En la noche del jueves 6 de abril, el presidente Donald Trump autorizó el lanzamiento de cerca de 60 misiles Tomahawk desde dos buques de guerra de la marina estadounidense ubicados en el Mediterráneo.
Los misiles tenían como blanco recursos sirios en la pequeña base aérea de Shayrat, el sitio desde donde Estados Unidos alega que se lanzaron los ataques químicos contra Kahn Sheikoun, dos días antes.
En una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, defendió las acciones de su país, diciendo que era inadmisible no actuar, y estableciendo límites contra futuros usos de armas químicas.
Para ella, “era tiempo de decir ‘basta’, pero no solo de decirlo, era tiempo de actuar. [El presidente sirio] Bashar Al-Assad no debe usar armas químicas nunca más”. Haley también hizo un llamado a avanzar hacia una solución política y prometió que su país continuaría actuando en Siria de ser necesario.
¿Tiene Estados Unidos la razón? ¿Podrá cumplir sus objetivos por medio de acciones como las del pasado jueves? Si bien castigar el uso de armas químicas y disuadir su futuro uso es un objetivo admirable, el gobierno norteamericano ha buscado lograr este fin de una manera errada y en el proceso ha hecho del mundo un lugar más peligroso.
Estos son los hechos. Trump lanzó el ataque antes de que la ONU tuviera una oportunidad de iniciar una investigación objetiva e imparcial. Nadie sabe aún quién es responsable del ataque a Kahn Sheikoun; sin embargo, investigaciones pasadas han arrojado resultados no concluyentes; algunas, incluso, han sugerido que son los rebeldes, los actores en la guerra siria que usan gas sarín.
Dadas las implicaciones graves de llevar a cabo un ataque unilateral en contra de un Estado soberano -y, especialmente, teniendo en cuenta los fracasos de inteligencia de administraciones pasadas como el de Irak, el mismo que creó el vacío que permitió el surgimiento del llamado Estado Islámico- Trump debió esperar a que se hiciera una investigación completa e independiente antes de actuar. Si fue el gobierno de Siria el que usó el gas -una violación de la resolución 2118 del Consejo de Seguridad- entonces se pudieron haber considerado medidas posteriores, como el uso de sanciones económicas o una respuesta militar colectiva.
En cambio, el presidente orquestó un acto ilegal de agresión que viola las normas internacionales sobre el uso de la fuerza. Hasta ahora, Estados Unidos no ha ofrecido justificaciones legales convincentes y la excusa de que actuó en defensa propia es bastante deficiente -especialmente cuando, como se discutió, aún no se sabe quién realizó el ataque-.
Y no es que sorprenda que el gobierno de Trump no quiera dar una justificación: después de todo, él llegó al poder bajo la promesa que pondría a Estados Unidos primero, incluso por delante de las normas que han creado un cierto orden sobre el sistema internacional.
Quizás se pueda argumentar que Washington intervino por razones humanitarias, que se vio obligado a actuar para salvar vidas en una guerra que ya ha dejado más de 40 mil víctimas. Esta preocupación por las víctimas es la que llevó al pronunciamiento de ciertos líderes a favor de los ataques, incluyendo a Juan Manuel Santos.
Pero Santos tiene la razón al pedir que esta y futuras acciones sigan la ley sobre el uso de la fuerza. Como él dijo, Colombia apoya estas acciones, “siempre y cuando se haga dentro del Derecho Internacional”. El hecho es que al día de hoy Estados Unidos no ha presentado argumentos y mucho menos evidencias en torno al suceso, y es improbable que lo haga, guiado ciegamente por su propio interés.
Lo irónico es que actos de unilateralismo auto-justificado como este no solo debilitan el sistema postguerra de seguridad colectiva, sino que también abren la puerta para que otros poderes actúen de manera similar, poniendo en riesgo los mismos intereses estadounidenses que Trump busca proteger.
Ya vemos que Rusia -un aliado del presidente sirio que tenía a cerca de 100 hombres en la base aérea Shayrat en el momento del ataque- ha suspendido un acuerdo con Estados Unidos, que facilitaba la comunicación para evitar incidentes aéreos entre sus fuerzas aéreas.
Putin también ha prometido fortalecer las defensas aéreas de Siria y ha ordenado que se movilicen más recursos navales al Mediterráneo, incrementando las tensiones y la posibilidad de errores.
Todo dependerá de la siguiente movida de Trump. La historia, sin embargo, demuestra que lo que usualmente empieza como un ataque limitado se convierte en una pendiente resbaladiza que resulta en una intervención prolongada, costosa y sangrienta. Si se queda atrapado en Siria, ¿cómo logrará Trump hacer que Estados Unidos sea grande de nuevo?