Por Aquilino José Mata
Fotos García Solís
Desde su primera aparición en la pantalla gigante como protagonista encarnando a James Bond, el famoso agente 007, Sean Connery es una celebridad en el mundo del celuloide y pertenece a ese tipo de actores que el público lo identifica con un personaje, pese a que desde hace doce años desistió en continuar haciéndolo debido, precisamente, a sus deseos de proyectar su trabajo hacia otro tipo de películas ya no tan espectaculares ni fantasiosas.
El superhéroe creado por la pluma del escritor inglés Ian Fleming impactó de tal manera que le ha sido prácticamente imposible deshacerse de él. Así lo refirió el propio Sean Connery en la rueda de prensa que ofreció ayer en un hotel de la capital, en donde se encuentra con su segunda esposa, Micheline Roquebrune, una pintora francesa que le acompaña durante el transcurso de la entrevista.
Con la ayuda de Gloria Mirós, quien sirvió de traductora, este actor de hablar pausado, piel curtida por el sol y una calvicie bastante pronunciada, respondió a las preguntas que le formularon, la mayoría de las cuales giraron en torno a James Bond y las razones que tuvo para no seguir protagonizando esa serie.
—Los productores de las películas del Agente 007 eran muy codiciosos -dice-, ellos querían relegarme a un segundo plano como actor para hacer saltar la producción. En este sentido eran muy exigentes y yo, una persona que proviene del teatro, tengo otras inquietudes y por ello no quería encasillarme en una sola cosa. Eso me parece fatuo.
—¿Le molesta entonces que lo identifiquen con James Bond?
—No tanto como la prensa se ha empeñado en señalar. Reconozco que James Bond fue la palanca que me proyectó y consagró a nivel internacional. Antes de eso solo había hecho en cine con pequeños papeles, casi siempre interpretando personajes latinos. Cuando me seleccionaron para hacer 007 fui el primer sorprendido ya que nunca había realizado algo similar. En síntesis, creo que no resultó algo tan negativo por cuanto me permitió continuar en el cine en otros roles y mantenerme en él, hasta hoy, con el mismo cartel.
Una de las mayores ambiciones de Sean Connery como hombre de cine es llegar a dirigir sus propias películas. Dice que aún no ha cumplido este viejo anhelo por razones estrictamente económicas.
—No me interesa tanto la producción como la dirección. El problema es que es algo sumamente oneroso y los millones solo vienen por temporadas. En este sentido tengo algunos proyectos, pero estos se han quedado engavetados ante la imposibilidad económica de ejecutarlos. Como actor sí hay algunas cosas pendientes.
—¿Cómo cuáles?
—En este momento converso con John Ianis, el mismo productor de Darling, para una película basada en una obra de Alberto Moravia, titulada La mentira. El rodaje se hará en París y Montreal. También traje a Caracas, para estudiarlo, un guion de Robert Bort que relata una historia de un grupo de misioneros jesuitas. Se titula La misión y está ambientada en Paraguay. Es muy posible que esta cinta se filme en Venezuela; el productor dice que los pasajes son similares. De llevarse a cabo el proyecto, lo haremos a fines de año.
Actualmente, Sean Connery vive en España. Con su esposa Micheline habita una finca de su propiedad llamada «Malibú». Está situada en Marbella, en la Costa del Sol. El actor refiere que tuvo que irse de Inglaterra huyendo de los impuestos, que considera son allí excesivos.
—Se ha dicho que yo vivo en España para evadir los impuestos y eso no es enteramente cierto. Yo los pago de todas maneras en cualquier lugar donde trabaje, lo que ocurre es que la gente puede soportar un mínimo de ingresos impositivos, pero no llegar a las sumas astronómicas que exigen en Inglaterra, donde por este concepto hay que pagar hasta un 98% de las ganancias. Hace tres años decidí radicarme en España por esa razón.
—A su juicio ¿cuáles han sido sus mejores películas?
—Hay varias y entre ellas puedo mencionar dos de Sidney Lumet: La colina de la deshonra, y La ofensa. También una de las más recientes, El hombre que sería rey, que dirigió John Houston.
Comenta Sean Connery refiriéndose a La colina de la deshonra que esta cinta no obtuvo el impacto que debió tener porque la Metro Goldwin Mayer, la empresa productora, estaba empeñada en promover Doctor Zhivago, motivo por el cual el otro filme, pese a su alta calidad, no tuvo la resonancia que merecía.
—¿Con cuáles actrices se ha sentido más a gusto trabajando?
—Por razones distintas prefiero trabajar con profesionales en todos los sentidos y por ello me gusta actuar con aquellas que no muestran «temperamento» ni divismo. Es Gina Lollobrigida una de las actrices con quien mejor me he llevado. Sin embargo, el primer día que filmábamos ella decidió llegar tarde al set y tuvimos algunas palabras. Más tarde ese incidente se superó y terminamos el rodaje armoniosamente. Hoy día somos grandes amigos.
Nativo de Escocia, y pese a que reside en España, Sean Connery está vinculado al quehacer político de su país. Es militante del Partido Nacionalista Escocés, que propugna la total independencia de Escocia del Reino Unido.
—Recientemente acabamos de obtener 106 escaños en el Parlamento, lo cual significa un buen avance. Las leyes y costumbres escocesas son distintas a las de Inglaterra y creo que tenemos derecho a nuestra independencia. Soy de los que opina que mientras más esté dividido el mundo, mejor. No estoy de acuerdo con las grandes potencias, creo que estas deben ser degradadas a facciones más manejables, más humanas. Allí siempre hay problemas de digresión y desconfianza, y mientras menos sea la dosis de cada una de ellas, mejor.
Sean Connery también preside la Fundación Escocesa para la Educación, una institución creada por él mismo con el fin de atender a los niños desvalidos y fomentar el desarrollo del arte dramático y la música en los jóvenes de la región.
—Siempre estoy activo para obtener fondos destinados a la fundación -explica-. El 13 de junio tengo que viajar a Minneapolis para asistir a la premiere de Un puente demasiado lejano, mi más reciente película. Allí espero recaudar 40 mil libras esterlinas. También, como algo simbólico, doné a la institución lo que gané por hacer Los diamantes son eternos, la última película de la serie de James Bond que filmé. Digo que se trata de un símbolo porque de esa manera deslindaba lo que considero la primera etapa de mi profesión de la que actualmente vivo.
De América Latina Sean Connery había oído hablar mucho, y particularmente de Venezuela y Cuba, los dos países del continente que más quería conocer. Ya el primer deseo se cumplió. Ahora piensa satisfacer el segundo.
—Dentro de pocos días, cuando me vaya de Venezuela, viajaré a Cuba. He oído muchas historias de ese país, antes de Castro. Allí se está viviendo un proceso muy interesante que me gustaría conocer, palpar más de cerca. Quiero ver lo que está pasando en Cuba.