En 2019 Trasnocho Cultural estuvo cerrado durante tres semanas, luego del apagón nacional del 7 de marzo. Incluso, sin luz, se llevó a cabo un cineforo, se inauguró una exposición y se dio a conocer el fallo del Festival de Jóvenes Directores. Pero esta vez no es un transformador dañado lo que impide las operaciones del centro gerenciado por Solveig Hoogesteijn, sino una pandemia que afecta a la mayoría del planeta y que impone el distanciamiento social como norma de convivencia.
El centro cultural de Paseo Las Mercedes, que Hoogesteijn dirige desde 2001, año en el que fue inaugurado, escribe un nuevo capítulo con la digitalización de su oferta. «Priva el sentido común», dice la directora de Maroa.
La plataforma se lanzó con tres obras de teatro: Sangre en el Diván, Los hombros de América y La Señora Imber. Cineforos, conversatorios, grabaciones de Noches de Guataca, venta de arte, delivery de libros y comida completaron la oferta.
En el primer fin de semana tuvieron 30.000 visitas y en el siguiente duplicaron el número, significativo en un país donde el acceso a Internet es muy limitado.
Y continúan ampliando la oferta: Dramas y caballeros, Si esto es un hombre, Profundo, Clarita y Pancho: El musical, y La foto se unen al catálogo, al igual que la película Maroa (2006) y el anuncio del III Concurso de Dramaturgia.
Entre los próximos pasos está hacer contratos con plataformas de video on demand para poder tener películas en la plataforma; así como incorporar obras de teatro grabadas en años anteriores para ofrecerlas gratuitamente, porque entiende que quizás no todos puedan pagar por ver una obra en este momento.
Para Hoogesteijn la plataforma digital es una experiencia exitosa, pero no fue sencilla su concepción. El Trasnocho Cultural reúne dos salas de teatro, cuatro de cine, dos restaurantes, dos cafés, una sala de exposición y una tienda de discos.
—¿Cómo fueron los primeros días de confinamiento para el Trasnocho Cultural?
—La primeras semanas fueron duras para todos nosotros porque Trasnocho vive de su público. El Trasnocho es el primer centro cultural en Caracas, en Venezuela diría yo, que no tiene respaldo ni de un banco, un consorcio, ni del gobierno, sino que es totalmente independiente y eso se definió desde sus inicios: depender enteramente del público, lo que significa el compromiso de tener éxito para poder mantener la operación. Y en el momento en el que cerramos y no tenemos público nuestra situación financiera se torna crítica, lo que obligó a despedir a una parte de los empleados, sobre todo aquellos que son jóvenes estudiantes que fungen de guías tanto en las salas de teatro como de cine y en la taquilla. Quedó solamente el personal especializado que tiene una experticia profesional invaluable para nosotros. A la tercera semana del confinamiento,cuando faltaba la gasolina en el país, y al observar cómo se desarrollaba la pandemia en países de Europa y Estados Unidos me di cuenta de que esto era para largo y rápidamente tomamos la decisión de abrir una plataforma web con nuestra programación, al menos de teatro, y cineforos.
—Encontraron la manera de seguir llegando a su público con una plataforma en la que la audiencia puede ver obras, asistir a cine foros, comprar libros, incluso alimentos. ¿Cómo fue su concepción?
—Ofrecemos en nuestra plataforma la artesanía y las obras de arte que se venden en la tienda de nuestra sala de exposiciones TAC, porque era lo más próximo, lo que podíamos satisfacer. Tenemos un servicio de delivery por bicicleta y todas las semanas estamos grabando con mucha precaución obras que se han presentado tanto en el Teatro Trasnocho como en el Espacio Plural, para apoyar a todos los que trabajan en las artes escénicas y que han quedado sin ingresos. Es una situación muy dura que en otros países es paliada por los gobiernos que tienen programas para todas las personas que no pueden acudir a sus trabajos y que están desamparadas. Pero, como sabemos, eso no sucede en Venezuela. Entonces, nosotros mismos tenemos que encontrar las soluciones y nos pareció muy importante poder mantener el contacto con el público y darle a todos estos profesionales una oportunidad de seguir percibiendo ingresos, aunque sean modestos.
—¿El público virtual es el mismo que iba a salas? ¿Nota alguna diferencia?
—No es ni lo uno ni lo otro. Es más diverso. Sin duda alguna hay parte del público venezolano, pero no solo es el público de Caracas, que es el más cuantioso hasta ahora, también hay público de ciudades como Valencia, Barquisimeto, Maracaibo, Maracay y Puerto Ordaz. Interesante eso porque estamos llegando a toda Venezuela y otra cosa muy interesante es la internacionalización: 12% de nuestro público es de Estados Unidos, seguramente en su mayoría venezolanos de la diáspora, que de alguna manera quieren mantener el vínculo con nuestro país. En segundo lugar está público de España. Le siguen Chile, Argentina, Colombia y Perú. También tenemos visitas de Inglaterra y Alemania. Es muy interesante como experiencia.
—¿Es rentable?
