Si las reinas históricas de este país fueran las princesas de Disney, Irene Sáez sería la Cenicienta y podría prestar sus elegantes guantes por encima del codo a Stefanía Fernández para el Miss Venezuela 2008. Susana Duijm o Bárbara Palacios harían una buena Blancanieves, Pilín León luciría el rosa de Aurora, la chispa de Dayana Mendoza no desentonaría en la inteligencia de Bella y Alicia Machado se convertiría en ese estereotipo de latina imprudente que todavía no se ha dibujado, pero tarde o temprano se elevará como piñata.
En este cuadro cuesta ubicar a Maritza Sayalero. Encajaría más como villana. No era la miss que todas las niñas querían ser, al menos cuando los concursos de belleza eran más importantes, teníamos ánimo colectivo para esas cosas y no gravitaba la influencia perniciosa de Diosa Canales. Pero hay algo que la distingue de todas: es la primerísima. La que en el puerto australiano de Perth, rompió el celofán del Miss Universo, que en el imaginario popular era más prestigioso que el Miss Mundo, en gran medida porque el mundo cabe dentro del universo. De esta hazaña se cumplen 40 años el próximo viernes 19, al menos en la hora venezolana, porque en Australia ya era 20 de julio.
Maritza tiene 58 años de edad y a juzgar por sus fotos de Instagram está igualita: quizás la ha ayudado, paradójicamente, su personalidad conservadora. Desde hace décadas se le pegó el acento de su esposo mexicano, el tenista Raúl Ramírez, con el que se casó casi después de entregar la corona. “Gracias por acordarse de mí. Los quiero mucho. No te imaginas las cosas tan bonitas que me escriben en mis redes sociales, se me salen las lágrimas”, se dirige monárquicamente a los venezolanos por llamada de WhatsApp desde Ensenada, Baja California. Hay algo que no sospecha sobre su legado: su nombre con frecuencia es una manera educada de sustituir una grosería con la que las chamas venezolanas suelen tratarse ahora unas a otras.
—¿No le fastidia hablar del Miss Universo 1979?
—No, para nada. Todo lo contrario. Es como dicen: recordar es vivir. Quiere decir que todavía la gente me tiene en sus pensamientos y en su corazón, no me olvidan. Siento mucha alegría y orgullo. Así como cuando cumplí los 25, que me hicieron un homenaje bellísimo allá en el Poliedro. Pues imagínate, 40 años de haber sido Miss Universo son palabras serias. Celebrar 40 años no es fácil, ¿eh? 40 son muchos años.
—Aquel año ya había protestas contra el concurso y las feministas australianas llevaron una vaca para simbolizar que aquello era una venta de carne. Hoy el feminismo se ha desarrollado mucho más. ¿Volvería a ser una reina de belleza si tuviera 18?
—Por supuesto. Yo me enteré de ese grupo feminista cuando terminó el Miss Universo. No creas que eran miles y miles y miles. Unas cuantas con unas cartulinas. No tengo ningún recuerdo de haber visto una vaca. No más leía las cartulinas que decían que se debían prohibir esos eventos porque a la mujer la consideraban como un objeto. Cosas de esas, pues. Si retrocediera en el tiempo hasta esa edad, pero estuviéramos en este momento actual, volvería a concursar en un evento de belleza. Las que participan en ellos son mujeres dignas. Hoy en día está más presente que son muy preparadas e inteligentes. Habrá habido ocasiones, a través de los años, en que alguna chica, por los nervios, contestó una tontería. Soy muy respetuosa de aquellas mujeres que piensan cosas negativas de esos concursos. Pero no estoy muy a favor, que digamos. No entiendo yo esa mentalidad.
—Dicen que la belleza no nos define, pero es como un activo líquido muy valioso.
