Pensar hoy la figura de Spider-Man en el cine es convocar a uno de los héroes más taquilleros de la industria. Con ocho filmes protagonizados por él, más tres en los que aparece como invitado, Peter Parker es garantía de miles de dólares en recaudación. Pero la película del arácnido, estrenada en 2002, fue un salto al vacío para una industria que miraba con desconfianza el mundo de los superhéroes, algo que cambió para siempre gracias a este largometraje.
Un proyecto maldito
Spider-Man vio la luz por primera vez en las páginas de Amazing Fantasy número 15, publicado en 1962. A pesar del escepticismo por parte de la editorial, Stan Lee y el dibujante Steve Ditko crearon un personaje muy atractivo, que se convirtió en uno de los títulos más importantes de Marvel. En los años posteriores a su lanzamiento, el arácnido protagonizó varias series animadas y una fallida adaptación en imagen real. En los ochenta, desde la industria del cine notaron el potencial cinematográfico de sus aventuras y pronto comenzó una seguidilla de intentos frustrados por convertir a Peter Parker en el centro de una película millonaria.
Originalmente era Roger Corman el dueño de los derechos para hacer un filme de Spider-Man, pero los perdió luego de un tiempo. De esta manera, en 1985 el estudio Cannon pagó 225 mil dólares para llevar al personaje a la pantalla grande. La trama iba a ser muy distinta a la vista en las historietas, con un estudiante que se convertía literalmente en una araña gigante, dotando al largometraje de un tono más cercano al terror. El equipo pretendido por Cannon incluía a Tobe Hopper (responsable de La masacre de Texas) en la dirección; a Tom Cruise en el rol principal y quería a Lauren Bacall o Katharine Hepburn para interpretar a la tía May. Ese filme (que se parecía más a La mosca de David Cronenberg que al cómic de Marvel) quedó en suspenso cuando en 1987 Superman IV se convirtió en un fracaso de taquilla. Para ese momento, Cannon solo tenía confirmado al director Albert Pyun para el proyecto. Los osados planes del realizador (que luego dirigió una terrible versión del Capitán América) era contar una historia que transcurriera en las cloacas de Nueva York, con el héroe sumergido en una batalla contra el Lagarto, y para amortizar costos también iba a ocuparse de +, que transcurriría en los mismos escenarios. Poco después, el estudio quebró y debió desprenderse de muchas de sus licencias, entre ellas, la de Spider-Man.
A comienzos de los noventa los derechos pasaron a manos de Carolco, productora responsable de hits como Rambo y Terminator 2. El elegido para escribir y dirigir el proyecto fue James Cameron, que en poco tiempo entregó un borrador de cincuenta páginas. Esta vez los villanos elegidos eran Electro y Sandman, en una historia que prometía ser muy oscura, con varias muertes y una escena de amor muy subida de tono entre Peter y Mary Jane, ambos colgando del puente de Brooklyn. Esta adaptación sí prometía ser más cercana a los cómics y la única modificación importante de las sugeridas por Cameron consistía en que las redes del personaje fueran orgánicas, saliendo desde sus muñecas y no a través de un disparador como sucedía en las viñetas.
Muchos medios de la época revelaban cuál era el elenco soñado por Cameron: con Leonardo Di Caprio al frente y con Arnold Schwarzenegger como un potencial Venom. Pero Carolco comenzó a tener serios problemas financieros y una vez más la licencia del arácnido fue puesta en venta.
Así es como llega Sony a escena, que compra los derechos y el guion inicial de Cameron con el objetivo de reelaborarlo y ahora sí, lanzar el filme junto a Columbia Pictures. En este cuarto intento por llevar a Spider-Man al cine, la primera decisión fue la de contratar al guionista David Koepp, que modifica sustancialmente la trama, quitando a Electro y a Sandman y los reemplaza por el Duende Verde y el Doctor Octopus. Era 1999, Spider-Man oficialmente estaba en marcha, pero desde Sony sabían que la clave del triunfo estaba en encontrar al director indicado.
