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‘Nací para vivir un amor a distancia, pero sueño con tener una familia estable’

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Regresó «Mensaje Directo», un formato con el que El Tiempo busca darles un espacio a sus lectores para contar aquellas historias de amor o vivencias personales que se consideran poco comunes. Aunque usted no lo crea, alguien se identificará con su relato. No olvide que, en medio de las diferencias, todos reímos y sufrimos en el mismo idioma. Conozca esta nueva historia.

Nací y crecí en abundancia, con una familia conservadora, de principios y valores, en la que esperar a que llegara a la puerta el príncipe azul era no solo mi objetivo, sino el de la mayoría de las jovencitas de mi pueblo.

Yo soñaba con esa persona jovial, simpática y con dinero que iría a conquistarme, a pesar de ser una joven de bajos recursos y humilde, como en el cuento de la ‘Cenicienta’.

Corrían los años 90, yo terminaba mi bachillerato y por primera vez sentí mariposas en el estómago. Me gustaba un chico de buena familia y sé que él también gustaba de mí. Pero no me atrevía a mirarlo a los ojos, por el contrario, cuando me piropeaba, lo insultaba, mientras soñaba cada instante con él. Por mi mente incluso pasaba la posibilidad de una familia junto a él.

Nunca había tenido un novio, pero me hubiera gustado que lo dejaran llegar a la casa para compartir un rato con él. Por ejemplo, escuchar música, jugar, bailar, comer juntos, besarnos y hablar cosas de pareja. Mientras que muchas de mis amigas ya vivían esa experiencia del amor, a mí nunca se me dieron las cosas, dado que cuando decidí tener algo con él, recibí la noticia de que se había ido para Bogotá a estudiar. La capital estaba muy lejos de mi pueblo, en otro departamento del país.

Desde joven esperaba al príncipe azul, pero terminé envuelta en relaciones a distancia que no podía sostener. Foto: iStock

El primer amor viene y se va

Semanas después se realizó un festival típico en mi pueblo. Allí conocí a un chico de “buena familia”, cuyos miembros eran personas con valores y un buen poder adquisitivo. Él y yo nos hicimos novios, ahí empecé a experimentar las mieles del amor, pero bien dicen que lo bueno no dura para siempre.

Después de un año de relación, su familia se mudó a Cartagena y él se fue para realizar sus estudios universitarios. A pesar de la distancia, la relación continuó. Nos veíamos una sola vez al año, en el mes de diciembre, cuando visitaba a los parientes que vivían en mi pueblo. Esa era la única manera de estar juntos. Por lo demás, nos comunicábamos poco, pero él sabía que había dejado a su novia en el pequeño poblado. Por mi parte, suspiraba por ese hombre, así estuviera lejos.

Al cabo de un tiempo, las cosas se fueron tornando color de hormiga, pues él era muy extrovertido e independiente y yo, muy pasiva y dependiente. Este hombre ya tenía su futuro arreglado, pues no pensaba trabajar para pagar sus estudios. Por el contrario, yo debía ahorrar lo poco que ganaba para costearme la carrera universitaria, así que no tenía presupuesto para gastar en ocio, rumba, trago, ni paseos.

A pesar de lo difícil que era mantener la relación, yo quería formar una familia con él, aunque no sé si mi entonces novio pensaba lo mismo. Pero bueno, por esos días me autodenominé como ‘la dama solitaria’, un seudónimo que salió de una novela mexicana que titulaba ‘Entre el amor y el odio’, pues cada fin de año -así como en los demás meses- pasaba las fiestas sola. Me sentía muy aislada, más al ver que mis hermanos y amigos pasaban en familia y con sus parejas la Navidad y las vacaciones.

Un 31 de diciembre, llegó de sorpresa a mi casa. Me sentí muy feliz. Estuvimos juntos toda la noche. Foto: iStock

Un 31 de diciembre, llegó de sorpresa a mi casa. Me sentí muy feliz. Estuvimos juntos toda la noche, recibiendo el año nuevo. Pero el momento no fue tan perfecto como lo imaginé.

Aproveché para comentarle mis inquietudes, el hecho que fuéramos de estratos sociales diferentes y los costos de mantener una relación a distancia: lo difícil de viajar y hasta de hacer una llamada en una época en la que ni siquiera se usaban celulares y lo complicado que era para mí conseguir dinero para salir de rumba. En fin, todas esas cosas que se deben hacer para que el amor entre una pareja no se muera. En ese momento, mi prioridad era la universidad. Ese fue nuestro último año nuevo. Tras 5 años de relación, él se radicó en Cartagena y yo me quedé en el pueblo, enterrando el sueño de tener una familia estable, al menos con él.

Había distancia, pero de edad; eso dificultó las cosas

Era fin de año nuevamente, me encontraba en la terminal de transporte para pasar las vacaciones en mi pueblo. Conocí a un hombre mayor, apuesto, que me abordó, me dio unos cuantos piropos y me pidió mi número de teléfono. Le di los dígitos equivocados, así que no lo vi hasta seis meses después.

Estaba caminando por las calles, cuando arribó un carro justo por donde iba pasando y veo que sale ese hombre maduro, elegante y pulcro. Dejé que me deslumbrara porque llevaba encima todas las marcas costosas. Me reconoció y me abordó, dijo que me había marcado, pero que el teléfono no timbraba. Luego me excusé diciéndole que se había dañado. Me invitó a subirme a su vehículo y acepté, pues me había inspirado confianza.

Me llevó a su casa, en donde tenía una reunión con amigos y no tuvo problema en presentarme. Pero sentí que era asediado por muchas mujeres, quienes llegaban a visitarlo. En un momento, me dejó con sus amigos mientras hablaba con otra chica. De inmediato, me fui de su casa y desde ahí volví a perder contacto con él.

