Leo la prensa y entre cada titular destaca el asesinato de un universitario a sangre fría, por cinco mil bolívares que poco compran el día de hoy. Se presume que su victimario es un joven igual que él, a quien el sistema educativo le ha fallado, pues de ser eficiente y permanecer en un aula, la violencia no lo hubiese reclutado. También le ha fallado la Lopna que tanto se empeñó en promover Hugo Chávez, pues el novel asesino acaba de llegar a la capital escapando del hambre y las miserias del interior y cae en manos de un tío que pone un techo sobre su cabeza a cambio de favores sexuales.
Del mismo modo en que Newton afirmaba que no se puede tocar sin ser tocado, tampoco se puede ser victimario sin antes ser víctima. Así, de la crónica roja y los últimos sucesos, se erige el Chamaco del dramaturgo cubano Abel González Melo dirigido en esta oportunidad por Mario Crespo.
“El arte no resuelve problemas pero tiene el deber de abofetearte para que no olvides que están ahí”, comenta el cineasta cuando pregunto por la reacción del público asistente. Llevar a escena Chamaco en estos momentos es un reto positivo porque se trata del trabajo actoral de un equipo absolutamente entregado y comprometido con el mensaje que plantea Abel (González Melo): un elenco de primera conformado por Antonio Delli, Gerardo Soto, Caridad Canelón, Greisy Mena, Julián Izquierdo, Raoul Gutiérrez, Christopher Hernández y Gonzalo Velutini, quien acompaña a Samuel Hurtado en la producción general. Vladimir Sánchez entrega un diseño de espectáculo impecable que es musicalizado por Leonardo Maldonado. Se trata, entonces, de un equipo que ha trabajado incansablemente para entregar un trabajo íntegro y de calidad, sobreponiéndose a las dificultades que esta situación nos plantea.
―Existe un público que se rehúsa a ver piezas como Chamaco por la crudeza de sus mensajes. ¿Qué podría decirle a esas personas?
“Me hace gracia que las cosas que no los estremecen en los noticieros les molestan y les irritan. Y de eso no es solo víctima el teatro, también el cine y las artes plásticas. A las artes se les exigen cosas que no se les exigen a la política. El arte no resuelve problemas, pero tiene el deber de cachetearte para que sepas que están ahí.
Como artista defenderé siempre la versatilidad del arte para entregar un mensaje, sea en forma de comedia, de performance, de musical, y ¿por qué no? un fashion show. Pero también debe existir el espectáculo que de manera artística maneje la belleza y someta al público sin la crudeza de una noticia. El arte en el que yo creo, estremece”.
―Esto ocurre, en parte, porque muchas veces la cultura se vende como entretenimiento.
“Para solucionar eso hace falta que los creadores teatrales se apoyen mutuamente. Eso y que los medios no sean complacientes. Es necesario que existan críticos bien pagados y que en la página de los medios aparezcan críticas razonadas sobre el trabajo de esos actores, de esos iluminadores. Hasta el momento no he escuchado un solo comentario ni bueno ni malo sobre las luces, o la musicalización. Pregunto yo entonces: ¿dónde están los críticos? No a todos quienes estudian teatro o cine les interesa ser directores o actores, les interesa estar en las butacas analizando. El país ganará más cuando los periódicos dediquen a la crítica de arte el mismo centimetraje que le dedican al cotilleo y al deporte. La involución y el cotilleo son populares no porque vendan, son populares porque la masa fue acostumbrada a eso”.
―También hay un público que piensa que ir al teatro es señal de ambivalencia moral, de indolencia ante lo que ocurre en las calles.
“Hay tres elementos básicos: el primero, el primordial, muchas personas por cuestión de conciencia dicen ‘no salgo’. Aunque sabemos que existió un sector de la población que en plena crisis del 2002 no dejó de ir a restaurantes o a la peluquería. A ese grupo de conciencia se le une el grupo que sencillamente no tiene cómo costear dos entradas para ir con su pareja al teatro. La inflación hace que antepongas tus necesidades básicas, pagar el alquiler, comer, vestirte, al acto cultural. Aquí se incluye la juventud, que después de pagar una matrícula universitaria y resolver las comidas de cada día no tiene cómo costearse un ticket de teatro.
El tercer elemento es, por supuesto, la inseguridad. Si tienes una función que comienza a las 7:30 y termina a las 9:00 pm, o empieza a las 8:00 y termina a las 9:30 pm, casi las 10:00, a esa hora salir del teatro inhibe muchas voluntades. Son tres factores que no afectan solo al teatro sino a toda la actividad cultural del país”.
―Denuncia tres problemas –inflación, inseguridad, crisis ética– que están presentes en Chamaco.
“Fíjate que ambos queremos hablar de teatro y terminamos conversando sobre economía y política porque esa es la causa de todo lo que estamos viviendo: vivimos en un país profundamente trastocado y esos problemas se cuelan en la vida social, causando graves estragos en ella.
