Cuando el escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón se enteró de que su novela The Night (2016) estaba dentro de las 10 preseleccionadas para el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, se emocionó. Al recibir un correo de la Cátedra Vargas Llosa con la noticia de que su obra se ubicaba, también, entre el grupo de 5 finalistas, una mezcla d emocióne, presión e incertidumbre se gestó in crescendo. Unos días pensaba que el texto era suficientemente bueno como para obtener el primer lugar, pero el veredicto dependía de tantos factores que descartaba la posibilidad.
De 426 obras postuladas de 20 países, la primera novela que ha escrito el caraqueño de 38 años de edad ganó la III Bienal de Novela Vargas Llosa que se celebró en Guadalajara, México, entre el 27 y el 30 de mayo. Un reconocimiento que en el mundo de la literatura latinoamericana ha sido comparado con el extinto Premio de Novela Rómulo Gallegos, instaurado por el presidente venezolano Raúl Leoni en 1964 y cuya primera edición, en 1967, ganó Mario Vargas Llosa con La casa verde. Este galardón fue suspendido en 2017 por reducción de presupuesto en el Ministerio de la Cultura venezolano.
The Night disputó el galardón dotado de 100.000 dólares y una escultura del artista peruano Fernando de Szyszlo con Las fiebres de la memoria (2018), de la nicaragüense Gioconda Belli; Vivir abajo (2018), del peruano Gustavo Faverón; Sur (2018) y Ordesa (2018) de los españoles Antonio Soler y Manuel Vilas, respectivamente.
“Este premio se lo dedico a mi país, Venezuela”, dijo Blanco al recibir el galardón en el Conjunto Santander de las Artes de Guadalajara, la noche del jueves. Una obra que, señaló, no habría escrito “si no hubiera requerido el inmenso sacrificio de ver a un país arrasado por la dictadura” y que “indaga sobre una zona de sombra en la que el país ha caído”.
El jurado, presidido por el escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, e integrado además por la escritora y académica española Carme Riera; el escritor, periodista y profesor peruano Alonso Cueto; el docente y académico mexicano Felipe Garrido; el crítico y poeta español Juan Manuel Bonet, y el escritor y periodista español J. J. Armas Marcelo, director de la Cátedra Vargas Llosa, como secretario con voz pero sin voto, indicó en el fallo que The Night es una “novela polifónica, construida como un juego de muñecas rusas (…) un artefacto literario construido con maestría por un narrador que sabe apreciar la complejidad de su metrópoli natal y de la vida de sus habitantes”.
Escrita entre 2010 y 2013, fue publicada en 2016 por las editoriales Alfaguara, Madera Fina y Gallimard. Circuló en España, Argentina, Chile, Colombia, México, Venezuela, Francia, Holanda y República Checa. Ese mismo año fue galardonada con el premio Rive Gauche en París como la Mejor Novela Extranjera y en 2018 recibió el Premio de la Crítica de Venezuela.
La historia se inicia en medio de un gran apagón en Venezuela. Matías Rye es un escritor que quiere desarrollar la que cree será su mayor propuesta literaria, “The Night”, y recibe el apoyo de su amigo, el psiquiatra Miguel Ardiles. En medio de ellos está Pedro Álamo, uno de los estudiantes del taller de escritura de Rye, ganador del Concurso de Cuentos de El Nacional con un texto aparentemente sin sentido y que, obsesionado por la palabra, realizó una biografía del escritor de palíndromos Darío Lancini.
Dividida en cuatro partes: “Teoría de los anagramas”, “Teoría de los palíndromos”, “The Night” y “Tetris”, Blanco Calderón se apropia de la estructura de Los detectives salvajes del escritor chileno Roberto Bolaño. El relato de sus personajes se teje entre capítulos narrados como cuentos que conforman una historia mayor marcada por la violencia generalizada que caracteriza a la capital venezolana y que da cuenta del declive del país.
