Este es un libro poco común que no debería de serlo. Sus temas son el petróleo, los retos que plantea el tenerlo en gran abundancia y cómo hacer para que su explotación beneficie a los venezolanos. Uno pensaría que en un país en el cual el 95 por ciento de las exportaciones son de petróleo y sus derivados, estos temas son tratados a fondo, con frecuencia y desde múltiples ángulos. Pero no es así. Lo que ha dominado y sigue dominando la conversación en Venezuela ha sido el conflicto político y sus consecuencias.
Esta es una de las razones por las cuales este es un libro poco común. Es sobre petróleo.
Otra peculiaridad de estas páginas es quien las escribe. Leopoldo López, uno de los autores, es político. Y eso también es inusual. Los políticos venezolanos no escriben mucho y, aquellos que escriben libros, rara vez lo hacen acerca del petróleo. La economía y la geopolítica de la energía, y en particular del petróleo, no son el fuerte de los políticos venezolanos. Es normal que los políticos se refieran al petróleo en sus discursos, pero es igualmente normal que sus pronunciamientos sobre el tema sean vaguedades banales o pruebas de su profunda ignorancia sobre el tema. La verdad es que pocos líderes venezolanos saben de lo que están hablando cuando hablan del petróleo. Este no es el caso de Leopoldo López, el político. Estas páginas son una buena evidencia de que López ha estudiado, investigado y pensado a fondo sobre los temas más importantes de la industria de la que depende Venezuela. Otra característica inusual de estas páginas es que tanto López como su coautor, Gustavo Baquero, no pueden ayudar a su país con lo que saben y han investigado sobre el tema. Baquero es un experto petrolero que ha venido desarrollado la mayor parte de su carrera profesional fuera de Venezuela, en países como España, el Reino Unido, Italia, Colombia, Brasil y Noruega.
Y López es un preso político.
La relevancia del contenido de Venezuela energética es innegable por su urgencia, pero muy especialmente por la forma y el lugar donde fue escrito. Al leer estas páginas es difícil no sentirse conmovido. Estamos leyendo un argumento claramente racional, una visión experta sobre el futuro de la economía venezolana y el rol del petróleo cuando, de repente, nos sorprenden las imágenes de unas hojas manuscritas. Son fragmentos del texto, escritos de puño y letra por Leopoldo López. El prisionero de conciencia ha aprovechado cuanto papel caía en sus manos, incluso servilletas, para escribir sus notas y así dejar escapar sus ideas de la prisión militar en la que estuvo injustamente encarcelado por tres años y siete meses (del 2014 hasta mediados de 2017). Durante las pocas visitas que se le permitieron (casi la mitad de los más de tres años que estuvo en prisión los pasó en solitario, en celdas de castigo) y cuando era trasladado a las audiencias en el tribunal, las hojas sueltas burlaron la censura de hierro al pasar a manos de su esposa Lilian Tintori, de familiares y de su abogado. Y de allí, este contrabando de ideas llegaba al escritorio de su coautor, Gustavo Baquero.
Una prisión no es el mejor lugar para diseñar el futuro de una industria tan compleja y cambiante como la del petróleo y mucho menos para imaginar el destino de una nación que sueña con escapar de la bancarrota económica, política y moral en la que la han hundido. Basta pensar en el gran desafío que de por sí implica cambiar el rumbo de un país secuestrado por una mafia política, la misma que ha llevado a la industria venezolana a un estado calamitoso, para afirmar que esta obra es nada más y nada menos que una labor quijotesca.
Pero esta no es la primera vez, ni la última, en que ideas importantes son incubadas en las inhumanas condiciones de una prisión. Verbigracia, el propio Don Quijote fue “engendrado” por Miguel de Cervantes en la Cárcel Real de Sevilla. También los viajes de Marco Polo, el despertar espiritual de Oscar Wilde, los Cuadernos de la cárcel del influyente escritor marxista italiano Antonio Gramsci, la “Carta desde la cárcel de Birmingham” de Martin Luther King, las Conversaciones conmigo mismo de Nelson Mandela, son ejemplos de obras trascendentes cuyos autores las han escrito mientras estaban privados de libertad. Más que escapes mentales de prisioneros solitarios, estas obras se transforman en poderosas fuentes de inspiración que ayudan a la humanidad a expandir las fronteras de la libertad.
