Por Janina Pérez Arias
Un apéndice como parte del gran anuncio no logró aplacar del todo la euforia. Si bien Mr. Steven Spielberg se acercaría a Berlín a recoger el Oso de Oro Honorífico otorgado en la edición 73 de la Berlinale, tendría los minutos contados y una apretadísima agenda. Visita de médico, se podría decir, y sinceramente, ¡¿qué más daba?!
En plena campaña del Oscar por la que The Fabelmans, su más reciente película, está nominada en siete categorías, la visita fugaz del papá de E.T le daría luz, color y foco de atención al festival internacional de cine que se celebra en la capital alemana hasta el sábado 25 de este mes.
El «Día Spielberg» se había fijado para este miércoles 21 de febrero. Desde muy temprano muchos fans se acercaron a las inmediaciones de la Plaza Marlene Dietrich, montando campamento para recibir en horas de la tarde al director y productor estadounidense que daría una conferencia de prensa en el Hotel Grand Hyatt. No hay que ocultar un pequeño detalle: la emoción también se apoderó de los periodistas. Al fin y al cabo muchos de nosotros crecimos viendo sus películas y por su culpa nos enamoramos perdidamente del cine; por eso no es de extrañar que casi dos horas antes de la rueda de prensa, se empezara a formar una cola para acceder a la sala de conferencias.
Pasadas las cuatro de la tarde, una ovación recibió al realizador. La primera de muchas que recibiría este día. En la sala de inmediato se levantaron manos semejando un campo de girasoles para acceder al micrófono y así hacer, al menos una pregunta, buena parte de ellas tuvieron como introducción una anécdota personal en relación a algún filme suyo, o un sencillo (pero sincero) agradecimiento por su trabajo.
Steven Spielberg estaba pletórico. Su pelo y barba encanecidos casi por completo contrasta con una jovialidad abrumadora. Tal parece que el secreto de ese hombre de 76 años radica en mantener el corazón de un niño, el mismo que latía cuando a los nueve años se escapó a ver The Searchers (1956), de John Ford.
Evoca aquel día de travesura cinéfila. Sus padres habían desistido de llevarle con ellos al cine la noche anterior porque consideraron muy violenta la película, pero «al día siguiente no paraban de hablar de ese filme delante de mí». No le quedó de otra, se hizo con dos monedas de cuarto de dólar y a escondidas se saltó la prohibición.
La fascinación y amor hacia el cine los mantiene intactos. Que tienes que jugar, divertirte, saborear el oficio de hacer películas, dice con un entusiasmo contagioso, sostuvo; y en eso de dar consejos, entre todos los que podría ofrecer se decanta por advertir que lo importante son las historias. El también prolífico director alabó el trabajo de colegas, de los de antaño, como los de ahora, citando el nombre de los Daniels (Dan Kwan y Daniel Schneinert, los artífices de Everything, Everywhere All at Once), así como de su larga complicidad con el director de fotografía Janusz Kaminsky.
Con cada respuesta Spielberg mantenía la atención, encadenando increíbles anécdotas como que gracias a Francois Truffaut («un hombre bastante difícil») hizo E.T, ya que le hizo ver su habilidad y entrega en el trabajo con los niños, o revelaciones tales como que equipara el surgimiento de la idea de una película con la la felicidad experimentada con el nacimiento de sus hijos. Definitivamente, este hombre no nos deja de sorprender.
Para calentar los motores y encender los ánimos, antes de la llegada de Spielberg, en diferentes cines de la capital alemana se estuvo proyectando una selección de sus filmes, como su primer largometraje Duel (1972), así como Tiburón (1975), Indiana Jones y los cazadores del arca perdida (1981), E.T., el extraterrestre (1982), La lista de Schindler (1993), Múnich (2005) y Puente de espías (2015). La proyección de The Fabelmans en la Berlinale Palast la noche de la gala, completa el homenaje a uno de los directores más significativos de los últimos tiempos.
El relato de su niñez y juventud, y por ende de su familia, protagonizado por Michelle Williams, Paul Dano, Gabriel LaBelle, le está dando muchas alegrías al realizador. The Fabelmans es una historia hermosa y emotiva, la más personal de este director. Y pensar que durante mucho tiempo le estuvo dando largas, quizás con cierto temor, hasta que llegó la pandemia. Cuenta que encerrado en casa con su esposa, sus hijos, nietos y perros, empezó a pensar en la mortalidad y en que inevitablemente se estaba haciendo viejo. Aparte de activar sus temores, la pandemia también le proporcionó tiempo para respirar.
