El jueves 16 de junio a Yordano le tocó «madrugar» en Nueva York. No lo hace con frecuencia, no le gusta. Se va a la cama muy tarde. A las 8:30 am Yuri Bastidas, su esposa y manager, lo despertó. «Quiero dormir más», le dijo él. «No puedes», respondió ella. «Tenemos reunión con el presidente del Grammy Latino», agregó.
De lo que se hablaría en ese encuentro virtual solo sabía Yuri. Una semana antes, mientras estaban en Caracas, Manuel Abud, presidente de la Academia Latina de la Grabación, se había comunicado con ella para notificarle que el 16 de noviembre, en Las Vegas, a Yordano Di Marzo le entregarían el Premio a la Excelencia Musical. Un galardón otorgado por el Consejo Directivo de la Academia que reconoce a intérpretes o ejecutantes que han hecho importantes contribuciones a la música latina.
Ansiosa y emocionada, había guardado aquel secreto. Pero algo intuía Yordano cuando el 14 de junio ella agendó la reunión. La llamada podría ser por tres razones: invitarlo a presentar un premio, cantar en alguno de los eventos que forman parte de los Grammy o recibir un reconocimiento especial. Porque nominado no estaba. «No quise hacerme muchas expectativas», recuerda el músico.
La reunión comenzó puntual. Contó Yordano anécdotas sobre su ansiado regreso a los escenarios venezolanos, sobre las giras que planeaba, las maquetas en las que está trabajando. Hasta que Abud le preguntó: «¿Qué harás el 16 de noviembre?». «No sé. La agenda la lleva Yuri», respondió. «Por ahora nada», dijo la manager. «Este año la Academia Latina de la Grabación se siente honrada de que aceptes el Premio a la Excelencia Musical por tu maravillosa carrera de 40 años y por todo el aporte que le has dado con tus más de 300 composiciones a nuestra herencia latina (…) Tú eres una de esas leyendas vivas, Yordano», completó Abud.
Emocionado, el cantautor miró a su esposa y, entre risas nerviosas, agradeció a quienes estaban presentes. Un premio esperado que llegaba para completar un ciclo que comenzó hace casi una década, también en Las Vegas, en la entrega del Grammy Latino, cuando fue diagnosticado con cáncer dos meses después.
«Quiéreme más que soy una leyenda viva de la música y Ciudadano Ilustre de Baruta», le dijo Yordano a su esposa al terminar la reunión, recordando el reconocimiento que le concedió Darwin González, alcalde del municipio capitalino, el 23 de diciembre en la Concha Acústica de Bello Monte, luego de un concierto que emocionó al músico y al numeroso público que colapsó aquel jueves los alrededores del lugar. Se abrazaron. Lloraron.
No lo niega. Siente mucha presión y le asusta mucho tener que hablar en público cuando reciba el premio en la ceremonia que más disfruta de las tres que forman parte de la entrega de los Grammy. Las otras dos son el homenaje a la Persona del Año y la gala televisada. «Yo, que tengo problemas para dormir, desde que supe la noticia tengo algo más que me quita el sueño. Ya veremos cómo sale», dice entre risas Yordano, quien el 27 de octubre cumplirá 71 años de edad.
Pero se siente agradecido. Celebra con este premio que también han recibido Oscar D’León, José Luis Rodríguez, Ilan Chester y Ricardo Montaner cinco décadas de trayectoria musical y cuatro como solista, ese que nunca quiso ser porque su sueño era formar una banda con sus tres mejores amigos en aquella Caracas de los años setenta donde Giordano Di Marzo Migani era un estudiante de Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. «Al final es una inmensa satisfacción saber que el trabajo que uno hace vale la pena».
―Dice el resumen del premio que el Grammy a la Excelencia se otorga a «intérpretes que durante su carrera han hecho contribuciones de sobresaliente valor artístico a la música latina». Si yo le pregunto cuál cree que ha sido su mayor contribución a la música latina, ¿qué diría?
