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Juan Carlos Chirinos: «No recuerdo un libro que haya salvado a una nación»

El escritor publicó el año pasado Venezuela. Biografía de un suicidio. Estuvo en la Feria Internacional del Libro del Caribe, donde presentó Gemelas, una novela editada en el país por El Estilete

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Juan Carlos Chirinos tenía cinco años sin venir a Venezuela y es la primera vez que está en la isla de Margarita, lugar al que asiste a la cuarta edición de la Feria Internacional del Libro del Caribe.  “No he tenido oportunidad de ver  mucho porque llegué de noche y he estado de hotel en hotel, una realidad muy distinta a la que se aprecia cuando se camina por calles y recovecos de la rutina de quien permanece acá. Sé cómo está el país a través de mi familia, por las cosas que he tenido que traer, porque les falta de todo, tanto a ellos como a mis amigos. Eso sí me dice cómo está Venezuela”, afirma el escritor residenciado en España desde hace dos décadas.

Presentó la novela Gemelas en la feria. ¿Se podría decir que es una historia cuyo tema se inscribe en la diáspora venezolana?

—Fue escrita un poco con esa intención, pero recuerda que yo no salí del país cuando surgió este fenómeno, sino en 1997. No obstante, cuando empecé a escribirla en 2007, sí había diáspora de países africanos como Marruecos, también de Ecuador y de Europa del Este. Eso me sirvió para empatar en 2013, cuando se edita, con el caso de Venezuela.

Claro, pero hablamos de unos protagonistas que salen en el momento en el que en Venezuela empieza a resquebrajarse todo.

—Sí, aunque el único personaje venezolano es Diego, dueño de un gimnasio, alguien que emigra con dinero para montar un negocio, cosa que está dejando de pasar. Los venezolanos que están llegando a España viajan sin dinero y a veces sin estudios.

El año pasado publicó Venezuela. Biografía de un suicidio. Leí que su intención era mostrar a los españoles lo que ocurre en el país, como una advertencia.

—El libro nació como un encargo de la editorial que un día me llamó y me preguntó por qué no escribía un libro sobre lo que está pasando en Venezuela desde mi punto de vista. Pedí que me dejaran pensarlo, porque como no soy periodista, sociólogo o psicólogo, no me sentía con la capacidad de hacer un ensayo de esa naturaleza. Pero revisando en mi computadora, me di cuenta de que desde hace 20 años estoy escribiendo sobre Venezuela, desde afuera, en todo sentido. Así que preparé un proyecto, lo ofrecí y gustó. No es una historia de esta nación, sino la mirada de un escritor sobre un país en el que creció y del que se fue. No hay imposiciones, es lo que pienso que es Venezuela.

¿Pero a quién se dirige, a los venezolanos o a los españoles?

—En principio, a todos los lectores, pero la intención primaria era que lo leyeran los españoles porque es el mercado natural. No obstante, me he dado cuenta, desde septiembre cuando salió, de que muchos venezolanos me agradecen este libro. Algunos opinan que estoy equivocado. Hay gente de derecha que me dice que el libro está muy mal, pero lo mismo lo dice el de izquierda, por idénticas razones.

¿Qué le critican?

—Dicen que es una visión sesgada, pesimista. Yo no creo que sea pesimista. Más bien se basa en la premisa de que un pesimista es un optimista informado. Venezuela no es un gran país. Tenemos que dejar de pensar que es el mejor secreto guardado del Caribe, la patria grande. Eso es mentira, es una sobrevaloración. Necesitamos valorarnos en nuestra justa medida. Ni sobrevalorarnos, ni infravalorarnos.

¿Por qué suicidio y no asesinato?

—Bueno, el subtítulo es una provocación. Segundo, Miguel Gomes en su reseña del libro, comentó que cuando ganó Chávez, Vargas Llosa escribió un artículo titulado “El suicidio de una nación”. Yo olvidé ese texto, no así lo que escribió un amigo peruano llamado Jorge Eduardo Benavides, cuando Alan García fue candidato otra vez. Él defendió esa candidatura y dijo que era un suicido en legítima defensa frente a la candidatura de Ollanta Humala. Me pareció una frase inteligente y la coloqué en el libro porque da la impresión de que en los últimos 90 años Venezuela ha querido convertirse en un país normal y siempre ocurre algo que la lleva al suicidio.

Pareciera también una invitación a que la sociedad asuma sus errores y no culpe a otros.

—¡Claro! José Balza tiene un libro maravilloso llamado Pensar a Venezuela en el que habla de la condición adolescente del venezolano. El adolescente es esa persona que no se responsabiliza por nada y así no vamos a ser una sociedad adulta. Es muy fácil que te hagan las cosas. Pero todo el planeta está aniñado, entontecido, no quiere pensar. Por eso hay que presionar a la gente para que se comporte de manera adulta.

—Me imagino que la propuesta del libro surge ante el fenómeno Podemos y Pablo Iglesias en España.

—Sí, puede ser que esté escrito con esa intención. Desde que apareció Podemos he asumido el rol de Casandra con mis amigos españoles. Les digo que prefiero ser una Casandra fracasada que una persona que no advirtió. Todos los venezolanos en España les decimos a los españoles que esa gente es peligrosa. Podemos no es un partido antisistema, sino antidemocrático, que pretende usar la democracia para desmantelarla. Aunque digan que no, su intención es esa. Sabemos que de gobernar, desmantelaría el Estado. España está bien, tiene problemas, pero está bien. Soy una Casandra agorera. Ojala me equivoque.

