Apóyanos

Tres poemas de Álex Portero

Álex Portero (Madrid, 1978), pionera del transfeminismo en la literatura española. Estudiosa de historia antigua y medieval, filología románica y mitología. Ha publicado “Música silenciosa” (2008, novela) y los poemarios “Fantasmas” (2010) e “Irredento” (2011). Aquí, tres poemas de “La habitación de las ahogadas” (2017)

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

De todas las hermanas tuve que escoger a Ofelia para aprender de ella el secreto del desasosiego. Ahogada y tan azul, con los párpados abiertos y la respiración entregada al musgo, me habla desde sus estancias acuáticas, domadora de azares y amante de la blandura, me besa en las pupilas antes de desollarme la espalda con su látigo helado, antes de transmitirme la paciencia de las algas, antes de mostrarme la coreografía sublime de las posidonias.

Su canción es un galimatías para los príncipes y ha de ser escuchada sin esperanza para aprenderla. Es la declaración de amor a las mujeres que enloquecerán a los pies de un golem con coraza, un canto de sirena que hace sangrar los oídos del héroe, un susurro que se trenza en los cabellos de las desposeídas, la palabra sagrada que protege los muros del palacio de Circe.

De todas las hermanas tuve que escoger a Ofelia para descifrar mis sueños y sincronizarlos con las rutinas celestiales del zodiaco. Virgo es la doncella muda bajo el agua, un espíritu de tierra arrastrado por la corriente hasta valles solitarios, donde se deposita y muere.

Quiero sentarme frente a frente, contigo, hermana, en la espesura, entenderlo todo simplemente mirándote a la cara, esperar la consunción con una sonrisa sardónica, convertirme en arquitectura calcificada delante de ti, sin llegar a tocarte, sin atreverme a tocarte.

De todas las mujeres elegí parecerme a ti, princesa ahogada, heredar tu verbo mutilado y tu gesto errático, elegí defender la causa de las mentes circulares que se pierden por las veredas y no entienden las señales de los psicopompos. Elegí crecer como la hiedra, sin una pauta clara, desbordando los mapas de la desolación, elegí seguir adelante olvidando las raíces, confundiendo principio y final, al capricho de la lluvia y la sombra, lejos de la tiranía del sol y sus espejismos, elegí la senda dulzona del barro, elegí borrar mis huellas.

**

Mi madre fue a parirme entre zarzas para que las dos sangráramos, ni los depredadores quisieron verlo, ella y yo, desnudas, recorriendo juntas el pasaje de la punzada, sincronizando el llanto de todas las mujeres en una tonalidad roja, desdeñando la piedad y reclamando nuestro legítimo lugar en la tormenta.

Qué temblor le debemos al mundo, qué ceremonia apaciguará la brutalidad de sus mandíbulas, cuántos mechones hemos de arrancarnos en los funerales para satisfacer al gran lobo.
Que todo el dolor de mis antepasadas sirva para reordenar mi carne, que toda la furia apagada de las muertas guíe la hoja que debe seccionarme y transformarme en acto.
Que no terminen nunca las Lupercales.
Todo lo que acometo emparenta de algún modo con el desplazamiento, todo lo que me espera pasa por la renuncia y la teatralidad. Ven, consorte, acude a la llamada de esta mordedora de manzanas o que la ceguera cumpla su promesa. Ven, diabólica, palpa cuidadosamente mis pliegues y traza una cartografía exacta de mi decadencia.
Ven, amor mío, a rugir como los escorpiones que caminan por la superficie del sol cuando tienen hambre.

Mi madre fue a parirme entre zarzas para labrarme en la piel la palabra fiera y alimentar con la mezcla de nuestras sangres piras de dignidad y memoria. Cada equinoccio pronuncio los misterios tal y como debe hacerse, nunca me abandonan las serpientes, cada solsticio aspiro el humo de las raíces y escucho el crujido de la piel seca de la sibila.
Ya no temo ceder mis despojos al coro de lombrices, comprendido el mecanismo del renacimiento, dejo que engorden y horaden la tierra en la que vine al mundo, porque en la región fantasma de mi voluntad conservo las voces de todas ellas, mis matronas, puedo desandar el camino de la víctima cuando quiera, las desheredadas me guían, nada me falta.

**

Recuerdo la hora torcida de mi vida
en la que planteé las preguntas exactas,
hora en la que empezó a pudrirse mi carne
y a llenarse de orgullo el sonriente impostor
que sirve las mesas
y llena los cuencos de trigo los días de fiesta.

He olvidado el tacto de las mejillas de Artemisa,
he olvidado la forma concreta del cuello florido de Atis,
he olvidado que tuve la piel blanca.
En mi diario solo queda un insistente
olor a madera y a óxido,
también a leche agria y a hoja de tabaco,
también a sangre infantil,
también a baba.

Aquella hora torcida
en la que abandonar a mi gemela de oro en el sótano
parecía una salida definitiva.
La misma hora
en que los grillos renunciaron a mis noches
y empezaron a cantarme al oído las urracas.

He olvidado, también,
los bordes de mis clavículas frente al espejo,
en aquella hora torcida
bajo la indolente luz de las bombillas
toda yo me transformé en espalda.

He bailado un paso a dos con la bestia;
lo que llamo identidad es una figura
armada con los restos podridos del banquete,
un espantajo de carne, hueso y agua,
mucha agua,
que se mueve con gracia de espantapájaros y anda.

En la hora torcida de mi vida
comencé a escribir este poema,
con el penúltimo aliento de una superviviente
a la que conozco desde que nací,
sirva como último arañazo sobre la carne
colgante del destino,
como asidero para alcanzar la superficie
y gritar al miserable dios del tiempo:
hijo de perra, sigo aquí.

______________________________________________________________________

La habitación de las ahogadas

Álex Portero

Harpo Libros, 2017

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional