La idea de realizar carteles le llegó a Santiago Pol (Barcelona, España, 1946) regresando de París a Venezuela. Sin saberlo, se dedicaría durante 50 años y, quizás, hasta el final de sus días, a componer y jugar con el color sobre el fondo blanco. Sus diseños se exhibirían en estaciones del Metro de la capital venezolana, catálogos de la Organización de Naciones Unidas y le darían la interpretación al cine como símbolo de paz. Recorrerían el mundo.
Ahora el diseñador está de vuelta en su Barcelona natal. A los 73 años de edad el proceso creativo sigue siendo el mismo: una investigación previa sobre el pedido, luego entra en un proceso frenético en el que realiza muchísimos bocetos hasta llegar al indicado. Duda de los primeros, siempre los analiza. Para él el trabajo del diseñador es la interpretación de contenidos, por lo que requiere pensamiento.
Se enteró hace unos días de que le otorgaron el Premio Nacional de Cultura en la categoría Diseño, que se creó en esta edición 2016-2018. Lo rechazó. «Los principios están por encima de todo», aseguró quien tuvo una estrecha relación con el gobierno de Hugo Chávez.
—¿Cómo se enteró de que ganó el Premio Nacional de Cultura?
—Un amigo me lo dijo por Instagram. Yo le respondí que estaba equivocado y le expliqué que había ganado en 2001, no ahora. Después busqué en las noticias y leí la nota en el Correo del Orinoco. Te aseguro que me sacó la piedra cuando vi que le habían dado la categoría Televisión a un señor que ni voy a mencionar (Winston Vallenilla). Tiene la costumbre de arrodillarse frente a las cámaras después de hacer fisicoculturismo. Se ganó el Premio Nacional de Cultura porque no le puede poner el nombre de jalabolas. No creo que haya otra forma de calificar su labor.
Volviendo a la idea: me enteré con mucho retraso. Lo dieron en septiembre. Sabía que el que calla otorga, y mi dignidad no se la otorgo a la sinvergüenzura. Mi dignidad es para la cultura, para el desarrollo del conocimiento y de la educación. No se la voy a entregar a esa gente que con su cara muy bien lavada ha hecho desastres en el país. De esas manos que han encarcelado, torturado, asesinado, no acepto nada, absolutamente nada.
—¿Por qué renuncia al premio?
—Porque no comparto ningún principio con esa gente. Es curioso que me den un premio estando fuera del país. La primera pregunta que deberían hacerse ellos es por qué yo no estoy allá. Me he ido porque esta gente que me está premiando, que me está pasando por la cabeza la mano ahora, me sacó del país. No solo a mí. Yo soy apenas un aspecto pequeño. Es un pueblo entero al que pusieron a circular por el mundo.
—¿Qué significado tendría el premio si se lo hubiesen otorgado en otro contexto?
—Las razones que esgrimen en el texto oficial en el cual se otorga el premio que rechacé es que tengo 50 años de trabajo y eso es algo innegable. Yo no creo que no me merezco el premio, y no es falsa modestia. 50 años de trabajo están ahí. No es el sentido del premio. El problema es quién lo otorga. No acepto dádivas de la gente que ha torturado a mi país. Los principios y valores están por encima de todo. Si fuera en otro contexto, lo aceptaría, pero estoy hablando de un contexto democrático, donde los poderes están divididos. En el contexto de una república donde el voto sea verdaderamente algo importante lo aceptaría.
—En 2001 se le otorgó el Premio Nacional de Cultura en la categoría Artes Plásticas. ¿Cuál es la diferencia entre ese momento y el actual?
—Desde aquel momento para acá han pasado 20 años. La visión que teníamos de gobierno o de lo que era el país, no es la que tenemos ahora. El premio fue aprobado de forma unánime. Chávez estaba empezando a señalar ciertos síntomas, pero no era lo que después se convirtió. Este premio no es el mismo que me dieron ese año, por eso lo rechazo. Las condiciones no son las mismas.
