Ser “pata caliente” es la facilidad de llegar a un lugar con la mira puesta en avanzar a otro, sin pausa ni demora. Arianna Arteaga y Valentina Quintero son de esa especie inquieta y curiosa que necesita mapas, carreteras y nubes para no marchitarse de rutina. Con esa habilidad genética para terciarse un bolso, agarrar camino y dejarse sorprender, la única hija escribió un cuento infantil, vende sus fotos y recorre Latinoamérica para contarla por medios digitales, mientras la madre hace radio y escribe sobre la pasión irreductible de seguir sembrada en Venezuela. Su forma más reciente de “traviajar” ―ahora en dupla, con contentura irreversible― será a través de Dos de viaje, un programa próximo a estrenarse por el canal de suscripción IVC en el que ambas mostrarán el país desde periplos llenos de buenas noticias.
Para este primer ciclo siguen coleccionando lugares y dan fe de las voluntades estoicas con las que se encuentran. Tanto kilometraje no les ha mellado la empatía hacia los hallazgos; todo lo contrario. “Mucha gente que vive del turismo, básicamente está sobreviviendo, pero es conmovedor el esfuerzo que el que tiene su posada o su restaurante hacen por mantenerlos bonitos y por brindar el mejor servicio posible con lo poco que cuentan. Sientes un compromiso muy grande de darle un espaldarazo al país porque entiendes que ahora es más importante que nunca”, dice Arteaga. “Lo que queremos mostrar es cómo estamos reconstruyendo a Venezuela desde ya, cada quien desde su empeño. Que quede claro que más que nunca estamos aquí y que todos seguimos trabajando”, apunta Quintero. Aquí ambas comparten algunas de sus reflexiones sobre esta nueva etapa y qué es lo que hace falta para terminar de estamparnos sin complejos en los pasaportes foráneos.
Atornillada en Venezuela
Valentina Quintero
―¿Por qué decidiste volver a viajar en televisión?
―La verdad es que al principio no quería. Después de 15 años haciendo Bitácora hasta el cierre de RCTV, no veía para qué, pero una de las razones para aceptar fue la ricura de hacer este programa con Arianna, que aquella vez estuvo un tiempo detrás de las cámaras y ahora conduce conmigo. Decidimos que si antes hicimos Bitácora para generar arraigo, la razón de Dos de viaje iba a ser casi una declaración política para decirles a los venezolanos y al mundo que seguimos en pie y que nos vamos a convertir en un destino sostenible a pesar de lo que sea, incluso de autoridades que no creen en el turismo o en la producción nacional. Yo diría que este es un programa con más sentimientos, que busca no solo mostrar paisajes sino lo más genuino que tenemos, que es nuestra generosidad, nuestra solidaridad. Esa es el alma real de Venezuela y nunca se ha perdido.
―Mucha gente tiene la fantasía de que algún día seas ministra de turismo.
―Creo plenamente en que podemos ser un tremendo destino de referencia y tenemos gente muy bien formada para eso. Destacarlo es mi norte todos los días, pero también siento que haber recorrido Venezuela y que me duela mi país tendría que ser algo natural para cualquier venezolano; no creo que esas sean facultades suficientes para todo lo que implica asumir un ministerio. Tengo casi 63 años ―como 30 en esto― y bajo otra gestión siento que podría convocar voluntades o proponer directrices, pero no siento que tenga la capacidad gerencial y planificadora que se necesita para ser ministra. Mi forma de aportar es otra.
―Últimamente muchas personas que te encuentran en la calle te abrazan y lloran. ¿Qué se siente despertar esa reacción?
―Cada vez que me pasa, sobre todo cuando viajo afuera, me da mucho sentimiento. Es doloroso. Creo que es porque la gente me siente conectada con el arraigo de lo que significa vivir aquí y sabe lo que me duele Venezuela. También sé que para muchos soy un recuerdo infantil de esa ilusión de viajar todos los domingos frente al televisor. Creo que todos estamos muy sensibles y lo entiendo, pero igual me conmueve mucho.
―¿Es fácil trabajar con una hija?
