Yuri Petrovich Lyubimov (Yaroslavl, 1917-2014), director del grupo teatral soviético “Taganka”, tuvo que asilarse en Londres, en 1984, luego de un largo periodo de desavenencias y discusiones con las autoridades de su país.
El asilo de Lyubimov es una cuenta más del extenso rosario de deserciones del mundo intelectual de la URSS, a causa, indudablemente, del espíritu de intolerancia hacia las manifestaciones espirituales que se alejaban del cartabón de la escuela del realismo socialista.
Cuando vivimos en Moscú, allá por 1967, acudimos en varias oportunidades a las representaciones del Teatro Taganka. Era un local pequeño, con menos de 400 butacas, según recordamos, pero provisto de un espléndido escenario, con una tramoya complejísima que servía de modo admirable a las puestas en escena atrevidas y espectaculares del Grupo. Las funciones en el Taganka no eran anunciadas en la prensa oficial, ni siquiera en el semanario multilingüe Novedades de Moscú, destinado a la lectura de la vasta colonia de extranjeros de la capital. Ni siquiera en los quioscos dedicados a la venta de la boletería para los teatros y espectáculos se encontraban entradas para el Taganka, ni en los hoteles donde se hospedaban los extranjeros, como el muy conocido Hotel del Partido, situado en Plótnikov Periúlok, o el gigantesco Rossía, o el acogedor Metropol, o el rococó muy staliniano Ukraína. Sin embargo, el acceso al Taganka no presentaba ningún obstáculo, la estación del Metro quedaba muy cerca y, yendo con anticipación, se podía comprar en taquilla alguna localidad.
Es de recordar el enorme impacto que nos produjo la representación de la obra collage “Octubre”, dedicada al cincuentenario de la Revolución. Los porteros, trajeados como soldados del Báltico, marinos letones y milicianos del soviet de Petrogrado, clavaban los tickets de la entrada en las bayonetas de sus fusiles, y en vez de los timbres de espera del inicio de la función, se disparaban descargas de pura pólvora. La obra misma, por completo alejada de los clichés del Mali Teatr, llena de originalísimos recursos de escenografía, maquillaje y movimientos de la tramoya, comunicaban al espectador la autenticidad revolucionaria de 1917, mucho mejor que los estereotipos de las vallas públicas, o las exposiciones recargadas en exceso de obreros y bolcheviques musculosos de la Sala Manege.
También, fue deslumbrante la puesta en escena de “Galileo Galilei”, de Bertolt Brecht, evidentemente podada en su final, no sabemos si por la censura oficial, o por la autocensura.
El Taganka era un gran centro de atracción, a pesar de lo discreto de su ubicación. Servía también para tímidas manifestaciones de disidencia, que en el lenguaje oficial se llamaban “provocaciones”. De tal estilo fue la ruidosa presencia allí del embajador venezolano Régulo Burelli Rivas, la cual ameritó, como es sabido, su remoción del cargo.
Lyubimov se convirtió también en un disidente soviético en 1984. En 1984 las autoridades de la URSS le prohibieron representar la obra Borís Godunov, de Alexánder Pushkin, y una novela teatral, de Mijaíl Bulgákov. El teatrero criticó de inmediato la censura, que fue publicada en el diario británico The Times. Y los jefes soviéticos reaccionaron retirándole la ciudadanía soviética y, como se encontraba entonces en Londres, no pudo volver a su país. Solo regresó en 1988. Un año después se le reintegró su pasaporte.
Durante su exilio Hungría e Israel le ofrecieron la ciudadanía. Dirigió varios espectáculos en Londres, Chicago, París y Milán. Y a su regreso, volvió a dirigir el Taganka. Sin embargo, lo abandonó en el 2011. En 2012 representó en el teatro Vajtángov Los endemoniados, basada en la novela de Dostoyevsky. Un año después dirigió la ópera El príncipe Ígor en el teatro Bolshói. Y en mayo de 2014 dirigió La escuela de las mujeres, de Molière.
Hay que señalar otra complicación anterior. Lyubimov llevó al Taganka a Vladimir Vysotsky, un actor, cantante y compositor bastante popular, pero también una voz que no agradaba al régimen. La empresa disquera estatal única no grababa sus canciones. Su devota y multitudinaria audiencia corría a la par con su extravagante vida personal. Después de un matrimonio y con dos hijos se enamoró de Marina Vlady, una actriz francesa de antepasados rusos, también ya casada y con tres hijos. En 1969 se casaron, pero durante diez años él no pudo salir del país y ella tuvo que afiliarse al Partido Comunista Francés, con lo cual obtuvo una visa ilimitada para entrar y salir de la Unión Soviética, y le brindó a Vysotsky cierta inmunidad contra la persecución del gobierno. Con los años, Vysotsky cayó en el alcoholismo. Marina trata su vida en un libro que escribió donde relata su muerte. Con la ayuda de Lyubimov, montaron un gran funeral que reunió a casi un millón de personas, durante la celebración de los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú y boicoteados por algunos países de Occidente.
Al cumplir su 97 cumpleaños, Lyubimov fue hospitalizado a causa de una insuficiencia cardiaca, y falleció mientras dormía.
Con el castigo de la censura y el asilo de Lyubimov, el Taganka quedó decapitado. La intolerancia cobró una nueva víctima. Fue un rasgo mezquino del entonces potente Estado soviético, una intolerancia que ha sentado escuela allá y aquí. ¿No muestra nuestra izquierda marxista y socialista tan abundantes rasgos de intolerancia que la llevan de continuo a divisiones y subdivisiones, que dan lugar a sectas cerradas y unanimistas, ahora más, con su arribo al poder?
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Bibliografía consultada
Gonzalo Aragonés. “El maestro del Taganka”. En: La Vanguardia, Barcelona, 7/10/2014.