―A ver… creo que ha sido la posibilidad de sintetizar varios, muchos elementos de todos los sonidos, todas las vivencias, todas las experiencias que le han dado sentido a mi vida. Estos días veía en YouTube, donde paso la mayor parte del tiempo, una entrevista de Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones. Un personaje oscuro, polémico, muy inteligente que reflexiona y cuenta que a los 20 años de edad la fama le complicó la vida. Y mucho. Hasta que dijo basta. Y llegué a esa entrevista porque me interesa ver cómo las personas reaccionan a premios y reconocimientos. En su caso era por su libro Life. Habló, por supuesto, de cómo en el grupo asumieron la música, los elementos que tomaron de sus principales influencias ―al principio muy al caletre―, cómo los transformaron y presentaron algo muy distinto. Y eso creo que me pasó a mí. Yo bebí del rock and roll, del blues, de los Stones, de los Beatles, de Dylan, de los bluseros viejos, mezclado con mi herencia italiana, con las rancheras y los boleros que escuchaba en la radio; con la música de la Billo’s y Los Melódicos que se bailaba en las fiestas. Todo eso lo llevé a mi lenguaje, a lo que quería mostrar en una banda. Porque yo no quería ser solista, quería formar un grupo con tres de mis mejores amigos. No se dio. Comencé a componer y allí sinteticé todas mis influencias desde la época de Sietecuero. Mi música es el resultado de lo que respiraba todos los días, de lo que percibía, de lo que sentía, de los amores y desamores. Digamos que creé un sancocho, eso que llaman melting pot, en el que también influyeron mucho las clases de Introducción a la crítica que recibí cuando estudiaba Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Todo influyó en el músico que soy. Y nada hubiera sido posible sin ese público abierto al que le debo gran parte de mi éxito. Lo aprecio y lo valoro mucho. Mi aporte, en definitiva, fue creer y crear a pesar de aquellos que se burlaban, por envidia o resentimiento, al decir que hacíamos salsa italiana.
―¿La fama le complicó la vida tanto como a Keith Richards?
―Te la complica, sí, no sé si tanto como a él. Sobre todo, familiarmente. Lo hablé mucho con psicólogos y psiquiatras. Cuando estás sobre una tarima, el aplauso, la ovación te embriagan. Toda esa cantidad de sustancias que libera el cerebro afectan el ego. Te sientes como si estuvieras flotando, alteran tu psique. Y manejarlo no es fácil, sobre todo cuando no estás preparado para ello. A mí me tomó tiempo entenderlo. Lo primero que hice fue no tomármelo tan en serio. Es lo peor. Es como el cuento de La Cenicienta: te tocan con la varita mágica, pero a la medianoche se acaba el hechizo. Ese concierto, esos aplausos, esa ovación van a terminar. Y todo se vuelve nada. Al final regresas a tu casa, con tu vida normal, con tus miserias, con tus miedos, con esa persona que eres tú más allá de ese hombre que se para a cantar en un escenario. Entonces comienzas a reírte de ti mismo, de tus tonterías, de tus inseguridades, de tu ego… Cuando llega ese momento lo vives mejor.
―¿Era el Grammy a la Excelencia un premio que esperaba?
―A uno le encantan los premios, uno quiere que lo reconozcan, sentir que el trabajo que uno ha hecho ha llegado. Ya llevo cincuenta años haciendo música. Me inscribí y soy miembro de la Academia por algo. Ya tengo tres nominaciones al Grammy Latino, que me parece que abarca mucho más que el americano, que está muy concentrado en Estados Unidos. Me parece que los Grammy son los premios más serios de la industria. La primera vez que acudí a una gala en Las Vegas fue en 2009, cuando José Antonio Abreu recibió el Premio del Consejo Directivo que concede la Academia Latina de las Artes y Ciencias de la Grabación. Y esa ceremonia en la que también se entregan los Premios a la Excelencia Musical es la que más me gusta. Es bonita, sentida, emotiva.
―¿En qué momento personal y profesional llega una noticia como el Premio a la Excelencia?
