La ausencia de la figura paterna en Latinoamérica y sus repercusiones es el tema que centra La caja, película con la que el venezolano Lorenzo Vigas opta a su segundo León de Oro en Venecia y que encierra también una reflexión velada sobre los líderes del subcontinente americano.
El realizador vuelve a la Mostra tras convertirse en el primer latinoamericano en conquistarla con Desde allá (2015), su debut en el largometraje, y lo hizo con aplausos.
La caja es la historia de Hatzin (Hatzin Navarrete), un niño que acude a recoger los restos de su padre en una fosa común en el violento norte mexicano, donde los cárteles ejercen su poder.
El joven empieza a dudar del paradero real de su padre al encontrase en la calle con un hombre (Hernán Mendoza) que se le parece y a quien comienza a seguir en busca de la verdad.
La trilogía del padre
Vigas, venezolano afincado en México, cierra con La caja una trilogía sobre la figura del padre que arrancó con Los elefantes nunca olvidan (2004), premiada en la Semana de la Crítica de Cannes, y que siguió con la aclamada Desde allá.
La idea era mostrar el arquetipo del padre latinoamericano, aunque no como un tema personal dada la buena relación que el cineasta mantuvo con su progenitor, el pintor Oswaldo Vigas, a quien dedicó el documental El vendedor de orquídeas (2016).
«En Latinoamérica es muy común que las madres críen a los niños porque muchas veces los padres no están en casa y mostrar cuáles son las consecuencias de eso», indicó Vigas.
Pues cree que se trata de un continente matriarcal en el que esa ausencia generalmente es más importante que la presencia.
Una crítica al chavismo
En este sentido sostuvo que no es casual que América Latina, donde faltan tantos padres, se enamore de personajes como Hugo Chávez o Juan Perón, sostuvo.
«Muchas veces tratamos de reemplazar la figura del padre que no tenemos en casa con alguien que sustituya su autoridad», explicó.
Pero avisó que el amor ciego hacia referentes o líderes que suplantan esa ausencia puede llevar a lugares peligrosos.
«Hay que entender a quién amamos y por qué amamos a esa persona. Es cierto que mucha gente está dispuesta a dar su vida por personajes que han sido terribles para la historia de Latinoamérica», lamentó.
Radiografía de la precariedad
La cinta transcurre con la precariedad laboral como telón de fondo. El hombre en el que Hatzín cree ver a su padre muerto se gana la vida reclutando mano de obra barata explotada en las maquiladoras o factorías, a las que se accede con la cámara.
Una situación que decidió incluir en su obra de forma natural cuando redactaba el guion y que denuncia con la desaparición de una de las trabajadoras de estos talleres para prisioneros.
No obstante deja claro que el hombre que recluta trabajadores es solo el eslabón de una cadena más grande formada por personajes que no aparecen en la historia pero a los que sí se evoca, como los grandes propietarios chinos de estas fábricas.
Se trata de un tema bien conocido en México, tal y como defendió el actor Hernán Mendoza: «La esclavitud es algo común, la necesidad de tener un trabajo te obliga a veces a hacer cosas que no quieres».
Los cárteles mandan
El rodaje tuvo lugar en una decena de localidades del estado de Chihuahua, uno de los más peligrosos de México, y ese fue uno de los principales retos.
«A veces estábamos en un pueblo controlado por un cartel y 200 metros en el otro pueblo, al lado, era otro cartel que controlaba. Teníamos que negociar, por lo menos avisarles, que íbamos a estar filmando una película que no tenía que ver. O que no los iba a perjudicar para que permitieran filmar», recordó Vigas.
El productor Jorge Hernandéz Aldana lo confirmó pero aseguró que todo se resolvió gracias al entusiasmo y a la ayuda de los vecinos del lugar.
«En efecto vivimos en un país que es sumamente violento plagado por una cantidad de injusticias y desigualdad. Pero al mismo tiempo tenemos una gente maravillosa en el Estado que tuvo el entusiasmo de ayudarnos, hablo del ciudadano común», indicó.
El primer papel de Hatzín Navarrete
Las sesiones de rodaje fueron duras, tal y como corresponde a un director conocido por su perfeccionismo, que en dos décadas solo ha montado dos largometrajes.
Mendoza, que tuvo que engordar 50 kilos para su papel, recordó que repetían las tomas 10 o 15 veces en busca de un aroma de realidad al que contribuyó el protagonista, Hatzín Navarrete, que entonces tenía 13 años y nunca se había puesto ante una cámara.
«Qué puedo decir, esto es algo completamente nuevo para mí. Todo esto ha sido una buena experiencia, un gran cambio en mi vida, algo que me hizo cambiar para bien», agradeció Navarrete, del suburbio de Netzahualcoyotl.
Vigas explicó que para La caja lo escogieron entre cientos y cientos de niños que habían visto en las escuelas de Ciudad de México tras ver un video suyo, descartando in extremis a dos candidatos que no le acababan de convencer.
¿Segundo León de Oro?
Con este segundo largo, La caja, Vigas aspira a su segundo León de Oro consecutivo, toda una carambola que podría llegar el próximo 11 de septiembre pero que, aclaró, no le preocupa.
«Uno no hace películas para ganar premios, sino porque tiene historias que le queman por dentro y tiene que sacar«, zanjó.