Una sola noche en la prisión de Concord le sirvió de impulso al poeta e intelectual norteamericano Henry David Thoreau para escribir su ensayo sobre La desobediencia civil (1848). Este se convirtió en uno de los más influyentes alegatos contra la esclavitud. El texto de Thoreau es una alegoría al coraje de los que están dispuestos a arriesgarlo todo, la libertad y hasta la vida, por sus ideas: “Bajo un Gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar del hombre justo es la cárcel”, escribió. Inspirado por Thoreau y luego de ser encarcelado por organizar una protesta no violenta contra la segregación en Alabama, Martin Luther King acuñó su histórica frase: “Una injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes”.
Hoy, cientos de hombres y mujeres justos padecen torturas y privación de su libertad a manos de los carceleros de Leopoldo López. Sin duda, las terribles violaciones a los derechos huma- nos que padecen la mayoría de los venezolanos por la acción del Gobierno de Nicolás Maduro representan también una grave amenaza para la justicia en toda la región.
De modo que el legado de grandes pensadores universales, sus ideas de justicia que mueven a la resistencia contra la opresión, constituyen el legítimo telón de fondo para este interesante libro de López y Baquero sobre el futuro del petróleo, que es, a fin de cuentas, sobre el futuro de los venezolanos.
El petróleo moldeó la Venezuela moderna. Así lo comprendió Rómulo Betancourt, el fundador del partido Acción Democrática y único presidente venezolano que escribió un libro sobre el tema petrolero. Viviendo exiliado en México, mientras huía de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, Betancourt publicó su libro Venezuela, política y petróleo (1956), que se convirtió en un texto de referencia para el diseño de la nueva política petrolera de la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, en el siglo XXI, dada una trágica confluencia de ideas equivocadas, el petróleo terminó siendo el combustible que propulsó otra dictadura en Venezuela. Gozando de precios récord del crudo, el Gobierno que lideró Hugo Chávez (de 1999 al 2015) logró financiar una desmesurada e irresponsable expansión del gasto público. Chávez usó como premisa de su política petrolera la insensata suposición de que la economía mundial seguiría creciendo indefinidamente y demandando cada vez más petróleo. Y que la oferta sería contenida gracias a los acuerdos que habría entre los países exportadores de petróleo para recortar su producción. El resultado de estas dos suposiciones –alta demanda y oferta controlada– serían precios del crudo siempre altos y siempre al alza. Y mucho dinero para que el Gobierno, es decir Hugo Chávez, gastase miles de millones de dólares como mejor le pareciese.
Las escenas de venezolanos comiendo basura en las calles y de bebés desnutridos son solo dos de las muchas tragedias que dejaron la inepta política petrolera de Hugo Chávez y su desenfrenado gasto público.
Así, embriagado con una inédita bonanza petrolera que se extendió por más de una década –desde 2003 hasta el 2014–, el difunto presidente Chávez no se midió a la hora de usar la inmensa fortuna del país para el clientelismo político tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Mientras en el extranjero Chávez construía una imagen de revolucionario desafiante y generoso filántropo, en Venezuela los aportes para la construcción de infraestructura, por ejemplo, se esfumaban en la negra nube de corrupción que asfixió al país. Se pagaron miles de millones de dólares a la gigante empresa de construcción brasileña Odebrecht, pero unas 22 obras de gran envergadura ya iniciadas fueron abandonadas y quedaron inconclusas luego de destaparse el masivo escándalo de sobornos y negociados que ha manchado a gobernantes de todo el continente. Odebrecht pagó comisiones ilegales a políticos y funcionarios públicos en toda América. Pero, según las declaraciones juradas que hicieron sus directivos en los tribunales, ningún país superó a Venezuela en cuanto a los montos de los sobornos que allí pagaron durante el régimen de Hugo Chávez primero y en el de Nicolás Maduro después. Venezuela es también el único país donde no se han iniciado investigaciones judiciales serias sobre este masivo robo de dinero público.
Por otro lado, la inversión que hicieron los gobiernos de Chávez y Maduro para dotar a la nación de una economía sana y sostenible fue prácticamente cero. No voy a redundar acá ofreciendo cifras que están claramente expuestas por los autores. Sin embargo, vale la pena destacar que no bastándoles el torrente de petrodólares que llegaron por la exportación del petróleo a los altos precios de la época, Chávez y luego Maduro emprendieron una política de endeudamiento masivo que para el 2017 supera la aplastante cifra de 190 mil millones de dólares. Hoy el mundo ya sabe que esa inimaginable cantidad de dinero solo sirvió para subsidiar temporalmente el consumo de las clases populares y, sobre todo, para el inmenso enriquecimiento ilegal que engendró una de las castas más adineradas del planeta, la oligarquía chavista, la boliburguesía.
