Mucho duende hubo en el Teatro Teresa Carreño este miércoles 17 de mayo. A las 9:00 pm, Rosario Flores pisó de nuevo la Sala Ríos Reyna y se reencontró con Caracas, luego de más de una década de ausencia gracias a su Tour Te lo digo todo y no te digo nada.
Rafael y Jesús Llorente (Rafa y Chinin), miembros de A lo flamenko, fueron los encargados de amenizar la velada con una presentación que duró unos 45 minutos.
Entre luces multicolores, cajones, palmas y una banda cuyos teclados y batería se robarían los mejores comentarios, hicieron cantar y bailar al público con la adaptación de temas como «Como un burro amarrado en la puerta del baile», de El último de la fila; «Tu calorro», de Estopa; «Tanto la quería» de Andy y Lucas; «Un jardín de enanitos», de Melendi y «Corazón partío», de Alejandro Sanz, para culminar con «Cuando te vea», canción de su autoría que arrancó aplausos y vítores entre los presentes.
Fue un show corto, pero rico en música y contagiosos ritmos. Bastó para seguir recibiendo a quienes esperaban el último momento para ingresar a la sala. Faltaban quince minutos para que el reloj marcara las 9:00 pm y la emoción crecía, gritos solitarios comenzaban a aparecer, “¡Rosario, te amo!”, y mientras las luces comenzaban a amainar, se abrió un telón que dejó entrever siluetas y sombras entre el vacío negro. Instrumentos, tacones, poses flamencas y un persistente latido azul fluorescente hizo acto de presencia. Había llegado la hora.
Rosario, la reina
«La faraona del pop» pisó tarima pasados diez minutos de las 9:00 pm, con una banda que le dio la bienvenida y lo tenía todo: cajones, batería, guitarras, bajo, piano, y demás. Pero fueron dos bailaores al costado del escenario quienes se encargaron de presentar formalmente a la hija de la gran Lola Flores.
El dorado y el blanco tomaron iluminaron el escenario y una vigorosa Rosario saltó a escena ataviada con un sombrero de estrellas que hizo de corona ante los emocionados gritos que la clamaban: “¡Reina!”. Se trataba a sí misma – sobre todo a su derrière – como un tambor; sin interactuar aún con el público, inició el concierto con su éxito «Te lo digo todo y no te digo nada».
Pasó, seguidamente, a darle gracias al público, comenzando una interacción muy consecuente entre ella y quienes la fueron a ver y escuchar.
«¡Gracias, queridos!», bramó emocionada, casi sin aliento tras un primer tema en donde lo entregó todo y vaticinando lo que pasaría durante lo que durara el concierto.
«Gracias a Dios estoy aquí con todas mis fuerzas, cariño y pasión», señaló. «Este recibimiento nuestro lo tenía guardado en el corazón. Vengo con mi banda y mis canciones listas para decirles todo y decirles nada», atisbó.
«Mariposas blancas» siguió en la lista de canciones. Y esta presentación fue de las favoritas entre los asistentes: se quitó el sombrero y se alborotaba el cabello como si no hubiese mañana. Se lo enmarañaba siempre que podía como si intentara despojarse de algo. Fue más que obvio que Rosario Flores siente, vive, se transforma, se derrite, se desarma y revive con cada palabra de sus canciones.
“Yo sabía que tenía algo contigo, Caracas”
Su braceo y floreo fueron el sello de toda la presentación, tanto como su cabello suelto. De aire gitano y rebelde, despojándose de cualquier tapujo, se convirtió en «Yo me niego», canción que le dedicó a las mujeres «con el permiso de los caballeros».
Cada dos o tres canciones, sus bailaores se adueñaban del tiempo y el espacio. Hacían lo suyo con pasión y furia, como si quisieran demostrar por qué tenían merecido compartir escenario con Flores.
«Gloria a ti» siguió en la lista de temas. «Ya que están calentitos, llegó la hora de prender esto, ¿no?», manifestó al culminarla para abrirse camino con «Al son del tambor».
