Raffaella María Roberta Pelloni, que murió hoy, a los 78 años de edad, hizo de la privacidad de su vida personal, un culto. A diferencia de Raffaella Carrà, ese personaje público y popular que trascendió fronteras y se convirtió en un suceso mundial durante los años 70 y 80, mantuvo bajo siete llaves algunos amoríos ocasionales y de haber sido consecuente con esas pocas grandes pasiones que la marcaron para siempre. Amores duraderos. El desparpajo que desparramó, no entendido por algunos y censurado por otros, fue su estratégica arma de rebeldía. Se atrevió al “53 53 456”, que muchos catalogaron como oda a la masturbación; habló sobre el adulterio en “Una mujer en el armario”, y reivindicó el amor gay en “Luca”. Siempre se trató de una revolución festiva, pero rebelde al fin.
A diferencia de su estruendosa carrera, en su vida personal se mantuvo cauta, pensante, escurridiza. Disfrutó de la vida. Sí, claro que lo hizo, pero no enarboló la bandera de la exhibición pública. Le bastaba con esas canciones que se convertían en himnos populares, en las galas especiales y en los shows que animaba en la televisión batiendo récords de rating. El éxito era suficientemente arrollador para mostrarla en todo el mundo, no necesitaba abrir puertas íntimas. ¿Para qué más?
Aquel día que dijo no
Un acontecimiento la marcó. La definió. Corría 1965. La Carrá comenzaba a transitar los sets cinematográficos, medio que no le sería del todo afín. El desafío era importante: había sido convocada para integrar el elenco de El coronel Von Ryan. Significaba su primera incursión en la industria hollywoodense. No era poco. Al contrario. Sobre todo teniendo en cuenta que Frank Sinatra encabezaba la lista de créditos. Raffaella aceptó gustosa su papel, sin pensar demasiado en honorarios ni ubicación de su nombre. Eran tiempos de siembra. Ella contaba con un valor agregado: el acento italiano que requería el relato de ficción. Estaba todo dado. No se podía desear nada más. “No seré la chica del jefe”, trascendió que habría dicho la actriz. ¿El jefe? Es que Frank, mujeriego como pocos, había posado su mirada sobre ella. La chica de Bologna era despampanante. Atractiva y llamativa, con aura propia, pero se le plantó al rey de Nueva York, quien ante semejante desplante buscó aliciente en otra integrante del elenco. Se dice que Mia Farrow, de intrascendentes papeles secundarios aún, habría calmado la furia y los deseos sexuales del intérprete de Night and Day. “No dejo que me manejen”, dijo en una entrevista con El País de España.
¿Pero qué pasó con Raffaella luego de aquel episodio? La chica, que hasta fue prohibida por el Vaticano por mostrar su ombligo en la televisión, se dio el lujo de amar en serio y de ser amada profundamente. Gianni, tan italiano como leal, fue el primer amor real y profundo con nombre propio.
Bello ragazzo
Si la historia se escribiera desde el final habría que decir que Gianni Boncompagni murió en abril de 2017 en Roma. Y que trascendió como autor, director y conductor de radio. A su funeral asistió una desconsolada Raffaella que no dudó en recordar amorosamente a su amor de una década, al hombre que, en gran medida, construyó su carrera, su figura estelar, esa personalidad única que se ganó a los italianos y cruzó las fronteras del país para seducir a Europa y América. Fue Gianni el arquitecto de buena parte de esa carrera arrasadora y quien conquistó, en serio y por primera vez, el corazón de la conductora. Él fue muy generoso con ella al punto tal de haber declarado: “No le enseñé nada, nació así”. Pero lo cierto es que el hombre, que le llevaba once años a la cantante, ha sido una fiel pareja y un mejor productor. “Me enamoré de un hombre maravilloso. Vi crecer a sus hijas. No quiero hablar de trabajo hoy. Le manifesté, en los últimos días, todo mi afecto”, dijo ella en su funeral.