Antes de ser electo alcalde en el municipio Chacao de Caracas y mucho antes de convertirse en uno de los prisioneros de conciencia más conocidos del mundo, López trabajó como profesional en Pdvsa. Así, antes de ser político, fue un tecnócrata petrolero. Ahora pertenece a una generación de nuevos líderes políticos venezolanos que cuentan tanto con una sólida formación académica como con útiles experiencias profesionales fuera de la política. Tanto él como Baquero, por ejemplo, pasaron por las aulas de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard. Pero Baquero, luego de haberse graduado de ingeniero industrial en la Universidad Católica Andrés Bello y habiendo iniciado sus primeros años de carrera trabajando como ingeniero en la industria petrolera venezolana, específicamente en proyectos en la Faja Petrolífera del Orinoco, tuvo que continuar el desarrollo de su carrera profesional en el exterior ya que en la Pdvsa “bolivariana” no hay espacio para expertos como él. Gustavo Baquero fue rápidamente reclutado por empresas internacionales, ocupando posiciones en operaciones de campos petroleros, de desarrollo de nuevos negocios, hasta ocupar en la actualidad posiciones ejecutivas en el área de estrategia energética. Claramente, esta es una pérdida temporal para Venezuela y una ganancia para otros países. Y la gran tristeza es que Baquero es solo uno de los miles de talentosos ejecutivos petroleros venezolanos que tuvieron que emplearse fuera del país. Afortunadamente, estas páginas le están dando la oportunidad de compartir con sus compatriotas lo que ha aprendido trabajando a los más altos niveles de la industria energética mundial.
Este libro está lleno de energía. Los autores ofrecen interesantes puntos de vista que pueden contribuir a que los venezolanos nos relacionemos con optimismo y con realismo con nuestra materia prima principal. Nos invitan a ver el petróleo ya no como un “excremento del diablo”, una maldición para nuestra economía que ha alimentado generaciones de políticos corruptos, empresarios criminales y gobiernos autoritarios, sino como una bendición que nos permitirá encarar los próximos 100 años.
La ilusión petrolera chavista se basó en una fe ciega en una noción hoy considerada obsoleta que es conocida como peak oil, o pico petrolífero. En 1938, el geólogo M. King Hubbert propuso que la producción de crudo inevitablemente alcanzaría un nivel máximo, el “pico”, y luego comenzaría a declinar ya que las reservas de hidrocarburos del planeta son finitas. Según él, nuestro consumo haría más escaso el petróleo y finalmente lo agotaría.
Más concretamente, Hubbert mantenía que cuando se extrajera la mitad de las reservas de petróleo convencionales que son recuperables, la producción disminuiría y no se podría hacer frente a la creciente demanda, pues la población del mundo seguiría aumentando. De modo que, ante una demanda inagotable, empujada por el auge de economías emergentes hambrientas de energía, Venezuela –una de las naciones más ricas en reservas del planeta– solo necesitaba limitar su producción e invitar a sus países socios de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) a hacer lo mismo para así contar con una bonanza de precios altos y una alta renta garantizada. Para el chavismo, el modelo de pico petrolífero calzaba como anillo al dedo. A los estrategas chavistas no les importó que Hubbert había pronosticado que ese tope crítico se alcanzaría poco antes de 1970. Obviamente, la fecha se fue posponiendo para hacer sobrevivir a esa teoría. Hoy la premisa del declive de las reservas de petróleo está seriamente cuestionada y ninguna empresa o gobierno la toma en serio. Resulta que el petróleo es más abundante de lo que nos imaginábamos y los geólogos e ingenieros petroleros siguen encontrando formas más fáciles y económicas de sacarlo de las más profundas entrañas de la Tierra. Los lugares en los cuales antes resultaba prohibitivo buscar y producir gas y petróleo, como el Ártico, por ejemplo, ya no lo son.
Las reservas de gas y petróleo con las cuales hoy cuenta la humanidad son inmensamente superiores a las proyecciones más optimistas de consumo de las próximas décadas. O para decirlo en palabras del economista jefe de BP, Spencer Dale, “por cada barril de petróleo consumido en los últimos 35 años, se han descubierto dos barriles nuevos”.
En el año 2000, el jeque Ahmed Zaki Yamani, ex ministro de Petróleo de Arabia Saudita, dijo en una entrevista que estaba muy preocupado porque el precio del barril había caído a 30 dólares. Yamani temía que los países de la OPEP se quedaran sentados sobre millones de barriles de reservas porque dentro de 20 ó 30 años nadie querría comprarlos. “La edad de piedra no terminó por falta de piedras y la era del petróleo terminará, pero no por falta de crudo”, sentenció. En efecto, en menos de dos décadas, la conversación energética mundial dio un nuevo giro, aunque no como lo imaginaba Yamani.
