Si Rodrigo Michelangeli mira en retrospectiva, el cine siempre estuvo allí. De pequeño, en casa, tuvo una de las primeras cámaras Handycam. En el colegio llegaba a consensos con los profesores para que sus evaluaciones fueran audiovisuales: “En vez de hacer este ensayo, ¿puedo hacer una película”, decía. Con algunos profesores le fue bien, como cuando el escritor Eduardo Sánchez Rúgeles le dio clases de Historia del Arte en bachillerato y pudo hacer un largometraje. Con otros no tanto. Después que se gradúo formó parte de la incipiente banda Rawayana que, aunque no ganó el Nuevas Bandas en 2010, el videoclip de “Fuego Azul” —dirigido, editado y grabado por Michelangeli y Joan Verhoock—los puso en el ojo de la movida musical de la que ya formaban parte agrupaciones como Viniloversus y La Vida Boheme.
“Como era baterista de la banda, para nosotros era barato que yo hiciera los videos y también nos divertíamos mucho conceptualizando alrededor de eso. Ya había nacido YouTube; si no tenías un video, no eras nadie”, recuerda desde Toronto, Canadá, donde vive desde 2011. Desde sus inicios como director de videos de bandas locales como Americania y Los Mesoneros ha corrido mucha agua.
Migró, la música se convirtió en un pasatiempo, se formó en cine en la Toronto’s York University y fundó La Faena Films en 2015, junto con Jorge Thielen, a quien ayudó escribir La soledad (2016) y La fortaleza (2020), películas en las que además fungió como director de fotografía. Tras su debut como director en el cortometraje Ráfagas de paz (2014), formó parte de la selección de cortometraje documental De memorias y escombros (2020) en la edición 17 del Festival de Cine Venezolano, pero ya había pasado por al menos cinco festivales internacionales y recibió una Mención Especial en el I Festival de la Crítica Cinematográfica. También participó como productor de The Father plays himself (2020), un documental de la cineasta italiana-americana Mo Scarpelli, que se realizó durante el rodaje de La fortaleza de Thielen y que está enfocado en la relación padre e hijo.
En De memorias y escombros, corto de 16 minutos, Michelangeli sigue la cotidianidad de sus abuelos Opa y Oma en Caracas y sin sus hijos: de siete, solo uno vive en la capital. Los demás migraron. Pero también muestra a Jaime, el abuelo de su esposa, cuyo sustento está en los restos de material precioso en una planta abandonada en la que alguna vez trabajó. Con su voz en off y parte del archivo audiovisual familiar, creó una pieza en la que se entremezcla la migración y la vejez en un país asediado por la crisis. También es la memoria pública de lo sucedido y, a la vez, personal, del director, que vive con la incertidumbre de cuándo podrá volver a compartir con ellos.
—La Faena Films estrenó el año pasado La fortaleza. ¿En qué momento se desarrolló De memorias y escombros?
—Empecé a filmar en 2016, justo después de que estrenamos La soledad en Venecia. Nosotros volvimos a Venezuela para grabar el demo de La fortaleza. Llegué unas semanas antes y empecé a filmar a mi abuelo y al abuelo de mi esposa. No tenía muy claro qué iba a hacer, solo que los iba a conectar de alguna manera. Tomé la decisión simple y técnica de no mover la cámara cuando los estaba filmando. Nada más los iba a registrar en su cotidianidad y no tenía mucho más que eso en mente. Luego en edición veía qué haría.
Me tardé cinco años, pero no trabajando directamente en el corto. Estaba haciendo otras películas, no le dedicaba el tiempo suficiente. Era un proyecto que estaba en un disco duro. Como también mi abuela murió tres meses después de empezar a filmar, a principios de 2017, me costaba mucho ver ese material. Poco a poco fui enfrentándolo, con la ayuda de mi productor, Jorge, y mis otros productores que se han sumado al proyecto, Louise Bellicaud y Claire Charles-Gervais. Es una coproducción con Francia que surgió en la posproducción.
—¿Qué le motivó a registrar algo tan personal como la vida de sus abuelos?