La exigencia de su puesta en escena denotaba la entrega que le tiene a su arte. Así como se entregaba, se concentraba en cantar, girar, taconear y alternar movimientos fluidos y suaves que se paraban en seco para darle dramatismo a su acto. La emoción de Rosario nunca faltó.
«De ley / Mi gato», «Cómo quieres que te quiera» y «Qué bonito» forjaron un antes y un después en su presentación. Conversó unos minutos con el público y aseguró que «¡yo sabía que tenía algo contigo, Caracas!».
«Después de tanto tiempo, siento que es la primera vez que piso este teatro», le temblaba la voz y no por el furor del concierto. «Tengo los mismos nervios, las mismas ganas, ¡gracias!», subrayó, no sin antes tomarse un minuto para caminar al centro de la tarima, arrodillarse y besar el piso de la Ríos Reyna.
«¡Caracas, te quiero vida mía!», gritó y el público se levantó de sus asientos por primera vez pasada una hora de concierto para ovacionarla. «No me iría sin tener algo contigo», añadió y siguió con la canción que le hace justicia a esa frase.
Se acabó muy rápido
Los colores rojo, naranja, fucsia y violeta comandaron cada emoción vivida sobre la tarima. La espera del público, sin embargo, era por los grandes éxitos de la cantante que aún no se asomaban en el repertorio. ¿Habría que esperar al final?
Le tocó el turno a «Te quiero, te quiero» y «Oye, primo», canción que interpretó junto a su percusionista (originalmente es Juan Magán quien la acompaña), dándole un toque especial al ritmo de la presentación.
Rosario se veía imbatible; se sentía como fuego vivo sobre el escenario. Se encendió sola y no se extinguió. Así como sus anécdotas, entre las que destacó a su madre, Lola, ícono del flamenco y la copla, y a su abuela, que también se llama Rosario y de la que nació la siguiente canción que interpretaría: «Los tangos de mi abuela».
Un «muchísimas gracias» a las 10:30 pm causó un sobresalto en la Ríos Reyna. ¿Esto había sido todo? Presentando a la banda con ardor y admiración, se iría despidiendo de una Caracas que seguía clamando al menos un popurrí de sus más grandes éxitos como «Meneíto», «Agua y sal», «Tu boca» o «Por un beso tuyo».
“Aquí faltaron muchas canciones”, se escuchaba entre los asistentes. “¿Se va a ir tan pronto, en serio?”, se preguntaban. “¡Otra, otra, otra!”, pedían
Como era de esperarse, un falso final dio esperanza a los fanáticos de la cantante. «No dudaría en volver a reír» arrancó después de un mensaje: «No queremos hambre, tampoco guerras; queremos a la naturaleza y los animales; queremos paz. Así que vamos a cantar y a sentir… ¡Qué vivan la música y qué viva el amor!», señaló Rosario.
La sencillez de la presentación fue impecable, pero conforme avanzaba la noche, los testigos estaban ávidos de más repertorio musical conocido. La última canción, no obstante, debía cerrar con broche de oro la experiencia flamenca que se le había prometido a Caracas.
«Volveré lo más pronto que pueda, se os juro», recalcó Flores paseándose de cabo a rabo en tarima junto a sus músicos. «Gracias por estar aquí y sentirme. ¡Gracias, gracias, gracias y hasta siempre mi público bonito!», concluyó. No sin antes coronar la noche con «Muchas flores» y su «Marcha, marcha, queremos marcha, marcha».
De esta manera, finalizó el tan esperado concierto de Rosarillo, como la conocen desde pequeña, dejando una sensación agridulce entre quienes esperaban con encontrarse con un concierto en el que interpretara mucho más de sus grandes éxitos. Porque sí, Rosario Flores dejó el alma, el corazón y el cuerpo en el Teatro Teresa Carreño, de eso no hubo duda.
A la galardonada cantante, le queda una presentación más en Caracas. Se presentará, en íntimo, en el Salón Naiguatá del Hotel Tamanaco el jueves 25 de mayo.