«Me planteé entonces la siguiente pregunta: si hay una película que aún no he hecho y no me queda el tiempo suficiente, ¿cuál sería?», da pruebas de su gran capacidad de cuentacuentos. La respuesta era evidente, ya había llegado la hora de relatar su historia. Cuenta riendo que poco antes de morir su madre le dijo que su familia le había proporcionado suficiente material, que cuándo iba a hacer algo con todo eso. Si ella supiera…
«Me armé de valor para rodar The Fabelmans«, sentencia, y hasta en esta difícil decisión, no le falló su preciado sentido del timing.
En The Fabelmans, Michelle Williams interpreta a su madre, un ser luminoso que alimentó su vena artística. Precisamente este día se cumplía el sexto aniversario de fallecida. «Cada día celebró su vida», describe a su mamá y cuenta como ejemplo que las veces que quiso ver las estrellas, «nos metió en el carro y nos fuimos al desierto de Arizona para cumplir así su deseo».
Con la partida de su madre, a la que tres años después le siguió su padre, se generó una especie de antes y después que le llevó a reflexionar mucho sobre su vida, pero sobre todo en qué historia podría contar de sí mismo, a pesar de que muchos trozos de él y de su familia están diseminados a lo largo y ancho de su filmografía. Dice que todo alimenta la creación, y que si bien nunca usó el cine como terapia, está consciente de que sin sus traumas no hubiera rodado un par de filmes que terminaron siendo emblemáticos.
Steven a los 100
En la noche berlinesa del «Día Spielberg» se conjugaron los astros: sin amenazas de lluvia y con menos frío. Las condiciones climáticas propiciaron que cientos de personas se aglomeraran a la espera del director estadounidense a las puertas del Berlinale Palast donde se celebraría el homenaje. Armados con DVDs, fotos, camisetas, objetos diversos relacionados con sus filmes, libros, afiches …, con contagioso entusiasmo abrigaban las esperanzas de que pasara Steven para estamparles una firma o hacerse selfies.
Recibido con aplausos, como si estuvieran en un estadio de fútbol, la gente empezó a canturrear Spielberg, Spielberg, Spielberg. Antes de acercarse a sus fans, a los que les dedicó 10 minutos, el realizador se puso una mascarilla, valga la pena recordar que el Covid aún anda revoloteando. Otra ovación se generó cual rugido cuando Steven Spielberg trazó su firma en la panza de un E.T. de plástico.
Con su esposa Kate Capshaw a su lado, y con muchos minutos de retraso (¡no faltaba más!), al pie de su foto en el interior del Berlinale Palast, exclamaría riendo «¡pero si me parezco a George Lucas!».
Más de mil seiscientas personas recibieron de pie y con sonoros aplausos a Steven Spielberg; después de tres minutos de vitoreo, hizo la mímica de que si no paraban se pondría a llorar. La emoción le pudo, salieron las lágrimas.
Bono, el líder de U2, fue el encargado de dar el discurso de premiación. «Steven Spielberg no es de este mundo», dijo. «Es el alma del cine, una figura histórica, un maestro del relato».
Una vez en el escenario, a Spielberg parecía que se le habían acabado las palabras. Tomó una bocanada de aire para dar un discurso que le salió del alma. Se dirigió a Kate, su esposa, que siempre ha estado apoyándolo, y a su familia, como también recordó a todas las personas que han participado en sus películas; porque el cine no se hace solo, es un trabajo en conjunto, dijo.
«Aún tengo los mismos miedos e inseguridades de mis inicios, pero también la alegría, y no hay un lugar donde me sienta mejor que en un set de rodaje», afirmó el homenajeado.
¡Ah!, y que no nos creamos que con un reconocimiento a toda su carrera se va a dormir en los laureles. «Todavía no estoy listo, quiero seguir trabajando, y mientras sienta alegría y diversión hacia lo que hago, allí estaré», sentenció, y al recordar que el director portugués Manoel de Oliveira rodó su última película con 106 años, advirtió que tiene una carga genética similar ya que su padre superó los 100 otoños.
«Me dan miedo los osos, más que los tiburones, pero está bien sentir miedo». Este «Día Spielberg» en la Berlinale no podría tener un mejor final que esa singular confesión.