Rodrigo Blanco Calderón es licenciado en Letras por la UCV, casa de estudios en la que fue docente, y realizó una maestría en Estudios Literarios. Ha publicado los libros de cuentos Una larga fila de hombres (2005), Los invencibles (2007), Las rayas (2011) y Los terneros (2018). También tiene estudios de doctorado en la Universidad de París 13. Actualmente reside en Málaga, España.
El año pasado terminó su segunda novela, de la que no tiene fecha de publicación. Además, cuenta con varios ensayos incompletos y disgregados sobre literatura. Afirma que es su “género frustrado”: le gusta leerlos y escribirlos, pero que no ha tenido la disciplina para cerrar alguno.
Considera que el Premio de la Bienal Vargas Llosa le dará un segundo aire a The Night. “Un premio te da visibilidad, te permite publicar o, como en este caso, es la suma de toda estas cosas. Esa visibilidad y un buen premio en metálico te ayudan bastante a poder vivir y seguir escribiendo. The Night se publicó en 2016 con muy buena crítica en su momento, pero fue avasallada por las dinámicas de las novedades literarias. Este premio me permite, tres años después, volver a acompañar a mi novela en este tipo de actividades y probablemente será reeditada”, dice el escritor, que apenas pudo dormir unas horas, luego de celebrar, en un pequeño cocktail, uno de los mejores momentos que, hasta ahora, asegura, ha vivido.
—El contexto de la novela está marcado en una realidad muy local: apagones y violencia generalizada. ¿Qué la ha hecho tan internacional?
—Evidentemente la novela se sitúa en un contexto como el de los apagones y de la crisis energética, que creo que es un contexto clave para entender la deriva destructiva en la que cayó el país. Hay un antes y un después de la declaración de esa crisis. Fíjate que la novela salió en 2016 y, en ese momento, la crisis eléctrica parecía superada o no se había agudizado. A comienzos de este año volvió, nunca se ha ido, siempre ha estado allí. Eso le dio nueva actualidad a la novela. Obviamente, es un gancho que la prensa identifica de forma rápida. Pero tiene otros niveles. Esto que señalo es contexto para otras historias. Por ejemplo, los lectores franceses no le dieron tanta relevancia al contexto sociopolítico, les interesaron más los juegos de palabras, la filosofía del lenguaje, la novela intelectual que se encuentra allí.
—The Night pareciera ser un rompecabezas de microcuentos que se van tejiendo, ¿esa estructura estaba preconcebida?
—Esta fue mi primera novela. Yo venía de escribir cuentos. No quise hacer ninguna distinción, al momento de escribir, entre cuento y novela; quería que cada capítulo, aunque formara parte de una historia mayor, tuviera la intensidad de lectura que brinda un cuento. Esas estructuras que se sobreponen le dan, creo, el encanto, si lo tuviera, a la novela y su nivel de complejidad.
—El día que se inauguró la Bienal circuló una carta firmada por un centenar de escritores criticando la escasa participación de mujeres en el encuentro, tanto entre los finalistas, los panelistas y el jurado calificador del premio. Una expresión de una “mentalidad machista subyacente”, dijeron los firmantes. ¿Qué piensa al respecto?
—El manifiesto tiene muchos niveles: está el texto del manifiesto que se puede analizar, está el texto en función de quienes lo firmaron y la utilización posterior como especie de crítica, que es bienvenida en la organización de un evento como la Bienal, y otra que trata cuando no un intento de boicot, como una especie de ataque feroz que no se justifica. Un evento como la Bienal requiere muchísimo esfuerzo y hay que estar aquí metido para ver la cantidad de gente valiosa que se necesita para llevarlo a cabo. Es absurdo pensar que estas cosas se organizan con una mala intención de rechazar, denigrar o discriminar a las mujeres. Eso me parece un despropósito. Si ves la distribución de las mesas, claro que sí puede haber una mayor equidad de hombres y mujeres. Lo que sí me parece un desatino total son las conclusiones que sacan en el manifiesto, que son matemáticas: que porque haya mayoría de miembros de un jurado de mujeres o de hombres eso determina automáticamente la escogencia del ganador. (…) Hay una cantidad de cosas que se mezclan y hacen el tema complejo. Es una lástima que una reivindicación tan importante como la que están haciendo las mujeres en distintos ámbitos se vea enturbiada por una serie de intereses que, al final, son bastante mundanos como el deseo de aparecer en una Bienal o de estar de finalista en un premio.
