Una cita del filósofo danés Søren Kierkegaard y otra del alemán Friedrich Nietzsche, proyectadas con tecnología 3D, dan inicio al Juicio a Sócrates en la Asociación Cultural Humboldt de San Bernardino. Sobre las tablas, el actor y docente de teatro Carlos Abbatemarco, quien interpreta el papel del filósofo griego, se prepara para comparecer frente al pueblo ateniense: el público presente en el recinto. Desde su lugar, un estrado de color negro, Sócrates permanece en silencio mientras escucha, uno a uno, los tres discursos de sus acusadores, Ánito, Meleto y Licón. El trío insiste en señalarlo culpable por corromper a la juventud y no creer en los dioses de la polis, cargos de los que tendrá que defenderse.
El primero en intervenir es Ánito. Interpretado por el actor Absalón de los Ríos, el joven se presenta como hijo de un ateniense destacado. Seguidamente, procede a explicar que Sócrates, en alguna oportunidad, discutió con él sobre la virtud y cómo esta no puede enseñarse de padres a sus hijos. Incluso dio nombres de aquellos atenienses destacados y apreciados que tuvieron hijos no tan brillantes. Ánito, quien se tomó el argumento como una afrenta personal, le advirtió que su menosprecio le traería problemas algún día. Ese día llegó el juicio.
Tras hacer sonar los tambores que forman parte de la puesta en escena para finalizar su acusación, el siguiente en tomar la palabra es Licón, interpretado por Asdrúbal Blanco. Orador de Atenas y representante de los tres acusadores, Licón afirma que al ser político de oficio jamás le ha mentido al pueblo ateniense a pesar de que como político algunos se han burlado de él. Luego, procede a presentar su acusación contra Sócrates: “Este viejo inmundo ha traído un nuevo Dios para sustituir a los nuestros. Tened cuidado cuando lo escuchéis”, expresa.
El tercero y último en intervenir es Meleto, interpretado por Juan Carlos Grisal. “Aunque no posea obra más allá de Atenas, soy poeta y el acusado impío quiso sustituir a los dioses por demonios”, expresa. En su discurso explica que Sócrates ha corrompido a los jóvenes haciendo uso de su elocuencia y su buen manejo de la palabra, además de profesar y practicar el ateísmo. Tras escuchar los cargos por los que se le acusan, Sócrates finalmente toma la palabra: “No sé la impresión que habrá causado mis acusadores, pero no han dicho ni una sola palabra que sea verdad. Escucharán de mi boca la verdad”.
Así comienza el Juicio a Sócrates, escrita y dirigida por el dramaturgo, escritor y director José Tomás Angola. Basada en la reconocida Apología de Sócrates, escrita por Platón sobre el discurso que el filósofo pronunció en su defensa, la obra tendrá cuatro funciones en la Asociación Cultural Humboldt: 16, 17, 23 y 24 de septiembre, a las 4:00 pm. El espectador caraqueño será parte del dictamen que, a través del uso de la tecnología, busca la verdad por encima de todo mientras cuestiona al público.
“No sé si en la cartelera hay espacio para un clásico como Juicio a Sócrates. Al final yo hice una cosa que todo el mundo me criticó, pero estoy tranquilo con eso: si no quieres ser cuestionado, no vengas”, dice el dramaturgo.
Buscar la sabiduría
En Juicio a Sócrates, José Tomás Angola presenta al espectador algunas de las reflexiones más emblemáticas del filósofo griego. La búsqueda de la verdad, la virtud y la sabiduría prevalecen en la pieza de una hora y media de duración en la que Sócrates explica al público por qué se considera más sabio que sus acusadores. A diferencia de aquellos atenienses que se hacen llamar sabios, él es el único que reconoce su propia ignorancia. También es el único capaz de argumentar frente a los presentes por qué las acusaciones en su contra carecen de verdad.
“Yo soy más sabio que este hombre. Puede que ni él ni yo sepamos lo que es bueno y bello, pero yo no sabiendo nada, creo no saber, mientras que él no sabiendo nada, cree saber”, expresa el filósofo. Su búsqueda por dar con la verdad y la sabiduría fue la que inspiró a Angola a traer un clásico de la humanidad de vuelta a las tablas.
En este momento el mundo está completamente distorsionado, dice. La humanidad está en busca de lo perecible, lo material. Pendientes de las apariencias, considera que la mayoría muestra lo que no son, mientras se busca lo que no tiene trascendencia. Eso, en palabras de Angola, es terrible. “Si no nos conocemos jamás sabremos qué somos y a dónde vamos, eso es frase de Sócrates, no mía. Sócrates hace 2.500 años, cuando no existían las redes sociales ni Instagram ni esas cosas, ya lo decía. Es decir, no es un impulso porque la tecnología nos llevó sino porque el mundo nos está llevando a eso”, confiesa.
