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Sergio Monsalve: Hay grupos que quieren repartirse la torta cultural

El crítico y documentalista critica los valores tribales que se han impuesto en el país y asegura que el cine nacional no ha sabido enfrentar los problemas de la contemporaneidad

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Este año Sergio Monsalve cumple 20 años como crítico de cine. “Tenía 17 años cuando publiqué por primera vez. Fue en la revista Encuadre”, recuerda. Desde entonces, han sido varios los medios en los que ha desentrañado las tramas de todo tipo de largometrajes. Fue uno de los más constantes autores en Panfleto Negro y actualmente tiene una columna en El Nacional.

Monsalve, que también es documentalista, ha aprovechado las redes sociales para expresar su opinión sobre temas más espinosos como la crisis política y la polarización en Venezuela.

“Tiene mucho que ver con la formación en casa, donde hay lectores y profesionales de la discusión política. Eso influyó bastante. Luego, me he involucrado con gente que me ha llevado a eso, por ejemplo, en el trabajo, en Vale TV. Creo que intento hacer una interpretación de lo político desde lo cinematográfico y cultural”, asegura el responsable del programa Espacio arte que transmite Vale TV.

—¿Ha estado la reflexión cultural, además del cine venezolano, a la altura de las circunstancias?

—Pienso que el cine venezolano, el que se exhibe en las salas en esta coyuntura, no ha estado a la altura por múltiples motivos, uno de ellos la contemporaneidad. Es un cine que está refugiado en el pasado, parece que le tiene temor a los temas que nos atañen actualmente. Está bien revisar los hechos del pasado, pero no podemos quedarnos en eso. Si hacemos una reducción a la cartelera actual, encontramos El Amparo o Kueka, cuando las piedras hablan, pero queda el reto de enfrentar la contemporaneidad. También hay un cine alternativo que se hace en universidades o para las redes que responde a las circunstancias.

—Supongo que se refiere al realizado por cineastas como Carlos Caridad Montero, Aldrina Valenzuela o Hernán Jabes, e incluso usted mismo, durante los meses de la intensificación de las protestas

—Sin dudas. Hay un cine venezolano que despertó en 2017. Estábamos un poco a la retaguardia, asustados o simplemente no queríamos participar hasta que finalmente llegamos a la conclusión, orientados por la iniciativa de Carlos Caridad, de que teníamos que salir a la calle y, con nuestros pequeños recursos, interpretar lo que ocurría.

—Ha colocado esas iniciativas como ejemplos de autogestión paralela al financiamiento del CNAC. Sin embargo, son obvias las diferencias entre este tipo de documentales y las producciones que exigen más recursos.

—Tenemos dos sistemas de producción. Está el institucional que no se puede desconocer, no podemos caer en la trampa de que hay que acabar con el CNAC. Eso está bien para un momento de locura de Internet, pero hay que pensar con cabeza fría y negociar para llegar a acuerdos generales que permitan realizar las películas que el público demanda, que respondan a las circunstancias del presente. Por otro lado, tenemos un sistema distinto, con menos dinero. Pero lo ideal es que llegue un momento en el que ambos se encuentren. Actualmente hay una polarización también en el cine.

—¿Y el mundo cultural no ayudó a impulsar ciertas ideas que condujeron a la situación que atraviesa el país?

— En nuestros pequeños espacios hay que hacerse cargo de cómo por omisión o reafirmación hemos creado esta cultura de la polarización. Se ha hecho un trabajo para romper esa burbuja, pero estamos también alimentando una cultura del ombliguismo y el narcisismo. Debemos separar el grano de la paja; no es lo mismo el trabajo de discriminación desde los espacios oficialistas que desde la oposición. Evitemos el encierro en pequeños guetos culturales caraqueños que hay que sacudir. No quiero señalar a nadie pero la gente sabrá interpretar mis palabras.

—¿Cuáles son las causas del ombliguismo cultural?

—Hay varios factores. Creo que hay un tema de educación, algunos mitos distorsionados que hemos asimilado como creer que hay un grupo ilustrado que nos va a redimir y a brindar luces. También esta la mitología de los fuertes liderazgos. Los valores de la tribu se imponen en la política y en la cultura. Venezuela retrocedió siglos. Parece que viviéramos una nueva colonización con esta precariedad salarial y hacemos muy poco para acabar con esto y lograr una nueva independencia de la República.

