Apóyanos

El régimen soviético llega a su fin

El indetenible agotamiento del líder único y su entorno burocrático; y la fragmentación del campo socialista se unen a la pérdida de la URSS en la carrera armamentista con Estados Unidos. Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 - 2017)”. Parte XL

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Era evidente que la muerte de Stalin en 1953, quien había concentrado durante casi 30 años todo el poder hasta el máximo empeño, representó un cataclismo difícil de superar. Surgieron entonces jefes para llenar el vacío, en medio de una disputa mortal, tal como aconteció a raíz de la muerte de Lenin. El primero que emerge es Nikita Jrushchov como cabeza de una dirección colectiva que pronto es disuelta (Beria es fusilado, cae en desgracia el grupo anti-Partido de Malenkov, Molotov, Kaganovich; es destituido el mariscal Zhukov). Sin embargo, su estrella declina y es destituido en 1964, acusado de “subjetivismo”. Su poder dura 11 años. Le sucede una troika (Brezhnev, Kosiguin y Podgorni), la cual queda disuelta casi de inmediato, y Brezhnev asume el mando, para implantar una suerte de neo-stalinismo. Su liderazgo es tan férreo, a pesar del alcoholismo y varios derrames cerebrales, que lo único que lo interrumpe es la muerte. Su poder se prolongó durante 18 años. Naturalmente, las sucesivas purgas desde 1953 provocan la escasez de dirigentes capaces de encerrar en su puño toda la autoridad que requiere la conducción de un Estado totalitario. Los nuevos sucesores, dos valetudinarios, no dan la talla. A Brezhnev le sucede Yuri Andropov, de 70 años, antiguo jefe de la KGB. Su poder apenas dura 15 meses, pues muere. Lo reemplaza Konstantin Chernenko, 73 años, que gobierna apenas 13 meses, al morir en marzo de 1985.

El Partido, entonces, escoge como sucesor a alguien no tan maduro, Mijaíl Gorbachov, abogado de 54 años, quien había llegado a ser miembro del Comité Central a los 40 años, y del Buró Político a los 49. Dada su trayectoria vigorosa, se dispone con prontitud a revisar todo el funcionamiento del partido y del Estado. Anuncia que la economía soviética está estancada y que el aparato de dirección está oxidado. Las medidas que lleva a cabo empiezan a conocerse con los nombres de Glásnost (liberalización, apertura, transparencia) y Perestroika (reconstrucción).

Con mucho énfasis, asesta un sacudón a los máximos encargados de las instancias del Partido, lo que se llama la nomenklatura y aparta a las cabezas de los distintos grupos de amigotes que forman dicha red. Pero, al hacer esto, Gorbachov sienta las bases de su propia destrucción porque el jefe máximo no es nada en la URSS si no lo sostiene la burocracia de una nomenklatura.

Por otra parte, la más que sólida autoridad de Lenin y Stalin en su país ha quedado atrás al surgir en el campo socialista otros líderes que también se creen indiscutibles. Se ahondó el gran cisma del conflicto chino-soviético. Mao Tse-tung impone su propia versión, con el título de marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tse-tung, definido por Lin Piao de la manera siguiente: “Es el marxismo-leninismo de la época en que el imperialismo se precipita hacia su ruina total y el socialismo avanza hacia la victoria en el mundo entero”. En la práctica, tal “novedad” sufre la aberración de la campaña de “las cien flores” contra los intelectuales; en agosto de 1966 Mao publica su famoso dazibao (papelote), que reza “Bombardead el Cuartel General”, para iniciar “la Gran Revolución Cultural Proletaria” (la locura de los Guardias Rojos), asesinatos y purgas masivas, hambruna. Muerto Mao en 1976, quiere ocupar su puesto su viuda (con “la banda de los cuatro”). El caos es detenido por Deng Xiao-ping, quien pone orden mediante la economía de mercado, entre otras cosas.

Otra forma de ver y aplicar el marxismo es el marxismo-titoísmo, un socialismo “autogestionario” ideado por Josip Broz Tito (1892-1980) en Yugoslavia, en abierta pugna con Stalin y sus seguidores. A pesar de ser tenido como un Dios, Tito sufrió también agudas peleas internas, con Milovan Djilas (1911-1995), Edvard Kardel (1910-1979) y Slobodan Milošević (1941- 2006), que desacreditaron su versión y condujeron, por fin, a la atomización de Yugoslavia en varias repúblicas.