–Yo me derrito de orgullo al ver su manera de abordar el trabajo. Ya lo habíamos hecho antes, pero ahora Arianna es la que me cuida y eso me produce una ternura infinita. Aparentemente no existe en el mundo un programa de viajes de madre e hija y que de paso resulte natural, porque no somos unas modelos que se pusieron a hacer esto: este es nuestro oficio y cada una lo hace a su manera. Arianna es fotógrafa y es de esa gente que se quiere levantar a las 5 de la mañana a esperar el amanecer, la que está pendiente de los elementos técnicos, de cómo quiere el plano, etc. En cambio, para lo técnico yo no tengo criterio. Soy la que diseña la ruta, muestra las posadas, anota y se imagina qué debe ir en cada bloque para que ese cuento tenga un sentido. La gran ventaja es que somos dos adultas profesionales que han hecho esto por separado. No tenemos rollo en decirnos las cosas o en ser críticas al trabajar.
―¿Qué va a diferenciar Dos de viaje de Bitácora?
―Además de ser un poco más largo, va a estar más enfocado en la filosofía de los espacios: en cómo la geografía determina el comportamiento de cada lugar. Tenemos que ser un poco más descriptivas porque también se va a ver en otros países, pero sin perder la frescura. En Dos de viaje cada programa tiene un hilo, un tema. En el caso de la Colonia Tovar, por ejemplo, quisimos mostrar lo coherentes que ellos han sido en crear una identidad y un mercadeo sólidos para lo que representa la marca Colonia Tovar: su arquitectura, su estética, su cocina, esas tradiciones alemanas que se han transmitido de generación en generación. En Margarita nos conducen los sabores. En Yaracuy, el verdor. Pero si hay algo conservamos de Bitácora es procurar que la calidad de la producción esté a la altura de la calidad del país: que le haga justicia a lo maravilloso que es.
―¿Por qué no somos una potencia turística?
―“Venezuela no ha empezado a vivir del turista porque nunca había tenido necesidad de eso. Esta es la primera vez que nos está haciendo falta”, explica Valentina Quintero. “Cuando aquí el turismo por fin se entienda como una urgencia de Estado y se tomen las medidas que hacen falta es que vamos a florecer por ese lado. La destrucción que genera el Arco Minero, por ejemplo, es un proyecto totalmente contrario al turismo y es lo primero que habría que desmontar. Históricamente Venezuela ha sido pionera en la protección del medioambiente: más de 40% del territorio nacional es un área protegida de algún modo”.
La pequeña comeflor
Arianna Arteaga Quintero
―Tu carrera últimamente se ha centrado en viajar por Latinoamérica. ¿Alguna vez temiste que la gente te lo reclamara?
―Honestamente, sí. Ya yo había hecho radio, la Guía extrema y otras cosas, pero mi primer proyecto de este tipo sola fue con Copa Airlines y sentía mucha aprensión de que aquí me fueran a condenar o sintieran como una traición que yo no mostrase Venezuela tanto como mi mamá. Por suerte la gente ha sido generosa conmigo y ha entendido que son buenas oportunidades para mí. Ahora que trabajo con Avianca en un proyecto en el que somos varios blogueros de distintos países me sorprende gratamente que la gente se alegre porque de algún modo yo los esté representando. También son experiencias que me han dado más autoestima profesional, porque cuando esa gente me contrató no lo hizo porque yo fuese la hija de Valentina, sino porque veían que mi trabajo estaba bien hecho. Hace unos años yo no me sentía preparada para compartir cámara con ella y ahora sí. En los tiempos de Bitácora, cuando era asistente de dirección, alguien planteó que por qué yo no hacía una parte “nocturna” del programa ―tipo “rumba en Tucupita”, pues― y no quise porque ese plan no se parecía en nada a mí, pero fue un paso darme cuenta de que yo no quería trabajar en esto para ser famosa. Con 36 años, ya no tengo complejos en cómo me manejo, cómo me visto o cómo digo las cosas, siempre que respete lo que estoy haciendo y lo haga bien.
―Gabriel Cárdenas, tu novio, también colabora con ustedes en Dos de viaje. ¿Cómo es trabajar con la mamá y la pareja en el mismo proyecto?