—Por supuesto. No estoy de acuerdo con eso de que mujer bonita es igual a tonta. ¿Qué es una mujer bonita? No necesariamente una mujer con un cuerpazo. Para mí es un conjunto de muchas cosas. Porque yo puedo ver a una mujer hermosa, pero si tiene una personalidad pésima y fatal, inmediatamente hago clic y digo: ¡qué mujer tan fea, enfadosa e insoportable! Tampoco estoy de acuerdo con que una mujer bonita tiene que ser la perfección. Debemos de ser muy respetuosos. Uno nunca sabe. A lo mejor un concurso de belleza es un detonante para que la personalidad de una chica crezca y se reactive su autoestima. Si estás bien de la cabeza y tiene los pies sobre la tierra, esas experiencias a veces son muy positivas. La gente no entiende. Es muy exigente y criticona. Subirse a un escenario es algo bien complicado.
—A los 18 años es normal un cierto grado de vanidad. Incluso recomendable.
—Por supuesto.
—¿En 1979 usted se sentía un mujerón?
—No. Nunca fue mi personalidad. Nunca andaba muy pendiente de mí, del yo, de mi ego, de mi vanidad, de qué hermosa estoy, de que soy la mejor del mundo. Creo que nací, bendito sea Dios, con cierta cualidad, si podemos decirlo así. Siempre fui, desde el momento en que tenía uso de razón, como muy segura de mí misma. Entonces yo no necesitaba buscar esos recursos para subirme la autoestima. Nunca tuve ese problema, ni en mi adolescencia ni en mi juventud. ¡Qué necesitaba yo darme esa vitamina en el espejo!
—Hay un momento en aquel Miss Universo muy impactante: se quita un abrigo y queda en bikini. ¿Fue decisivo?
—No necesariamente, porque ahí no estaban involucrados los jueces. Pero a lo mejor fue un momento importante. Cuando yo concurso en el Miss Universo, ya existían las famosas quinielas. Eso existe en Inglaterra, Australia y muchos países. Siempre sacaban en el periódico cómo estaban las apuestas de cada concursante. No sé si fue mi papá u Osmel Sousa que me lo enseñó y yo no estaba en el top. Estaban por encima de mí Inglaterra o Jamaica. Cuando vino la presentación a la prensa, era en traje de baño en la piscina del hotel. Pero era invierno y yo dije que me iba a morir de frío. ¿Qué voy a hacer? Me puse mi bikini negro, bien padre, chiquitito, con unas tiritas metálicas, doraditas, y me dije: me voy a poner mi abrigo. Ese abrigo me lo prestó Maruja Beracasa, que en paz descanse. Cuando me tocó posar para los fotógrafos yo me subí a una piedra. Les dije en español: “Me avisan cuando estén listos, para poder abrirme el abrigo, porque tengo frío. Y esa es la famosa foto. Me dijeron: ¡Ya! Y abrí el abrigo y olvídate. Se volvieron locos. Y desde ese momento empecé a subir los escalones en las quinielas.
—¿Fue la primera reina de Osmel Sousa?
—A mí Osmel me ayudó mucho. En aquel momento el presidente del Miss Venezuela era Ignacio Font y Osmel su mano derecha. Pero en realidad era la pieza más importante. Yo venía conociendo a Osmel desde que tenía 16 años. Entablé una amistad con él y me fue siguiendo los pasos. De él dependía hacer la elección de las chicas, de que concursaran las mejores. Se encargaba de decirte en qué debías mejorar. Soy un triunfo para él, claro que sí.
—¿Sospechaba ya que Osmel sería lo que sería?
—Nunca visualicé el hecho de que, al yo ganar, la trayectoria de Osmel se iría a los niveles a los que se fue. Si fui partícipe, pionera o puse un granito para eso, bendito sea Dios: me hace muy feliz.
—En agosto se cumplirán 3 años de la muerte de su hermana, la comunicadora Natalia Sayalero.
—Mi vida ya no es igual. Cambió 180 grados en todos los aspectos emocionales del día a día. ¿Qué te puedo decir? Era mi única hermana. Nos amábamos increíble, éramos como uña y mugre. Es algo de lo que nunca me voy a recuperar. Pero he aprendido a saberlo llevar, sobre todo para apoyar a mi mamá, que está viviendo conmigo y no es una situación fácil. Mi mamá ha sido para mí un ejemplo de fortaleza. Imagínate: si yo me siento mal, ¿qué siente mi mamá?
