Apóyanos

Tres poemas de Sergio C. Fanjul

Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980), astrofísico, escritor, periodista. Autor de “Genio de extrarradio” (2012, cuentos) y de los poemarios: “Otros demonios” (2008), “La Crisis. Econopoemas” (2013), “Inventario de invertebrados” (2015) y “Pertinaz freelance” (2016, accésit del Premio Jaime Gil de Biedma). Aquí, textos de este último libro, editado por Visor 

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Romance del freelance y la acacia

Obsesionado por la finitud,
a mitad de la jornada laboral
–por llamarla de alguna manera–
el freelance se asoma al balcón
y charla con la acacia.

A veces, cuando la agita el viento,
la acacia parece que está viva,
–porque lo está– y que le hace
señales al freelance, cimbreando las ramas,
para que huya, para que huya
de cualquier cosa hacia cualquier otro lugar.

La acacia, arquitectura en rama,
está viva desde hace mucho tiempo,
mucho tiempo más que el freelance.
Pero la acacia vieja, valiente hija de acacia,
siempre conserva el silencio. Quizás
se comunica mediante algún tipo
de extraña onda vegetal que el freelance
no es capaz de percibir. Los freelance
no tienen antenas, todavía, y las acacias
guardan todos los secretos de la ciencia.

La acacia sabe de lo eterno y de lo inmóvil,
de la fotosíntesis; el freelance teme a la muerte
y no se puede estar quieto, surfea grácilmente
el mercado laboral tratando de no descalabrarse,
consume sin cesar carbohidratos y grasas saturadas.

                                            Pero quizás la acacia esté loca.

Por las noches, cuando tiene pesadillas,
el freelance sueña que la acacia,
con sus miles de ramas retorcidas
en una geometría fractal, sube a pulso las persianas,
y abre las puertas del balcón
y se estira hasta su cama,
y agarra su cuerpo
y le ahoga sin piedad.

Los días que tiene dulces sueños,
el freelance sueña que la acacia le arrulla,
le coloca bien la manta y le acaricia las mejillas.

En cualquier caso, al despertar cada mañana,
sale al balcón y ve a la acacia ahí delante,
tan quieta, y aunque sea primavera
y esté cubierta de explosiones
de hojas verdes reflejando el sol,
le da la impresión de que la acacia
está muerta.

Y entonces no sabe si aquello le deja más tranquilo
o le provoca una tristeza humana,
espesa y abismal.

Aún legañoso y despeinado
mira a la acacia, ahí delante,
tan quieta y tan acacia,
tan callada,
y piensa:
                   esta es mi casa.

**

Tú me haces decir wow!

Quiero crear hipervínculos contigo,
quiero caramelizar el teriyaki;
vivir es inevitablemente tocar
en la orquesta del Titanic: mira,
a nuestros amigos les van saliendo ya
tumores, hijos, nuevos curros temporales.
Estamos definitivamente adultos.

Nosotros somos emprendedores,
de esos que emprenden la siesta,
entre las sábanas freelance de la tarde
aguantamos el envite de las tempestades,
de las recesiones, de las corruptelas
que suceden en el flanco exterior de las persianas.

Nos arrojan a un cosmos errabundo donde
predomina el misterio del vacío, pero
nada importa, te digo, ya solo tengo mimos,
                     –este es nuestro ánimo rebelde.

Pasará el tiempo y seguirás siendo
la cosa más asombrosa sobre la faz
de la Tierra a pesar de tus múltiples
adicciones cotidianas
                          –tú me haces decir wow! a todas horas–

Y pasarán los años, y llegará la muerte,
y apagará el router y el mundo será
un teatro monstruoso.

Pero yo
quiero crear hipervínculos contigo,
quiero caramelizar el teriyaki,
quiero que nos entierren juntos
aunque uno de los dos aún no
haya muerto.

**

El galope cardiovascular rompe la noche cerrada

A las 3.43 de la madrugada mi corazón quería abandonar mi pecho más de ciento cincuenta veces por minuto. Me refiero a mi corazón, oh mi corazón no metafórico, víscera viscosa atravesada de cables viejos. Mi víscera viscosa, mi ingrata pieza de casquería, nunca deja de patalear, nunca deja, nunca deja, nunca deja de patalear, nunca me arroja a la muerte que es inmóvil y está fría. Yo quiero a este animal desbocado aunque siempre me esté recordando a patadas lo imposible, lo cerca que estamos a cada segundo, o a cada no segundo, de no estar en ninguna parte.

He pensado en ponerle un nombre a mi corazón, porque le siento ajeno a mis propósitos e indiferente como un extraño, como si me mirase mal, como si solo hubiese aceptado tomar un café conmigo por pura cortesía. Y si mi puto corazón tuviera nombre, y me refiero aquí a un corazón de carne roja e impulso eléctrico, y me refiero aquí a esa cosa que tienen las vacas y venden los carniceros, si mi corazón tuviera nombre, digo, tal vez pudiéramos ser amigos y le cogería en mi regazo y le acariciaría el pelo y me mancharía las manos de sangre y le diría estate tranquilo por favor, pero estate, está-te-conmigo.

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Pertinaz freelance

Sergio C. Fanjul

Visor Libros

España, 2016

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