En la sala del apartamento de Rafael Cadenas no hay nada que él haya puesto. La disposición de cuadros, muñecas, teteras, y otros objetos, organizados como si se tratara de una pequeña galería, la decidió su esposa, Milena González, fallecida en 2017, a quien nombra apenas se le pregunta por el Premio Cervantes, con el que ha sido reconocido este año.
“Se trata de un gran honor, pero me hace falta Milena, mi esposa, que está muy vinculada a todo lo que ha ocurrido en España. Con ella estuvimos en varias ocasiones allí. Es una distinción que agradezco y quisiera señalar precisamente los vínculos con España, porque fuimos muchas veces”, dice el poeta ganador, entre otros, del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Al otro lado del apartamento, Cadenas tiene una gran biblioteca, aunque advierte que esos no son todos sus libros. Tiene otros guardados en diferentes rincones de la casa. Mientras los mira y señala cuáles son los temas de cada sección, recuerda que tiene que organizarlos. Detrás, sobre una mesa, tiene una pila de carpetas de sus clases en la Universidad Central de Venezuela, de la que es profesor jubilado.
Vestido con un suéter beige sobre una camisa amarilla y pantalón azul, a Cadenas solo le falta el bolso cruzado con el que asiste a eventos culturales. De ahí saca los libros o las hojas a la hora de leer poesía. Conocido por ser un hombre sereno, que disfruta el silencio, el poeta de 92 años de edad elige cuidadosamente las palabras antes de hablar. Aunque varias veces deja escuchar su risa.
—¿Va a viajar a España para recibir el premio?
—No sé todavía. Depende de cómo esté en abril, porque sabes que tengo poco más de 92 años (se ríe). Entonces no suelo adelantarme, sino que le digo a los que me preguntan que depende de cómo esté.
—¿Qué fue lo primero que hizo cuando supo que había ganado el Premio Cervantes?
—Me sorprendió, a pesar de que yo había sido candidato creo que dos veces a ese premio. Pero no estaba seguro de que pudieran concedérmelo.
—¿Cómo maneja el revuelo de recibir premios tan importantes como el García Lorca, el Reina Sofía y ahora el Cervantes? ¿Ha cambiado su rutina?
—Todos han sido inusitados. Tardo un poco para darme cuenta del significado de esos premios, pero no me alteran. En una oportunidad yo dije, a dos días del último premio, en una reunión: “Yo soy el mismo de hace una semana”. Eso les gustó mucho. Porque la gente piensa que uno va a cambiar, y no es así. Yo sigo siendo el mismo, trabajando en mis papeles. He reunido todo lo que es prosa para publicar todo ese material tal vez en enero. La publicación la haría la Fundación para la Cultura Urbana. Es bastante porque están artículos que salieron hace muchos años, conferencias que he debido publicar, pero por descuido no lo hice, aunque conservan su actualidad y agradecimientos. Por eso el título de ese material será Aún a tiempo.
—¿El libro inédito del que ha hablado, Rilke / Variaciones, también se publicará?
—Sí, es un libro que he estado escribiendo durante mucho tiempo. Pero ha resultado interminable, porque cada día descubro más ideas de Rilke. Ese libro entraría en lo que los alemanes llaman lírica del pensamiento. Y por ahora lo que he hecho es leer parte de ese material, un poco adelantándome para también recibir la recepción que tenga ese material. Me interesa que los amigos me digan la impresión que tienen. Es una serie de poemas breves, hay algunos largos, en ellos priva mucho el pensamiento.
—Cuando habló de esos poemas, dijo que eran “fabricados”.
—Porque yo empecé a escribir eso hace mucho tiempo. Los abandono y luego los retomo. Yo trataré, este mes que viene, de terminar esa serie. Son poemas breves con cierto toque aforístico, hay como cinco que tienen un carácter más personal y son un poco más largos.
—¿Estar entre los grandes nombres de la literatura en español puede ser extraño? ¿Cómo se siente?
—¿Cómo me siento? Con una gran responsabilidad. Claro, yo siempre he sido serio en lo tocante al lenguaje. Pero este premio es más exigente en este sentido. Una vez alguien me preguntó qué estaba haciendo, y entonces yo le dije, serio, que estaba estudiando español. Yo, por ejemplo, anoto palabras. Me fascina la etimología y copio muchas frases que son importantísimas, también de otros idiomas. Pero creo que el estudio del español debería ser una tarea para toda la vida.
—Recuerdo su libro En torno al lenguaje, donde justamente habla de los problemas en una sociedad que no sabe manejar el lenguaje…
—Sí. A pesar de las limitaciones que tiene el lenguaje, ¿no? El lenguaje no es igual a la realidad. Hay una frase que me gusta mucho de Alan Watts. Él dice que la palabra agua no moja. Hay una diferencia entre la realidad y el lenguaje. Pero sin lenguaje no habría seres humanos. El lenguaje ha construido al hombre y a la mujer.
—En uno de sus libros más recientes, Contestaciones, hace respuestas breves a autores como Marx o Dickinson. ¿Cómo surgen esas contestaciones?