Por eso trae a Sócrates de regreso al teatro caraqueño. Solo así, considera, el público comenzará a buscar la verdad y la virtud. El espectador comenzará a cuestionarse, reflexionar y pensar. “Ese es el camino para poder tener una vida y poder decir propiamente que tienes una vida”, afirma.
¿Quién eres en realidad?
Juicio a Sócrates aborda tópicos universales como el bien, la sabiduría, la justicia y la verdad. La propuesta de Angola se caracteriza por mostrar una síntesis entre el hecho teatral y el uso de tecnología avanzada. En la obra, el personaje de Aristófanes, hermano de Querefonte que se burló de Sócrates por sus enseñanzas, actúa de manera virtual. Interpretado por Ángel Pelay, su intervención se da por medio de una proyección en video, un recurso que se utiliza en varios momentos del juicio. Por medio de las proyecciones y grabaciones, la tecnología le da a la pieza un valor visual agregado a la puesta minimalista en la que sólo hay tres tambores y el estrado donde Sócrates habla.
“Quiero usar las tecnologías que aplican en el mundo de las redes sociales e internet para emplearlas en función de algo distinto, diferente. Aquí hay virtualización de un personaje, pareciera que eso es lo normal. En Instagram tú no eres tú, eres tu avatar, que es una cosa muy fuerte que uno ve en los influencers que se la pasan grabando todo, felices y a la semana se suicidan. ¿Qué pasó? No eres tú lo que estaba allí, es una proyección tuya, ¿quién eres tú?”, se cuestiona Angola.
A eso, continúa, busca regresar. Es necesario comprender qué hay más allá de esa virtualización a la que han llevado las redes sociales, a las cuales señala como las responsables del odio y la distancia que hay entre las personas hoy. Como artista, insiste, emocionalmente necesita que el público que vaya se cuestione. Quiere lograr que todo aquel que vea su trabajo vuelva a su casa con más preguntas que respuestas. “No quiero que me celebren o me aplaudan, eso no lo necesito”, asevera.
Empeñado en lograr algo bueno en el espectador que vaya a su obra, Angola revela que el truco, al final, es que el arte haga a las personas mejores. Si el teatro vuelve al espectador indiferente, si no lo transforma en algo mejor, entonces, para él, no es un buen arte. “Esta obra es una voz en el desierto: el que quiera oír que oiga, el que no, que no lo haga”, comenta.
28 años de reflexiones
José Tomás Angola trabajó en Juicio a Sócrates por más de un año. Tras terminar la pieza César y Cleopatra en 2022, un proyecto que describió como “gigantesco y monstruoso”, comenzó a trabajar en la otra. Su estreno, el pasado fin de semana, coincidió con el 28 aniversario de la agrupación La Máquina Teatro, donde considera que se ha mantenido congruente con sus intereses artísticos.
“Yo soy muy lento, debo estar ya muy mayor porque trabajo muy lento y mis proyectos duran mucho tiempo. Esta pieza tiene más de un año de trabajo. Me gusta ensayar muchísimo y llegar a la sala con la obra dos semanas antes del estreno. Creo que al final uno debe entregar un evento madurado, pensado y trabajado”. Es un irrespeto, dice, terminar de construir el producto teatral con las funciones frente a un público que pagó por ver la pieza.
Al dramaturgo y director de 56 años de edad no le interesan las masas. Tampoco busca entretener a los espectadores o hacerse famoso con aplausos y reconocimientos vacuos. Aunque reconoce que es una opción válida que algunos se dediquen a entretener a las masas, sus objetivos como artistas van más allá. Interrogado sobre qué preguntas debería, entonces, hacerse el gremio teatral en este momento, respondió: “¿Qué queremos decir? ¿Para qué hacemos teatro, para una taquilla, para ganar dinero? ¿Es una forma de vida? Eso es legítimo pero también es menor. ¿Para qué hacemos arte? ¿Por qué queremos convocar a gente que nos entregue un tiempo de su vida? ¿Es valioso lo que le vas a decir o compartir? ¿O es simplemente un acto fatuo para que te aplaudan y te celebren?”
El dramaturgo aspira con Juicio a Sócrates a un público que quiera reflexionar, pensar y quedarse preocupado. Un público que quiera asumir reflexiones que no son necesariamente resolubles en la vida porque para él esas preguntas que nunca se podrán responder son las más necesarias. “Yo lo que quiero es gente que quiera pensar. ¿Ese público es minoritario? No lo sé, quisiera que no. Quisiera que fuera mucho pero al final el que venga quiero que salga de la sala de forma distinta a la que entró”.
Insiste en que ha sido congruente con su trabajo como artista. “Si alguien hace un análisis de los 28 años de mi vida artística dentro de la Máquina de Teatro y consigue congruencia y continuidad, entonces creo que logré lo que quería. Vendrá la gente que deba venir; al final siempre pasa así y solo espero poder tocar, transformar y conmover al que venga, sean 20 o 200. Tampoco me importa el número”, afirma.