―Después de dos años de pandemia, todavía con la paranoia de que el coronavirus sigue allí; ahora con la viruela del mono y después de un período muy pesado, un túnel en el que hubo mucho miedo, muertes, pérdidas de seres queridos, llega este premio. Y llega también luego de sacar un disco en confinamiento, con todo el amor y la pasión que le pones a un álbum que fue grabado y producido durante los años en los que me sometí a un trasplante. Una época muy dura para mí, para mi familia, que intentaba siempre rescatarme en los días en los que pensaba que no había más nada que hacer. Después de muchos momentos de frustración, de dolor, de rabia, llega el Grammy en una temporada en la que he vuelto a los escenarios, sobre todo a los de Venezuela después de cinco años; llega junto con la green card. Justo cuando la montaña rusa comienza a estabilizarse, cuando hay más luz que oscuridad. Cuando estando en Caracas el presidente de la Academia que otorga el Grammy nos convocó a una reunión por Zoom me imaginé tres escenarios: o era para entregar un premio, para cantar o para darme este premio porque nominado no estaba. Pero no quería ilusionarme. Al final es una inmensa satisfacción saber que el trabajo que uno hace vale la pena. Y al no estar yo retirado, me beneficia, es un plus en este momento. Una chapa que sacas de vez en cuando, porque hay quienes comen con eso.
―¿Y cómo vivió ese momento en el que supo la noticia?
―Fue muy bonito. Yuri estaba más emocionada que yo. Yo tiendo a frenar mis emociones mucho. Han sido unos años muy duros estos últimos. Fue en noviembre de 2013, cuando estuve nominado al Grammy por Sueños clandestinos y no gané, que supe que tenía cáncer. Fue en Las Vegas, después de una caída durante un concierto en Miami, que comenzaron a aparecer todos los hematomas. Dos meses después comenzó esta odisea que casi 10 años después me devuelve a Las Vegas, sano, a recibir un Grammy a la Excelencia. Pienso que es un cierre a ese período de mi vida.
―¿Ha vivido esa noche del Premio a la Excelencia como espectador? ¿Cómo se prepara para vivirla como protagonista?
―Me genera mucha presión. Yuri dice que no piense mucho en eso, pero no puedo. Lo que más me asusta es la parte en la que tengo que hablar. Pienso en ese episodio de Seinfeld en el que en un entierro si le preguntas a la gente a qué le teme, a hablar o a ver el cadáver, todos coinciden en que hablar en público da mucho más miedo. Sí, tengo miedo de ese momento en el que deba decir algo. Y yo, que tengo problemas para dormir, desde hace unos días tengo algo más que me quita el sueño. Ya veremos cómo sale.
―Un premio que llega cuando cumple 50 años de carrera y 40 como solista. ¿Pensaba, cuando comenzó en este mundo de la música, que celebraría décadas de trayectoria, que su música se convertiría en banda sonora de generaciones, que sería una suerte de cronista musical de Caracas?
―No lo pensé nunca, tampoco lo esperé. No me imaginé que tendría tanto éxito, aunque siempre tuve la voluntad de hacer las cosas bien. Hubo dos momentos determinantes para mí. El primero fue cuando me gradué de bachillerato y fui a Londres, donde viví con los Spiteri. Allí me di cuenta de que había que darle la vuelta a lo que yo quería hacer. Tenía que transitar por un camino que fuera mío; sí, me gustaba y quería hacer rock and roll, pero qué más. No iba a vivir de eso en Venezuela. Tenía que poner orden en todas esas influencias que me estaban moldeando como músico. Y el segundo momento pivotal en mi carrera fue cuando compuse «Trataré», una canción dedicada a una novia que tuve entre la adolescencia y la adultez, una relación larga que intenté recuperar con ese tema, pero no se pudo. Esa canción me permitió descubrir que tenía una voz de la que antes no me había percatado. Yo tuve muchos problemas con mi voz al principio, la forzaba mucho, no tenía técnica. Me operaron las cuerdas vocales, hice muchos ejercicios para estar bien. Entonces esa canción la grabé con Sietecuero. Esa voz era yo y nadie más. Esa canción que era un bolero, con algo de balada soul, que canté llegando casi a mis 30 años, me definió. Es en ese momento cuando me dije ‘vamos a apostarle a esto’. Terminé de estudiar Arquitectura, como le prometí a mi papá. Y asumí que quería vivir de la música, pero no matando tigres, no haciendo versiones. Esa no era la vía. Han pasado ya unos años…
―Ha vuelto a Venezuela, ha cantado en Caracas, ha cantado en el interior, volverá pronto. ¿Qué ha significado ese regreso? ¿Qué significa volver a ese país que dejó un día con un diagnóstico de cáncer, sin boleto de regreso, pensando en que lo peor podía pasar?
