Desde hace tres años, Ignacio Alvarado, ingeniero egresado de la Universidad Simón Bolívar y librero, comenzó la materialización de un sueño en un quinta en San Román. En 2012 sucedió lo inevitable: los crecientes problemas para importar y vender libros hicieron que cerrará su gran proyecto, Libroria, una librería de dos pisos que abrió en 2004 entre las calles París y Nueva York de Las Mercedes. Entre libros nuevos y usados, era un espacio de encuentro para el lector caraqueño. Fue una de las primeras librerías de la ciudad en cerrar, pero, aunque su espacio físico ya no existe, la venta migró a lo digital, donde se mantiene hasta ahora. Comenzó con unos 5.000 libros y ahora tiene una colección de 80.000. Son estos los que le dan forma a su nuevo proyecto: el Museo del Libro Venezolano.
Apenas se entra a la quinta se ven los primeros pasos del proyecto. El logo, realizado por Waleska Belisario, formada en el taller del diseñador gráfico Gerd Leufert junto con otros diseñadores como Santiago Pol, le da la bienvenida al visitante. Allí mismo reposan, tras un vidrio, un facsimilar de Calendario manual y guía universal de forasteros en Venezuela para el año 1810, el primer libro impreso en el país del que se conservan pruebas. En la esquina un código QR invita a leer una reseña ampliada sobre la historia de este libro, desde qué se trataba hasta dónde se vendió y cuánto costaba en su tiempo. Así, muestra la experiencia que quiere ofrecer en este espacio que aún está en remodelación. Su inauguración la prevé para mediados de 2023.
“Es el rescate de lo más importante del sector del libro y de la cultura”, apunta Alvarado, de 61 años de edad. “Yo quiero decirle a las personas interesadas en Derecho, por ejemplo, cuáles fueron los libros de Derecho importantes en Venezuela. Sobre cualquier tema. La idea es saber la historia detrás de un libro que haya sido notable. Es placentero enterarse de su existencia, así no lo tenga yo. Por eso la parte virtual del museo será fundamental: si hay un libro importante y yo no lo tengo, yo lo voy a mencionar en la parte virtual y decirte: Mira, existió este libro”, agrega.
Para cumplir su nueva misión echa mano de una colección personal de 80.000 libros, entre nuevos y usados, muchos de ellos que quedaron del cierre de Libroria, y que mantiene en una amplia habitación con decenas de estantes del piso al techo. Siempre está buscando libros de interés, forma parte de su cotidianidad. “Siempre me llaman para ofrecerme bibliotecas de personas que se van del país o que murieron. Estoy todo el tiempo buscando y trayendo libros”, dice. Y, de hecho, una distribuidora le llamó durante el recorrido para ofrecerle algunos ejemplares.
Entre los libros más preciados de la colección mostró una primera edición de Doña Barbara de Rómulo Gallegos, editada por el sello Araluce. “Esta es la joya de la corona. Es una novela que marcó época; es muy valiosa. Es una de las más importantes del país y debo hacer énfasis en eso. Por eso tengo varias ediciones de esta novela”, explica.
Su motivación surge de algo tan simple como la curiosidad y la necesidad de que las personas conozcan el valor de los libros, de ciertos ejemplares que no encontraban un lugar donde ser mostrados. “Hoy en día hay museo de todo: de arte, de carros, de ropa, pero no hay un museo del libro. Siempre he estado apartando libros que no quiero vender y pensé que sería bueno hacerlo (…) Lo bonito, en el fondo, lo que se quiere es reconciliarse con los venezolanos. Cuando te enteras de que hay venezolanos valiosos en todas las épocas, se te sube un poquito el ánimo”.
Aún así, no es un proyecto común. Internacionalmente existen pocas referencias de instituciones dedicadas a la historia del libro. En Nueva York funciona The Morgan Library &Museum, un museo-biblioteca que resguarda la biblioteca personal del financista, coleccionista y benefactor cultural J. Pierpont Morgan, que incluye libros raros, manuscritos y primeras ediciones, así como textos en papiros, un material utilizado por los egipcios.