—¿Considera que en el panorama latinoamericano se ha denigrado el papel de la mujer en la literatura?
—No. No tengo ningún ejemplo de eso.
—En su discurso tras el fallo del premio criticó el papel complaciente de los intelectuales con el sistema autoritario venezolano. Dijo: “Ha sido particularmente doloroso ver que no ha sido la gente común la que ha salido a apoyar la dictadura, sino algunos académicos y literatos que se supone que tienen compromiso con el lenguaje y por motivos absurdos de ideología prefieren hacer la vista gorda”. ¿Considera que los escritores son los nuevos intelectuales?
—La labor intelectual siempre ha estado ligada a la escritura. En esa parte específica de mi discurso me refiero es a los escritores, artistas, intelectuales y académicos que suelen hacer declaraciones sobre temas políticos y que, cuando tocan el asunto de Venezuela, o bien apoyan abiertamente a la dictadura de Maduro o relativizan todo lo que sucede; se vuelven repentinamente olvidadizos con respecto a ese tema. Lo he visto en escritores latinoamericanos y en algunos escritores y periodistas norteamericanos vinculados con América Latina. Son precisamente quienes uno pudiera pensar que por su trabajo están constantemente atentos a los conflictos globales y de países específicos. En el caso de Venezuela, ocurre el extraño fenómeno de una especie de ceguera momentánea que está alimentada por una marca ideológica evidente.
—¿Cuál puede ser el aporte de la literatura en la recuperación de Venezuela?
—No creo que la literatura socialmente y de forma visible pueda hacer mucho. Quizás su trabajo es más sutil, más intangible, como el de construir una memoria distinta a la memoria oficial de lo que ha sucedido en los últimos años. Puede darnos una especie de agarraderos simbólicos para aguantar la debacle. Pienso en la poesía venezolana de los últimos años, que ha estado profundamente conectada con la tragedia, pero que logra superarla con la creación de una serie de imágenes que son importantísimas para que los venezolanos que lean poesía o literatura logren tener o mantener una parcela de vida interior en medio de un escenario como el que se vive allá día a día. Si la literatura logra hacer eso, ya es bastante.
—¿Qué diferencias hay entre escribir en Venezuela y hacerlo en otro país?
—Algunos cuentos y novelas empiezan a impregnarse de los lugares que visito o donde estoy viviendo, pero me parece normal. Tiendo a incorporar mis viajes o mis residencias en lo que escribo. En ese sentido, no percibo mayor diferencia en cuanto a temas de escritura. Lo que quizás tengo es una mayor comodidad al vivir fuera para poderme dedicar a leer y escribir. Yo terminé The Night en 2013 cuando Venezuela estaba entrando en un período francamente hostil y difícil, pero que no puede ni remotamente compararse con la Venezuela de 2019. Yo no sé si yo viviendo en este momento en el país pudiera tener el tiempo y la paz mental para leer y escribir como lo hago afuera. Quizás esa es la diferencia.
—¿Cómo es su relación con Venezuela hoy?
—Es un motivo de desvelo diario. Estoy pendiente de lo que pasa porque mi familia y la familia de mi esposa viven allá. Sigo con mucho interés y mucha preocupación lo que sucede, pero a la vez no he podido regresar en casi dos años y medio y ese es un dolor no resuelto. Y mientras eso no se resuelva, impide que uno termine de arraigar afuera o donde sea que uno esté. Es un poco estar en dos partes sin estar verdaderamente en ninguna.
—¿Qué planea hacer con el premio metálico?
—No tengo ni la menor idea. Quizás en el largo viaje de regreso a casa pensaré qué puedo hacer con eso.
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