ENTRETENIMIENTO

La responsabilidad de la izquierda ante el chavismo

por El Nacional El Nacional

Siempre he considerado que una de las mejores explicaciones sobre la ineludible presencia de la ética en nuestra vida es aquella que nos remite a las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos, y especialmente sobre los otros. Y no me refiero a expectativas puestas en juego en situaciones especiales o fuera de lo común, sino a aquellas expectativas que ponen en marcha nuestra vida cotidiana. Pocos negarán lo importante que resulta poder esperar que la otra persona diga la verdad cuando se le pregunta su nombre, o que responda el teléfono cuando lo llamo, o incluso que aguarde su turno si era yo el que iba antes en la cola. Y es que la ética tiene allí, en esa presencia mutua de expectativas, su operatividad más simple y vital: mientras nos veamos ante la necesidad de esperar algo de los otros, la ética encontrará siempre un semillero, una tierra fértil donde crecer.

Y es precisamente en esa dinámica de las expectativas mutuas donde se manifiesta una de las dimensiones más hermosas de la responsabilidad. Soy responsable, entre otras cosas, porque se espera algo de mí. De hecho, una de las peores cosas que a alguien le puede pasar es que no se le exija responsabilidad, en cuanto puede significar, entre otras cosas, que ya nada se espera de él. La exigencia de responsabilidad es, sin duda, uno de los indicadores de que a una persona se le reconoce su dignidad, es decir, su valor y altura moral.

Sin embargo, hay algo difícil en todo esto: que mi responsabilidad sea medida según las expectativas que ponen otros. Cualquiera podría decir que no tiene el deber de responder ante las esperanzas que otros han puesto en su persona, pues no ha sido él quien las ha elegido. Pero he ahí una de las características más hermosas de la humanidad: no puedo controlar las expectativas de los otros sobre mí, y sin embargo me encuentro ante la necesidad y el compromiso de responder ante ellas. Puedo asumirlas o evadirlas, pero no puedo controlar lo que la otra persona espera de mí.

Por eso cuando nos preguntamos por la responsabilidad de alguien, o quizás de un grupo de personas, también estamos diciendo que hemos puesto ciertas expectativas sobre ellas. Y es lo que trato de decir, o de gritar metafóricamente, cuando me pregunto por la responsabilidad de la izquierda latinoamericana y mundial en la situación política venezolana actual.

“Lo que hay en Venezuela no es socialismo” –dice apresuradamente el que se considera portador del verdadero socialismo–. Y puede que tenga razón; mucho se ha escrito al respecto, y se seguirá escribiendo. Pero más allá de la justificación que se construye desde la distancia reflexiva –por lo demás conveniente en estos momentos tristes de la situación venezolana– hay algo mucho más simple: en el gobierno bolivariano de Venezuela confluyeron muchas expectativas, tanto de ciudadanos como de partidos políticos de izquierda, que vieron en el caso venezolano la posible manifestación de un socialismo del siglo XXI. Y entonces me pregunto: ¿en dónde recaen las responsabilidades del estruendoso fracaso de ese “socialismo”? ¿Solo en los ciudadanos que pusieron allí sus expectativas? ¿O también en los ideólogos, pensadores, líderes o partidos políticos que estaban encantados de apoyar la Revolución cuando se estaba gestando?

Creo que la izquierda tiene que sentirse de alguna manera responsable, porque en ella se depositaron expectativas vinculadas a este proceso político venezolano, y eso no lo podemos olvidar. No es suficiente depositar la responsabilidad en aquellos que esperaron, porque pusieron sus esperanzas en el lugar equivocado, sino que es necesario –por ejemplo– reconocer qué parte de la política de izquierda hizo posible que se esperara algo del chavismo, y hacerse responsable por ello. Creo que solo así sería posible un replanteamiento de la izquierda que resultara más ajustado a las realidades actuales, tanto latinoamericanas como europeas y, de retruque, la construcción de un nuevo diálogo con otras corrientes y actores políticos que intentan ir más allá de los esquemas partidistas tradicionales que han sido los generadores de buena parte de la crisis actual de los partidos, que se ha dado en países de ambos continentes.

Me resulta muy difícil aceptar que las responsabilidades desaparecen porque ahora –después de casi 20 años– el régimen chavista se desvió abiertamente por caminos totalitaristas. La pregunta sería: ¿y qué parte del camino, que resulta común a toda la izquierda, hizo posible este final?