—Usted realizó el logotipo de la Misión Sucre en 2001…
—Era decano de la carrera de Diseño Integral en la Universidad Experimental de Yaracuy. Una de las cosas que manejábamos para hacer imagen como un trabajo de empresa era el de la Misión Sucre. Evidentemente hice ese logo y evité que llenaran todos los camiones de rojo, como habían pensado, cosa que me parecía una estupidez. Hice un diseño para un concepto que me parecía formidable, que era que las personas de la tercera edad tuvieran acceso a la educación. Ahora, eso y muchas cosas se desdibujaron, se tergiversaron y perdieron su intención inicial.
—También realizó el del Consejo Nacional Electoral en 2005…
—Los diseñadores nos comprometemos con la ética de la estética de la forma. Los clientes o las personas a las cuales les diseñamos tienen que tener un compromiso, a su vez, con lo que hacen. Si el CNE no cumplió con su tarea de equilibrio democrático, eso no es mi problema, son ellos los culpables. En algún momento, cuando se decida eliminar el logotipo que diseñé, seré yo el primero que echaré candela sobre mi trabajo. No por lo que yo hice, sino por lo que ellos hicieron. Ellos lo mancharon. Yo no acepto por nada del mundo que una imagen mía represente lo que yo pensé idealmente que podía ser, que no es lo que hay.
—Y participó ese mismo año en la Bienal de Venecia por invitación de Farruco Sesto, entonces ministro de Cultura. Usted tenía una relación estrecha con el gobierno.
—Fui diseñador del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba) y luego del Consejo Nacional de la Cultura (Conac). Claro que tuve relaciones y continué manteniéndolas. Cuando fue la invitación a la Bienal, me parecía un acontecimiento sumamente importante para el diseño venezolano. Era un momento en el que Farruco Sesto, como el resto del gobierno, estaba empezando a sacar las garras, pero no las habían mostrado de forma evidente.
—¿Cuándo fue el distanciamiento con Hugo Chávez?
—No te sé decir un evento concreto. Una idea de un militar en el gobierno no me fascinó. Diría que fue una serie de eventos. Mi experiencia de conocer países comunistas como Cuba, Polonia y la República Democrática Alemana me enseñaron un panorama diferente. ¿Voté por Chávez? Nunca.
—¿Creyó en su proyecto?
—Nunca.
—¿Cuándo emigró a Barcelona?
—Salí de Venezuela el año pasado. Exactamente el primero de junio. Soy un emigrante un poco curioso. Salí de Barcelona en 1954, tenía 8 años, por la dictadura de Francisco Franco. Llegué a Venezuela con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Estoy hasta los tequeteques de los militares. Ahora salí a los 72 años de Venezuela y regreso a España.
—¿Por qué decidió irse?
—Me dices que por qué lo decidí. La verdad es que no decidí salir. Las circunstancias durísimas que vivimos en aquel tiempo y que ahora son peores me sacaron. Yo no podía seguir soportando que cada día se convirtiera en un suplicio. Yo tenía tres pensiones: la del Premio Nacional de 2001, la de profesor jubilado y la del seguro social, y no me alcanzaba para comprar lo más básico.
—¿Cómo fue reinsertarte como artista en Barcelona?
—Me fui de Venezuela dejando todo. Me vine con 30 kilos de peso. Empecé a investigar sobre materiales y colores. Comencé una obra plástica que he denominado Colmena cromática y este domingo en Madrid se inauguró la primera. Después de un año he comenzado a hacer una obra que resume muchos años de experiencia. Es una síntesis entre lo que es el diseño y el arte. No sé a dónde me va a llevar, pero estoy satisfecho con el resultado.
—¿Qué proyectos inmediatos tiene?
—Estoy diseñando unas portadas para una revista de arte que tiene sus oficinas en Nueva York y una afiliada en Madrid. Tiene que ver con arte contemporáneo. Además, estoy produciendo con mis amigos de La estampa mágica mis colmenas cromáticas, que es una propuesta plástica transportable, armable, movible, que tiene una cantidad de integridad que lo definen como arte no convencional. Tengo los materiales, las técnicas y las ganas. Soy consciente de que tengo 73 años y que vivo con intensidad.
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