Gianni, en cierta medida, reemplazó la figura paterna. Raffaella no tuvo un buen vínculo con su padre. Eso hizo que se germinara en ella cierta desconfianza por los hombres que Gianni pudo revertir. Ella se apoyó en él así en la vida como en el trabajo. Eran una pareja simbiótica. Idílica. Se entendían. Se complementaban. Cada cual atendía su juego. Y, puertas adentro, habían conformado un clan que se completaba con las tres hijas de él. «Jamás reemplacé a su madre, pero aún hoy somos muy compinches», confesó la diva, no mucho tiempo atrás. Un amor que trascendió la pareja, entre un bon vivant y una mujer adicta a las responsabilidades y el trabajo.
Bailando nació el amor
Aquel amor con Gianni, profundo y de diez años, dejó una huella indeleble en Raffaella. La mujer cristiana, que cree con dudas, pero que se congracia con el Papa Francisco, se tomó su tiempo para volver a enamorarse. Otra vez sucedió en el trabajo: Sergio Japino era su coreógrafo. Corrían los vertiginosos años 80. La pareja sorteó crisis, obstáculos, tabúes y temores, pero juntos lograron construir la felicidad. Esta vez, Raffaella era once años mayor que su amado. No importó. A pesar de las críticas, siguieron adelante. Él fue quien montó sus grandes musicales. Eran tiempos de giras intensas, de conquistar América, de ganar el Festival de Viña del Mar, de arrasar en la Argentina con sus hits. El coreado “Hay que venir al Sur” era toda una declaración de amor hacia estas latitudes. Y, desde ya, eran los tiempos del Pronto, Raffaella, el icónico ciclo de la RAI que sacó de la pantalla la señal de ajuste e hizo estallar el rating al mediodía.
Con Sergio Japino tampoco pudo ser madre. El no tener hijos no fue traumático para esta mujer arrolladora. Le hubiese gustado, pero la energía depositada en su carrera fue postergando el sueño de la maternidad. “Se me pasó el tiempo biológico. Fue una pena, pero la vida se dio así”, confesó. Dos sobrinos reemplazaron, en cierta forma, ese deseo que no fue. Al diario El País le confesó que hubiese criado a sus hijos con libertad y que por eso celebraba la unión civil de los homosexuales.
Raffaella y Sergio estuvieron juntos casi tres décadas. Hace unos años, la conductora de Che sorpresa! recordaba los años compartidos como vertiginosos. “Sergio es una persona que me guía, me aconseja, me quiere bien. Es un faro al que mirar”, dijo. Luego de la separación, no perdieron el vínculo, todo lo contrario. , Fue él quien confirmó hoy la noticia de su muerte recordándola: “Raffaella nos ha dejado. Se ha ido a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento permanecerán para siempre”.
A la Carrà no le gustaba dar entrevistas. No se mostraba en público fuera de sus estrictos compromisos laborales. La mujer de eterna melena oxigenada era tan misteriosa como simpática. Sin programa propio, por una estricta decisión personal, participó como jurado de formatos internacionales como La Voz, a los que les otorgaba un valor agregado. A los 76 años se confesaba “retirada del amor”. Disfrutaba de su mansión romana y del tiempo libre. La Carrà jamás fue afecta al matrimonio. Consideraba que se trataba de una institución caduca que coarta libertades. Con todo fue mujer de dos grandes amores. Dos pasiones duraderas y fieles, casi chapada a la antigua. Justo ella que hizo del desparpajo un arte, en el amor fue prudente. Una donna de Bologna que le ofrendó su corazón a solo dos hombres. La femme fatale que jamás hipotecó su vida privada. La mujer que hizo de la libertad el único modo de entender la vida y del amor duradero, la manera de organizar la pasión. La pasión depositada en dos hombres. Los que lograron la hazaña de enamorarla.
Por Pablo Mascareño
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