En el fondo es netamente económico: un joven travesti que se entrega a un policía para sentirse seguro, un muchacho que no tiene dinero para hacer su vida normal, el otro debe prostituirse y aguantar el acoso de un tío que a cambio de techo le exige favores sexuales, una cirujana que debe robar pastillas de droga para revenderlas. Es una muestra a pequeña escala de una sociedad que comienza a enfermarse, en la que todos comienzan a ser cómplices. Chamaco habla del país sin siquiera mencionarlo”.
―También coloca en primer plano problemas sociales que no se debaten con frecuencia, como los derechos de la comunidad LGBTQ.
“Hice alguna vez un unitario para televisión en el que un cuerpo policial abusaba de un grupo de transgéneros. El maltrato hacia ese sector de la cultura de la ciudad era, es terrible. En Chamaco decidimos que el transexual que aparece –La Paco, a cargo de Christopher Hernández– es el único elemento de color que resalta. Todos se visten en escala de grises y negros. Es un personaje puro, que no tiene nada que esconder: es amante de un policía porque lo hace sentir protegido. Y su vestuario contrasta con la escala de grises y negros en el vestuario del resto del elenco a modo de homenaje a ese sector que es marginado, ignorado, que sufre silenciosamente en su propia casa”.
La juventud en crisis
―¿Qué representa la juventud en Chamaco?
“El día de su estreno, dediqué la pieza a los jóvenes que se meten las manos en los bolsillos y solo se tocan los muslos. Al joven que no tiene con qué formarse, al joven que dejó las aulas para trabajar, o que fue alcanzado por la violencia. Yo siempre me pregunto por qué razón un joven no puede ir y ver una pieza teatral, por qué un muchacho que esté estudiando Comunicación Social o Artes y quiere llegar a convertirse en crítico no tiene acceso a los cines de ensayo, no tiene acceso a las salas de ensayo. ¿Cómo se va a formar ese muchacho? ¿Viendo pinacotecas, enterándose de las cosas a través de las redes?”
―Influye el hecho de que en Venezuela no existen programas que atiendan la rama del periodismo cultural.
“No existe tal cosa, del mismo modo que no existen subsidios para la cultura, cosa que en otros países sí ocurre y es la principal característica de las economías prósperas. En España por ejemplo los museos son caros, pero si usted llega con su carnet de estudiante o de investigador se le rebaja una parte importante del costo de la entrada. Y el país gana, el gobierno gana cuando logra fomentar políticas como esa. Hace dos años tuve acceso a datos económicos del gobierno estadounidense, y resulta ser que el 2,5% del PIB proviene exclusivamente del pago a los derechos de autor. El respeto a las políticas públicas, el respeto a la propiedad intelectual es signo inequívoco de las culturas avanzadas. Lo contrario es signo de atraso: a las pruebas me remito”.
―Existen sin embargo alcaldes que califican medidas como las que usted propone como actos de demagogia.
“Ahí empieza el vicio: claro que hay que eliminar los impuestos a las artes. Está muy bien que como ciudadanos sepamos, entendamos cuál es nuestra responsabilidad con el país, pero es importante que los creadores de políticas públicas no se escuden detrás de la excusa de la demagogia. Demagógico es que se construya un puente o una plaza y la empapelen con la foto del gobernante sin importar que estén vestidos de rojo, de azul o de blanco. Yo no tengo ninguna vergüenza en ir a pedir dinero a políticos para realizar mis proyectos porque el dinero que ellos manejan no es propio, es de la nación y sale de nuestros impuestos. Y debe haber una partida fija para eso.
Entonces hay que preguntarse varias cosas: ¿por qué no hay enseñanza masiva de artes en las escuelas? ¿Por qué el ballet y la ópera no llegan a las escuelas y captan nuevos talentos? ¿Por qué el gobierno no apoya estas iniciativas? ¿Para qué está el gobierno si no es para eso? Fíjate que seguimos hablando de Chamaco indirectamente porque es una pieza que no hace sino reflejar un estado de cosas que nos ha sumido en la indefensión”.
―¿Puede decirse que la juventud en Chamaco se traduce en desesperación?
“Miguel, el otro personaje que es totalmente puro, es un joven frustrado que no quería llegar a su casa y simplemente no llegó nunca. Atormentado por la pobreza, la falta de trabajo, la ausencia de guía, la confusión que le produce la vida oculta de su padre. Abel nos entrega una obra desde el melodrama, desde el sentimiento donde subyace muy en el fondo una terrible necesidad de amar y ser amado”.
En palabras de quien realiza esta entrevista, en el país de Chamaco la sociedad es cómplice y al mismo tiempo víctima de una serie de elementos en caos que se filtran y pudren en la psique de sus habitantes. Mario Crespo, como buen director, señala que en ella ningún personaje juzga al otro, ni siquiera Miguel juzga a su padre cuando lo confronta.
No es fácil la relación entre el padre y el hijo, sea el contexto una familia disfuncional o un estado paternalista y el pueblo que ya no responde a sus mimos. En ambos casos, es sabio y profundamente humano que el hijo termine por rebelarse. Y el resultado de esta rebelión puede derivar en una revolución cuyas consecuencias sean trágicas y, por ende, irreversibles.