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Migrar a Curazao, pasaporte a la muerte

Cuando el miedo al hambre es más grande que el miedo a morir. Esa es la historia de los venezolanos que huyen por el mar buscando un mejor futuro en un territorio autónomo del Reino de los Países Bajos. En lanchas rápidas en las que se transporta contrabando y a veces droga, viajan de ilegales los nuevos balseros de latinoamérica

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Apenas faltaban 20 minutos para alcanzar la isla prometida. Rauda, la lancha que llevaba a 30 venezolanos que huían del país empujados por la crisis, cruzaba las aguas del Mar Caribe. Las «rápidas» tienen capacidad para 15 personas, pero ese 10 de enero de 2018, montaron el doble.

En la Vela de Coro los habitantes tienen un sueño, migrar a Curazao a encontrar un mejor nivel de vida. Pero el mar es traicionero y los coyotes que transportan a los viajeros, también (Foto: Lizaura Noriega)

Estos vehículos escasamente pueden llamarse lanchas. Son canoas de madera con latón, como las que manejan los pescadores artesanales, pero le instalan dos motores y dos galones de combustible. Y ese día no fue suficiente. La embarcación no aguantó y todos sus tripulantes cayeron al mar.

Una desgracia. Así califican en La Vela de Coro lo que pasó esa noche. Nadie habla de otra cosa. En un pueblo de 42.000 habitantes el tema está en la plaza, en la orilla de la playa, en las calles. Sin preguntas la gente suelta todo. Hilan su cotidianidad con el hecho de que hay cinco muertos, seis desaparecidos y se susurra, como en secreto, que hay 16 sobrevivientes escondidos en algún lugar de la isla de Curazao.

Solo cabían 15 personas pero se montaron 30 en la lancha que llaman “rápidas”, porque le instalan dos motores y dos galones de combustible. Es apenas una canoa de madera con latón como las que manejan los pescadores artesanales.

Hay miles de persomas que usan esa ruta clandestina para ir y venir de Venezuela a Curazao. Llegan allá, consiguen un trabajo como ilegales porque la mano de obra es más barata para los habitantes de la isla y pueden mantener a su familia en Venezuela. Una fuente de entero crédito afirma que en la isla hay al menos 20.000 venezolanos y que solo en 2017 fueron deportados 1.200.

Un día de trabajo en la isla la pagan a 8 dólares para “los que no tienen papeles”. Dependiendo del oficio pueden pagar un poco más. A veces 10 o 12. También depende de lo forzado del trabajo. Con ese dinero envían a su familia y les alcanza para sobrevivir fuera del país. Este es el punto que los mueve. En la isla el salario mínimo son 700 dólares.

En Venezuela, donde hay control de cambio desde 2003, en el mercado negro un dólar se vende en 232.000 bolívares y es un negocio porque el ingreso mínimo mensual para un venezolano (sin la cesta tiket) es de apenas 248.510 bolívares. Es decir, casi un dólar del no oficial.

Es así que entre noviembre y diciembre de 2017, al menos 30 personas de La Vela de Coro se encontraron y convivieron por dos meses en una casa clandestina, con mala señal para las comunicaciones, sin posibilidades de hacer compras con pago electrónico y con fallas de servicio eléctrico. Todos buscaron los 10’000.000 de bolívares para pagar el viaje y la forma de llegar a la casa vieja, porque así se los indicaron los transportistas ilegales.

Solo se conocen los nombres de los muertos y de los desaparecidos. Todas las historias tienen en común que esta era la segunda vez que viajaban a la isla, que a todos los habían deportado y que todos decidieron correr el riesgo porque la situación económica los tenía de manos atadas. Sin trabajo, sin poder comprar comida y sin opciones de tener lo básico para el presente.

Cuentan los familiares que en la casa comer ya no era un hábito. No les importa correr el riesgo de morir si hay, al menos, una opción para salvarse del hambre.

La vela del Coro, Venezuela

“O comemos o compramos pañales”: Auri Chirinos. Madre de Jeanauri Guadalupe Jiménez Chirinos de 18 años. Murió en el accidente.

