El director Paolo Sorrentino triunfó en la noche del cine italiano con la cinta É stata la mano di Dio, con la que conquistó el Premio David Di Donatello a la Mejor Dirección y a la Mejor Película, entre otros, dedicándoselos a sus padres, sobre cuya pérdida ahonda en la obra, la más personal de su carrera.
La ceremonia no reservó grandes sorpresas y el autor de la oscarizada La Grande Bellezza (2014) acabó acumulando cuatro de las estatuillas más importantes, además del Premio de los Jóvenes.
È stata la mano di Dio (Fue la mano de Dios, en español), candidata al Oscar en la pasada edición, fue reconocida como la Mejor Película y la Mejor Dirección, pero también por su Fotografía y por la Actriz de Reparto para Teresa Saponangelo.
«Se lo dedico a mi madre, a mi padre, a mi hermano y hermana. Es verdaderamente una gran alegría, una felicidad», comentó el director, que en su aclamada película, León de Plata en Venecia, narra su dura adolescencia tras la pérdida inesperada de sus padres.
En el plano técnico, la triunfadora fue Freaks out, una inédita producción de súperhéroes «a la italiana» que ganó la estatuilla a Mejor Productor, Escenografía, Maquillaje, Peluquería, Efectos Visuales y Fotografía, esta última «ex aequo» con la de Sorrentino.
La película Qui rido io, sobre la vida del controvertido comediante de hace un siglo, Eduardo Scarpetta, ganó por su Vestuario Decimonónico y por contar con el Mejor Actor de Reparto, Eduardo Scarpetta, bisnieto en la realidad del cómico del que habla la obra.
Por otro lado, el drama carcelario Aria Ferma, presentado en la pasada Mostra de Venecia y protagonizado por Toni Servillo, se llevó el premio a Mejor Guión Original y el del Mejor Actor, que acabó en manos del veterano Silvio Orlando.
El Mejor Documental fue Ennio, el bello homenaje que Giuseppe Tornatore realizó a su amigo, el maestro Ennio Morricone, que obtuvo también el Premio a Mejor Sonido y Montaje.
La noche del cine italiano llegó en un momento complicado para las salas del país, aún dañadas por los efectos del coronavirus (en 2021 se vendieron 25 millones de entradas, un desplome de los ingresos de 71% respecto a la media del trienio prepandemia 2017-2019, según cifras de Cinetel).
No en vano la gala tuvo lugar por primera vez en veinte años en los emblemáticos Estudios de Cinecittà, el corazón de los Años de Oro del cine italiano, todo un llamamiento a apostar por una industria que durante décadas encumbró al Bel Paese como un icono mundial.
La velada la inauguró el ministro de Cultura, Dario Franceschini, que prometió «una inversión muy convincente» al tiempo que defendía la criticada decisión de mantener la mascarilla en el interior de las salas, prácticamente desaparecida en el resto de lugares públicos.
La «serata» fue ocasión para recordar, con el público en pie, a grandes figuras fallecidas últimamente, como Monica Vitti, y para lanzar un alegato por la paz en tiempos de guerra en Europa con las palabras de Charles Chaplin en The Great Dictator (1940).
Por otro lado, se rindió tributo a tres grandes nombres del cine italiano, las actrices Giovanna Ralli (87), dama de aquella época dorada con Mario Monicelli, Roberto Rossellini o Vittorio De Sica, y la popular Sabrina Ferilli (57), que recibieron el David a la Carrera y el David Especial, respectivamente.
Mientras que el genuino director napolitano Antonio Capuano (82), mentor de Sorrentino, fue obsequiado con otro galardón especial como «una de las voces más originales» del país.
«Antonio fue un maestro de libertad y vitalidad, que es lo único que cuenta, más que la belleza o fealdad de una película. Le soy muy grato. Me contrató por primera vez cuando era un chico, sin que antes hubiera trabajado», recordó Sorrentino, como un discípulo.
La noche aguardaba así otro emotivo momento a Sorrentino, que acabó abrazado a su maestro, a este director sencillo que, al contrario que él, nunca abandonó Nápoles, pero de cuya mano entró en el cine cuando su familia había desaparecido y todo a su alrededor se desmoronaba.
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