Apóyanos

Seis poemas de Francisco Arévalo

El poeta y narrador Francisco Arévalo (1959) reside en su natal San Félix. “Cerodosochoseis” es su más reciente publicación: un amplio conjunto de poemas de versificación fluida, que oscilan entre el ejercicio automático y la voluntad formal 

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XXXVII

Nota de taxi

Desde la comodidad de tu sombra ordenas mi mesa

Este año guardé el otoño en mis bolsillos

Y no le presté atención al invierno

Quien me discute

Que la fruta del odio es la amargura

Y que la garganta oscura de la duda

Termina por engullirnos.

**

LVII

Nunca desnudes los ojos ante quien te incita

Que no sea el asombro un esbirro

El recorrido final en la penumbra

La búsqueda señera de las palabras precisas

Nunca busques el sentido a las orillas

Allí lo que no tiene claridad

Esos puños que se levantan para no decir nada

Cuando las voluntades están torcidas

Por tanta sangre cansada

Qué terrible y difícil es el oficio de olvidar.

**

LXV

Finalmente lo que cuenta es:

Amo, pienso y escribo en esta lengua

Con el olor y sabor de las recaídas

El ojo festivo del río que me mira infinito

Finalmente es esta luna con angustia

Lo que me reafirma en este costado del mundo

Tener claro que mi memoria no vive de retrasos

Los ángulos de la piedra difusos pero también espléndidos

El canto trenzado del gallo en lo remoto

Las aguas revueltas que no se fatigan

Amo esta tierra con sus fuertes condimentos

Aquí me siento en el centro de la querella

Sin querer ver cierta amargura que salpica

Mis corazones triturados en tiempos de aguacero

Llegar a la conclusión

Que escogí una habitación triste para el descanso

Donde viven las cigarras y lo vital de los estambres.

**

LXXVI

Levanta la cortina para que veas el cielo telerañoso

Sonoro y determinante cuando se empata al río

En las derrotas hallamos la medida de nuestra infinitud

Los registros de la ruina con su encanto en la helada sonrisa del arcoíris

De qué enjambre nos expulsaron y en qué espalda yace la decisión

Siempre llegamos al remolino con su melodía que nos azota

El charco que nos abraza hasta las rodillas

La mirada de vereda con nuestros antepasados

Si el descuido nos toma del brazo en una esquina

No hay que ponerse necio

La tarea es zambullirlo en el aburrimiento

Porque la mujer pálida de tanto dar amor yace desparramada

Y volveremos a los paredones donde colgamos amores hipotecados

La antorcha con olimpiada personalísima

El estuche con nuestras canciones que no apareció

Allí están los bostezos de resina con sus chimeneas

La vulgaridad del pavimento tragándose las palmeras

Para acariciar los capullos de febrero viendo los gavilanes acechar

Desheredados y tajantemente audible en el vacío

Apaleado y desnudo en la trinchera de algún amor tropical

Es en la hegemonía de la seda, trozo de melancolía

El sabor a tortura deliciosa de la mostaza con rebeldía

Que acostumbra enderezarme el espinazo.

**

LXXXIX

Yo entiendo

Que el PODER nos pasea

Sienta a veces

Y nos increpa en alta voz:

AQUÍ ESTOY

Y no estás fuera para el ejercicio perruno de obedecer

Y él

Es lo que más se le parece a un suculento cuerpo del delito.

**

CXIII

No es para que hagamos de este instante un desfiladero

Tampoco hagamos de este mundo un barranco

Que afila el remolino de las miradas

Cuando se camina el pasional desierto que a cada quien le toca

Ante los pasos de la sordera no hay cicatriz que valga

Si se limpia con distancia el hollín de vivir en esta ciudad

Que suele ser campestre, coloquial o ultramoderna

Manejar con prudente velocidad los días encapotados

Porque es en el invierno de las rupturas

Que nos hemos construido la crudeza de la guardia

El papel de resignados ante tanta barbarie vestida de savia

Que invierte cada paso y ahoga

No es para que hagamos de la arbitrariedad

Instrumento de uso, política de respiro

Siempre hay una puerta de claridad que nos espera.

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Cerodosochoseis

Francisco Arévalo

Bid&Co

Caracas, 2014

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