Auri Chirinos muestra la foto de su bella hija de 18 años. El pasaporte a una mejor vida se convirtió en muerte y luto (Foto: Lizaura Noriega)

Habla de su hija en presente. Es como si quisiera olvidar que está muerta. Se hace mil preguntas. Las mismas que no le hizo a su hija de 18 años el día que le contó que se iba para Curazao para poder ayudar con las necesidades de la casa.

En la casa de Jeanauri Jiménez Chirinos solo trabajaban su papá y ella. Es un espacio reducido que tiene un cuarto, sala comedor y una cocina pequeñita donde no hay comida para la hora del almuerzo. En noviembre su madre parió a sus hermanas gemelas que tienen tres meses y completa la familia una hermana de 14 años.

En esa casa el dinero no alcanza. “Mi hija quería que viviéramos bien. Ella más que todo quería ayudarme. Siempre me lo decía, quería ayudarme con sus hermanitas”. Su esposo es chofer de Pdvsa Gas, pero solo gana salario mínimo, es decir, 797.519 incluyendo el cesta tiket. Pero un kilo de pescado en la zona donde viven está en 200.000 y un kilo de arroz también en 200.000. El kilo de leche en un millón de bolívares y el kilo de azúcar en 150.000.

“No nos alcanza para casi nada. Aquí o comemos o compramos pañales”.

Cuenta que su hija era recreadora, trabajaba en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), fundado por Hugo Chávez en 2004. De él hacen parte todas las toldas del oficialismo. Jeanauri pertenecía a un grupo de formación de ideologías de los militantes del partido y el grupo participaba de las jornadas para sacar el “Carnet de la Patria”, otra de las modalidades con las que emplea el gobierno de Venezuela para otorgar beneficios como comida, vivienda, o bonos.

La idea de que quien trabaja con el gobierno vive mejor, no se cumplía en Jeanauri. Pese a ello su madre se sigue preguntando: “No sé quién le habría metido en la cabeza eso de irse”.

Era bachiller y había dejado de estudiar su carrera de Administración en Aduanas. En noviembre le contó a su madre la decisión de migrar. “Yo le dije que no se fuera, que esperara que le cumplieran la promesa que le habían hecho de darle un cargo” en la Alcaldía del municipio Colina, en La Vela. La joven insistió: “Me voy, mami, lo que me van a dar allí tampoco nos va a alcanzar”.

No sabe cómo hizo Jeanauri para conseguir el dinero del pasaje. “Debe ser que lo reunió con lo que trabajaba”, afirma su madre, aunque reconoce que las matemáticas no le cuadran. Había estado en Curazao en agosto de 2017, pero la habían deportado inmediatamente. Y lo suelta: “Yo no sé si fue alguien que la ayudó. Me pregunto quién le daría tanta plata o quizás haría un préstamo”. No hay respuestas. El pasaje costó 10.000.000 bolívares o su equivalente en dólares para la fecha: es decir 100 de los verdes (a la fecha en que viajaron).

“Se fue para que tuviéramos comida”: Nereida Raaz. Esposa de Oliver David Cuahurmatt Velásquez, de 33 años. Está en la lista de los desaparecidos.

Nereida Raaz luce desamparada. Perdió a un hijo, murió su cuñado y su esposo está desaparecido (Foto: Luzaura Noriega)

En la casa de Oliver no hay cocina ni nevera. Pasan hambre, Nereida lo dice en voz bajita, con dignidad. Si en su casa estaban mal, ahora sabe que están peor. Su esposo no aparece y además tiene encima la deuda de los 10.000.000 de bolívares que le prestaron a su marido para que se fuera a Curazao.

“Para nadie es un secreto que Venezuela está patética. Se fue para que tuviéramos comida y más que todo por las niñas porque tenemos dos hijas, una de 12 y otra de cuatro años. Tendríamos tres, pero uno se me murió el 23 de julio. Era niño, se me adelantó el parto y yo apenas tenía 33 semanas. Se me adelantó porque yo tenía una infección que no fue atacada. El niño nació con dificultad para respirar, tenía el hígado recrecido, era prematuro y estaba bajo de peso”.