Tal y como quedó demostrado por los precios récord alcanzados en la última década, con un barril que superaba la barrera de los 100 dólares, ni siquiera los altos precios fueron suficientes para disminuir el consumo mundial. Incluso fueron infundados los temores más recientes de algunos analistas que pensaron que el desplome de los precios del barril a partir de 2014 haría poco rentable extraer el crudo de las zonas más profundas y técnicamente complicadas. El defecto de la teoría del pico del petróleo es que ignora que las nuevas tecnologías han ampliado el horizonte de la producción de hidrocarburos y han abaratado sus costos. Y aunque es cierto que a los humanos puede resultarnos difícil ser ahorrativos con lo que tenemos de sobra, hay otros imperativos que pueden llevarnos a modificar nuestra conducta (como, por ejemplo, la sobrevivencia…).
Cumplir el objetivo de limitar el aumento de la temperatura promedio de la superficie terrestre a menos de dos grados centígrados requiere que dejemos de quemar una gran cantidad de las reservas existentes de combustible fósil. La demanda mundial de hidrocarburos podría caer sustancialmente y no por falta de oferta de crudo o por los altos precios, sino porque su consumo continuado puede llegar a hacer imposible la vida en el planeta. Por ello lo que debemos preguntarnos no es si el precio del petróleo será lo suficientemente alto como para extraer los próximos mil millones de barriles del subsuelo (el volumen que se necesitaría para satisfacer el consumo mundial de los próximos 30 años). Más bien la nueva y urgente pregunta es si el clima nos va a permitir que esto suceda.
Los grandes actores del sector energético ya están tomando precauciones. Según un estudio publicado por la revista Nature, un tercio de las reservas estimadas de petróleo, la mitad de las reservas de gas y más del 80% de las reservas de carbón conocidas pueden hoy considerarse “stranded assets” o activos varados o bloqueados. En fin, inutilizables.
A mediados de 2017, los accionistas de Occidental Petroleum aprobaron una resolución que obligó a la gerencia de la petrolera a ser transparente respecto a sus stranded assets. Esta debía indicar claramente qué proporción de las reservas probadas que reportaba como activos en su balance jamás llegarían a ser extraídas y vendidas. Pocas semanas después, el turno le tocó a ExxonMobil. Los directivos de la gigante del petróleo se vieron obligados a ceder a la presión de los accionistas que exigieron que la compañía revelara sus vulnerabilidades ante el cambio climático y, concretamente, que hiciera públicas sus estimaciones acerca de cuánto caería el precio de sus acciones cotizadas en la bolsa si parte de los activos –las reservas de gas y petróleo– que justifican su actual valor se volvieran inutilizables.
Un reciente informe público de Shell estima que el pico de demanda petrolero (¡no el pico de oferta que había erróneamente pronosticado Hubbert sino, todo lo contrario, un pico máximo de demanda!) será alcanzado aproximadamente en el 2030. Estamos hablando de poco más de una década. Según la empresa, después de esa fecha, el consumo de hidrocarburos caerá como consecuencia de la “descarbonificacion” de la economía mundial por presiones medioambientales.
Así que, a pesar del retiro de Estados Unidos del acuerdo climático de París, la industria petrolera anticipa un futuro marcado por mayores impuestos, más severas regulaciones ambientales y límites más estrictos a las emisiones de gases que fomentan el calentamiento global. Es por ello que las grandes compañías petroleras del mundo, las que no solo deben responder a sus gobiernos y al público en general, sino también a sus accionistas, se están preparando para lo que estiman será el más grande giro en el consumo de energía desde la Revolución Industrial.
Un nuevo consenso se está conformando alrededor de la idea de que la demanda de combustible para los carros de pasajeros caerá en la medida que nuevas normativas del carbono entren en vigor, las baterías sean más eficientes y baratas, los automóviles eléctricos se hagan más comunes y el motor de combustión sea rediseñado para que consuma sustancialmente menos gasolina. Ya las nuevas tecnologías han mejorado la eficiencia del combustible y esto ha llevado a reducir la cantidad de gasolina y diésel utilizados para el transporte, disminuyendo así la demanda de crudo.
Por otro lado, la inevitable masificación de los carros eléctricos, de los vehículos sin conductor y de las plataformas de economía compartida como Uber también apuntan a una menor demanda de energía. Además del transporte, las nuevas tecnologías que consumen menos hidrocarburos están penetrando hogares, industrias, gobiernos y las fuerzas armadas de muchos países de manera acelerada. El crecimiento económico solía ir aparejado con el mayor consumo de energía, pero en las economías avanzadas esto está dejando de ser así, por lo que, cada vez más, crecimiento y consumo corren separados.