―La idea surgió cuando mi mamá empezó a hacer su guía, porque yo ya estaba viajando mucho por mi trabajo y no tenía cómo ayudarla a hacer las fotos. Se me ocurrió decirle a Gabo porque él como fotógrafo tiene un ojo muy sensible que encajaba muy bien en la guía. Y como yo confiaba plenamente en su talento, mandé a mi novio para Barinas solo con mi mamá (risas). Resultó que hicieron una llave maravillosa. Él goza con ella porque se comporta como un hijo y es muy protector. Y mi mamá, a pesar de que no es demasiado afectuosa, lo entendió y lo adoptó; es como si le hubiera regalado un hijo varón. Ellos se quieren, son felices y profesionalmente se aprecian mucho. Cuando se presentó la oportunidad de hacer este programa, sabíamos que Gabo tenía mucho que aportar aquí también.
―¿En qué se diferencian tú y Valentina al trabajar?
―Yo soy más dada a la intimidad, todo lo hago desde adentro. Cuando escribo algo en mis redes o tomo una foto, me gusta expresar lo que veo como lo siento. La gente de otros países también me acepta así. Hace unos meses escribí un post sobre un viaje que hice a El Salvador y los salvadoreños estaban muy agradecidos porque se emocionaron de ver a su país descrito con buena vibra, sobre todo porque una como venezolana conoce los prejuicios que la gente trae sobre lo que significa vivir en un lugar peligroso y que todo el mundo insista en que para allá no se puede ir… Mi mamá, en cambio, es más periodista que yo, en el sentido de que ella le interesa más que a mí compartir el dato, decir qué hay allí, cómo se llama todo, dar las señas. Además, siempre está apurada y es una workaholic. Su frase favorita es “aquí no estamos de vacaciones”. Lo bueno es que ahora tenemos una camaradería distinta, adulta. Es una relación que ya está pulida.
―¿El género ayuda?
―Sumito Estévez dice que en Venezuela las mujeres siempre reaccionan más rápido que los hombres y tiene razón. Mientras un hombre en aprietos se deprime, aquí una mujer enseguida sale a la calle a ver qué carrizo resuelve para alimentar a sus hijos. Basta con ir a la feria de La Asunción y ver el mujerero que está haciendo de todo: tortas, licores, bisutería, dibujos. Las mujeres de aquí somos grandes tercas por naturaleza y ahora con los años aprecio eso como un valor. Sin ir muy lejos, mi mamá. Cuando estábamos haciendo su guía, se nos metió en la cabeza que en la portada tenía que salir con una manta guajira, en el hito 1, con la bandera izada y ondeando. En el camino se nos espichó un caucho, llegamos y la bandera no estaba izada, les rogamos a los guardias que la subieran, el viento no soplaba… Y se logró, con todo en contra. Dos de viaje es otra muestra de esa terquedad. En este momento, ¿cómo vas a viajar, quién te va a ayudar, quién va a pagar un programa de televisión? Y aun así lo estamos haciendo: son 13 capítulos que muestran a gente inspiradora que le está echando un cerro. Nuestro aporte en este momento es de autoestima. Tenemos que saber por qué estamos luchando.
Aventuras de papel
“Un día estaba en una feria del libro y María Francisca Mayobre, de Ekaré, se me acercó para preguntarme que cuándo iba a escribir un cuento para ellos (¿quién, yo? ¿En serio? ¡Ya mismo!)”, cuenta Arianna Arteaga. “Fue superhalagador porque yo crecí leyendo libros de Ekaré y con esto entendí el cuidado que le ponen a cada cuento. También fue bellísimo ver el universo que Stefano Di Cristofaro, el ilustrador, le dio a lo que escribí. Guachipira va de viaje se trata de una pajarita que empieza a viajar por Venezuela y va recogiendo flores para ayudar a su familia. Nunca me imaginé que se iba a convertir en una herramienta de arraigo para que los papás que viven afuera les enseñaran a sus hijos cómo es Venezuela. Ver videos de esos niñitos recitándolo de memoria o que cuando voy a presentarlo en otro país me digan “¡Hola Guachipiraaaa!’ ha sido mágico”.
“La mayor fortaleza de mi mamá es su infinita ética de trabajo. Es muy recta en lo que ella siente que está bien o mal en su oficio y nadie la saca de ahí”
“Lo que más admiro de Arianna es su sensibilidad artística para presentar un espacio. Es como si la naturaleza le dijera cómo quiere ser mostrada”