La oscuridad de la sala de cine en Bogotá donde se realizaba la premier de Sound of Freedom no era suficiente para ocultar las lágrimas que rodaban por la cara de Tim Ballard, un exagente especial de la Oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional (HSI) estadounidense, que inspiró la película. Había pasado casi una década desde la última vez que había visto a sus jóvenes compañeros de sala y no los reconocía del todo. Eran 15 muchachos –que en su niñez habían sufrido lo indecible– que le sonreían tímidamente a este hombre al que consideran su salvador.
El 11 de octubre de 2014, Ballard encabezó una operación en la que rescató a 55 niños de una red de trata de personas en la isla Barú y en Cartagena. Esos 15 muchachos que estaban en el teatro formaban parte de ese grupo y gracias a Tim volvieron a la vida.
Las palabras para describir el reencuentro se quedan cortas. Sollozos y risas se confundieron entre los abrazos. Horas antes, Tim había adelantado que ese momento “iba a ser mágico” y que su corazón “latía más rápido y fuerte” al imaginarlo. Esos niños, ahora en sus veintitantos años, sufrieron en carne propia abusos de todo tipo. Tras años de ayuda física, psicológica y hasta económica de programas como Renacer, que funciona en Colombia, algunos de ellos hoy tienen sus propias fundaciones para ayudar a otros niños que fueron víctimas de las mafias de pedofilia, como les ocurrió a ellos.
Sus enormes ojos azules estaban nublados por las lágrimas. Uno a uno, los muchachos fueron acercándose para abrazarlo, mientras los asistentes aplaudían sin parar y los actores de la película lo rodeaban para consolarlo.
“Tienen una buena vida”, comenta Ballard. “Son la muestra y la prueba de que esto que hacemos realmente funciona. Ese fue uno de los primeros rescates que hicimos y creo que nuestro trabajo sí ha funcionado porque ellos pudieron seguir con sus vidas, formarse, tener familia, hijos, trabajos buenos. Esta es la esperanza, las cosas sí pueden cambiar”.
La edad de Timothy Ballard es un misterio, casi como los detalles de su vida. Tiene una familia numerosa junto con su esposa Kathrine y sus nueve hijos –dos de ellos adoptados en una redada de traficantes de menores en Haití-. De contextura mediana, rubio y nacido en Provo, la misma ciudad de Utah de donde son originarios el actor David Hasselhoff y el famoso cantante Huey Lewis (and the News), dedicó buena parte de su juventud al Departamento de Seguridad Nacional, como especialista en Delitos de Internet contra Niños y como agente encubierto para el Equipo de Asalto de Turismo Sexual Infantil de EE UU, especialmente en la frontera con México.
A su paso por Colombia habló de sus experiencias dolorosas, de la película y de sus fundaciones Operation Underground Railroad (O.U.R.) y The Nazarene Fund. Su español es bastante bueno. “Viví dos años en Chile, allá fui misionero mormón”, cuenta. El idioma lo perfeccionó en la universidad, de donde se graduó en artes y ciencias políticas. Luego de pasar mucho tiempo en la frontera mexicano- americana, acabó de viaje por Latinoamérica. Así llegó al país.
Motivado por uno de sus compañeros –tal como se ve en la película-, Tim decidió cambiar el enfoque de su trabajo: en vez de rastrear a pedófilos y traficantes, empezó a rescatar y ayudar a los niños y adolescentes que contra su voluntad o engañados acaban en las garras de las mafias que trafican personas para prostituirlos.
–Este era un tema que podía ser lastimero y revictimizante, pero en Sound of Freedom se trata con mucha sutileza.
–Yo tenía miedo cuando me dijeron que querían hacer la película. No entendía cómo era posible hacer una historia con un tema así sin evidenciar escenas crueles y horrorosas como es la realidad. Pero Alejandro Monteverde y Alejandro Verástegui (director y productor) lograron algo fuerte sin necesidad de mostrar explícitamente el abuso de niños. Cuando empezamos a trabajar en la trama, y pensando en lo difícil que sería, sabía que debía encontrar un actor que tuviera un carisma especial, que pudiera traer algo de luz en esa oscuridad. Cuando llegó el momento del casting, pensé en Jim Caviezel, porque soy una persona de fe, y no hubiera podido hacer nada de lo que se ve en la película sin mi fe, entonces fue importante tener a un actor de fe. Para mí fue algo espiritual, pero en lo actoral es de los intérpretes que dicen más con sus ojos que con su boca. Es algo lindo porque él siente, está convencido de lo que dice en la película. Esa frase que es la marca del filme –“los niños de Dios no están a la venta”– la hace muy suya. Sin duda, fue la decisión correcta.
–Usted podrá ser una persona muy espiritual, pero esta película va más allá de lo religioso…
–Jamás la he visto como una película cristiana, no entiendo porque la catalogan así. Es como ir a un restaurante y si el chef es mormón, entonces lo que sirve también lo es. Absurdo. Esta historia está basada en hechos reales y el lema de la película –“los niños de Dios no están en venta”– es una verdad universal, y cualquiera que escuche esto, crea o no, va a estar de acuerdo. Pero esta no es una película que intenta convertir a una religión o vender algún pensamiento, es un relato sobre los niños que están peleando por sus vidas. Y sí, hay un grupo de personas que no quiere ver el éxito de esta película, que está tratando de poner trabas por motivos varios, pero esta no es una película cristiana ni de corte religioso.