Oliver y Nereida estaban desempleados. Hacía siete meses su esposo estaba cesante de un empleo que tenía en Construpatria Falcón, que es una dependencia de la Misión Vivienda Venezuela, del Gobierno. Dice que su esposo no le dijo por qué se había quedado sin trabajo. Nereida no lo dice todo, no quiere, está triste, está preocupada. Eso sí lo dice con todas las letras.

Cuenta que el día que Oliver le mencionó que se iría nuevamente a Curazao le dijo que lo pensara bien, que era su decisión. Pero si no se tiene trabajo, y se tienen dos hijas con hambre, la única salida es irse.

“Ahora fue que yo conseguí trabajo como ayudante de cocina y como no puedo salir del trabajo es mi cuñado el que se mueve con los demás familiares para saber la suerte de mi esposo”. La primera vez que había estado en Curazao, solo duró una semana porque lo agarraron y los deportaron.

Nereida se enteró del accidente el mismo día. Llamaron a su hermana y le contaron lo que había ocurrido. “Era el mismo día que mi niño hubiese cumplido siete meses de nacido, fue el 10 de enero. A mi hermana le dijeron que su esposo había muerto y le dijeron que el mío no lo habían encontrado”.

En la casa de Nereida hay luto permanente. Perdió un hijo, murió su cuñado y su esposo está desaparecido.

Y vuelve sobre lo que le preocupa, lo que se le mezcla con el miedo y la tristeza. “Yo pienso en esa deuda, ¡Dios mío! El que se los dio prestados no ha ido a cobrar, yo pienso cómo hacer para pagarlos. Imagínese, cómo hago yo para pagar esa plata”.

Iralí Yance lidera un grupo que reclama la verdad sobre los desaparecidos. El gobierno de Venezuela guarda silencio.

Iralí Yance lidera un grupo que reclama la verdad sobre los desaparecidos. El gobierno de Venezuela guarda silencio (Foto: Luzaura Noriega)

“A mi hijo se le metió en la cabeza que tenía que volver a Curazao. Le fue bien la primera vez y se quedó siete meses, pero lo deportaron”, contó Iralí Yance, la madre de uno de los desaparecidos. Se fue en abril y regresó en noviembre de 2017. Su nivel de inglés le ayudó a que en la empresa fuera el enlace entre los trabajadores y el dueño. Le traducía a ambos.

El día que lo deportaron, el jefe le dijo que si volvía tenía su trabajo asegurado. Y con esa premisa llegó nuevamente a su casa en el sector El Cardonal en La Vela de Coro.

“No conseguía trabajo, había congelado sus estudios porque aquí la situación está muy difícil. Él no está casado, ni tiene hijos, pero quiere tenerlos y tener una casa y vivir bien”.

Pero su madre no estaba de acuerdo. “No quería que se fuera en lancha. Me daban miedo las condiciones. Yo había escuchado que los llevaban y los dejaban en un punto y de allí tenían que irse a nado. Me daba un friito en el estómago cada vez que hablaba de eso”.

Todo lo que contaban sobre el viaje, el riesgo en el mar, las embarcaciones en mal estado, le generaba angustia a Iralí. “Le dije que no estaba de acuerdo, le dije: Vete a Colombia, a otro lado, pero no quiero que te vayas en lancha. Cuando hablaba del tema lo hacía sin que yo supiera y hasta un día me dijo: Cuando yo me vaya ni cuenta te vas a dar y es la verdad. Yo ni siquiera sé cómo está vestido”.

La madre de Jóvito está convencida de que su hijo está bien. “Mi corazón me dice que está vivo y tengo fe, esperanza”.

Le preocupa que no haya información sobre los desaparecidos y que desde Curazao solo hayan repatriado cuatro cadáveres. Hay un quinto que está mutilado, a este ni repatriaron ni ha sido identificado.

“No creo, sino que estoy segura que mi hijo se fue por la situación económica”. Eso le duele, le afecta. En las reuniones que a diario tienen en la plaza del pueblo, los familiares coinciden en que las condiciones del país los llevaron a tomar esa decisión.

