«Solo había visto la nieve por la tele», aclara Alejandra García, abogada venezolana de 26 años de edad, que llegó en abril último a esta ciudad austral para escapar de la crisis que se vive en su país. De los casi 100.000 venezolanos que llegaron al país desde 2015, alrededor de 35 viven aquí. Muchos de ellos nacieron en la costa, cerca del mar Caribe. Por eso, el extremo frío fueguino fue el principal factor al que tuvieron que sobreponerse para adaptarse.
Nacida en San Carlos, en el departamento de Cojedes, en la región de los Llanos, García se recibió de abogada en 2014 y trabajó en la administración pública en Venezuela. «No recuerdo un solo día, allá, en el que no hubiera 40 grados, tú te das cuenta de que es invierno porque llueve», explica.
Su historia sobre cómo llegó a Argentina resume la de muchos de sus compatriotas. A través de una red social de viajeros conoció al guía de turismo de 38 años, Julián Ramos, que hace 15 vive en esta ciudad. El año pasado, él viajó hasta Cojedes y allí se vieron, en vivo y en directo, por primera vez. La historia de amor se fortaleció. La situación social ya dejaba entrever la porosidad de un futuro marcado por la violencia, la desesperanza y la incertidumbre. «[Hugo] Chávez fue el origen, el motivo y el fin de un proyecto», reconoce García. Y concluye que el principal problema de Venezuela, «somos los propios venezolanos, hemos dejado de ser un pueblo unido».
Ramos organizó la salida de su novia: en un vuelo, ella salió de Valencia, a 200 km de Caracas, y aterrizó en Córdoba en marzo pasado. De allí fue hasta Buenos Aires, donde se encontraron, y el 13 de abril pasado llegaron hasta aquí, donde, por primera vez, conoció la nieve. Por ese entonces, con las primeras nevadas, la ciudad se preparaba para el crudo invierno. «Es bien chévere, la conocía por fotos y pensaba cómo iba a ser ver nieve y abrigarme», afirma.
A diferencia de otras colectividades en Tierra del Fuego, la venezolana es la más reciente, y también con particularidades que las diferencian de, por ejemplo, la paraguaya, peruana o boliviana. El puñado de «panas» que llegaron a la isla son graduados universitarios. No les costó conseguir trabajo, aunque muchos, como García, padecen la falta de convalidación de sus títulos. Algunos, sin embargo, eligieron el fin del mundo siguiendo un amor y otros influenciados por el espíritu pionero que sobrevuela la isla, donde parece que todo está por hacerse.
La nieve y el frío son temas que unen a los venezolanos en esta ciudad. «Acaso los polos opuestos se atraen, el calor y el frío. Desde que bajé del avión esta isla me robó el corazón», afirma Rosemary Quevedo, nacida en las playas de Punto Fijo, en la Península de Paraguaná. Ingeniera electrónica, graduada en Barquisimeto, «cuna musical y crepuscular» de Venezuela. Como en el invierno la luz solar es tenue y escasa, los nacidos en el trópico padecen la oscuridad de los días y «la soledad de las largas noches». Así lo confiesa Quevedo, que vive sola en la isla desde 2016 y reconoce: «Jamás he perdido la capacidad de asombro cada vez que nieva».
Ushuaia tiene alrededor de 75.000 habitantes y gran parte de ellos son migrantes. «Estamos muchos en la misma situación, todos tenemos una historia para contar», señala.
Juan Amado llegó en moto desde Caracas hace ocho años con su esposa y un hijo. Aquí nació Hain, fueguina con sangre venezolana. «La nieve nos pone introspectivos, Ushuaia tiene un sonido particular, pero cuando nieva, desaparece, y queda en silencio. La nieve, para nosotros, es una novedad», afirma.
Fredy López es el decano de los venezolanos en Ushuaia, está aquí desde 2003. «El cambio es importante y drástico. Venimos del Caribe, y en la Argentina hay una cultura europea muy fuerte», explica. Todos los domingos, que es su único día libre, su casa se transforma en una pequeña Venezuela, con su esposa preparan «un periquito» que es un típico desayuno «pana», un revuelto de huevo, cebolla, pimentón y tomate. «Ponemos música llanera», a pesar de la nieve, algo del trópico se acerca hasta este rincón del mapa austral.