—El hecho de que yo no vivo en Venezuela. Siento cierta rabia de que nos hayan robado los momentos juntos. También es celebrar un poco que existen cámaras y que vivimos en este tiempo. Me da mucha emoción que hayamos nacido en estos 100 años donde existe el cine, porque antes la humanidad nunca había podido registrar o inmortalizar imágenes. La motivación era esa: inmortalizarlos para crear archivos familiares, para no olvidar.
—¿Es una forma de mantenerlos siempre contigo?
—Sí, totalmente. Quizás es un poco egoísta porque uno se vale de las imágenes y cree que eso ya es estar presente, pero solo estuve presente cuando estaba filmando, del resto es solo un recuerdo. Siempre trato de recordar, de llamar. Yo lo digo en el corto: mi abuelo no es bueno por teléfono, no es el mismo. Está este tema del medio, de cómo comunicarse con tus seres queridos si están lejos. Está chévere que existan las videollamadas y todo, pero no son lo mismo. Entonces sí, ese dolor está allí perpetuo, no sé cómo resolverlo. Siempre estoy soñando en maneras de poder estar virtualmente, pero estar más presente. Es muy difícil transmitirle a ellos unas instrucciones para que conecten el televisor a un televisor y puedan ver mi cara más grande, o cosas así. Se hace difícil poder comunicarse. Es un intento de poder tenerlos conmigo siempre.
—¿Y su abuelo vio el corto?
— Sí. Se siente muy orgulloso de todo lo que hemos podido lograr con el corto. También el abuelo de mi esposa, Jaime, en realidad toda la familia. Cada vez que hay un festival nuevo nos llena de orgullo porque para ellos es muy extraño también verse en tantos lugares del mundo, en unas pantallas grandes. La pandemia condicionó un poco la forma en cómo se estrenó. También le gusta porque está ahí mi abuela retratada en sus últimos momentos.
—¿Pudo ir a algunos de los festivales en los que el corto se presentó?
—No he podido viajar a un ningún festival en el que ha estado la película. Sé que hubo proyecciones presenciales al aire libre en el Camden International Film Festival (Estados Unidos) y en ZINEBI Bilbao (España). Más allá de mi familia, que siempre es muy emotivo verlo con ellos, estuve en algunas Q&A [sesiones de preguntas y respuestas] de los festivales. No solo toca un tema específico de Venezuela y de cómo las personas mayores se han quedado solas, sino que es un tema antropológico universal: nos ponemos viejos y la gente no tiene tanto tiempo para ti y es difícil tomar decisiones de quien cuida a quien. Las conversaciones en Q&A se han ido por ese lado. Es algo que nos duele y nos preocupa a todos. Es universal y no importa de qué parte vengas.
—Para usted entonces 2020 solo fue realizar la promoción y la postulación a los festivales. ¿Qué más estuvieron haciendo en La Faena Films?
—No hemos podido filmar más, pero de todas maneras estuvimos en preproducción para las siguientes. Apenas se estrenó La fortaleza a principios de 2020. Normalmente un recorrido en festivales como el que tuvo La soledad, que fue bastante exitoso, puede durar dos años. También estamos en la preproducción de la siguiente película de Jorge, La cercanía, y enfocándonos en la distribución de El father plays himself, que estamos promoviendo. Nos ganamos un premio en el Torino Film Lab, que te da un grant [subvención] para distribuir la película. Tendremos una función online el 10 de agosto, con un conversatorio y escenas que nadie ha visto de la película.
—Las salas comerciales aún están reactivándose en Estados Unidos y Canadá. ¿Cómo cree que los afectará a ustedes que hacen un cine de autor?
—Yo soy optimista y pienso que, cuando ya tengamos atrás la pandemia, vamos a volver a los cines; es una experiencia que no se extingue. Es diferente ver las cosas en tu casa, en tu computadora. Ver cine en la pantalla grande siempre es mejor, poder salir a la calle y conversar con la gente sobre lo que acabas de ver. Siempre será una experiencia muy superior que verla en tu casa. El cine en los teatros va a seguir existiendo. Los festivales de autor también tratarán de seguir. Nuestra industria es la que más lucha para que eso exista. Y cuando digo nuestra industria me refiero el circuito de cine de autor y no el cine comercial, que con una suscripción en Netflix o Amazon pueden valerse.