―Ha sido muy bonito, ha sido emocionante, emotivo. El concierto de la Concha Acústica fue conmovedor, así yo quería regresar a Caracas. Era un show planificado para 2021 pero no se pudo. Quería un concierto gratuito, en un sitio icónico de la ciudad, al aire libre. Y resultó como lo imaginé. Luego estuvieron los conciertos en la sede de El Sistema, algo que yo quería hacer, un deseo cumplido, algo que quería mi corazón. Y confieso que no fue fácil, porque los muchachos, muy buenos todos, eran musicalmente muy formales, muy académicos. Y nunca había tocado con músicos tan formales. Lo bueno es que tuvimos el apoyo de Trina Medina y Nené Quintero. Llegamos incluso a pedirle al director que no estuviera en los ensayos porque los muchachos se cohibían. Fue una experiencia muy bonita, en esa sala hermosa. En general, volver a los escenarios, volver a tocar, girar después de la pandemia ha sido gratificante.
―¿Piensa en el retiro?
―No, no pienso en eso. Yo vivo de mi trabajo, necesito producir económicamente. No tengo una entrada de dinero que no venga de la música. Así que mientras pueda seguir componiendo y tocando, que es lo que me gusta, lo seguiré haciendo. Espero que de ahora en adelante sea más regular, que puedan darse muchas cosas que la pandemia paró. Espero concretar una gira por Latinoamérica. Regreso a Venezuela para una gira que me llevará por Barquisimeto, Maracay, San Cristóbal, Maracaibo, Margarita, Valencia, Puerto Ordaz, Lechería y Caracas, donde el 24 y el 25 de noviembre me presentaré con mi banda y varios invitados especiales en el Teresa Carreño. Será justo después de la entrega del Grammy. Una celebración en casa.
―¿Trabaja en un nuevo disco?
―Trabajo en dos. Uno con esos temas que me han influenciado y de los cuales he hecho versiones en español toda mi vida. Es algo muy personal porque son canciones que me han marcado. Pero tengo que pedir muchos permisos, toma tiempo. Espero que esté listo para mediados del año que viene, aunque cuando se lo propuse a la disquera, justo después de la noticia del Grammy, lo querían para ya. Y también quiero hacer un disco con las canciones de mis discos independientes, esos que fueron poco difundidos. Una historia contada con canciones muy bien seleccionadas y ordenadas. Temas que quiero grabar otra vez.
―¿Si le pido un consejo para las personas que comienzan en el mundo de la música y que esperan consolidar una carrera como la suya, honesta, querida y celebrada por el público, qué diría?
―No me gusta dar consejos porque no le paran a uno, me pasa con mis hijas. Pero sí diría que esto se trata de creer en ti y de prepararte, porque el mundo cada vez es un lugar más difícil, más complicado. Pienso mucho que la música se ha convertido en algo desechable, de consumo inmediato. Me pasa que me gusta un disco, lo compro porque me gusta el disco como objeto, lo escucho una vez y ya. Y me pregunto si seré yo o es que el mundo cambió. Entiendo que hay música que es arte y música para entretener. Pero cómo recuperar esa cosa mística de la música me lleva a pensar mucho.
―A los 70 años de edad, habiéndole ganado al cáncer, con un premio que lo reconoce como leyenda viva de la música, con conciertos llenos en cada lugar que se presenta, con el cariño del público manifestado en los buenos y en los peores momentos, ¿qué es la vida hoy para Yordano?
―La vida es este momento. Hablar de las cosas que me gustan contigo mientras mi esposa está en el cuarto escuchando y apuntando, un mensaje de mi hija que viene de camino a casa y pregunta qué hay para cenar, la llamada que tengo que hacer pero se me pasó la hora. La vida es esto. Es hoy. No tengo otra respuesta.