Difícil definir el género de Lo que queda en el aire (Gisela Cappellin Ediciones), el libro con el que Rodolfo Izaguirre rinde homenaje a Belén Lobo, su esposa durante más de 50 años, fallecida en 2014, y al país que vio a ambos crecer y desarrollarse en sus respectivas ramas. Él como un agudo crítico de cine; ella, pionera del baile en Venezuela.
Izaguirre lo define como un poema de amor para Lobo. En efecto está cargado de poesía, pero también de crónica, memorias, humor, opiniones, narraciones conmovedoras y divertidas. Por eso el autor no lo considera ni novela ni biografía ni ensayo. En realidad es un ejercicio de escritura en el que el crítico expone su agudeza en el lenguaje luego de tantos años frente a una máquina de escribir o, en la actualidad, un teclado.
Lo que más llama la atención es que un hombre, en un país que poco ha avanzado, cultural y políticamente, en la lucha por la igualdad de género, dedique un libro entero a su esposa. El autor subraya que es el primer título que un escritor venezolano publica en homenaje a su mujer y Rafael Arráiz Lucca, durante la presentación en la librería El Buscón, puso como ejemplo previo a José Antonio Maitín, un escritor del siglo XIX que escribió el poema «Canto fúnebre» para su esposa fallecida.
«Es la primera vez, al menos en la literatura venezolana, que un marido escribe un libro sobre su mujer. Hay poemas, versos, pero un libro nunca. Los maridos venezolanos por lo general son infieles y suelen darles tortazos a las mujeres. Escribir un libro es único. Yo lo hice por amor a mi mujer. Estuve casado con ella 50 años. Adorándola. La sigo adorando», afirma Izaguirre durante una entrevista en su casa, un espacio en el que es fácil que entre la luz y donde es clara, por pósters de películas clásicas y su biblioteca, su larga pasión por la lectura y el cine.
También es el lugar de sus queridos helechos, que protege celosamente porque los considera una representación del país. A diario, cuenta, los revisa y les echa agua. «El título del libro, Lo que queda en el aire, se desprende de una definición del ballet que leí cuando estaba muchachito, pero no recuerdo bien quién la dijo: ‘El ballet es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él’. De ahí tomé el título de ese libro, porque lo que queda en el aire es Belén».
En cuanto a la estructura, Izaguirre dice que es como la del pas de deux, un movimiento del ballet realizado por dos personas: «Ella tiene una variación, él también, se van acercando, se comienzan a tocar, se rozan, se enlazan, él la levanta, ella hace la promenade, gira sobre su propio eje, y terminan abrazados. Así es la estructura de ese libro».
En Lo que queda en el aire, la definición del autor puede verse al principio cuando señala que tanto él como Belén solían acudir muy jóvenes, sin conocerse aún, a la iglesia para escuchar a las monjas orar. «El camino hacia el Municipal o hacia las Siervas parecía estar trazado de antemano para que me uniera a Belén Lobo y echara raíces a su lado», dice en el libro, y a medida que avanza la historia ambos van tejiendo una relación que terminará en un amor de varias décadas.
—Usted le rinde homenaje tanto a Belén Lobo como al país que los rodea.
—Si no hay un país no existe nada. Yo tenía 4 años cuando murió Gómez, Belén tenía 3. De modo que estamos presenciando el final de un país primitivo y el comienzo de un país moderno. Don Mariano Picón Salas fue quien dijo que el siglo XX venezolano comenzó en 1935. Justamente comienza con Belén y con Rodolfo. Ella va a ser bailarina. Con ella nace el ballet en Venezuela y con Rodolfo se anuncia el cine. En esa época no se hacía cine, quién va a hacer cine con un dictador como Gómez. Se hacía cine ocasionalmente. Pero con Rodolfo empieza la organización del cine, con la Cinemateca Nacional, que dirigí durante 20 años. Gracias a la Cinemateca se crea la ANAC (Asociación Nacional de Autores Cinematográficos), la Federación de Cineclubes, se organizan los gremios y se organiza el cine. Este país tiene dos frustraciones. Una, no haber enterrado lo suficiente al general Gómez y, dos, que quiere ser moderno y no lo logra. Cada vez que intenta la modernidad algo surge, alguna circunstancia política, económica, lo que sea, y el país echa para atrás. Rodolfo y Belén, la protagonista de ese libro, fuimos flores de loto. Nacimos en un país primitivo, es decir, nacimos en el pantano, y el país se fue haciendo con uno. Se está haciendo todavía.
