ENTRETENIMIENTO

Zakarías Zafra: «Escribir es la forma que tengo de hablarme»

por El Nacional El Nacional

Nacido en Barquisimeto, en 1987, es Licenciado en Administración por la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado. Escritor, poeta, articulista, músico y gestor cultural, culminó una Maestría en Literatura Hispanoamericana en la UPEL. Estudió Teología en la Escuela Arquidiocesana de Barquisimeto. Actualmente cursa el Máster en Literatura Creativa en Español en la Universidad de New York.

Del árido horizonte emerge una palabra. El paisaje es seco, mas no estéril. La voz que se fue formando es de íntima matriz hogareña. Zakarías Zafra siempre ha sido hijo, sobrino y nieto único. Su familia materna se encargó de configurar su sensibilidad frente al hecho artístico. Pero ha sido la conjugación de dos dimensiones, la íntima y la social, la que ha engendrado un registro que ya considera auténtico.

Fue su tío Tulio quien dio rienda suelta a los sueños. Y fue la música, las siestas con Satie, las que educaron inicialmente sus sentidos. “Creo que dentro de la historia universal de la música, la que más me gusta es la impresionista: Debussy, Ravel…”. En su memoria se cruzan no solo música de todos los tiempos; también letras, mujeres, calles, lecturas, dolores y esperanzas. Va oscilando entre música venezolana y surrealismo, entre erotismo y religión. Y más acá Barquisimeto, su abuelo, los beatniks, la infancia, sus obsesiones…

Zakarías se confiesa poeta. Mucho más que lector de novelas o ensayos, lo es de poesía. Quizá esta pulsión provenga de la interpretación de la lectura como un acto lúdico, porque es el juego, las formas de la palabra, las imágenes, lo que alcanza su máxima expresión cuando son tratados por la lírica. Esta visión se la agradece al abuelo, figura central en su vida artística. Este veterano intelectual ermitaño lo enseñó a valorar la lectura. Se trataba del mismo anciano que, el día de su muerte, recordaba cada milímetro de su biblioteca y aún asistía a Zakarías en su recorrido literario.

Sus inicios también fueron orales. “Mis primeros encuentros fueron con la poesía declamada. Leía mucho a Andrés Eloy Blanco. Esa relación hoy se ha debilitado, pero hay que ir más allá del mote ‘poeta del pueblo’. A diferencia de otras tradiciones poéticas, hemos perdido una conexión con lo popular que hoy nos pesa”.

Primeras formas

Al comienzo fueron calcos, hechos a los dieciséis años. Descubría a los poetas del Modernismo, como Rubén Darío, pero también a grandes escritores como Antonio Machado o Valle Inclán. Su tema dominante era el dolor. Pero no un dolor cualquiera, sino una especie de punzante sufrimiento característico de la adolescencia. Solía registrarlo, moldearlo y pulirlo furtivamente en libretas. Era un acto secretísimo, absolutamente aislado del plano familiar y, sobra decirlo, divorciado de la esfera social en la que se desenvolvía con soltura.

En esa escritura se buscaba a sí mismo. La disciplina para hacerlo la había ejercitado a la fuerza, muchos años antes. Su madre lo instruía desde niño con horarios de estudios y actividades que le otorgaron habilidad para sentarse y pensar sin distracciones. Pero esos escritos furtivos, desordenados, se fueron quedando en el camino. “Fue mi época de mayor sequía, pues lo que más me interesaba entonces era la música”. Sus manos, en efecto, habían soslayado las letras, ocupadas como estaban con el piano. Un par de premios importantes en interpretación de música venezolana llegaron a muy temprana edad.

Puede admitir que a los veintidós años se reencontró con la literatura de una manera que todavía luce definitiva. La relectura de sus primeras grafías lo sorprendió. Tomó esos poemas juveniles, tan crudos como estaban, y los publicó. El panorama editorial daba para eso y más. Fue una publicación hecha por cuenta propia, lograda entre colectas hechas por familiares y amigos. El libro se llamaba Quinquenio.

Quienes ahora lo reconocen públicamente como poeta, se sorprendieron de su capacidad artística inicial. El asombro fue recíproco. Los textos germinales se extendieron entre las manos de los amigos y los conocidos hasta llegar a lectores inesperados.

Flujo de conciencia

En aquel tiempo no sentía ninguna pulsión obsesiva. No se sentaba horas y horas a crear mundos imaginarios. La escritura se le reveló como una manera de hablarse a sí mismo, y hasta ese momento no se había percatado de cuánto lo necesitaba.

“Comencé a reconciliarme con una gran cantidad de obsesiones: el erotismo, la posesión, el egocentrismo, el autocontrol. Era como una manera de hablarme: yo conmigo mismo y no yo frente a otro. Ahora esas obsesiones se configuran en una conciencia más cercana al oficio de la escritura”.

