XXXVII
Nota de taxi
Desde la comodidad de tu sombra ordenas mi mesa
Este año guardé el otoño en mis bolsillos
Y no le presté atención al invierno
Quien me discute
Que la fruta del odio es la amargura
Y que la garganta oscura de la duda
Termina por engullirnos.
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LVII
Nunca desnudes los ojos ante quien te incita
Que no sea el asombro un esbirro
El recorrido final en la penumbra
La búsqueda señera de las palabras precisas
Nunca busques el sentido a las orillas
Allí lo que no tiene claridad
Esos puños que se levantan para no decir nada
Cuando las voluntades están torcidas
Por tanta sangre cansada
Qué terrible y difícil es el oficio de olvidar.
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LXV
Finalmente lo que cuenta es:
Amo, pienso y escribo en esta lengua
Con el olor y sabor de las recaídas
El ojo festivo del río que me mira infinito
Finalmente es esta luna con angustia
Lo que me reafirma en este costado del mundo
Tener claro que mi memoria no vive de retrasos
Los ángulos de la piedra difusos pero también espléndidos
El canto trenzado del gallo en lo remoto
Las aguas revueltas que no se fatigan
Amo esta tierra con sus fuertes condimentos
Aquí me siento en el centro de la querella
Sin querer ver cierta amargura que salpica
Mis corazones triturados en tiempos de aguacero
Llegar a la conclusión
Que escogí una habitación triste para el descanso
Donde viven las cigarras y lo vital de los estambres.
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LXXVI
Levanta la cortina para que veas el cielo telerañoso
Sonoro y determinante cuando se empata al río
En las derrotas hallamos la medida de nuestra infinitud
Los registros de la ruina con su encanto en la helada sonrisa del arcoíris
De qué enjambre nos expulsaron y en qué espalda yace la decisión
Siempre llegamos al remolino con su melodía que nos azota
El charco que nos abraza hasta las rodillas
La mirada de vereda con nuestros antepasados
Si el descuido nos toma del brazo en una esquina
No hay que ponerse necio
La tarea es zambullirlo en el aburrimiento
Porque la mujer pálida de tanto dar amor yace desparramada
Y volveremos a los paredones donde colgamos amores hipotecados
La antorcha con olimpiada personalísima
El estuche con nuestras canciones que no apareció
Allí están los bostezos de resina con sus chimeneas
La vulgaridad del pavimento tragándose las palmeras
Para acariciar los capullos de febrero viendo los gavilanes acechar
Desheredados y tajantemente audible en el vacío
Apaleado y desnudo en la trinchera de algún amor tropical
Es en la hegemonía de la seda, trozo de melancolía
El sabor a tortura deliciosa de la mostaza con rebeldía
Que acostumbra enderezarme el espinazo.
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LXXXIX
Yo entiendo
Que el PODER nos pasea
Sienta a veces
Y nos increpa en alta voz:
AQUÍ ESTOY
Y no estás fuera para el ejercicio perruno de obedecer
Y él
Es lo que más se le parece a un suculento cuerpo del delito.
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CXIII
No es para que hagamos de este instante un desfiladero
Tampoco hagamos de este mundo un barranco
Que afila el remolino de las miradas
Cuando se camina el pasional desierto que a cada quien le toca
Ante los pasos de la sordera no hay cicatriz que valga
Si se limpia con distancia el hollín de vivir en esta ciudad
Que suele ser campestre, coloquial o ultramoderna
Manejar con prudente velocidad los días encapotados
Porque es en el invierno de las rupturas
Que nos hemos construido la crudeza de la guardia
El papel de resignados ante tanta barbarie vestida de savia
Que invierte cada paso y ahoga
No es para que hagamos de la arbitrariedad
Instrumento de uso, política de respiro
Siempre hay una puerta de claridad que nos espera.
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Cerodosochoseis
Francisco Arévalo
Bid&Co
Caracas, 2014