Martes 19 de setiembre del 2000. El reloj marca las 7 p.m. Encaramado sobre las rejas exteriores del Palacio de Gobierno, Alberto Fujimori saluda a una multitud que había llegado espontáneamente a manifestarse a favor de su presidente. Lo acompaña su hija Keiko, de 25 años, quien decide treparse más alto que su padre, ayudada con una escalera portátil. La imagen, que queda congelada en una foto de El Comercio, parece anticipar las intenciones de una hija de heredar la labor política de su papá. Dieciocho años más tarde, este último, con una orden de prisión por delitos de homicidio y corrupción, se arrepiente y pide perdón por haber involucrado en la política a su hija, también encerrada, y en un penal que él mismo inauguró.
La vida política de Keiko Fujimori parece ser una compleja historia de contradicciones.
Bases con grietas
Varios analistas coinciden en que Keiko Fujimori tenía todas las condiciones para alcanzar la presidencia del país tarde o temprano. A partir del 2000 supo capitalizar la simpatía que su padre mantenía en gran parte de la población. En el 2006 fue la congresista más votada (con 690 mil sufragios) y en el 2011 logró llegar a la segunda vuelta presidencial, luego de liderar la intención de voto por semanas. En el 2016 obtuvo un triunfo en primera vuelta de los comicios generales y estuvo a pocos votos de ganar la presidencia, pero fue derrotada por Pedro Pablo Kuczynski por solo 0.24 puntos porcentuales de diferencia. Sin embargo, sí logró una victoria en el Congreso, donde su partido logró alcanzar 73 de 130 curules en juego. La oposición lograba así mayoría absoluta en el Parlamento. Hoy sus perspectivas electorales para el 2021 no son auspiciosas.
El Comercio
En paralelo a su desarrollo como lideresa política, Keiko Fujimori iba acumulando diversos cuestionamientos. Todo comenzó en el 2014, cuando la Procuraduría de Lavado de Activos solicitó al Ministerio Público iniciar una investigación contra el congresista y secretario general de Fuerza Popular, Joaquín Ramírez, por el presunto delito de lavado de activos, tras la compra de dos inmuebles: uno usado como local de campaña de Keiko en el 2011 y otro para la ONG Oportunidades, fundada también por ella.
Un año después la fiscalía comenzó a investigar a la propia Keiko Fujimori y su partido Fuerza 2011. En el 2016, la Fiscalía de Lavado de Activos abrió otra investigación contra ella por el caso del dinero recaudado a través de los cocteles y rifas de la misma agrupación.
Estos casos la acompañarían durante el resto de su carrera política. ¿Pero cómo la imagen de Keiko parecía no verse afectada, pese a estos cuestionamientos? Según la politóloga Adriana Urrutia, quien ha investigado profundamente el fujimorismo, Keiko y su partido estuvieron favorecidos por dos elementos que soportaron su imagen y las bases como si se tratara de una obra de ingeniería.
“Por un lado están las ‘estructuras de remanencia’: grupos fujimoristas pequeños pero muy abanderados que son los que mantienen viva esta filiación. A nivel local, y más que todo integrado por mujeres, se trata, por ejemplo, de las usuarias de programas sociales creados por Alberto y Keiko Fujimori, y las integrantes y usuarios de los comedores populares. Por otro lado, están los denominados ‘cuadros políticos’: personas cercanas a la cúpula que comenzaron a sostener el fujimorismo entre el 2000 y el 2006, y que incluso sacaron a flote este partido que hubiera podido venirse abajo anteriormente”, dice Urrutia.
Estos dos grupos generaron una gran implantación a nivel popular. “Sin embargo, como el mismo juez Concepción Carhuancho ha dicho, hay indicios suficientes para considerar que sería un partido con espacios criminales”, sostiene la politóloga.
Fractura y desplome
En la campaña del 2006, Keiko Fujimori utilizó el recuerdo del gobierno de su padre para lograr aprobación. En el 2011, por el contrario, optó por controlar por cuenta propia la organización, mientras se distanciaba de su líder histórico. Es por ello que para las elecciones presidenciales de ese año fundó un nuevo partido político, Fuerza Popular, que además llevaba como símbolo la “K”, a diferencia de Alianza por el Futuro (AF), que hacía referencia a las iniciales de su padre.
Su estrategia de campaña le sirvió para mejorar significativamente su aprobación. “El discurso se movía por esa orientación ‘centroderecha populista’, donde el componente de la seguridad ciudadana era fuerte. Su respaldo era la lucha contra el terrorismo y la reactivación de la economía que logró el padre”, recuerda Urrutia.
Pero las cosas comenzarían a cambiar en abril del 2016, cuando perdió las elecciones presidenciales contra Pedro Pablo Kuczynski. “Se empezó a observar un excesivo personalismo que termina condenando el destino del partido. Keiko concentró un poder, con mayoría parlamentaria, y empezó a suscitar órdenes de manera más vertical, como luego comprobaríamos con la publicación de chats. La herencia y prácticas fujimoristas son de centroderecha pero con valores castrenses, militaristas”, agrega.
Según el politólogo Alberto Vergara en un artículo para The New York Times, a partir de su derrota en el 2016, Keiko Fujimori también “usó la ley como arma política (tomando) el control total del Parlamento, y eso ha provocado que la promulgación de leyes no constituya la generación de reglas de juego, sino el juego mismo”. El fujimorismo comenzaba a enfrentar el desprestigio y los procesos judiciales que lo afectarían ante una eventual intención de llegar a la presidencia en el 2021.
La crisis se agudizaría desde la segunda mitad del 2018, cuando los peruanos fuimos testigos de audios y conversaciones que, según analistas, lograron cambiar la percepción de las personas sobre los políticos, afectando también al fujimorismo.
Sábado 13 de octubre del 2018. A las 12:45 p.m. El Comercio publica una encuesta de Ipsos en la que Keiko Fujimori, lideresa del partido más poderoso y organizado del país, era considerada la jefa de una organización criminal por el 75% de entrevistados.
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