Es así como ha ido trabajando en temas que, inicialmente, pueden parecer muy disímiles entre sí. Un ejemplo: el erotismo permea toda su obra, pero también la religión. “Eso tiene su origen en mi abuelo y en su manera de leer la Biblia. Sus marcapáginas eran estampitas de José Gregorio Hernández, pero también de mujeres desnudas. Su conciencia para acercarse a estos temas era amplia”.

Compagina esas dos dimensiones en términos de aceptación y apetencia. “La Biblia es un relato profundamente humano, errático. Hay allí pulsiones y apetencias ocultas e incontrolables en el ser humano, que tienen un asidero y una sanación espiritual gracias a la comunicación con Dios. Pero también podemos leer la Biblia en clave más racional, no moralista pero siempre respetuosa, y descubrir aprendizajes interesantes”.

Gracias a esta apertura ha logrado profundizar en uno de sus temas centrales: la corporeidad. “Uno no solamente es cuerpo; uno es también corporeidad. Es un término con el que me he familiarizado a través de un gran filósofo catalán: Joan Carles Mèlich. Su tesis es la de un comportamiento cercano al tacto, que no se aísla en la negación de los vicios, y que al mismo tiempo busca una comprensión en el sentido más metafísico del término”.

“No se puede aspirar a la trascendencia sin comprender que estamos viviendo en la inmanencia. Y debo reconocer que no soy un lector avezado de la Biblia. Las secciones a las que siempre regreso son los salmos. Me gustan más que los códigos o preceptos. Evito siempre el dogmatismo, y me acerco más a la percepción de que hay algo superior, que nos escucha y que es misericordioso.”

Quiso tocar lo “divinamente errático del hombre”, desprendiéndolo de la visión antropocéntrica. Quiso imaginar una suerte de abismo en el que se termina por comprender que “en la vida hay cosas que no dependen de uno, del ser humano y de su propia voluntad, pero nos enceguece la voluntad de ejercer un control absoluto”.

Los vasos comunicantes son frecuentes en una poesía que ha acercado elementos distantes entre sí. De esta manera armoniza la influencia de diversos escritores que han estado presentes desde que era joven con otros que ha ido descubriendo en tiempos más recientes.

Un ejemplo de esa concordancia es su libro Blanda intuición de párpados, que toma el título de un poema de André Breton, precursor del surrealismo. Allí experimenta con nuevas imágenes, con embriones del inconsciente. Todas las visiones se fueron gestando bajo formas vinculadas con el humor, el sueño, la familia, el parto y la vida.

Posterior a Quinquenio y a El bemol de los latidos, sus dos primeros libros, este tercero incurre no solo en la experimentación verbal que había estado ensayando, sino también en el juego con las formas. El libro está preñado de letras, pero asimismo también incluye imágenes. “Siempre me ha interesado la estética del collage. Y precisamente por eso quise incluir gráficas de una artista muy talentosa: Kimberlys López”. De esta manera, el componente gráfico añade al texto elementos como relojes, ojos, caracolas, pulpos, venados, maletas, estatuas y ventanas.

Otra apuesta ligada a esta edición tuvo que ver con la posibilidad de expandirse a través de otras plataformas. Para eso se sumó al libro digital, fenómeno que posteriormente se ha dedicado a investigar. A su juicio, son opciones nuevas para la literatura, que permiten una expansión de descomunales proporciones. Sin ningún prurito, y soslayando el fetiche por el libro como objeto, que entiende y valora, colgó una versión digital de su libro en Internet.

Ya a estas alturas, las influencias habían evolucionado. Zakarías fue redescubriendo enormes talentos que ya había leído pero sin la suficiente atención. Con Jorge Luis Borges, volvió a deslumbrarse; con Julio Cortázar, compartió su afición lúdica y experimental; con Alejo Carpentier, se volvió barroco; y con Roberto Bolaño, se hundió en su coro de voces. Todo ya estaba inyectado, aunque tácitamente, en su prosa pujante.

Nunca creyó, como muchos otros, que el panorama literario venezolano fuera estéril. “Había leído mucho a Fernando Paz Castillo, a Ramos Sucre, autores fundamentales que siempre revisito. Nuestra poesía siempre ha sido magnífica, y yo tenía mis conocimientos, pero necesitaba crear vínculos más amorosos, más reverentes, con ese cuerpo”.

Se alimentó de poesía venezolana, e hizo una inmersión particular en los poetas de Lara. Más allá de regionalismos, dejando de lado elementos circunstanciales, comprobó que su región era profundamente lírica. Comenzó a profundizar en las obras de Rafael Cadenas, Luis Alberto Crespo, Alí Lameda, Álvaro Montero. “A muchos de ellos los fui conociendo luego, especialmente a los poetas barquisimetanos de los 80. Algunos abandonaron la poesía, otros no persistieron, otros se fueron, pero todos me dejaron un tesoro que agradezco y que contemplo siempre”.

Mundos que se ensamblan

Esta labor poética íntima y enclaustrada, que había estado durante mucho tiempo divorciada por completo de su vida social, alcanza un ensamblaje pleno. A Zakarías se le presenta la oportunidad de trabajar como articulista. Se inicia en el diario El Impulso, de Barquisimeto. “Al principio los artículos salían en el espacio que quedaba entre la mancheta y el resto de los textos, pero muy pronto mis textos comenzaron a calar. Más recientemente he publicado en los diarios Tal Cual y El Nacional”.