—¿Cómo evita caer en esa cultura de la tribu del cacique con la verdad absoluta?

—Asumir todo el día la autocrítica y recibir el feedback. Entiendo que haya mucho temor a no ser aceptado y que una opinión sea refutada, pero creo que es parte del juego. Cuando uno se cree un referente, empiezan los problemas. La invitación es a que la gente abra sus espacios de discusión sin prejuicios, sin complejos. Hay que recordar que cuando pensamos que tenemos la razón, asumimos el discurso de la violencia discursiva, que se ha impuesto en Venezuela desde hace mucho tiempo, específicamente durante el chavismo.

—¿Cómo vislumbra el papel de la cultura ante una eventual transición?

—Veo a gente que parece que está preparándose para lo que vendrá después. Hay grupos que quieren repartirse la torta cultural; es un círculo vicioso en el que se cometen los errores del pasado. Muchos personajes andan en una sobreexposición permanente pensando en ese liderazgo, en esa redistribución del gran yacimiento cultural del país, similar al de la infraestructura petrolera. Fuera de eso, hay gente noble que trabaja y es la que debería perdurar y dar la cara en una futura transición. Para saber quiénes son esas personas, el público debería investigar bien.

—¿Y tienen la plataforma suficiente para enfrentarse a los otros?

—Hay una cosa muy pragmática de la condición humana, todos luchan solo por sus intereses, es un egoísmo que está todo el tiempo presente, pero ese es un tema que corresponde a la psicología. Creo que sí hay gente que en sus pequeñas trincheras alternativas trabaja por redes sanas alrededor de sus propuestas. Son personas que tienen que consolidarse y buscar la manera de sanear las redes tóxicas que existen, esos liderazgos fuertes y grupos de presión, señores de la sombra que pululan en el ámbito cultural venezolano. Cuando cambiemos de cultura, creo que habrá una redención para todos. Tengo una cuota de esperanza empeñada en pensar que será así.

—¿Existe la gran película del chavismo?

—Desde hace mucho tiempo el chavismo trata de realizar la gran película que desarrolle su narrativa, pero hasta ahora solo ha producido caricaturas. Lo ha buscado por todos los medios, con grandes cineastas como Román Chalbaud, pero ha fracasado una y otra vez. Se ha rodeado de vacas sagradas del cine venezolano o de escritores como Luis Britto García, pero ellos, que en algún momento develaron la máscara del poder, terminaron ajustándose la máscara y formando parte de una estructura fascista. Hasta ahora solo han hecho remedos tímidos de una idealización de la ética de izquierda.

—¿Y se tiene la gran película crítica de estos tiempos?

—En ficción, no. Estamos en deuda. Vivimos un momento que en lo cinematográfico es muy parecido al franquismo de finales de los sesenta y comienzos de los setenta, cuando se metaforizaba la realidad por temor, el tiempo en que Saura expresaba su descontento pero de forma simbólica. Pelo malo es un ejemplo. Pero hay un esfuerzo interesante en el documental. Puedo citar dos casos. Kuyujani envenenado de Alexandra Henao, un trabajo devastador sobre lo que ocurre en el Amazonas. También está otro que no se ha estrenado sobre el sistema penitenciario en Venezuela, La causa de Andrés Figueredo. Ambos suponen un enfrentamiento a las estructuras de poder.

Gente desasistida

El crítico y documentalista Sergio Monsalve está de acuerdo con aquellos que aseguran que la creación artística y la gerencia cultural son buenos ejemplos de resistencia. “Hay espacios que constituyen ejemplo de eso en el país, tanto en la danza, en la plástica como en el cine. Existen reductos que tienen la posibilidad de expresarse con lenguajes distintos. Es curioso lo que ocurre con lugares alternativos como Los Galpones, librerías como Lugar Común, periódicos impresos como El Nacional o canales de televisión como Vale TV, donde se visibiliza una alternativa cultural. Todos intentan enfrentar la polarización. Es necesario preservarlos porque la gente que se siente un poco desasistida, encuentra en ellos un espacio para ventilar su descontento y expresarse”, aseguró el realizador de películas de no ficción como Jacinto Convit, estrenada en 2014.

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