“Hay muchachos allí que tienen dos hijos, la situación en sus casas estaba muy difícil”.

La madre de Jóvito armó a pulso un grupo de lucha para que se atienda la situación de los desaparecidos. Son seis personas contando a su hijo. Ha pasado ya un mes y diez días y nadie dice nada.

Por eso se sentó con los familiares de Joselyn Nathaly Piña, de 24 años; de David Jesús Pérez Vallenilla, de 19; de Junior Jesús Díaz Leal, de 22; de Oliver David Cuahurmatt Velásquez, de 32 y de Brayan Gregori Ojeda Cambero, de 24.

Ninguno quería hablar, tenían miedo de que si sus familiares estaban escondidos en Curazao los retuvieran porque los habían identificado. Pero una acusación los hizo romper el silencio.

Se corrió la voz de que el Gobierno les había dado dinero a los familiares para que se callaran, para que no denunciaran, para que no reclamaran y dejaran de reunirse. Iralí salió al paso y respondió: “Mi hijo no tiene precio”.

Era la única que hablaba y luchaba para que dieran informacion de los desaparecidos. “Despues de eso, todos quisieron hablar”.

La Cruz Roja Internacional está prestando ayuda para que se aclare la situación. Los delegados de la organización convocaron a los familiares para que contaran sobre cada caso y ayudar a solventar la incertidumbre.

Pidieron fotos, querían saber todo. Nadie hablaba en ese primer encuentro el 1º de febrero. Alguno soltó con voz bajita que tenía miedo. Entonces fue cuando la madre de Jóvito se levantó y les dijo: “Yo también tengo miedo, pero el miedo que yo tengo en este momento es no saber de mi hijo y si pudiera empapelar toda la isla con sus fotos lo haría, sin importarme que lo pongan preso, que es mejor porque sé que está vivo”.

Los nombres de los que están detenidos se desconoce. Eso no lo han hecho público ni el gobierno de Curazao, ni el de Venezuela. Pero Iralí tiene fe de que Jóvito no está en ese grupo porque se lo contó la persona que le prestó a su hijo los 10.000.000 de bolívares para que se fuera a la isla.

A este hombre, que estaba ilegal en Curazao, lo deportaron la última semana de enero. Antes de devolverlo lo llevaron a la celda donde están los detenidos. “Él lo confirma. Él vio a los presos y allí no está mi hijo”.

Un día, en el mercado del pueblo, algunas personas que identificaron a Iralí porque está en la lucha por saber de los desaparecidos de la tragedia le dijeron sin filtro: “Qué mala suerte la de su hijo. Mi esposa ya está en el quinto viaje, la deportan y siempre vuelve”.

Por eso, en La Vela de Coro hay tres causas que repiten los que hablan del accidente: El hambre, la desesperación por no tener medicinas y la situación del país los hizo irse.

El último paso de Iralí fue plantarse en la sede de la Asamblea Nacional y le habló a los diputados. Les pidió apoyo, que ayudaran a que desde Curazao no cesaran las búsquedas para poder saber de su hijo y de los otro cinco desaparecidos.

Quiere que se regulen “ese tipo de viajes porque el peligro es que la gente prefiere morir en el intento, que quedarse aquí esperando nada”.

San José de la Costa

En Venezuela hay hambre y eso hace que se comiencen a organizar redes de transportadores ilegales para llevar a los migrantes a otros lugares. El negocio es aprovecharse de la necesidad de la gente (Foto: Lizaura Noriega)

Cuando se nombra al pueblo San José de la Costa a todos se les refleja el miedo en la cara. Desde este pueblo del municipio Píritu en Coro, estado Falcón, salen de manera clandestina las “rápidas” hasta Curazao.

Es como un pueblo fantasma. Viven de la pesca, hay poca comida, no hay carreteras de asfalto, no se lleva la cuenta del número de pobladores, regularmente no hay servicio eléctrico ni se pueden hacer pagos electrónicos. En San José de la Costa hay negocios clandestinos. No solo el de los viajes. Lo cierto es que desde Falcón han salido embarques de droga y hace parte de las rutas del narcotráfico que involucran a Venezuela.