—A mí se me ocurrió eso un día, de manera que es un invento y al mismo tiempo una forma de expresarme. Porque la respuesta que yo doy indica mi posición. Lo que pasa es que tengo que encontrar las frases que se presten para la respuesta. Yo sigo escribiendo las contestaciones, pero también los dichos, que son aforismos. Porque tanto las contestaciones como los dichos son más leídos por la gente, como son muy breves llegan a un público más numeroso. Los venezolanos no leen mucho, lo cual es una falla, porque el lenguaje es fundamental incluso desde el punto de vista político. Un pueblo que conoce muy bien su idioma tiene la llave para impedir una dictadura o salir de ella.
—Hace siete años dijo, en una entrevista con Andrés Boersner, que le interesaban el aforismo y la nota breve, “porque responden a la necesidad de decir lo que me parece urgente sobre el país que sufrimos”.
—Sobre todo por lo que te he dicho. Los venezolanos están leyendo muy poco. Imagínate que Katyna Henríquez, la dueña de El Buscón y una gran trabajadora a favor de la cultura, me dijo que en Venezuela habían cerrado 80 librerías. Mucha gente lectora entonces opta por el sistema digital. Eso lesiona al libro hecho con papel. Yo, por ejemplo, no uso el sistema digital.
—No le gusta leer en digital.
—No, yo uso el libro, lo que ha sido el libro siempre.
—Uno suele verlo en eventos culturales, como los que se realizan en El Buscón o en la presentación de la antología de los poetas ganadores y finalistas del Concurso de Poesía Rafael Cadenas.
—Yo voy a casi todas las presentaciones de libros para saber qué está pasando, y al mismo tiempo para ver a los amigos, conversar con ellos, porque salgo poco. Estoy encerrado como millones de venezolanos. En el caso de los jóvenes que envían sus poemas al concurso que lleva mi nombre, yo creo que lo que está pasando en Venezuela es único. La cantidad de jóvenes que escriben poesía es enorme y no creo que en otro lugar esté pasando lo mismo. Creo que es un fenómeno parecido al de la música, que tuvo mucho auge y todavía lo tiene. Yo espero que este entusiasmo alrededor de la poesía continúe, me parece muy importante.
—¿Lee a los jóvenes poetas?
—Generalmente leo a los finalistas, pero los que han sido miembros del jurado me dicen que todos tienen calidad y que a veces les cuesta mucho escoger. Lo que he señalado es que es un fenómeno. Yo no veo ninguna capital que tenga ese auge.
—¿Cómo es ser hoy en Venezuela un escritor de 92 años?
—Mi experiencia me indica que es difícil salir del encierro. Pero aquí sigo leyendo, revisando papeles, que son muchísimos, abrumadores. Cuando hay algún acto que me interesa, pues voy acompañado por Silvio, nuestro hijo (Cadenas incluye a su esposa en el verbo), porque no me dejan andar solo y yo no quiero usar bastón. Pero sí tengo de pronto desequilibrio, no vértigo, sino que me voy de un lado; pero claro, en la casa eso no es peligroso porque hay muchos muebles para agarrarse (se ríe).
—¿Cómo son sus rutinas?
—Me acuesto muy tarde, desde hace años me he acostumbrado a eso. Digamos a la 1:00 o 2:00 de la madrugada, entonces pongo el reloj para despertar a las 9:00 am, desayuno muy poco y comienzo a hacer lo que hago. Leer, revisar, escribir. Esa es más o menos la rutina. Cuando hay alguna reunión a la cual debo ir me acompaña Silvio.
—Además del hábito de la lectura, ¿usted suele sentarse a ver una película?
—Veo televisión, bastante. Pero en la televisión, no sé por qué, repiten mucho las series, las películas, entonces a veces la apago porque ya he visto lo que van a presentar (se ríe). Prefiero más bien ponerme a leer. Yo sigo siendo un buen lector.
—¿Sigue leyendo a autores de Oriente?
—Lo que pasa es que desde hace más o menos 40 años yo leo a los pensadores que están en la línea oriental seria, especialmente a los que vienen de la física cuántica y desembocan en la filosofía clásica de la lengua. Digamos la advaita, que quiere decir no dualidad. Significa unidad dentro de la multiplicidad. Es decir, por ejemplo, aquí estamos rodeados de objetos, y esos objetos están vinculados porque todos proceden de la naturaleza. Esa es la unidad de la cual hablan estos pensadores. Yo no los llamo filósofos porque no son académicos, más bien proceden de la física cuántica, que ha sido una revolución. Lo que pasa es que esa revolución la gente no la conoce, se necesita tiempo para que eso se vuelva familiar. Eso ha cambiado al mundo. La revolución cuántica, yo la llamo así, es la base de todos estos aparatos que se usan hoy. Sin esos descubrimientos no hubiera sido posible fabricar estos aparatos, que además crean, de hecho, un cosmopolitismo. Lo que pasa es que los nacionalismos son una traba para que el mundo sea cosmopolita.
—¿Prefiere el cosmopolitismo?