Sam Raimi, el hombre correcto en el lugar ideal
Mientras Koepp avanzaba con el guion, desde Sony empezaron a buscar realizadores, entre los que figuraron Chris Columbus, M. Night Shyamalan, Tony Scott, Roland Emmerich, Ang Lee y Jan de Bont. David Fincher estuvo muy cerca de hacerse cargo, pero su propuesta era no contar el origen del personaje, sino adaptar la noche en la que murió Gwen Stacy, un doloroso momento del héroe en el que ve cómo su novia es asesinada a manos del Duende verde (una saga que llegaría al cine recién en 2014, en El sorprendente Hombre araña 2). Sony consideraba incorrecto ese camino y debido a eso no hubo acuerdo con Fincher.
Sam Raimi era un autor que comprendía a la perfección los mecanismos de los géneros cinematográficos. Nacido y criado en el cine de terror independiente, su ópera prima Evil Dead es pieza de culto y sus dos secuelas lo confirmaban como un creador dueño de una mirada propia. Además era un devorador serial de cómics, con una biblioteca que superaba las 25 mil historietas, y contaba en su filmografía con la enorme Darkman, una original relectura de los taciturnos héroes en la línea de Batman. Su conocimiento en la materia, su innegable talento y su sincero entusiasmo convencieron a los ejecutivos de cerrar trato con él. Entonces su primera decisión como director fue reunirse con Koepp y supervisar el guion.
El director comprendía que, ante todo, el encanto de Spider Man no estaba en las piruetas o las luchas, sino en el conflicto de Peter y esa culpa que había resignificado su vida como adolescente y como superhéroe. Por este motivo, Raimi eliminó a Octopus del guion, proponiéndole a Koepp hacer foco en una historia de menos personajes, pero mucho más rica en su evolución. En los meses posteriores, Koepp trabajó sobre el guion incansablemente y luego sumó a Alvin Sargent, un veterano guionista de la industria (escribió ni más ni menos que Luna de papel), cuyo trabajo fue pulir a fondo los diálogos entre Peter y Mary Jane.
El reto de ser Spider-Man
El de Spider-Man era un rol tentador para cualquier actor joven, pero Raimi no encontraba a ningún intérprete que lo convenciera. El estudio pretendía a Jude Law, aunque al director no lo convencía esa opción. Y así apareció en escena Gillian Greene, esposa de Raimi, que le recomendó convocar a Tobey Maguire, luego de verlo en Las reglas de la vida (Gillian, dicho sea de paso, fue también la que convenció a su marido del potencial de James Franco como el Harry Osborn ideal, aunque él se presentara inicialmente para personificar a Peter Parker). Raimi vio ese filme y coincidió en que Maguire era la opción perfecta, pero el estudio no estaba del todo convencido y por este motivo el director realizó un clip con Tobey encarnando al héroe. Luego de verlo, finalmente los ejecutivos aceptaron al actor.
El otro gran polo de la trama era Norman Osborn, el Duende Verde. Originalmente Billy Crudup era el elegido para el papel, pero el actor de Casi famosos no fue aprobado porque lo consideraban muy joven. Raimi armó entonces una lista de posibles candidatos, que incluía a Robert De Niro, John Travolta, Mel Gibson, Bill Paxton, John Malkovich y Nicolas Cage, pero ninguno demostró demasiado interés. Ningún miembro del equipo pensaba en Willem Dafoe, hasta que una copia del guion cayó en manos del actor. Entusiasmado por el proyecto, el intérprete se filmó recitando un parlamento del villano y eso alcanzó para que Raimi le diera el visto bueno.
Con respecto a Mary Jane encontrar a la actriz ideal para encarnarla también fue otro de los grandes desafíos. Hubo una extensa lista de aspirantes entre las que se destacaron Mena Suvari, Alicia Witt, Eliza Dushku, Elisha Cuthbert, Tara Reid y Kate Hudson, quien más cerca estuvo de obtenerlo. A Kirsten Dunst no le interesaba mucho formar parte de un tanque de Hollywood. Si bien ella estaba muy lejos de ser novata en la industria, Dunst había orientado su carrera a proyectos de vuelo autoral como Las vírgenes suicidas o El maullido del gato.