En La Vela coinciden en que San José de la Costa es “peligroso”. En este momento es noticia porque ocurrió la tragedia, como han catalogado al accidente del 10 de enero. “Dios avisó de muchas maneras que el viaje no convenía, pero uno no lo vio venir”, lamenta Génesis Vásquez, la novia de Jóvito, uno de los desaparecidos.

Los días que estuvieron en la casa clandestina del pueblo pasaron hambre. “A veces comían solo una vez al día porque los familiares nos reuníamos y les enviábamos lo que podíamos. Eso lo montábamos en una buseta y ellos tenían que caminar hasta una parada para recoger el envío”.

La primera salida fue en noviembre, y se devolvieron, las otras dos fueron en diciembre. “Él me llamaba todos los días en la tarde, tenía que subirse en algo para poder lograr conexión y un día me contó que tenían que bajar a las 2:00 de la tarde. Yo le pregunté qué significaba eso de bajar y me dijo que estaban en un cerro y tenían que bajar hasta la playa”, cuenta Génesis.

Lo mismo hacía Jeanauri con su mamá. “Un día me llamó y me dijo que habían aplazado el viaje y se vino para La Vela el 28 de diciembre, después de allí se fue al día siguiente y estuvimos comunicándonos solo por mensaje”. El 10 de enero, antes de que ocurriera la tragedia, ninguno de los viajeros se comunicó.

Oliver Cuahurmatt, el esposo de Nereida, también volvió a su casa en diciembre. Estuvo desde el 26 hasta el 31. Regresó al pueblo esa mañana y el 5 de enero estuvo por última vez en su casa de La Vela.

“El viaje se estaba posponiendo mucho. Una vez fue por el motor, después que unas bujías y después que otra cosa”, dijo Nereida. Lo mismo comentó Génesis que le contó su novio. A Auri su hija le dijo algo un poco más específico. “Nos fuimos el 31, mami, íbamos lejos, lejos, ya casi llegando a Curazao, pero se dañó la propela”.

El último que volvió a su casa fue Oliver, regresó el 5 de enero porque su hija de 4 años estaba enferma, se había contagiado de un virus el 31 de diciembre. “Ese día le dijo a la niña que se iba para que no les faltara nada a ella, para que ellas tuvieran sus cositas. Ese día mi niña le dijo: Papi, me traes una tablet”.

De las historias de esos días que se comparten entre los familiares todos hablan de que tenían que dormir los hombres en el piso para que las mujeres pudieran estar un poco más cómodas en chinchorros o en colchonetas.

Pero hay un tema que nadie toca. Un tema para el que tienen la boca cosida. Hacen gestos de temor, bajan la cabeza. Nadie habla de quiénes son los que contactan a la gente, nadie dice quiénes son los transportistas.

Un comerciante de Maicao, La Guajira, que constantemente se mueve por el estado Falcón, asegura que a esa zona han llegado personas que trabajan en el traslado de migrantes por el mar. “Conocí a uno que vino de Europa. Pero también hay gente que se dedica a otras actividades ilegales y usan a la gente para camuflar esos asuntos, incluso engañándolos ahora que todos quieren salir para sobrevivir”.

Es dificil contactar a la persona a la que hay que pagarle para irse a Curazao en las “rápidas”. A Jóvito le costó. Tuvo que hacer puentes con quienes lo conocían y que a su vez, “lo recomendaran”. “No fue fácil”, dice su novia, “esa gente teme que los denuncien y los pongan presos”.

Del grupo, la madre de Jóvito es la única que dice que si ella supiera quién está a la cabeza de esas actividades, la hubiese denunciado.

Auri Chirinos dice que le preguntó a su hija quiénes eran las personas que los llevaban. Nunca le dijo nada. “Yo le preguntaba: Hija, ¿quién hace eso? ¿Con quiénes se van? ¿Quiénes son? Ella solo me decía: Mami, quédate quieta, yo estoy bien”. Pero se le quiebra la voz, y asienta con la cabeza cuando se le pregunta si tiene miedo.