En Vietnam, al conquistar el poder el PC en su guerra contra Francia y los Estados Unidos, la ortodoxia de Ho Chi Ming y la versión llamada marxismo renovado o “Doi Moi” dieron paso con los años a las fórmulas edulcoradas actuales de estímulo a la propiedad privada y el libre juego del mercado.

En Laos y Cambodia, la dictadura del PC se basó en un reguero de sangre con millones de víctimas.

En Corea del Norte se impuso el “marxismo-leninismo-idea de Zuche”, que encubre la monarquía hereditaria de Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un.

En Rumania, se establece la sociedad socialista desarrollada multilateral de Nicolae Ceauşescu (1918-1989), quien ostentó el título de Conducator.

La descolonización del África a partir de los años 60 dio lugar al “socialismo africano”, basado en una hipotética tradición igualitaria de sus pueblos. Por esa vía transitaron en mayor o menor medida Egipto, Libia, Ghana, Guinea-Conakry, Mali, Tanzania, Congo-Brazaville, Benin, Somalia, Etiopia, Guinea-Bissau, Angola, Mozambique, Cabo Verde y Zimbabwe. Tales ensayos fracasaron y hundieron a esos países en crisis y conflictos muy serios.

Incluso en Cuba, su Constitución rezaba que la nación estaba orientada no solo por el marxismo-leninismo sino también por el ideario de José Martí. Resultado: dictadura, hambre desde 1959 hasta ahora.

A los fracasos en la economía, las pugnas en el campo socialista y el debilitamiento del poder totalitario, se une el factor de la llamada Guerra de las Galaxias.

El notable escritor francés Jean-François Revel, en su libro La obsesión antiamericana, se apoya en Adam Michnik (Varsovia, 1946), el editorialista más influyente de Polonia, quien consideró la Guerra de las Galaxias como “el factor decisivo que persuadió a los soviéticos de su incapacidad para ganar la guerra fría, al volver patente su irremediable inferioridad tecnológica” (p. 182).

Si esto es así, quedaba pulverizado el rotundo apotegma de la superioridad en todos los terrenos en que descansaba el régimen soviético en su competencia con el régimen capitalista. Puesta al desnudo la debilidad de la potencia socialista, el mando de Gorbachov perdió su credibilidad ante los círculos políticos y de opinión que lo rodeaba.

¿Qué era la Guerra de las Galaxias? El 23 de marzo de 1983, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, lanzó en un programa televisado desde el Salón Oval de la Casa Blanca su Plan de Iniciativa de defensa estratégica (SDI en inglés) que era la construcción en el espacio sideral de una muralla de bases misilísticas dotadas de armas nucleares que eludirían sin ninguna falla el escudo de defensa antinuclear del enemigo y destruirían todos sus emplazamientos bélicos, incluidos de modo preferente sus cohetes balísticos intercontinentales. El proyecto de Reagan suponía la inversión de centenares de miles de millones de dólares. Pronto, fue bautizado como el plan de la Guerra de las Galaxias, en imitación de la famosa película. Ante esto, el gobierno soviético, golpeado por las dificultades económicas y el desgaste de su cúpula gerontocrática, llevó al presidente Mijaíl Gorbachov a convencer a su partido que era imprescindible la modificación a fondo de toda su política nacional e internacional, y que había que darle mayor atención a las necesidades de la población. Se sucede, entonces, dos reuniones entre los dos jerarcas, Reagan y Gorbachov, en 1986 y 1987, quienes firman el tratado de eliminación de misiles nucleares de mediano y corto alcance, para reducir los arsenales nucleares, paso previo a la eliminación en 1991 de todos los misiles balísticos y de crucero de mediano y corto alcance.

Si en el terreno económico la URSS no había superado a los Estados Unidos, y ahora en el terreno de la Guerra Fría la URSS resultaba incapaz de vencer a los Estados Unidos, las resonantes profecías de Lenin y Stalin ya eran solo ruido.

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Bibliografía consultada

Michael Voslensky. La nomenklatura. Los privilegiados en la URSS. Traducción de Fernando Claudín. Barcelona: Argos-Vergara, 1981.

Acción Comunista, foro oficial. www.forocomunista.com.

Milovan Djilas. La nueva clase. Análisis del régimen comunista. Internet, 1956.

Jean-François Revel. La obsesión antiamericana. Barcelona: Ediciones Urano S.A., 2003.

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