—¿Sus tres hijos están cerca de usted?
—El que está ahorita lejos es mi Daniel, el menor. Tiene 3 años viviendo en Alaska. Hazte cuenta que cada cuatro meses regresa y lo veo un rato. Raúl, el papá de mis dos nietos, vive en la misma ciudad que yo. Es al que veo más seguido. Rebeca no vive en la misma ciudad, pero está cerca.
—Usted no habla de política casi nunca. ¿Pero está pendiente de Venezuela?
—Por supuesto. No hablo de política porque cada vez que se me ocurre no hablar de política, sino expresar mis sentimientos, sale mucha gente loca en las redes. Son muy agresivos, dicen muchas estupideces y los bloqueo. Evito la controversia, pero eso no quiere decir que no sienta lo que sienten. Realmente me desconcierta la situación, lo que veo, las noticias, lo que me cuentan. Yo tengo familia en Venezuela y sé lo que está sucediendo. Ellos sufren, no es un cuento. No estoy inventando. Mi propia familia está padeciendo. Entonces me choca cuando me dicen que yo no vivo allá, que yo no tengo derecho de opinar, que yo me fui de Venezuela, que yo no quiero a mi país, que soy una sifrina y que a mí no me falta nada. Puras pendejadas. Yo sé lo que se está viviendo. No es cuento.
—La española Sara Montiel estaba emparentada con usted por parte materna. ¿Fue una influencia en su personalidad?
—No necesariamente. Pero como en todo, a lo mejor sí estaban allí los genes. Entonces hay algo en la sangre y a lo mejor se transmite un poquito. La seguridad, no lo sé. Siempre que iba a Venezuela nos buscaba. A mí me encanta esa gente que es auténtica y única.
—¿Es cierto que su esposo está enfermo? ¿Puede hablar de eso?
—Le detectaron Parkinson hace 6 años, pero gracias a Dios su salud es óptima en todos los sentidos. Es autosuficiente. Lleva una vida 90% normal. Tiene muy pocas limitantes, pero esa es la condición de mi esposo. Yo no le llamo enfermedad, yo le llamo condición. Raúl hace mucho ejercicio, juega tenis, todos los días camina. Sus hijos a veces pelotean con él. Tiene muchísimas capacidades todavía. Ojalá que Diosito lo siga apoyando y que así se quede. Que el Parkinson no evolucione.
—Son 40 años de Miss Universo y pronto van a ser 40 años de matrimonio.
—No hay mucho que decir. Ahí están los hechos, ahí está la historia. Son muchos años juntos y como todo, cuando prevalece el respeto, la comunicación y el amor, las cosas se pueden hacer bien. Nadie es perfecto. Hemos formado una familia increíble. Tenemos tres hijos maravillosos y dos nietos. Para que una relación sea exitosa tiene que haber momentos malos, también, para aprender a valorar. ¿Sabes qué es aburrido? Que todo sea lindo, bonito, bello y perfecto.
—¿Importa más la pasión o sentirse cómodo con alguien?
—Hay niveles y todo tiene que ver con la edad. Vas madurando, van cambiando tus sensaciones, que no tus sentimientos. Vas dando importancia a otras cosas en la vida. El hecho de que tengas muchos años casada con una persona no tiene que ver con que pierdas la pasión, a cualquier nivel. ¿Me entiendes? Pero un matrimonio tú lo tienes que trabajar.
—¿Qué alegría le gustaría darle a Venezuela, como aquella de hace 40 años, que se convirtió incluso en un asunto de primera línea para el presidente Luis Herrera Campins?
—Yo no me voy a ir ahorita al aspecto vano y superficial. No te voy a decir que me gustaría que Venezuela vuelva a dar una Miss Universo. Eso no es importante ahorita. A mí me gustaría que las cosas cambiaran. Que cada quien lo interprete como lo quiera interpretar.
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