertenecen a una sociedad que se piensa mejor bajo doctrinas como la supremacía blanca o el destino manifiesto de Estados Unidos… Es un electorado que no asume la fortaleza de la diversidad social o los retos de la nueva economía, sino que, por el contrario, le teme, porque lo convoca a una nueva y desconocida realidad. En el fondo, Trump no está manejando un discurso conservador compasivo o abierto al cambio. Por el contrario, se trata de un planteamiento radicalmente reaccionario, en el que él se asume representante de blancos anglosajones con éxito económico , a quienes en su estrecha visión histórica les pertenece el país y, por tanto, están en la obligación de reivindicar el control de la política para despachar todo aquello que represente una amenaza para su visión de las cosas . Van contra todo lo que suponga un cambio en el colorido de la fibra de la sociedad, una cultura nueva, expresión de una diversidad que desconocen como propia. Hillary Cinton, a la cabeza de su partido, los sectores independientes, los grupos representativos de la diversidad social que hoy define y fortalece al tejido social de la sociedad americana, o la asumen sin prejuicios como algo positivo, tendrán que movilizarse a votar de manera masiva, en cifras récord de participación. Porque la cháchara de Trump está movilizando a electores que venían por décadas practicando el abstencionismo político electoral. Así como Obama llegó a la Presidencia sobre la inmensa movilización de nuevos contingentes electorales, como los afro-americanos, las mujeres, los jóvenes y los latinos, Trump ha logrado activar sectores que venían aletargados por su frustración ante cambios que no aceptan. Retomar la energía estimulante de la coalición que Hillary lidera, en los estados donde se expresa de forma más elocuente la diversidad que hoy caracteriza al país, será clave para el futuro de Estados Unidos. Y, con toda seguridad, del mundo. Esa batalla ya comienza, mientras el mundo entero observa con asombro y angustia que un tipo como Trump se encuentre donde está parado en este momento. Como vemos, no solo en Venezuela la demagogia hace estragos. Ni solo entre nosotros el resentimiento mueve a las masas para conducirlas a un destino de destrucción. Nos leemos por Twitter @lecumberry
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