—Si el país estaba en el pantano cuando ustedes estaban pequeños, ¿cómo lo ve ahora?
—El país ha progresado muchísimo. Dejó de ser primitivo porque buscó la democracia, que no se sabía qué era, no conocíamos la democracia. De Simón Bolívar para acá, la Guerra de Independencia, fueron puros generales haciendo guerra. Es la presencia militar, no civil. La civilidad comienza cuando muere Gómez. Medina Angarita era militar pero un tipo muy civil. Después vinieron todos esos presidentes con la democracia. No sabíamos qué era la democracia. El país la conoció cuando yo estaba naciendo, conmigo y con Belén nace la democracia. Con el ballet y el cine nace un país que va hacia la democracia. Deja atrás un régimen autoritario y militar que conocimos con los generales de la Guerra de Independencia.
—¿Cómo se siente con las circunstancias actuales del país?
—No me siento muy contento. Hemos vuelto atrás. Defiendo mucho a la mujer, mi derecho a disentir, a no estar de acuerdo. Eso es un derecho. Son derechos coartados por este régimen. No me siento en libertad.
—¿Ha pensado por qué ese país que describe en el libro sufrió este retroceso?
—Ha ocurrido porque no somos ciudadanos todavía. Somos habitantes. Los habitantes no tienen conciencia todavía de sus propios derechos. Se tiene conciencia de los derechos cuando somos ciudadanos. No lo somos todavía. Vamos camino a ser, no habitantes, sino usuarios. Usuarios del metro, de los servicios. Estamos perdiendo identidad porque no somos nada. En este momento hay un régimen duro, difícil, que está eliminando nuestra propia conciencia ciudadana. Por eso hemos ido hacia atrás. Nos mueve una tecnología que no es nuestra. Es ajena, pero nos impulsa y lleva hacia adelante. ¿Pero hacemos el esfuerzo personal de acompañar esa tecnología? Lo que pasa con el cine: los jóvenes cineastas dominan o tratan de dominar la tecnología, sí, pero todavía no han ajustado su manera de narrar a esa nueva tecnología. Una cosa es hacer cine como se hacía antes y otra cosa es hacer cine en un aparatico así chiquitico.
—¿Siente que a los cineastas jóvenes les están faltando conciencia de lo que ocurre alrededor?
—Encontrar el lenguaje justo para esa tecnología. No podemos escribir como Cervantes, ni siquiera como Vargas Llosa. Tenemos que escribir de otra manera. Si queremos hacer cine, tenemos que ajustarnos a esta camarita, a esta tecnología nueva, que es complicadísima y cada día va cambiando. Yo no la domino. No tengo la menor idea de cómo se hace cine hoy. El otro inconveniente es que se hace poco cine porque la tecnología ha logrado que puedas filmar persecuciones o explosiones. Al tercer minuto de la película ya hay 60 muertos. Una mafia japonesa que lucha contra una mafia rusa, qué sé yo. Eso no es cine. Además de eso, agrega lo que ocurre ahora: la cultura del espectáculo. La cultura del espectáculo son las películas. Está llena de películas, no de cine.
—¿El cine que hace Marvel le gusta?
—Es espectáculo. Se hace poco cine, películas que te hagan reflexionar. Que te toquen de alguna manera. ¿A mí de qué manera me toca una explosión, una persecución, automóviles? Para nada. Eso es una cosa espectacular. Eso es lo que nos falta. Este libro lo que recoge es una Venezuela que está empezando a vivir. No hay espectáculos todavía. Hay una vida difícil.