El misterio que hay con quiénes los llevan y a quiénes hay que contactar para viajar es porque obviamente eso es algo ilegal y si esa información se filtra los buscan y los pueden detener.

Nereida dice que desconoce quiénes son los que llevan y traen. “Nunca me dijo nada, estaban todos los de La Vela juntos. Mi esposo, mi cuñado que murió, su hermana que es una de las desaparecidas”.

Iralí, la madre de Jóvito recuerda que en uno de los viajes la lancha se estaba hundiendo, así le contó su nuera. “Iban con exceso de pasajeros, iban sin salvavidas, iban sin las condiciones mínimas. El único que llevaba salvavidas era el capitán, entonces me pregunto, si cobró 100 dólares ¿por qué no les dio salvavidas a todos?”.

Pero nadie mencionaba los riesgos. En la lancha hay capacidad para 15 personas y ese día “el capitán” montó 30. Jóvito le contó a su novia que se iban a reunir para que solo llevara 20, pero por los hechos, se sabe que el hombre no hizo caso.

Con una persona a bordo, esa lancha puede llegar a Curazao en una hora y media, pero con 15 personas tarda hasta siete horas. Este grupo estaba a 20 minutos de la orilla cuando la lancha se apagó y una ola los cubrió.

Curazao, destino fatal

“Eso fue feo. Ahorita estoy bien, golpeado, todo golpeado, pero estoy bien. Eso fue feo, ver morir a toda esa gente ahogada, como estilo El Titanic. Sin poder ayudar, sin poder hacer nada, es muy feo. Se ahogó la mayoría, se salvarían 10, 11 y éramos 30. Toda esa gente que se murió, fue feo. Yo me salvo porque yo sé nadar, me estrellé contra una piedra y todo, pero me salvé”. Este es el testimonio de un sobreviviente de la tragedia que pide que no se publique su nombre porque lo deportan.

Cuenta desde Curazao lo que vivió, dice que todo estaba oscuro, era de noche. Está escondido. Habían salido a las 2.00 de la tarde y llegando a la isla el motor se apagó, una ola se metió y los volteó.

Los gritos de desesperación de la gente que pedía auxilio no lo dejaban concentrarse para nadar, cuenta otro de los sobrevivientes. “Los que nos salvamos ya nos comunicamos con los de allá de La Vela para que estén tranquilos. Yo no sé de muchos, no quiero saber de nada. Aún tengo miedo”.

Dos de las sobrevivientes están embarazadas. Una con cinco meses y la otra con dos. Se salvaron, nadaron, están bien.

Una de ellas cuenta que cuando cayeron al agua se agarró de uno de los bidones de gasolina y con eso pudo ayudarse para llegar hasta la orilla. Iba del lado derecho de la lancha, del mismo lado donde iba Jóvito. Eso pudo confirmarlo.

“Imagínese el desespero. Todo pasó porque íbamos a viajar 20, pero a última hora el capitán se volvió loco y metió 10 más”.

Fue entonces, a la mañana siguiente cuando en la orilla de la playa de Koraal Tabak, en el litoral de Curazao, cuando las autoridades consiguieron los cuerpos. La Guardia Costera holandesa hizo el levantamiento. No murieron ahogados, murieron golpeados. “La única que murió ahogada fue Yajaira Josefina Márquez. Ella era de El Vigía y no sabía nadar”, dicen los familiares.

Pero todo el proceso ha sido lento. Sobre todo porque justo el 5 de enero el gobierno de Venezuela decidió cerrar la frontera aérea y marítima con Aruba, Curazao y Bonaire, según el presidente Nicolás Maduro “para prevenir el contrabando”.

Por eso Iralí sostiene que esa decisión afectó, porque la lancha “se metió por otro lado que era más peligroso, porque la frontera estaba custodiada”. Esto lo dice como una manera de solapar el riesgo que sabían todos que corrían al montarse en la “rápida”.