Ola migratoria
La treintena de venezolanos en Ushuaia es un ínfimo porcentaje de los miles que, desde 2015, llegaron al país. Según datos de la Dirección Nacional de Migraciones, entraron 98.504 y ya configuran la primera ola inmigratoria, al desplazar a la paraguaya y a la boliviana. Del total, 51% tienen títulos universitarios. Solo en lo que va de este año, se iniciaron 31.741 trámites de radicación. Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mar del Plata son las ciudades en donde más se asientan.
Desde la Asociación Civil Venezolanos en Córdoba, que nuclea gran parte de la información del interior del país, señalan que habría ya 105.000 y que están avanzados los trámites para las convalidaciones de carreras. Deyxy Lobo Gómez es presidenta de la institución y afirma que ya existen 14 universidades nacionales que convalidan los títulos de Arquitectura, Enfermería, Medicina, Odontología e Ingeniería. «Pero hay muchos compatriotas que la están pasando muy mal», dice. Para ellos organizan colectas.
La devaluación es un tema que preocupa a todos, porque los hace asociar con lo peor de su pasado reciente. García recuerda el proceso que vivió en Venezuela cuando su heladera comenzó a vaciarse. «Veo todo muy preocupante», afirma. Pero reconoce que cuando se intenta comparar con la realidad económica de su país, se comete un error. «Aquello es el extremo». Hasta ahora no piensa en regresar a su Cojedes natal, allí quedó su madre, con quien se mantiene comunicada por Skype o Instagram, que es la red social en donde fluye toda la información de estos migrantes con sus familias. «Tengo miedo de que no me dejen regresar, si vuelvo a mi país», concluye.
La nieve cae sobre Ushuaia, la temperatura baja a cinco grados bajo cero y de la primavera no hay novedades. La nevada improvisa un silencio íntimo, García en su cocina prepara arepas con el único paquete de Harina Pan que ha conseguido. Desde la puerta de su casa se ve la bahía y las heladas aguas del Canal de Beagle. Afirma que le gusta estar aquí, pero hay dos cosas que no deja de extrañar: el mango, que en Ushuaia es costoso y llega con poca regularidad y las playas de su añorado mar Caribe.
El desarraigo, el denominador común
Juan Amado, de Caracas, 45 años
Hace ocho años, llegó a Ushuaia, con su esposa y su hijo, en moto en un viaje que le demandó tres años. Está casado con una venezolana y tiene dos hijos. Es realizador audiovisual de medios comunitarios y trabaja como barman. Regresó a Venezuela en junio pasado. «La realidad es muy perversa, no sé cómo se puede mantener en el tiempo», señala.
Fredy López, de Caracas, 46 años
Está casado con una venezolana y tiene cuatro hijos. Llegó a Ushuaia en 2003. Desde entonces trabaja en el sector de hotelería. Reconoce que le costó acostumbrarse al frío y al sabor de las comidas argentinas. A pesar de que se siente muy bien en la isla, lamenta no poder regresar a su Venezuela natal. «La situación está muy dura. Sentimos el desarraigo».
Rosemary Quevedo, de Punto Fijo, 33 años
Es ingeniera en Electrónica. Entró al país por un programa de voluntariado de una ONG que trabaja con jóvenes de todo el mundo, interesados en la interculturalidad. Vivió en Corrientes y luego tuvo una experiencia en Buenos Aires. «La furia porteña me condicionó», señala. Y, por eso, viajó hasta Ushuaia en 2016. Trabaja como soporte técnico en una empresa proveedora de TV por cable.
Iyad Marmoud, de Cumaná, 29 años
Llegó a Ushuaia en febrero de 2016. Es ingeniero en Telecomunicaciones. Decidió irse de su país por la inseguridad e inestabilidad del sistema económico y político. Está de novio con una cordobesa y se casará a fin de año. Trabaja en una empresa proveedora de televisión por cable. «El comienzo fue difícil, pero la ciudad me recibió con los brazos abiertos y ahora es mi hogar», dice.
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