—¿Nosotros deberíamos tener más presente que nunca la historia del siglo XX?
—Nos persigue. Es lo que estamos tratando de dejar atrás y enfrentar un siglo XXI nuevo, moderno, pero sin el peso de una cosa antigua.
—Sin el peso de la nostalgia.
—La nostalgia es una trampa del tiempo para anclarnos en un pasado. La nostalgia es anclarse en el pasado. Detesto la nostalgia. Voy hacia adelante. Lo que llaman ser mente abierta. Si tuviera la mente cerrada preferiría morirme.
—En el libro no dramatiza las situaciones, sino que las naturaliza. Precisamente no cae en la nostalgia.
—Más bien lo que busco es el humor. Entender que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, no soy nadie para juzgarte. No puedo juzgar a nadie. Tampoco puedo juzgar la historia que me ha tocado. Me tocó, punto. No entro en detalles de por qué me hizo triste una historia. No se trata de eso. Se trata simplemente de vivir. Sentirme vivo con mi mujer y mis hijos, en la vida que construí, que no se parece a la tuya ni a la de los demás.
—Al principio, durante el desarrollo y al final la muerte está presente en el libro. De nuevo, no dramatiza las situaciones.
—La muerte nos acompaña desde el momento en que nacemos. Está presente. La atmósfera de este país siempre ha sido la muerte. El país quiere vivir, quiere ser joven, pero no lo es, en el fondo sigue aferrado a una cosa del pasado, triste, no logra liberarse. Hay un peso acá. La gente quiere vivir alegremente, pero en el fondo hay una tristeza. La alegría es un poco para ocultar la pesadumbre de vivir en este país. No es un país alegre. Hay carencias, dificultades. La vida es dura. Los niños mueren de hambre. Por eso está la presencia de la muerte, sí, pero hay una vida.
—Aquí menciona momentos particulares de nuestra historia o escándalos como la relación de Estrella Serfaty con Isaías Medina Angarita. ¿Hubo un proceso de investigación? ¿Tenía notas? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
—Investigación no hay. Lo que hay es la vida que viví. El caso de Estrella Serfaty es que fue un escándalo social, pero después ella se casó con un tío mío, Alfredo Izaguirre, el escándalo se convirtió en un escándalo familiar. ¡Cómo te vas a casar con Estrella Serfaty que fue la amante de Medina Angarita! De modo que en mi familia, en mi vida, la política y la historia del país están involucradas con mi propia historia.
—¿Siente que va a trascender? ¿Le interesa trascender?
—Lo que pasa es que soy muy humilde. Lo que me está pasando me sorprende, me asombra, como si fuera una figura legendaria. No tengo la menor idea de eso. No me gusta tampoco. Me dicen «don». Me sientan en la primera fila al lado de Rafael Cadenas, porque somos unos «patriarcas». Yo le dije a Rafael Cadenas, que es mi amigo hace muchos años: «Mira, Rafael, a mí el que me diga patriarca le miento la madre». No soy patriarca de nada.
—Prefiere estar bajo perfil.
—Estar tranquilo en mi casa.
—¿Adónde le gustaría que llegara su obra?