“Creo que incluso en estos artículos periódicos trato de desarrollar una poética. La hay porque yo tengo un modo de ver, de decir las cosas, del que no puedo deslastrarme. No es que sea fácil tenerla, pero va surgiendo por la consistencia de lo que escribo. En cuanto a temas, cada vez me interesa más la escena nacional. Lo abordo con un compromiso político, que no partidista, tal como lo entendió Sartre: somos ciudadanos habitantes de la polis. No abordo análisis políticos como tal, sino que desarrollo una visión de la intimidad de un colectivo, conformado por individualidades profundamente heridas”.

“En términos generales, mi escritura opta por un marcado formato fragmentario. Prueba del caso es que el poema de largo aliento no se me da con facilidad. Me han dicho que mi literatura es sentenciosa, y eso se ve hasta en mis artículos. Voy desarrollando mis ideas en pequeñas piezas, separadas por números, que ametrallan al lector”.

Este modelo proviene del cultivo del aforismo: esa sentencia alimentada del telegrama y el epitafio, como diría Emil Cioran, que le ha permitido alcanzar una importante potencia discursiva. En su caso, Alain Badiou y José Balza le mostraron que los límites imponían la obligación de soltar, sin circunloquios ni verborreas, la verdad medular que lleva por dentro.

La forma, sin embargo, no condiciona ni limita el fondo. Ese ángulo que quiere abordar la intimidad desde el marco de la polis también se amplía hasta la crónica urbana o el artículo de opinión, al más puro estilo de Carlos Monsiváis o Juan Villoro.

La música de las palabras

Muy influenciado por el jazz (música que logró difundir en la región a través del programa radial ‘Sonidos de Vanguardia’), también ha querido trasladar ese sentimiento a la pluma. Pero no como lo hacía Cortázar, que procuraba emular los ritmos, el swing de las clásicas tonadas de Bessie Smith y de Jerry Roll Morton. “El jazz ha sido una de mis grandes influencias. Me parece que es un lenguaje aparte, relativamente nuevo. Durante mucho tiempo se le vio como algo marginal, al compararlo con la música que conocemos como clásica. Pero precisamente de ahí viene su enorme fuerza. Eso es lo que a mí más me interesa: buscar transmitir esa atmósfera. Más que esforzarse por alcanzar el ritmo, se trata de un asunto lingüístico: emular esa atmósfera con palabras”.

El género también ha despertado ideas innovadoras, como el jamming, al más puro estilo de las históricas improvisaciones que Miles Davis, Charlie Parker y cientos de big bands disparaban en noches frenéticas, ahogadas por el humo y el alcohol. Como remedo, Zakarías opta por la improvisación literaria. Esto es, el arte de la palabra fugaz, ocurrente, que emprende un viaje, que culmina al esfumarse en los oídos del público. Este modo de hacer poesía lo ha llevado a la vida diaria, a los bares, a los clubes y restaurantes, sin mayor pretensión que la satisfacción de poder soltar un verso que, por suerte o habilidad, suene a solo estimulante.

La conciencia en otras latitudes

Ahora le toca emprender un nuevo viaje, hacia otras latitudes. Sus textos le permitieron inscribirse en la importante Maestría en Literatura Creativa en español que ofrece la Universidad de Nueva York. Entre otros maestros de la narrativa iberoamericana, tendrá la oportunidad de aprender con Antonio Muñoz Molina, gran novelista español.

Es también una oportunidad para obligarse a desarrollar otros formatos literarios, en los que reconoce que ha incursionado menos. “Hay que trabajar en cuentos puros, en narrativa, en otros tipos de lenguaje literario, además de la poesía, que he cultivado como mi centro. Es una buena oportunidad, porque creo que el ejercicio en ambos géneros también puede generar un beneficio mutuo, en especial al ser tutelado por muy buenos escritores de talla internacional”.

Sin embargo, está consciente de que “el escritor es el que se hace escribiendo, y no exclusivamente asistiendo a una Escuela de Letras”. Esto ya lo había comprobado durante la Maestría de Literatura Hispanoamericana. “Antes sentía que no había nada que me legitimara como escritor, lo que me trajo años de sufrimiento, pero ahora tengo otra perspectiva, me importan otras cosas”.

Espera volver a su casa, a sus calles, a su madre, a su familia y a la biblioteca del abuelo, donde nació y creció entre tomos valiosísimos. Allí desearía seguir escribiendo, sobre todo palabras con las que no aspira a trascender. Literatura llena de infancia, de calles, de cuerpos, de otras vidas, que jueguen con la música, con la pintura, con la tradición. Espera lanzarlas al aire para que alguien, por una conjunción de circunstancias sobre las que prefiere no especular, pueda tomarlas y hacerlas suyas.

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*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016. Compilación: Antonio López Ortega.