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River Phoenix, el actor que se salió del molde y tuvo fatal destino, cumpliría 50 años

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Se cumple medio siglo del nacimiento de River Phoenix. Es decir, como suele anunciarse, River Phoenix habría cumplido este domingo 50 años; pero ya lo sabemos, y lo recordamos como un fogonazo los que íbamos al cine en los ochenta y los noventa, se murió hace mucho, antes incluso de llegar a la mitad de esa edad, antes incluso de que muriera Kurt Cobain.

Con 23 años, dos meses y ocho días de vida, en la noche de Halloween de 1993, en West Hollywood, justo afuera de una discoteca cuyo dueño era Johnny Depp, tuvo una sobredosis de morfina y cocaína y ahí se cortó una de las carreras más impresionantes, exitosas y extraordinariamente breves de la historia del cine. Lo extraño es que hoy se lo recuerde mucho menos de lo que en el momento de su muerte pensamos que se le iba a recordar. O, quizás, al haber sido tan importante para el cine de su breve tiempo, se recuerdan más y mejor las películas en las que actuó y él se volvió menos ícono, menos fetiche, y más un actor imprescindible. Tal vez hasta sea bueno el fluir de la historia, también de la del cine.

Phoenix -vegetariano, ecologista, defensor de los derechos de los animales y chico lindo y sensible con el pelo como más tarde luciría Cobain- actuó en el cine entre 1985 y 1993, menos de una década, y siempre en roles protagónicos o entre los principales de cada una de las películas en las que estuvo. Algunos podrían decir que la carrera de James Dean, que murió a los 24 años, fue más fulgurante, más llamativa. Puede ser que Dean siga siendo más icónico y más recordado por un montón de motivos, pero lo suyo fueron solo tres películas, dirigido una vez por Elia Kazan (Al este del paraíso), otra por Nicholas Ray (Rebelde sin causa) y otra por George Stevens (Gigante).

Phoenix hizo 14 películas y más cine (no siempre es más cine haber hecho más películas), ocho de ellas -más de la mitad, porque ahora mediante el uso de calculadoras modernas podemos afirmarlo- con estos directores: Joe Dante, Rob Reiner, Steven Spielberg, Sidney Lumet, Lawrence Kasdan, Peter Weir, Gus Van Sant, Peter Bogdanovich. Y las seis restantes con Nancy Savoca, George Sluizer (la última película, Dark Blood, estrenada dos décadas después de la muerte de Phoenix), William Richert, Phil Alden Robinson, Sam Shepard y Richard Benjamin. Incluso esos seis que no son los «ocho grandes» tuvieron mayormente carreras de decorosas para arriba. Y si hablamos de actores y actrices, el muchacho Phoenix interactuó con Ethan Hawke (Los exploradores, de Joe Dante, fue el debut de ambos), Harrison Ford, Helen Mirren, Sidney Poitier, Kevin Kline, William Hurt, Keanu Reeves, Jonathan Pryce, Judy Davis, Sandra Bullock, Robert Redford, Dan Aykroyd y muchos más.

Seamos más contundentes: River Phoenix fue Cuenta conmigoUna cosa llamada amorMi mundo privado, e Indiana Jones joven en Indiana Jones y la última cruzada. Ningún otro actor hizo tanto cine perdurable en tan poco tiempo. ¿Suerte? ¿Predestinado? Lo cierto es que Phoenix era bueno: lo decían sus compañeros de actuación y, además, era visiblemente bueno. Podía ser un héroe de acción y aventuras, podía moverse en las formas virtuosamente energéticas de las comedias de los ochenta, solía poner en cuestión el legado familiar y a la vez ser un devoto integrante de sus familias (La costa mosquito, Espías sin rostro, Al filo del vacío), lloraba y reía con ojos pequeños; no necesitaba grandes gestos. Tenía la velocidad feliz de Tom Cruise pero menos confiada, menos inserta en los anabólicos del ambiente de los ochenta, casi siempre amenazada por una tristeza que podía hacerse presente ante el peso del destino, o del pasado de su familia, o de las decisiones de sus padres en el presente.

River Phoenix actuaba personajes más conscientes de la historia, y de su historia: así, en entrevistas, el hermano del oscarizado Joaquin solía hablar de sus padres y de sus hermanos y hermanas, y de sus posiciones ante la vida, tal vez un poco demasiado enfáticamente. River Phoenix era un espécimen indie y alternativo cuando esas palabras eran todavía actuales, y era sensible y vivía un poco en pose y un poco disfrazado de sí mismo, y podía combinar eso con una contundente presencia de estrella entre estrellas, y ayudar a sostener películas grandes sobre sus hombros, sobre su jopo, sobre su mirada ausente, vagabunda en otro lugar, tal vez en ocasiones bajo diversas influencias.

Los grandes actores tal vez sean aquellos que al nombrarlos nos hacen mentar alguna de esas películas que hicieron por fuera de «las grandes películas». Con River Phoenix pasa de inmediato, y suele ocurrir con Héroes por azar o con Little Nikita, pequeña desde el título, acá llamada Espías sin rostro, dirigida por Richard Benjamin, una de las dos películas con FBI que se estrenaron en 1988 con Phoenix (la otra fue Running on Empty – Al filo del vacío). En Espías sin rostro, Phoenix interpreta a Jeff, chico americano con todos los aditamentos de las postales cinematográficas de la vida en el suburbio: colegio, amigos, novia, despreocupación, padres trabajadores, casa hermosa, y demás. La película empezaba con un desfile patriótico y los padres poniendo demasiado énfasis en los detalles nacionalistas: ese énfasis encerraba un secreto, una mentira; suele ocurrir. Pero no es de eso de lo que hay que hablar ahora en esta nota, ni del pasaporte argentino falso que encuentra Jeff con su foto y bajo el cual se llama Guillermo Guerante, con el número 14.258.574, sino de la fluidez de toda la película, y sobre todo de la fluidez de movimientos que podía expresar Phoenix en sus actuaciones, tal vez especialmente en esta, en Cuenta conmigo y en las otras de los ochenta: un adolescente con las turbulencias propias y hasta ajenas, pero conectado con su mundo -el mundo abierto por la ficción- con cierto aplomo, con cierta seguridad acerca de cómo moverse, cómo relacionarse, ya sea con los padres, con las autoridades, con el sexo opuesto o con el interés sexual que fuere, con sus amistades, con el entorno en general.

Algo de lo mucho que extrañamos del cine de los ochenta y de los noventa era que sabíamos cómo reconocer miradas, comportamientos, movimientos: los personajes y las gentes podían interactuar de formas más asertivas, más significativas, sin el miedo a la sanción de la policía del comportamiento -incluso retroactivo- en el cine. Hoy en día, River Phoenix ni siquiera podría contradecirse, ni siquiera podría ser River Phoenix, no podría fluir, no podría encarnar su belleza, su gracia y su tragedia porque las emociones del cine y de la fábrica del cine son tenues, se asustan ante cualquier acusación de incorrección y están cada vez más anémicas. Y cuando simulan intensidad, en ocasiones ni siquiera tienen la valentía de creerse el propio disfraz.

River Phoenix murió mucho antes de que el cine le prohibiera a sus personajes ser rubios. Por suerte, ahí están sus películas y su corta vida, su talento y su autodestrucción: su individualidad contradictoria. Que hoy casi nadie se acuerde de River Phoenix quizás esté revelando la peligrosidad que encierra su legado, y que incluso el cine más mediano e industrial de esas épocas estaba bastante más vivo y permitía más anomalías que la medianía -ni siquiera las medianías, porque tendemos al discurso único- de hoy.

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