—A los jóvenes. Lo que me hace vivir, más de lo que pensaba vivir, es que en Mérida se hace un festival de cine famoso. Hay una escuela de cine. Las veces que he ido a Mérida, los jóvenes se me acercan con mucho respeto. Me dicen maestro. Me muestran sus tesis, tesis complicadísimas que ni entiendo. Comprendí que esos muchachos quieren saber cuál ha sido mi camino, el recorrido, porque el recorrido que hice es lo que permite que ellos estén ahí estudiando cine. A su vez estoy interesadísimo en saber qué están haciendo esos muchachos y hacia dónde van. Saber que hay unos muchachos que me necesitan y que yo los necesito determinó que tengo que cuidarme y vivir un poco más de lo que creí que iba a vivir. Hay unos jóvenes que me necesitan. Cuando presenté ese libro en El Buscón, agradeciendo al público, dije: lo que ustedes no saben es que ustedes me han enseñado a vivir. ¡Sí! Ustedes me han enseñado a vivir. De eso se trata. Reconocer humildemente que eso es verdad. Que no me veo solo en el espejo. En el espejo están mis padres, mis abuelos, un país. Gente que ha estado antes haciendo este país. Tengo que respetarlos. Si me veo yo solo, sería de un egoísmo espantoso. Lo que no puedo mirar es qué hay detrás del espejo. Es la parte ciega. No refleja lo que viene.
—Los espejos son muy importantes para usted.
—Proyectan la muerte. El tiempo entra y sale por ahí.
—¿Ha visto películas de jóvenes recientemente?
—Tengo este problema de la audición. Sin este aparatico (se señala el oído), no podría oír las películas. Me perdí de muchas películas venezolanas. A menos que tengan subtítulos. Las últimas películas no las he visto y cada día me alejo más de las salas de cine. Tengo Netflix, pero Netflix, como te dije, tiene películas y poco cine. Me da pena decirlo pero no he visto muchas películas venezolanas últimamente.
—¿Qué películas le gusta ver últimamente? ¿Le gusta volver a los clásicos?
—Hay películas de aventuras que me fascinan, por supuesto. Las explosiones y las persecuciones también me interesan, son atractivas. Pero estoy cansado de verlas. Preferiría ver películas clásicas.
—Veo que tiene allí un póster de Drácula.
—Ese es amigo mío. ¿Sabes por qué? Fui a estudiar Derecho a París, a La Sorbona. Una universidad antigua, medieval, polvorienta, que no me gustó para nada. El camino a la escuela de Derecho pasaba por la Cinemateca Francesa y lo que hice fue torcer el rumbo de una vida, porque entré en la Cinemateca Francesa. Quedé deslumbrado con lo que vi allí sin saber que nunca iba a salir de esa Cinemateca. No sabía que me iba a tocar dirigir la de aquí durante más de 20 años. No salí nunca de esa Cinemateca. El cine me enseñó a ser escritor. ¿Cómo hacía para transmitirle al lector la gloria visual de esa secuencia? Eso es un código visual, pero yo manejo la palabra. Para poder transmitir eso tenía que perfeccionar mi idioma.
—¿Nos hacen falta más críticos de cine?
—Prácticamente no hay. Hay comentaristas de cine. Yo, por cuidarme las espaldas, nunca me presentaba como crítico sino como comentarista.
—Pero la gente lo reconoce como crítico de cine.
—Soy crítico de cine, claro. Es por falsa modestia. Por esa humildad. Para decírtelo de una vez. Mi anécdota favorita tiene que ver con Lisandro Alvarado, quien tenía alma campesina. La anécdota dice que un jinete de Caracas llegó a una pulpería, vio a Lisandro Alvarado sentado vestido de liquilique y le dijo: ‘¡Ocúpese del caballo!’. Entró y dentro le dijeron que no debió hacer eso porque ese era Lisandro Alvarado, un sabio muy respetado. Cuando el tipo salió, vio a Lisandro Alvarado cepillando el caballo. El hombre pidió excusas. No, no, dijo Lisandro, no lo hago por usted, lo hago por el caballo. Esa es mi anécdota favorita para decirte quién soy. Me he convertido ahora en un ser así muy importante, amigo de Rafael Cadenas, patriarca. Patriarca nada.
—¿Se atrevería a ponerle un género a Lo que queda en el aire? No es ni biografía ni ensayo ni novela.