Pasó el tiempo y volví a encontrármelo de nuevo. Me dijo que me estuvo buscando por cielo y tierra, hasta que por fin dio conmigo. Me invitó a cenar, hablamos y nos hicimos novios. En el 2005, terminé mis estudios universitarios y por fin reviví el deseo de tener una familia estable. Me quedaba los fines de semana en su apartamento, cocinábamos, escuchábamos música y nos íbamos de rumba. Todo eso me hacía sentir que, por fin, había conseguido a mi príncipe azul.

Este hombre era bastante mayor que yo, pasaba los 50 años. Foto: iStock

Sin embargo, y aunque no me había importado mucho en un principio, este hombre era bastante mayor que yo, pasaba los 50 años. Pensaba que los jóvenes eran ‘hijos de papi y mami’, cuyo dinero, para sus gustos y ocio, salía del bolsillo de sus padres. Por el contrario, mi pareja estaba bien económicamente y podía divertirme sin gastar un solo peso de mi bolsillo. Pero seguía esperando que me dijera “vente a vivir conmigo para toda la vida”.

El tiempo fue pasando y en unas vacaciones me volví a encontrar a mi exnovio que vivía en Cartagena, quería verme y hablar. Según me dijo, quería realizarse conmigo. Pero ya era muy tarde, estaba completamente enamorada de aquel hombre mayor. Él entendió y quedamos siendo amigos, es más, a la fecha seguimos en contacto y hemos tenido una amistad cordial.

Al cabo de un tiempo, las cosas no iban marchando bien en mi relación con el hombre mayor y para el año 2009 terminé con él, luego de estar 8 años juntos. Me di cuenta de que, por su posición social y económica, era perseguido por muchas mujeres y nunca llegó a decirme lo que siempre quise escuchar: su invitación para vivir conmigo para toda la vida. También se portaba como otro adolescente, vivía a su manera, pues ya había experimentado muchas cosas, tenía hijos y estaba divorciado.

Un nuevo comienzo, pero desde la distancia

Ya siendo profesional, apliqué a un empleo en una ciudad cercana a mi pueblo y, estando allá, conocí a un compañero de trabajo. El joven estaba saliendo de una tusa y yo me convertí en su paño de lágrimas. Hablábamos día de por medio y los fines de semana me visitaba para contarme sus penas.

Un fin de semana, hablamos, reímos, cenamos y hasta bailamos. Entonces, se me declaró con un beso al cual respondí y a la vez rechacé. Lo eché de mi casa. Al día siguiente, me pidió disculpas. Yo se las acepté y seguimos hablando por teléfono, para ese momento ya existían los primeros celulares. De igual forma, seguíamos visitándonos, a veces yo iba a su casa y, otras, él venía a la mía. Terminamos enamorándonos.

En una noche de ferias y fiestas, él me invitó a cenar. Allí, preguntó si alguna vez había pensado en formar un hogar. Le dije que sí, pero que los hombres con quienes tuve ese proyecto se habían ido a vivir lejos o que no se había podido materializar el sueño. Yo estaba cansada de las relaciones a distancia. Él parecía tener algo por decirme, pero afirmó que no era el momento adecuado. Solo levantamos las copas para brindar por nosotros.

Estoy haciendo todo lo posible para irme a trabajar por allá y así poder saber si nací, para tener amores a distancia o, al fin, construir mi propia familia. Foto: iStock

Tras un año de relación, me presentó en la casa de sus padres como su mujer. No sabía si saltar en un pie o gritar de felicidad, pensé que por fin iba a tener una familia estable. Pero pasó lo que más me temía: esa noche me confesó que había concursado para un trabajo en Cali y se había ganado el puesto. Por esa razón, quería saber qué consideraba yo, si debía aceptar o renunciar, teniendo en cuenta que su empleo de ese momento no era estable. Siempre recalcó que, si se iba, yo seguiría siendo su pareja.

Sentí un dolor en el corazón, le dije que se fuera, la verdad ya me había enamorado de él, pero no quería cortarle sus alas. Siempre supe que no era el príncipe azul con todas esas cualidades que tenía en mente desde pequeña, pero sí era un hombre humilde, de una familia que le inculcó principios y que salió adelante con esfuerzo propio.

Hasta el día de hoy somos pareja, él viene a visitarme a la ciudad en donde trabajo, cercana a mi pueblo. Nos comunicamos todos los días y aprovechamos las facilidades que nos da la tecnología para hacer videollamadas. Soñamos en formar un hogar estable en Cali, estoy haciendo todo lo posible para irme a trabajar por allá y así poder saber si nací, para tener un amor a distancia o, al fin, construir mi propia familia.

Ahora, desde mi experiencia de amor, les puedo decir que las relaciones a distancia pueden funcionar, pero necesitan de una gran inversión de tiempo y dinero, además de mucha constancia, para no dejar que el amor muera.

Hasta el momento, me seguiré conformando con los relatos de mis compañeras de trabajo sobre su vida en pareja, con un hogar establecido. Por ahora, puedo decir que he vivido esa experiencia los fines de semana, solo por ratos. He entendido que el príncipe azul no es real y que muchas mujeres se pasan la vida esperando a ese hombre completo, que quizá ni existe.

¿Tiene una historia de amor curiosa o poco común? Nos interesa conocerla y publicarla en #MensajeDirecto. Escríbala y envíela a los correos [email protected] y [email protected] y lo contactaremos. Debe tener un mínimo de extensión de dos hojas y un máximo de cuatro hojas.

*El Grupo de Diarios América (GDA), al cual pertenece El Nacional, es una red de medios líderes fundada en 1991, que promueve los valores democráticos, la prensa independiente y la libertad de expresión en América Latina a través del periodismo de calidad para nuestras audiencias.

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