Nosotros hacemos cine para verlo en la gran pantalla y vamos a luchar por eso. No quiere decir que estamos cerrados a explorar opciones online, pero sí somos selectivos con las plataformas a las que nos acercamos. Mubi es una plataforma excelente con un contenido más curado. No es como Netflix, que es un poco más comercial y grande que tiende a que el cine sea como comida rápida. Apuntamos a cosas como Mubi, pero no es una opinión totalmente cerrada. Si viene Netflix y quiere hacer algo, buenísimo (risas). Es chévere entender cómo cambian los patrones de consumo, pero todavía somos amantes de la gran pantalla y queremos siempre proyectar allí.
—El año pasado también participó en un proyecto que levantó mucho polvo. ¿Qué tal fue trabajar el en video de “Miami S&M” de La Vida Boheme?
—Crecimos juntos en todo en esa movida musical que existió entre 2007 y 2010 cuando ganaron el Nuevas Bandas. Viniloversus también surgió y todas estas bandas. Que ellos me dijeran para trabajar me emocionó mucho. Yo hice un video primero a través de Zoom, haciendo lo que todo el mundo hacía en ese momento, usar la aplicación como una herramienta para hacer arte. Así hicimos el video de “Último Round”, con José Ostos y Johan Verhoock. Como ya estábamos haciendo cosas, ellos tuvieron la idea de trabajar con LaSirena69. Juan Avella y yo creamos la historia. Todos coincidieron en Los Ángeles. Yo dirigí desde Canadá y planeamos mucho esa historia para que mi impronta pudiera quedar allí. Sin estar ahí en el set es muy difícil que puedas dirigir.
—¿Cómo es dirigir a distancia?
—Planificas lo máximo que puedas. Lo bonito es que la asistente de dirección se encargó de que yo siempre estuviese presente en el set a través de un teléfono. No tienes voz, pero yo a través de ella lograba dar mis opiniones y tenía un video directo de la cámara. La tecnología es impresionante, hoy en día puedes hacer grandes cosas con tal de que tu equipo entienda que eres el director y que tienen que prestarle atención al teléfono. Obviamente a veces los dejaba trabajar y trancaba. Dejaba que hiciera los planos y luego les decía si había que cambiar algo o no. Juan Avella también fue clave; tenía que haber otro director en el set. Fue increíble y por eso compartimos el crédito como directores.
—¿En qué etapa está su ópera prima, la adaptación de El Síndrome de Lisboa de Eduardo Sánchez Rugeles?
—Estamos trabajando a distancia y buscando financiamiento. Ya hemos escrito tratamientos de esa adaptación y lo chévere de trabajar con Eduardo es que él es cinéfilo, entonces podemos hablar de referencias. Yo leí el manifiesto de ese libro después de la muerte de mi madre en 2019. Para mí, en ese momento tan vulnerable, leer ese libro me llevó a pensar en otras cosas, no solo pensar en ese hecho trágico de mi familia; me transportó. Tiene unas imágenes tan hermosas, tan humanas en dos cuentos, uno que ocurre en Caracas con las protestas, y el cataclismo en Lisboa. El libro toca una fibra muy importante de lo que viví más joven. Además, el llamado a trabajar con Eduardo siempre ha estado desde siempre. Estamos muy emocionados.
—¿Cómo balancea todos estos proyectos creativos, el cine, los videos musicales, y la paternidad?
—Precisamente porque soy papá no puedo parar. Pero también la pandemia, si podemos sacar algo positivo, nos encerró y he podido estar mucho con mi hija, sino tuviese que haber estado viajando con las películas y haciendo otros proyectos. Esa pausa que ocurrió a nivel mundial nos permitió estar más tiempo con nuestras familias. Eso lo he aprovechado para estar más con ella. Ahora que se van abriendo las cosas ya tengo unos viajes pautados y el ritmo de trabajo va subiendo. Pero siempre es una bendición estar los primeros meses de su vida cerca de mi hija. Con estos trabajos que son creativos, de cineasta específicamente, suele ser un poco duro para las familias porque tenemos que viajar mucho y filmar en diferentes lugares. Agradezco que exista la posibilidad de la tecnología de poder hacer cosas a distancia y que no me alejen tanto de mi familia.
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