¿Hay ejemplos de que la literatura haya servido para advertir o salvar de algo o se cumple ese viejo dicho de que nadie aprende en cabeza ajena?

—Que yo sepa, no recuerdo ningún libro que haya ayudado a salvar una nación. Los escritores somos profetas de “para atrás”. Por eso Borges tiene un ensayo maravilloso titulado Kafka y sus precursores. Ahí escribe que cuando Kafka creó su obra creó, al mismo tiempo, a los precursores que lo ayudaron a escribir. Con los escritores pasa lo mismo, profetizan lo que pasó.

En uno de los conversatorios en la feria habló sobre una época en la que en la Escuela de Letras de la UCV se podía encontrar a profesores como José Balza, Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas. En estos momentos la universidad no solo vive el éxodo de estudiantes, sino también de profesores. ¿Cómo puede afectar esto a la literatura del país?

—La literatura no va a desaparecer si la universidad deja de existir. La literatura no tiene nada que ver con la universidad, ni con la escuela, ni con el kindle. La literatura siempre está completamente ajena al sistema pedagógico formal. Di clases un tiempo breve en Guinea Ecuatorial. Cuando estuve allá, entendí las razones por las que Venezuela es un país del tercer mundo, porque aquel es el cuarto mundo. Ahí no hay nada, pero hay poetas. Mis alumnos me mostraban sus poemas y cuentos. No hay universidad, las escuelas no te puedes imaginar lo que son. Ahora, no estoy diciendo que la universidad tiene que desaparecer. Me parece un horror que la gente tenga que emigrar porque obviamente eso va a retrotraer a Venezuela unos 100 años. Leí en Facebook que el profesor Leonardo Azparren Giménez, que fue docente de la Escuela de Artes, retomó su cátedra de Teatro Griego. Es un señor que ya se había jubilado, que tiene la suficiente generosidad para seguir dando clases cuando podría estar reposando en sus años dorados para producir lo que quiera. Pero me imagino que como no hay profesores de Teatro Griego, tienen que recurrir a los mayores que están jubilados. Es muy triste cuando un país tiene que obligar a sus mayores a trabajar.

También fue provocador al decir que no recomienda leer la poesía de Borges. ¿Haría lo mismo con un autor u obra venezolana considerada sacrosanta?

—No sé. La literatura venezolana tiene algo muy curioso. Las grandes obras siempre son grandes obras, lo demás es morralla. Arreaza Calatrava es un poeta mediocre, no hace falta ni nombrarlo. Pero si uno habla de Ramos Sucre o de Teresa de la Parra se refiere a grandes autores. Tal vez haya algunos escritores de mi generación, o de anteriores, un poco sobrevalorados, pero eso no afecta al mundo literario porque tiene que ver con la promoción editorial. Ese es el trabajo de un sello, encargarse de decir que ese libro publicado es el mejor de la historia. Ya el lector dirá si esa novela de Juan Carlos Chirinos es buena o mala.

¿Existe la gran novela sobre el chavismo?

—No creo y no es necesaria. No se puede caer en lo que hacen los estadounidenses que siempre están buscando la gran novela americana, una frase muy mal usada, por cierto, pues hay que hablar es de la gran novela estadounidense.

Lo pregunto porque algunos premios que se han otorgado a autores venezolanos en el exterior han estado dirigidos a obras contextualizadas en la Venezuela actual.

—Son novelas que están muy bien, pero tienen el don de la oportunidad. Aparecen en el momento apropiado para que la gente les preste atención. En el País Vasco hay escritores que dicen que llevan años escribiendo sobre el conflicto y el terrorismo de ETA, pero Fernando Aramburu publicó Patria y se ha convertido en el novelista de esa desgracia. Entonces, hay autores vascos que dicen que hace 20 años escribieron sobre eso, pero lo que pasa es que no llegaron a tiempo. Es tan malo llegar demasiado temprano como muy tarde. Hay que llegar justo a tiempo, como Aramburu.

¿Considera que se ha perdido la ideologización entre los escritores venezolanos.

—En ese libro sobre Venezuela digo que la guerrilla venezolana no triunfó militar ni políticamente, pero tuvo un éxito enorme en lo estético. Las grandes obras de este país, desde los sesenta hasta los noventa, son producto de ese movimiento de izquierda. Iba a decir que mi generación estaba desideologizada, pero quien lo estaba era yo. Recuerdo que Juan Carlos Méndez Guédez, Israel Centeno y Ricardo Azuaje tenían una conciencia política muy grande, pero yo no. Vengo de Valera, de una familia pequeño burguesa de maestros y en Caracas estaba más preocupado por lo que iba a comer que por tirar piedras en la UCV o por ir a una manifestación. No, yo tenía que comer en el comedor, y si me lo cerraban, ese día no comía. Es muy difícil tener ideología cuando tienes hambre. Ahora mismo, no sé qué está ocurriendo. Supongo que por reacción han dejado de estar interesados en el pensamiento político. Creo que es un error. Yo no tengo una ideología clara y por eso digo con sorna que soy anarcobenedictino. En el fondo no me interesa, pero leo mucho sobre derecha, izquierda, historia. Porque si no lees historia, te la van a contar y te van a manipular. Quizá lo que está ocurriendo con las nuevas generaciones no de escritores sino de venezolanos, es que por hartazgo han dejado de preocuparse por eso. Y bueno, supongo que es una estrategia del gobierno para que la gente no piense.

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