Lo más doloroso
Abandonar las comodidades que tenía y dedicar su vida a rescatar y ayudar niños y adolescentes no ha sido la única batalla de Tim Ballard. En su contra ha habido denuncias por grabar operativos y hacerlos públicos sin el permiso de sus víctimas y hasta lo han señalado por, supuestamente, inventar redadas para generar mayor atención internacional.
Sin embargo, el caso de Gardy Guesno, un niño de 3 años que fue secuestrado en Haití en 2009, se convirtió en el símbolo y en el sentido de su lucha. Y también en uno de los dolores más grandes que ha tenido. Tres años después de que desapareció y luego de un operativo en el que ayudó a liberar a 28 pequeños –entre los que no estaba Gardy–, “le prometí a su padre que lo encontraría”. No ha dejado de buscarlo.
–¿Cómo hace para seguir viviendo después de lo que ve: niños abusados, maltratados, familias destrozadas…?
-Es muy difícil. En la operación que inspira la película pudimos rescatar, junto con el CTI y la Policía Nacional de Colombia, a medio centenar de niños, pero la realidad es que son millones los que desaparecen en estas redes. Así que no puedo decir que hay una felicidad completa porque aún hay muchas víctimas. Pero tengo la esperanza viva ahora, porque la única manera de acabar con el tráfico de niños es con herramientas como Sonidos de libertad, porque el cine es un vehículo masivo, mucha gente puede ver este flagelo y cuando la gente despierte a lo que está pasando, entonces, veremos si las leyes pueden cambiar, la actitud y la cultura pueden cambiar y esperemos que los gobiernos busquen una solución y se puedan rescatar a los niños y acabar con la esclavitud de menores. La película nos da la esperanza de lograr una felicidad completa sobre este terrible tema.
–Creo que el efecto más importante de esta película es que nos cuestiona como sociedad, revela una realidad o la pone en la cara si alguien no ha querido verla.
–Así es. Por eso queremos que la película no se quede en la sala de cine. El director Alejandro Monteverde dice que quiere que la historia salga de la sala. Hemos creado una fundación nueva, que es muy importante porque a través de ella estamos agrupando a todas las organizaciones que combaten la trata de niños y estamos pidiendo recursos para ayudarlos y que se vuelva un multiplicador y poder rescatar a más niños. La idea es que la gente pueda dirigir su energía y ayuda a un solo lugar, a mí no me importa a dónde llega la ayuda, lo importante es que la gente haga algo, que se encuentre la solución, que haya cómo seguir en la lucha.
La polémica
Autor de varios libros y activista por los derechos de los niños, Ballard pasa mucho tiempo en conferencias, reuniones y charlas en distintas partes del mundo. Para poder conversar con él, se activó un protocolo de seguridad en el hotel donde estaba en Bogotá para que pudiera atender la entrevista. Las amenazas son una constante en su vida.
El éxito en la taquilla estadounidense de Sound of Freedom –que ya se acerca a los 180 millones de dólares de recaudación– contrasta con el tremendo revuelo que generó este crudo relato cinematográfico sobre una red de explotación sexual de niños. Se ha convertido en un arma poderosa de la extrema derecha estadounidense, que ha decidido acunarla como ejemplo de los vejámenes de los miembros de grupos de izquierda, actores de Hollywood y hasta políticos del partido Demócrata que, supuestamente, promueven la pedofilia. Los acérrimos seguidores de Donald Trump y de las teorías conspirativas de QAnon aseguran que la película es una prueba del horror de las orgías de los demócratas en las que, en su mente, violan niños, los dejan sin sangre y la utilizan para extraer una misteriosa sustancia (adrenocromo) que los hace prácticamente inmortales.
–Su vida gira en torno a su lucha, pero ¿qué hace cuando tiene tiempo?
-Mi tiempo es muy limitado con la familia, tengo muchos hijos, y me siento de alguna manera culpable por no estar mucho tiempo con ellos, así que toda la energía que tengo en mis descansos es para mi esposa y para ellos. Eso es lo más importante para mí.
–¿Mantiene contacto con los niños que ha rescatado?
-Sí. Lo que hacemos nosotros no se limita al rescate, sino que nos encargamos del cuidado posterior, tenemos programas con los que trabajamos y ayudamos a recuperar a estos pequeños. Con algunos mantengo contacto directo, incluso años después de su rescate.
–¿Siente miedo por lo que hace?
-Sí, lo he sentido, pero era peor antes. Hace muchos años, junto con mi esposa, decidimos algo: que estaba listo para morir por esta causa, si es necesario hacerlo. Sin duda, lo haría. Existen algunas causas por las que vale la pena morir. Y desde ese instante me sentí tranquilo. Fui libre. El miedo todavía está ahí, pero el coraje lo supera. Ya no tengo miedo de morir. Suena extraño, pero es una decisión que reconfirmé.