¿Y en las economías emergentes? Aún con la reciente desaceleración de su crecimiento, más chinos e hindúes entran en la clase media. Ellos consumirán más, comprarán más autos y viajarán más lejos. ¿No aumentará eso la demanda de combustibles? Sí, pero también en Asia el aumento en la demanda se equilibrará con esfuerzos para reducir los gases de efecto invernadero y limitar el cambio climático. En esto, China ha empezado a ejercer un sorprendente liderazgo. El Gobierno chino está subsidiando los carros que funcionan solo con electricidad y en las ciudades, en los días cuando la calidad del aire es mala, solo permiten circular vehículos eléctricos. Y no hay que hablar chino para entender a dónde apunta la tendencia. En París y Ciudad de México los vehículos diésel estarán completamente prohibidos para el 2025. Y en Noruega y en la India no estará permitido el uso de automóviles a gasolina en el año 2030.
¿Qué tiene que ver todo esto con este libro? ¿Con Venezuela? Mucho.
Tener reservas de hidrocarburos que se puedan tornar inutilizables no es solo una amenaza para el valor de las acciones de las empresas petroleras. También es una amenaza para los petroestados que, como Venezuela, dependen de la exportación de crudo para darle de comer a su gente.
Ojalá los venezolanos estemos a tiempo para adecuarnos a esta nueva realidad de un mundo donde el petróleo ya no es lo que era. Un mundo en el cual las grandes reservas de hidrocarburos de que dispone Venezuela sean inutilizables es un mundo que obligará a que en el país se hagan dramáticos cambios en su economía, en su política y hasta en sus valores y su cultura.
Todavía falta para que esto llegue. Pero no mucho. Por eso es que es tan urgente comenzar a manejar mejor nuestro petróleo y nuestra industria petrolera. Hay que repensarla urgentemente y con visión de futuro. En estas páginas está el catalizador de una fructífera discusión acerca de cómo nos puede ayudar el petróleo a ser un país próspero, pero cuya economía y sociedad no solo dependan del petróleo.
Una propuesta en la que esos cambios obligatorios en nuestra economía, en la política y hasta en nuestros valores y cultura no sean dramáticos debido a un estado de cosas insostenible, sino más bien producto de un plan debatido, consensuado y ejecutado seriamente.
Unos cambios que permitan la transformación de un Estado venezolano que se ha estructurado como lo que se ha denominado un petroestado, es decir, un Estado grande con inmensos recursos que siendo propiedad de los ciudadanos han sido gestionados como si fuesen una riqueza personal de los gobernantes y sus partidos, lo cual ha mineralizado una relación de dependencia clientelar entre el Estado y los ciudadanos.
Y al afirmar que más allá de los cambios políticos y económicos que se proponen en este texto se pueden producir cambios culturales, nos viene a la mente la propuesta de democratización del ingreso petrolero que aquí se expone y donde cada venezolano percibirá de manera directa una parte de este ingreso, del cual tendrá que pagar una tasa como contribución directa al Estado. De esta forma quedará de manera clara y transparente que somos todos los venezolanos, dueños del petróleo, los que financiamos al Estado. Este es un cambio que va mucho más allá de una identidad contable. El simple hecho de que todos los años los venezolanos vean en una cuenta personalizada cómo del ingreso que les corresponde se hace un pago directo al Estado, permitirá un cambio significativo en la relación y las exigencias de los ciudadanos al Estado.
Esta realidad estimulará, a su vez, el surgimiento de una profunda conciencia social, así como un alto nivel de exigencia sobre la transparencia en la inversión de esos recursos, lo que iniciará el camino dirigido hacia la superación de la relación clientelar que hoy impera entre el Estado y los ciudadanos.
Venezuela energética plantea un debate necesario y urgente. López y Baquero provocan una conversación que los venezolanos necesitamos tener ahora, pues de ello depende que el país esté en posición de aprovechar las últimas oportunidades de prosperidad que el petróleo podría brindarle en años venideros.
Inicié este prólogo aplaudiendo la relevancia del contenido de este libro, a la vez que me confesé conmovido por su valentía: lo que podría ser un mapa para explorar el futuro de una gran nación fue escrito en servilletas y hojas de papel sueltas, como furtivas cartas de amor que lograron escapar a la censura de una prisión militar.
A pesar de su naturaleza técnica, esas cartas no son otra cosa que una forma más de demostrar el amor por Venezuela. Ese amor que ayudará a rescatar la democracia y usar nuestros recursos para construir el país mejor con el que sueñan y por el que luchan los autores de este libro.
Y millones más.