—Sí, eso no quiere decir que uno va a dejar de querer su tierra. Pero le quitaría peso a los nacionalismos, que son causantes de guerras, como lo que estamos viendo. Esto es una guerra absurda y cuesta entender cómo un país gigantesco como Rusia está destruyendo a Ucrania. Eso cuesta mucho entenderlo.
Una gran figura como Goethe se declaraba cosmopolita en el siglo XIX. Weltburger: eso quiere decir ciudadano del mundo. Mucha gente cree que para ser cosmopolita hay que viajar mucho, cuando alguien puede serlo sin salir de su aldea. Por ejemplo, Goethe viajó muy poco y el lugar donde vivía, Weimar, creo que era más pequeño que El Hatillo.
—¿Qué tipo de música le gusta?
—La música clásica, pero la oigo poco. A veces hay programas de música en la televisión y entonces yo dejo lo que estoy haciendo y me pongo a oírla. Porque para oír música hay que dejar lo que uno está haciendo.
—¿Le parece que es mejor así?
—Claro, de pronto hay varias personas conversando y al mismo tiempo está la radio o la televisión transmitiendo música y realmente la gente no está oyendo. Para oír música hay que oír música.
—¿Por ejemplo, cuando lee y escribe prefiere no escuchar música?
—No, no. Y en la televisión veo algunos programas que se mantienen todo el día, como una serie detectivesca con un detective muy interesante que se llama Wallander, y también una serie larguísima que se titula Babylon Berlin, que no sé cuándo va a terminar, pero es importante porque tiene que ver con lo que pasaba en Berlín en la época en que comenzaban el nazismo y el comunismo. Al mismo tiempo todo eso tenía que ver con el cine alemán.
—¿Cuál es el arte más importante para usted?
—La poesía, sin desdeñar por supuesto de las otras artes.
—Y en los últimos años el Cervantes lo han ganado poetas, a pesar de que la poesía no es el género más leído de la literatura.
—No, no. Lo que más se lee es narrativa, las novelas, los cuentos, pero sobre todo la novela. Además, la novela es la principal fuente del lenguaje, más que la poesía. En la novela se puede decir todo. Quien amplió el terreno de la poesía fue Walt Whitman. Él significa una ruptura total con lo que se hacía en poesía. Cuando él publicó su primer libro, Hojas de hierba, que fue ampliándose con el tiempo porque incluía cada vez más poemas, los periódicos lo insultaban. Decían que ese libro eran un montón de inmundicias. Incluso periódicos de Boston y Londres pedían que Whitman fuera azotado por haber publicado ese libro, sobre todo porque era la primera vez que se hablaba en poesía sobre sexo, el cuerpo, de todo lo que no había entrado en poesía.
—¿En algún momento piensa en la trascendencia?
—Yo pienso mucho en el misterio de todo, y eso está en los autores que leo también. Lo que pasa es que la realidad que nosotros vemos nos parece muy corriente. Pero no es tal. No es corriente. Para darte una idea: esto, por ejemplo (toca la mesa), es muy sólido, pero está hecho de átomos. Mejor dicho, todo lo que llamamos realidad está formado por átomos. Es decir, por algo que nadie ha visto. Cuando nos hablaban del átomo en bachillerato, nos imaginábamos que un átomo era como una pilita mínima que uno podía agarrar, no, eso no es así. Creo que eso que llamamos realidad, existencia, vida, todo eso, forma parte del misterio.
—¿Allí entra Dios también?
—Yo no uso la palabra Dios porque esa palabra para mucha gente significa que se trata de un ente, y eso es imposible, que lo que se llama Dios sea un ente. Es lo desconocido. Hablar de Dios es como hablar del misterio también, de lo absolutamente desconocido. Y nadie ha visto a Dios. Los que más se han acercado a lo que llamamos Dios son los místicos.
—En la UCAB hubo un momento en que habló de la palabra aguantar y citó, también, un poema de John Keats en el que dice: “Bienvenida alegría, bienvenido pesar”.
—Ese es un tema que me obsesiona. Yo dije que Rilke usaba mucho la palabra aguantar, aguante. Llama mucho la atención el uso que él hace de esa palabra. Yo decía que nosotros también necesitamos aguantar bastante, por lo que está pasando en el mundo, en todas partes. En cuanto a Keats, ya se trata de otra palabra, que es aceptar, que es lo más difícil del mundo. Aceptar lo que es. Aceptar lo que nos pasa. Eso es lo más difícil que hay. El primer verso del poema de John Keats dice: “Bienvenida alegría, bienvenido pesar”. A nosotros, claro, lo que es agradable nos gusta, pero lo desagradable no.
—¿Cómo se siente cuando tanta gente quiere verlo, escucharlo?
—Me resulta penoso porque no puedo atender a todas las personas que se acercan. Generalmente quieren que les firme algún ejemplar de un libro, y como hay tanta gente es difícil complacerlos a todos.
—¿Cómo ha sido el tránsito desde que no está Milena?
—Muy difícil. Es muy duro. Es una herida. Sabes que, como te decía, soy bastante aficionado a la etimología. Bueno, la palabra trauma significa herida, y eso es lo que está en mí, una herida.
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