No hay lista con nombres de los tripulantes, no hay lista con nombres de los detenidos. Solo hay certeza de quiénes están muertos y se desconoce la identidad del mutilado. De los desaparecidos, parece que nadie quiere encargarse.

A Génesis, la novia de Jóvito, la llamaron dos veces del Consulado de Venezuela en Curazao. La respuesta fue la misma: “Está en la lista de los desaparecidos”.

A Nereida nadie le ha dado razón de su esposo, y a la familia de su cuñado, que tiene una hermana en la lista de desaparecidos, tampoco.

A la familia de los seis que no aparecen le reconforta que saben nadar. De hecho, Joselyn Nathaly Piña, de 24 años que está en la lista, es campeona de triatlón.

La esposa de Junior Díaz Leal también lo espera. Está embarazada y su pareja se fue en el viaje porque iba a buscar dinero para comprarle una cuna a su hijo.

Al capitán de la “rápida”, que estaba escondido lo detuvieron el 31 de enero. Está preso en la isla. En Venezuela no dan información sobre quién es ni cómo se llama.

En el estado de Falcón, en los pueblos costaneros, la gente no tiene de qué vivir. La economía de la pesca ya no da para subsistir (Foto: Lizaura Noriega)

El Duelo

Auri

Dieciséis días esperando el cuerpo de su hija les sumó dolor a los padres de Jeanauri. Su papá está devastado. Una amiga de la familia que vive en Curazao y está legal fue a reconocer el cuerpo. Auri cuenta que “la conocía desde que era niña y sabía que mi hija tenía un lunar en la barriga”.

Cuando recuerda los mensajes y las últimas veces que habló con su hija, llora. No puede hablar. Pasa lo mismo cuando quiso enumerar sus sueños. “Los mensajes que me enviaba se me borraron, no sé qué pasó. Yo quisiera decirles a las madres que no dejen ir a sus hijos cuando les digan que se van. Que luchen con ellos, que se opongan”. El 10 de enero, un conocido fue a su casa y le dijo: “Te tengo una mala noticia, tu hija se ahogó y a mí se me vino el mundo entero encima. Se me paralizó el corazón, se me olvidó que tenía unas bebés, se me olvidó todo. Hay cosas que hice de las que no me acuerdo. Cuando volví en sí, solo sé que estaba sentada en una silla llorando. Llorando como lo hago todos los días”.

Iralí

“Yo lo que me estoy es muriendo, esta angustia lo que me está es matando. Me pregunto por qué no le hacen la prueba de ADN al quinto muerto, al que está mutilado. No es mi hijo porque las pruebas dactilares lo confirmaron y por eso a mi hijo lo metieron en la lista de los desaparecidos. Pero los familiares de esa persona quieren saber”.

Está segura de que no va a rendirse hasta saber de su hijo. El día que repatriaron los cadáveres se descompensó porque una funcionaria de la alcaldía le contó a uno de los familiares cómo estaban los muertos. “Un señor se puso a llorar como un niño porque la mujer dijo que estaban todos golpeados. Yo no podría resistir eso”.

Génesis

“Por la misma necesidad, ya parecemos Cuba. Se repite la historia de los balseros. Por eso da mucha tristeza, porque ahora los balseros somos los venezolanos. Es feo dormir con la incertidumbre de si el familiar de uno está bien o mal. Yo quiero tener fe ciega en que está bien, pero hay días en que no puedo evitar quebrarme”.

Nereida

“El 7 de febrero Oliver cumplió 33 años y no estuvo. Nosotros tenemos 16 años juntos y 10 de casados. Cuando voy a hablar con mis hijas tomo aire y respiro para no llorar. La grande sabe lo que está pasando, pero es muy reservada y callada. Ella lloró el día del accidente y después no lloró más hasta en estos días que soltó el llanto porque se acordó mucho de su papá. Mi esposo es trabajador, amoroso con sus hijas, me ayudaba en la casa. La pequeña lo recuerda a veces y me dice: Mami, ya sé, mi papá no ha llegado de Curazao porque no me ha traído la tablet”.

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