—Un poema. Es un poema de amor. La estructura es como un pas de deux, del que Belén era experta. Pero ella hizo una cosa estupenda. Renunció al clásico. El clásico es la academia, el torso rígido, el tutú, las zapatillas. Ella se quitó ese tutú, se quitó las zapatillas y bailó descalza. Se liberó. Dos años antes de morir me vio a los ojos y me dijo: «He hecho de ti un águila y un relámpago». Agregó: «No permitas que esta gente arruine lo que hemos hecho». Las últimas palabras que me dijo. El águila y el relámpago eran ella misma.
—Fue esencial Belén en su vida, no hubiese sido igual si no se casa con ella.
—Ella se presentó en la Alcaldía de Chacao. ¿Cómo hace uno para casarse sin tantos problemas?, dijo. Le dijeron: la única manera es el artículo 70. Es decir, legalizar una unión concubinaria. Una niña decente no se casa por el artículo 70. ¿Y qué hay que hacer? Cédula de identidad, dos testigos. Fui con Salvador Garmendia, amigo mío, y Pedro Espinoza, que era director de la Escuela de Periodismo. Belén con un Chanel elegantísimo. Mientras llegaba el juez, mis testigos y yo nos estábamos echando tragos en el botiquín de la esquina. Llegó el juez. En la mitad de mi matrimonio sonó el teléfono y el juez dijo: «Perdonen, pero voy a atender esa llamada en el pasillo». Salvador Garmendia se fue detrás del tipo y oyó que el juez decía: «Sí, aguántamela ahí mientras salgo de este setentazo». Salvador entonces me dijo: «Rodolfo, este tipo es un falso juez, es un funcionario de esta alcaldía que te está casando por el artículo 70». De modo que el matrimonio fue un matrimonio ridículo y pasé 50 años casado con mi mujer.
—¿Cómo se tomó alrededor de ustedes esa unión de esa manera?
—Mientras vivía con Belén, mis amigos, escritores, entre otros, decían «la casa de Belén». Pero al casarme empezaron a decir «la casa de Rodolfo». ¿Te das cuenta? Una cultura machista. Dejó de ser la casa de Belén, se convirtió en la casa de Rodolfo. Iban a mi casa, no a la de ella, donde hacían fiestas. Mis amigos, cuando supieron que me iba a casar, intentaron de todo para disuadirme de que me casara. Me acuerdo de un decálogo que me hicieron, recuerdo uno que era buenísimo: no digas ‘ya vengo’, di ‘ya llegué’. ¡Machistas! Además, cuando dije que era monógamo ¡uh!, me hicieron así. Los venezolanos no son monógamos. Los venezolanos son infieles a sus mujeres, las mujeres les ponen cachos a los hombres. Belén y yo éramos monógamos, como las guacharacas. Es una cosa insólita en este país y en cualquier otra parte. El hombre es cazador. Sus víctimas son las mujeres. Yo no, no soy cazador.
—¿Le afectó emocionalmente la escritura del libro?
—Escribí con lágrimas ese libro. Fue un esfuerzo enfrentarme a esa vida. Lloré mucho. Cuando me preguntan cómo conocí a mi mujer, no me acuerdo. Lo que sí recuerdo perfectamente fue lo que pensé cuando la vi: «Me gustaría casarme con una chica así». Fue lo único que pensé. Eso sí lo recuerdo perfectamente. Pero las circunstancias se me han borrado. ¿Dónde era, a qué hora? Sé que era en un restaurantico, pero no me acuerdo dónde.
—¿Cuál fue el secreto para mantenerse tantos años felices?