Hace hincapié: el Museo del Libro Venezolano no es una biblioteca ni tampoco una librería. Los libros no van a poder ser consultados. Se trata de recorrer la historia de publicaciones y por qué es importante ese libro en específico. “Este museo está haciendo lo mismo que hace la Biblioteca Nacional, que resguarda los libros venezolanos. En ese sentido somos una biblioteca más. Pero cuando piensas en biblioteca piensas en un sitio de consulta, pero no voy a llegar a eso. Yo seré una mini biblioteca nacional privada”, indica.
La dinámica estará basada en exposiciones sobre temas específicos. “Por ejemplo, ¿cuáles libros de cocina han sido importantes en la historia de Venezuela. El gran bestseller de libros venezolanos, el que más conoce la gente, es Mi cocina de Armando Scannone. Todo el mundo lo tiene. Yo me pregunto, ¿hubo antes de Scannone un libro de cocina tan popular? Tú no lo sabes, yo tampoco, pero el museo debe saberlo”.
Por ahora lo ve organizado en cinco departamentos, que se traducirán en cinco salas: Obras principales (libros de autores que se consideran fundamentales para la comprensión de la nación); Editoriales e Imprentas (editoriales que han funcionado en el país desde la llegada de la imprenta); Hemeroteca (colección de diarios, revistas y periódicos impresos en Venezuela con especial atención las publicaciones anteriores a la segunda mitad del siglo XX, época de independencia y ediciones limitadas) y Libros Raros y Obras Monumentales (libros que se consideren poco comunes bien sea por escritor, materiales con los que se hizo, edición limitada, imprenta o editorial, tamaño u otra característica que haga que resalte).
Además de estas cuatro, habrá un último departamento dedicado al Siglo XXI. Busca responder qué pasó con el sector del libro del año 2000 en adelante. “¿Se imprimen más libros? ¿Se imprimen menos? ¿Qué pasó? Es que esto fue una hecatombe. Se cerraron librerías. Lo único que produce el Estado es contenido ideologizado. Se acabó Monteávila y Biblioteca Ayacucho. Se acabaron las ferias de libros. Entonces creo que eso también es importante resaltarlo. Llegamos a un desierto en cuestión de libros”, afirma Alvarado.
En esta aventura lo acompaña la licenciada en Filosofía María Ramírez, con quien comparte la pasión por los libros. Con ella definió las bases y su visión del proyecto. “Nosotros dijimos ‘si queremos tener un museo, pues hay que organizar el museo’, entonces ver qué significa… En ese sentido, un museo es un lugar donde se muestran cosas y se protegen valores. En el caso del libro venezolano, es una historia muy rica, pero muy reciente. Entonces, ¿cómo podemos proteger de alguna forma las cosas que son recientes, pero aun así existe el temor de que puedan desaparecer?”.
Continua: “Pensamos que no es solo mostrar, es crear una inmersión en el concepto del libro. Cuidar los libros y mostrar también aquellos que han desaparecido. Por ejemplo, El bien general es un libro sobre plantas mágicas, de mediados del siglo XIX. No hemos encontrado ningún ejemplar, pero pensamos que debe estar porque es curioso y representó algo en ese momento. Lo que hicimos fue crear una reseña, señalar que este libro existió, que tenía este contenido y ponemos algunas referencias. Si en algún momento conseguimos el libro, buenísimo, si no, conservamos su recuerdo”.
Tanto Alvarado como Ramírez comparten un sentido de reconciliación que confluye en el Museo del Libro Venezolano: “[Es necesario] porque nuestro país está muy roto o tiene la idea de que lo está. La forma de volver a unificarnos, a comprendernos, a planear y hacer cosas pasa por un proceso de comprensión histórica y esa comprensión está en los libros. En los libros está la memoria, lo que somos, lo que defendemos, lo que hemos amado y odiado”.
Actualmente no tienen la capacidad para restaurar libros antiguos, es decir, retirar hongos y encuadernar, pero no descartan que puedan hacerlo en un futuro. Se encuentran pidiendo y recibiendo ayuda de cualquier tipo “desde curadores, hasta personas que me den tips o información de libros valiosos. Si los tienen y me los quieren donar, muchísimo mejor. Pero con que me digan que tal título les parece valioso para la colección del museo, ya con eso me doy por satisfecho”.
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