Sin embargo, cuando supo que Maguire estaba a bordo como protagonista pensó que Spider-Man no sería un filme de acción chato y eso la convenció de postularse para Mary Jane. De este modo, Dunst fue elegida y el cuarteto principal quedó conformado. Como dato de color, cabe destacar que Stan Lee quiso interpretar al temperamental J. J. Jameson, pero J. K. Simmons convenció a todos (incluso a Lee) de que él era la elección perfecta para el que seguramente es el mejor personaje secundario de la saga.
Un trabajo artesanal
A pesar de un presupuesto que pronto escaló a los cien millones de dólares, Sam Raimi no se dejaba seducir por las comodidades de los efectos especiales. Siempre que se podía, él prefería evitar el exceso de digital en favor de construir escenarios reales, con los actores realizando las acrobacias. De esta manera, y a pesar de ser un tanque de Hollywood, Spider-Man respira un aire de película chica, con pocos personajes, pero todos muy bien desarrollados. No hay una ambición de continuas escenas grandilocuentes e, incluso, pasan cincuenta minutos hasta que Peter luce el traje por primera vez y cuando eso sucede, la conexión del espectador con él está construida de manera firme.
Sin embargo, y porque los efectos especiales no dejan de ser uno de los ingredientes más importantes de estos films, la producción convocó a una eminencia en la materia: el maestro John Dykstra. Él tuvo la tarea de convencer a Raimi sobre la importancia de utilizar efectos en algunas secuencias que eran muy riesgosas de filmar, porque solo mediante técnicas digitales se podía mostrar al superhéroe en todo su esplendor. Ambos profesionales denominaron a esas secuencias como «ballet aéreo», en referencia a la elegancia con la que el héroe se columpia por los edificios de Nueva York, replicando la belleza de las viñetas clásicas dibujadas por John Romita.
Un film que hizo escuela
Kevin Feige es el director de Marvel Studios y su trabajo es coordinar y dar luz verde a nuevos títulos de ese amplio universo que hoy se constituye en más de veinte largometrajes. Uno de los pasos más importantes de Feige en el cine fue como productor no acreditado en Spider-Man. Varios años después, él recordó lo mucho que lo marcó trabajar en ese proyecto junto a Sam Raimi: «Ahí aprendí que me llenaba de felicidad el solo hecho de poder discutir ideas con los directores y ayudarlos a concretar su visión, me encantaba estar cerca de un grupo que estaba haciendo una película. De ese modo aprendí qué hacer y qué no. Así que cuando tuve la oportunidad de estar al frente de un estudio de cine y pude reunir el dinero para financiar Iron Man, utilicé todo lo que había aprendido, poniendo el acento en nuestra visión y en los que buscábamos hacer».
En muchos sentidos, desde lo estrictamente cinematográfico hasta la libertad concedida a Raimi al momento de trabajar, Spider-Man fue un largometraje que sirvió de molde para perfeccionar el género abocado a los superhéroes. Esta película demostró que no es necesario realizar modificaciones absurdas y que los orígenes de un personaje según las historietas vale la pena que sean tenidos en cuenta. Raimi tomó como base los números de Stan Lee, Steve Ditko y John Romita, conservó la esencia de esa etapa y adaptó varios de sus pasajes más significativos.
Así el director mostró un amor y un conocimiento muy profundo de su personaje, respetando sus lineamientos fundacionales, evitando una solemnidad forzada y confiando en el humor como el mejor vehículo para el drama. En Spider-Man apareció por primera vez el logo de Marvel en pantalla y esa fue una conquista simbólica porque -para bien o para mal (según opine cada espectador)-, que el cine de superhéroes sea actualmente el más rentable de Hollywood se debe, en parte, al enorme trabajo que hizo Raimi en esta primera película de Spider-Man.