—No lo sé. Había sinceridad, espontaneidad, vivir con la espontaneidad de la vida. Sin estar ocultando. Sin artificios. Sin maquillaje. Creo que era eso. En el metro la gente nos veía y preguntaba cómo hacíamos para ser tan felices. No teníamos respuesta. No se sabe. Es la manera en que te tratas con tu pareja. No hay fórmula. No existe ninguna fórmula. Surge o no. Es difícil. La pareja es de las cosas más difíciles del mundo, pero si se logra, cuando se logra, es el éxtasis. Hay que ceder. Eso es lo difícil porque a la gente no le gusta ceder. Antes era tú y yo, ahora es lo contrario, yo y tú. ¡Nadie cede! Ceder es como cortarte una mano, como negarte a ti mismo. Pero si cedes y ella cede llega un momento en que se equilibran. ¿Qué hay que equilibrar? Se equilibra esto acá (se toca la cabeza), el corazón y el sexo. Son los tres poderes. Pero si uno priva sobre los otros, eres infeliz. Lo difícil es que tanto el sexo como el corazón y la mente estén equilibrados.
—¿Qué cree que opinaría ella del libro?
—Estaría fascinada. Le hubiera gustado. Porque cuento la verdad. La exalto. Un homenaje.
—¿Ha reflexionado, o siente, que hay una relación entre escritura y baile?
—La gloria del ballet está en el encadenamiento de los movimientos. Un movimiento se encadena con otro y otro y hace el movimiento del ballet. En el cine es lo mismo. Las imágenes se enlazan unas a otras y hacen el movimiento del cine. Robert Bresson decía que el verdadero movimiento del cine no son necesariamente las imágenes que se mueven, sino que está en los nudos que se hacen y deshacen en el interior de los personajes. Ojalá que los cineastas lo desarrollen y hagan cine, que no hagan más películas sino que hagan cine. Por eso la escritura y el ballet son iguales. El encadenamiento del movimiento y el encadenamiento de las imágenes. Es lo mismo.
—Si el ballet es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él, ¿qué queda después de que se termina un libro?
—Primero un vacío y la necesidad de escribir otro. Escribir es como un metabolismo. Le pierdes miedo a la página en blanco. Y si escribes un libro, quieres escribir otro, y otro, y otro, y otro. Hasta que no puedes más. Eso queda. La necesidad de expresarse.
—¿Por qué no volvió a escribir una novela?
—El cine me atrapó. Tengo la novela Alacranes. Pero después vino el cine y el cine se apoderó de mí.
—Que guió siempre su escritura.
—Toda mi vida fue por el cine. Hasta ahora que dejé de preocuparme tanto por el cine y empecé a preocuparme por mí. Eso que los malos poetas llaman ocuparse del jardín interior. ¿El jardín interior está mal regado, mal cuidado? Bueno, me ocupé en vez de ocuparme del jardín de los demás, de algunos a veces ingratos compatriotas. Me ocupo ahora de otro jardín. De mí mismo.
—¿No se siente arrepentido?
—No. Ya cumplí con mi país. El país que quise tener cuando tenía 18 años no es este. Era un país precioso. No es este. No es que me haya equivocado, no me equivoqué, hice lo que tenía que hacer. Circunstancias que no domino hicieron que el país cambiara. Este es mi futuro, no tengo otro futuro, me tocará morirme. En cualquier momento me muero. Hice lo que tenía que hacer a favor del país, que el país sea otro no es culpa mía. Quiero dejar constancia de que no es culpa mía. Mi mujer sí me dijo: es culpa tuya, porque eras un ñángara y amigo del Partido Comunista, y el Partido Comunista sembró en el Ejército una semilla y de esa semilla salió Chávez.
—¿Pero en esa época qué figuras de la cultura no fueron de izquierda en algún momento?
—Alguien publicó los nombres de los intelectuales que apoyaron a Fidel Castro. Todos, y toda la sociedad venezolana, apoyaron a Fidel Castro. En 1908 Juan Vicente Gómez le dio el golpe de Estado a Cipriano Castro y lo sacó. La sociedad civil apoyó a Juan Vicente Gómez. El único que lo advirtió fue el escritor Manuel Vicente Romero García, autor de Peonía. Dijo, refiriéndose a Cipriano Castro: «Se fue Atila, pero dejó el caballo». Años más tarde, la sociedad civil apoyó a Hugo Chávez. La misma sociedad civil.
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