Existen intérpretes que intervienen en el cine y otros que forman parte de la identidad de la propia noción de cine. Este es el caso de Verónica Forqué, un nombre convertido en leyenda que entronca con lo más consustancial del cine español.
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Predestinada a la interpretación
Verónica Forqué nació en Madrid el 1 de diciembre de 1955, hija del mítico director y guionista José María Forqué y la actriz y dramaturga Carmen Vázquez-Vigo. Desde temprana edad estuvo inmersa en el mundo de la interpretación, lo que le llevó a estudiar Arte Dramático y a iniciar sus estudios de psicología.
A pesar del recelo de José María Forqué a que su hija se convirtiera en actriz, la determinación de Verónica Forqué le hizo ver que, lejos de un capricho, su vocación trascendía la propia relación de su familia con el teatro y el cine.
Así, su primera participación como actriz la realizó con apenas diecisiete años en Mi querida señorita (1972) de Jaime de Armiñán, a pesar de que ni siquiera figuró acreditada. Tras ella, encadenaría una serie de producciones de su padre como Una pareja… distinta (1974), aunque los papeles con mayor texto e importancia llegarían con Madrid, Costa Fleming y El segundo poder (ambas de 1976). Apasionada por las tablas, simultaneó la actuación cinematográfica con el teatro, interviniendo en la obra Divinas palabras (1975) de Ramón María del Valle-Inclán o El zoo de cristal de Tennesse Williams (1978).
Los años 80
Tras sus primeros pasos en el teatro y en el cine en la década de los setenta, con los ochenta llegó el momento en el que Verónica Forqué se erigiría en un nombre imprescindible de la interpretación española. Convertida en auténtico imán para la taquilla, enseguida fue requerida por los directores de comedia más prestigiosos de nuestro país.
El 1980, el director Carlos Saura y el propio Stanley Kubrick la eligieron para doblar a Shelley Duvall en su icónica cinta El resplandor, en la que el cineasta español dirigía el equipo de doblaje.
Tras trabajar nuevamente con su padre en El canto de la cigarra (1980), llegaría el punto de inflexión en su carrera en 1984, cuando un joven Pedro Almodóvar le solicitó su participación en¿Qué he hecho yo para merecer esto?, una cinta que catapultaría a Forqué y a Carmen Maura como referentes del cine español, y que le daría a Forqué su primer premio como actriz, el Premio de la crítica de Nueva York.
Tras este título, Almodóvar volvería a contar con Forqué en títulos como Matador (1986), aunque sería otro director oscarizado, Fernando Trueba, quien le daría ocasión de recibir su primer Goya a mejor actriz de reparto por su papel en El año de las luces (1986). En los ochenta, se consolidaría su prestigio como actriz cómica, apareciendo en varias películas de Fernando Colomo, como Bajarse al moro, y obteniendo su primer Goya a mejor actriz protagonista por La vida alegre (1987). A la vez, su participación en un título emblemático de Luis García Berlanga como Moros y cristianos (1987) le proporcionó su segundo premio Goya a mejor actriz de reparto, siendo la primera intérprete del cine español en obtener dos galardones de la Academia de Cine en la misma ceremonia.
La década de los noventa sembró la carrera de Forqué de proyectos cinematográficos y televisivos. En 1993, llegaría su cuarto Goya por Kika, de nuevo bajo las órdenes de Pedro Almodóvar, a la que seguirían cintas de Mario Camus, Manuel Gómez Pereira, Fernando Fernán Gómez, Joaquín Oristrell y Manuel Iborra.
La pequeña pantalla y el escenario
En televisión, destacó sobre todo en Eva y Adán, agencia matrimonial y en Pepa y Pepe (1995), uno de los papeles con los que alcanzó mayor prestigio. A comienzos del siglo XXI, llegaría el tiempo de El club de la comedia, Hospital central y La que se avecina (2014-2015), uno de los papeles por los que obtuvo mayor reconocimiento popular.
Entretanto, sin cesar su carrera cinematográfica y llegando a filmar trece películas en el nuevo siglo, compaginó la actuación sobre las tablas con la dirección teatral, llegando a poner en escena las producciones La tentación vive arriba (2000), Adulterios (2008) y Españolas, Franco ha muerto (2020).
Admiradora de Robert Altman, Verónica Forqué obtuvo una veintena de galardones y premios, amén del reconocimiento profesional y el aprecio público.
Esta semana despedimos a la actriz que conoció en primer plano la ambivalencia de este oficio, llegando a señalar en el programa Días de Cine de enero de 2021: “Este oficio tiene dos caras, el aprendizaje y conocimiento de uno mismo, por un lado, y el camino de la vanidad, del ego y de la fama, por otro. Este camino es una burbuja enorme que crea mucha soledad y mucho vacío”.
Una actriz inolvidable, en definitiva, cuya inteligencia y talento dignificaron cada película e hicieron grande su oficio de actriz: “Sigo con la misma ilusión que antes, pero ahora sin miedo, porque ya no tengo nada que perder ni nada demostrar”.
Fue querida por el público porque supo interpretar, con gracejo y honestidad, el sentir popular de una España que deseaba salir a toda prisa de la tristeza. Verónica Forqué representaba, paradójicamente, la exaltación de la vida.
Lucía Tello Díaz, Doctora. Coordinadora del Grado en Comunicación de la Universidad Internacional de La Rioja, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.