Donald Trump representa la descomunal fuerza militar, económica y diplomática de los EEUU en el mundo y lo ha hecho saber con la bomba GBU-43, los tomahawks, los portaviones y otras herramientas más sutiles pero no menos efectivas, que reivindican en lugar la potencia americana en el mundo.
Pero a nivel interno Trump no tiene la misma capacidad. Su política exterior no ha sido la anunciada en campaña: las intervenciones militares son resultado de la agenda de líderes del establishment de su partido, así como la distancia que ha tomado frente a Rusia; su aproximación a la China popular demuestra que los intereses económicos son superiores a los discursos políticos, y los siete países cuyos ciudadanos tenían vedada la entrada a los EEUU fueron rápidamente rehabilitados por un juez de Nueva York.
Esa última medida, frustrada, hace parte de una política migratoria que tampoco ha cumplido las expectativas de la campaña. Aunque es muy pronto para exigir resultados, los obstáculos que ha tenido Trump en esta materia se mantendrán a lo largo de toda su administración.
Por un lado las medidas ejecutivas restrictivas son bloqueadas por jueces de los distritos federales y solo podrían resolverse en la Corte Suprema. Por otro lado, el prometido muro para frenar la inmigración ilegal en la frontera sur, tiene el freno de una ardua discusión presupuestaria.
Los republicanos, hijos de Reagan, no inflarán el gasto público para satisfacer pretensiones faraónicas, mientras los demócratas estarán firmes en sus críticas a lo que consideran medidas xenófobas.
Esa resistencia al interior de su partido le ha propinado a Trump las peores derrotas. El proyecto para reversar el Obamacare se hundió por obra del Caucus de la Libertad, una alianza de representantes republicanos enemigos del estatismo a quienes la propuesta de La Casa Blanca no los satisfizo.
A esa campaña se sumó -según el mismo Trump- la poderosa y conservadora Fundación Heritage, esa que ha sido aliada indispensable de los gobiernos del Grand Old Party.
Pero no todo ha sido derrotas para el magnate presidente. La confirmación de Neil Gorsuch en el Senado era una de las mayores expectativas para estos cuatro años y es un paso fundamental hacia una Corte Suprema afín a los republicanos. También ha tenido resultados en la creación de empleo por encima de las expectativas, lo cual puede ser resultado de sus políticas para contener la huida de la inversión estadounidense hacia países fiscal y laboralmente favorables.
Su prometedor plan de reforma a los impuestos podría dar un nuevo impulso a la economía y es ya un logro en cuanto al mejoramiento de las relaciones con los miembros de su partido.
Los 100 días de Trump no son los mejores que se han visto, como el pretende afirmar, pero si son la demostración de que EEUU es un país donde las instituciones están por encima de las propuestas extravagantes, que el debate público es la talanquera de los anuncios desproporcionados, que la prensa y la sociedad libre no estaban amenazadas por el nuevo presidente, etc.
En definitiva, que todos los mandatarios del país del tío Sam encuentran en la democracia un muro más grande que el de la polémica con México, por lo cual el poder ejecutivo no supone el peligro que anunciaron los profetas del desastre cuando Donald Trump fue ungido en las urnas.
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