—El grave problema es que estas plataformas tienen un costo bastante alto, algo que poco a poco uno va viendo y dice «estas son las cuentas». Puedes hacer un plan de negocio, pero no sabes cuántas personas van a comprar, van a adquirir entradas; no sabes todavía cuántos minutos tienes que pagar de streaming, porque esa es otra cuenta, como lo es sostener parte de esa gran familia de las artes escénicas. Actores, directores, escritores que siguen cobrando su porcentaje por derecho de autor. Decir que es una experiencia rentable sí, sí lo es hasta ahora. Cuando lo pongo sobre lo balanza sin duda es exitoso porque apenas vamos a cumplir un mes. Claro, teníamos más ingresos con cuatro salas de cine, que actualmente está limitado a los cineforos y nos falta. En el marco de nuestra operación financiera, el ingreso principal entraba por el cine, pero yo espero firmar contratos y poder ofrecer películas, que es muy importante, para que la operación sea rentable.
—¿Cómo es la experiencia de gestionar un centro cultural online?
—Es una experiencia compleja, porque no todo el mundo sabe cómo manejarlo. Hemos tenido que aprender todos como equipo. Todo lo que es taquilla se maneja de diferentes fuentes porque tenemos diversas formas de pago y todo eso hace el trabajo del día a día bastante complejo; necesito mucho personal en este frente. Es compleja la programación porque no tenemos capacidad de grabar todos los días: la falta de gasolina, el transporte de la escenografía, mantener desinfectado el teatro y las áreas para que la gente pueda trabajar con seguridad. El traslado es lo más difícil, aunque en estos últimos días haya mejorado la situación de la gasolina, todos sabemos que volverá la falta de combustible. Pero, como siempre, en el Trasnocho nos acompaña el entusiasmo y la solidaridad. Hay una enorme mística, no importa en cuál de las áreas; así como estamos presentando obras, se están vendiendo libros y comida desde Soma Café y bebidas comidas desde Vinarte y Trasnocho Lounge. Es decir, la creatividad y el deseo de continuar trabajando y sirviendo al público está presente en todas las áreas del Trasnocho.
—¿Qué enseñanzas le ha dejado hasta ahora todo este proceso?
—Nada es eterno, todo cambia continuamente. La impermanencia es tal vez una de las reglas más importante de la existencia. El cambio continuo y la necesidad de adaptarse o reinventarse frente a los cambios: creo que es lo que está aprendiendo el mundo entero.
—¿Qué medidas están llevando a cabo para poder grabar las obras?
—El teatro siempre tiene que estar desinfectado y pulcro. Hemos grabado muchos monólogos, también obras con más actores. Sabemos que estas personas no están enfermas ni contagiadas. Todos estamos guardando cuarentena; priva el sentido común. Los técnicos también se cuidan, se trabaja con tapabocas, se mantiene el distanciamiento social.
—¿Y es posible que se mantengan cuando haya un desconfinamiento?
—Eso es querer ver en una bola de cristal. Yo no te puedo decir qué puedo hacer dentro de un mes porque siempre tengo que poner en la balanza todas las variables, y como no tenemos cifras ciertas estamos un poco en el limbo; no sabemos exactamente si la cifra que se publica corresponde a la realidad, ni siquiera por mala voluntad sino porque el país no está lo suficientemente organizado. Son tantas variables, incógnitas, que yo diría que es muy difícil decir cuándo vamos a volver a abrir; además hay una prohibición de hacerlo.
—Cómo consumidora cultural, ¿qué opina de las manifestaciones en línea?
—Es muy pujante, el consumidor tiene un amplio menú para escoger. Es muy interesante porque no solo tienes lo que se produce en Venezuela, sino que también puedes escoger ver desde el Royal Ballet de Londres hasta el Metropolitan de Nueva York. Yo creo que durante esta pandemia para el consumidor hay más oferta que nunca y además gratuita, en la mayoría de los casos.
—¿Considera que pueden permanecer en el tiempo?
—Por supuesto. Yo pienso que en el futuro toda obra debería ser grabada y después de haber hecho su travesía por los escenarios, podremos subirla a nuestra plataforma y ofrecerla al público del interior del país, y a todos esos venezolanos de la diáspora y a todos los países de habla castellana. Creo que es una gran herramienta que una vez que la hayamos consolidado, la vamos a seguir utilizando.
—Por ahora solo algunos sectores han retornado actividades dentro del «7+7», que son siete días de trabajo y siete días de confinamiento ¿Puede un centro cultural trabajar 7 días si y 7 días no?
—No, es imposible. Eso no tiene sentido, no es lógico. O hay un confinamiento, porque hay una pandemia, o no hay un confinamiento, porque no hay una epidemia. O se toma la decisión que se va a convivir con un virus. Pero eso de unos días si y otros no, no lo comprendo muy bien. Para mí no tiene lógica.
—¿Cuál es el reto al que se enfrenta la cultura en Venezuela hoy, un país donde el presidente, por ejemplo, ha dicho que las librerías no son prioridad en este momento? Ha sido un sostenido desprecio por la cultura.
—Es muy triste. La cultura va de la mano con la educación y en la medida en que un pueblo es educado puede prosperar. Se habla hoy en día de la sociedad del conocimiento, que los países con las mejores economías son los que más invierten en el conocimiento de sus ciudadanos. El futuro está en la sociedad del conocimiento, no en las materias primas, ni siquiera en la transformación de estas. Solo que nosotros no lo hemos contemplado lo suficiente porque hemos sido bendecidos con tanto en nuestro subsuelo. En el siglo pasado se decía que había que sembrar el petróleo, yo diría que hay que sembrar la cultura y la educación. Más que nunca son un artículo de primera necesidad.
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