ENTRETENIMIENTO

Réquiem para Gorka

por Avatar

Los amigos muertos a veces vuelven,

con sus cabellos aún mojados;

entran a casa,

beben vodka, escuchan

los discos de Emerson, Lake & Palmer,

preguntan demasiado.

Alberto Barrera Tyszka

Coyote de ventanas

Gorka no tomaba alcohol, optaba por otra pócima. Prefería escuchar a Bach y jamás lo vi con el pelo mojado, por lo demás, el poeta acierta. Vuelve, vuelve a cada rato. Más de treinta años de amistad no se atenúan así no más.

Nos conocimos en la casa de nuestra querida amiga, también ausente, Mariaedith García Fuentes. Nuestro mutuo aprecio se profundizó con la iniciativa de editar un libro sobre nuestra ciudad con un ensayo de fotografías. Recorrimos juntos todo el valle de Caracas. Unas veces con su equipo Nikon, otras con la compleja y pesada Linhof, detrás de la cuál desaparecía bajo un manto negro. A mí me correspondía el papel de “guardaespaldas”. Durante nuestras incursiones, vimos y profundizamos sobre un territorio que pensábamos nos pertenecía y conocíamos. Pero Caracas nunca ha sido fácil. Pasábamos tardes en la casa de José Ignacio Cabrujas quien escribiría el texto y con Álvaro Sotillo encargado del diseño y diagramación del libro. Cuatro caraqueños deliberando, tratando de entender nuestra confusa urbe y su identidad. El libro tuvo una acogida tímida. Quizás el libro fue demasiado duro para la época. A 29 años después de su primera edición bajo los auspicios de la Fundación Polar, la Caracas que los cuatro reseñamos, más bien, despierta nostalgia si la contrastamos con la de hoy.

También edité sus fotografías, conjuntamente con las de Paolo Gasparini y Karl Weidmann, en el libro Visiones del Zulia con textos de J.M. Briceño Guerrero y César Chirinos. Para este cometido, lo acompañé con su cámara desde el Congo Mirador hasta Castilletes. Viajamos a Mérida e hicimos amistad con Briceño, amistad también perdurable. Luego, con textos de Posani, edité sus fotografías de la moderna arquitectura citadina con el título Cajas de cristal.

Gorka se identificaba a menudo con las palabras de otro ausente y entrañable amigo, Pascual Estrada Aznar, quien ilustraba al fotógrafo como “alguien que está agazapado detrás de una cerradura portátil desde donde mira el mundo por completo, mundo que cada quien mira de acuerdo a su grado de conciencia y de presencia”.

Además de fotógrafo, Gorka era arquitecto y ambos quehaceres los logró con extraordinaria inspiración y acierto. Así como me aconsejaba en mis proyectos, compartía conmigo su búsqueda profesional. Recuerdo sus relatos como asistente de Carlos Raúl Villanueva, su encuentro con Alvar Alto para lo cual tuvo que viajar a los confines de Finlandia. Me sentí privilegiado cuando me exponía sus proyectos, sus ideas moldeadas en dibujos, finalmente en planos, nunca definitivos, nunca satisfechas, siempre buscando nuevas soluciones. Era un placer acompañarlo cuando sus obras se convertían en realidad, como en el caso del edificio de la Escuela de Ingeniería Metalúrgica de la Universidad Central de Venezuela.

Nuestra amistad encontró su reflejo en nuestros hijos. Celebrábamos cumpleaños y feriados con nuestras familias y amigos. Echo de menos las tardes, que podían extenderse hasta la noche, en amena conversación con nuestros amigos Arturo Garbizu y Xavier Rodríguez.

Releyendo una entrevista de Luna Benítez a Gorka, titulada “Captar la eternidad”, incluida en el libro póstumo La otra parte / L’altra parte que le edité a Roberto Fontana, el ensayo central del libro, escrito por Luna, “Intento sacar la luz de la noche”, sobre la fotografía de Fontana, no solo me acerca a la fotografía y la arquitectura de Gorka sino, sobre todo, a su pensamiento, su conversación, su vida, para quedar persuadido de su intento constante de sacar la luz de la noche… de saber captar la eternidad de la noche con solemnidad y sabiduría.

Gorka, no me incomoda si me sigues visitando… también yo tengo algunas preguntas.

Caracas, 24 de abril de 2017