Puso al servicio de la música su genio creativo, su inteligencia, su humor. Cada vez que componía, como la mayoría de los autores contemporáneos, Paul Desenne se encerraba en medio de un absoluto silencio a trabajar. Corregía las veces que fueran necesarias; tachaba, reescribía y a veces se sorprendía al escuchar cómo sonaban sus creaciones. Humilde lo consideraban sus amigos. Cuando componía en el estudio de grabación de su amigo y cómplice, el músico, compositor y biólogo Alonso Toro, la dinámica cambiaba; amigos proponían melodías y trabajaban como una dupla indisoluble. “Había que escuchar cómo sonaba para componer, no usábamos papel pentagramado”, recuerda Toro.
Cuando trabajaban en el álbum Alzheimer, escribió la pieza «Chévere Mongüolo» de un solo intento. Toro quedó impresionado por su habilidad. Formado como violonchelista en el Conservatoire National de Région de Boulogne Billancourt y el Conservatoire National Supérieur de Paris, Desenne recibió en 1985 el premio de Violonchelo de la mano de Pierre Fournier como el primero de su promoción. Fue miembro de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y profesor en El Sistema. Pudo haber tenido una carrera brillante como solista, pero le interesaba más la composición.
En sus últimos años de vida llegó a confesar a sus más cercanos amigos la inmensa tristeza que le producía la deslealtad y el poco reconocimiento que tenía su trabajo. Más de 10 álbumes de su autoría están disponibles en su página web. Más de 100 composiciones llevan su firma. En los últimos tiempos ya no lo llamaban para proponerle proyectos, una situación que le preocupaba tanto como la crisis de Venezuela, que enfrentaba con un humor cínico y brillante. El 20 de mayo de 2023, tras fallecer como consecuencia de un infarto fulminante en Boston, Estados Unidos, Desenne, de 63 años de edad, dejó un inmenso vacío en todos aquellos que hoy se sienten profundamente agradecidos de su amistad amigos, personas que hoy también lamentan que su trabajo sea reconocido cuando no está está para verlo.
A un mes de su muerte, a Alonso Toro, Jaime Bello Léon, Florentino Mendoza y Gabriela Montero se les quiebra la voz al recordarlo. “Todavía estoy en shock por la noticia”, asegura la reconocida pianista.
La creatividad
Los inicios de Paul Desenne en la música, al igual que los vínculos profundos de amistad con quienes hoy lo recuerdan, comenzaron cuando era un niño. A la par de las lecciones de guitarra con Maurice Reyna, Desenne tenía un grupo de amigos con los que hacía música en una agrupación llamada Un pie, un ojo. Tocaba junto a otros intérpretes como Juan Francisco Sanz, Larry Barriendos, Mauricio García y Pilo Rodríguez. Un día acudió a un ensayo en casa del compositor Ricardo Lorenz. Allí estaba Alonso Toro. Se llevaban 3 años de edad pero ya el biólogo sentía admiración por su trabajo con Un pie, un ojo. “Éramos jóvenes. Los de la banda eran bastante mayores”, cuenta Toro. Así comenzó esa amistad que duraría toda la vida.
Algo similar ocurrió con Jaime Bello León, director general de Comunicación, Mercadeo y Promoción de la Universidad Católica Andrés Bello, y con Gabriela Montero: se conocieron de pequeños y aunque la amistad no se profundizó sino hasta años después, ya sabían quién era Paul Desenne. Sobre todo, notaban el potencial que tenía. En el caso de Montero coincidió con él cuando vivió en el edificio de su abuela paterna en Sebucán. Paul Desenne jugaba con la pelota en el estacionamiento y ella lo veía, se llevaban más de 10 años; siempre fue muy cariñoso y cálido con ella. “Nos hicimos amigos cuando yo tenía 20 años, ambos éramos amigos de Carlos Duarte. Teníamos un grupito. Nuestra amistad empezó cuando yo tenía 20 y él tenía 30”, recuerda.
Bello León también lo conoció de niño. “Yo tendría seis o siete años, pero la amistad verdadera fue luego. Esa amistad infantil la valoro, la recuerdo y está en mi memoria. Pero el Paul que yo recuerdo ahora y el que me duele que se haya muerto tan prontamente es el Paul músico y compositor al que admiraba profundamente”, cuenta Bello. Desde niño, Desenne destacaba por su creatividad. “Era sumamente inquieto y tierno. No era un muchacho agresivo. Uno jugaba con él y se peleaba y se reconciliaba inmediatamente. Él era muy amable, muy humano, muy civilizado”.
En 1976, antes de partir a Francia a estudiar en el conservatorio, Desenne coincidió en El Sistema con el violonchelista y director de orquesta Florentino Mendoza. Compartieron atril en la Orquesta Simón Bolívar en tardes de risas y complicidades. “Nos reíamos de todo”, recuerda el músico. A Desenne lo describe como alguien muy inquieto, siempre depurando sus composiciones. Era nervioso, cambiaba mucho de carácter: de repente estaba furioso, se quejaba y luego, sin más, se reía. Recuerda con especial cariño su furia, su humor, su inquietud por crear y también su pasión por la luna.
“Paul sabía mucho sobre los cambios lunares, él no tocaba si la luna estaba en su tercer día menguante. Su gran inquietud siempre fue la composición. Estuvo muy preocupado siempre por la situación política de Venezuela. Tenía tres nacionalidades: venezolana, francesa y estadounidense, pero siempre se identificó con Venezuela. Sus raíces, sus amigos, su origen, su estructura humana siempre estuvo relacionada con el país; su casa y su música también. Eso era Paul Desenne”, afirma Mendoza.
Para Desenne la orquesta era terapéutica, recuerda el músico. Allí drenaban y se reían cuando los directores les llamaban la atención por algún pasaje musical que no salía como se esperaba. Una faceta completamente diferente a su rol como compositor. “Se estresaba demasiado cuando sus creaciones no salían como él quería”, explica. Así era Paul Desenne, un genio de facetas y matices.
Risas y partituras
Desenne regresó a Venezuela en 1987. Comenzó a tocar con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y a enseñar en el Iudem (Instituto Universitario de Estudios Musicales). Se dedicó a la composición formalmente. Sus obras se han interpretado tanto en Venezuela como en el extranjero, donde han sido ejecutadas por agrupaciones como I Musici de Montreal, la Camerata Criolla de Caracas, la Kremerata Báltica, la Camerata de las Américas de México, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, New Juilliard Ensemble, la Orquesta Filarmónica de las Américas, la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, Los Angeles Philharmonic, entre muchas otras.
También figuró su nombre en discos como Tocatas Galeónicas (1990), Alzheimer (2000) o Jaguar Songs (2010). Recibió premios y distinciones a lo largo de su vida mientras se labraba una reputación como compositor serio y respetado por grandes figuras del escenario musical como el maestro José Antonio Abreu. Entre los reconocimientos obtuvo dos veces el premio de El Sistema (2004, 2000), el premio de la Fundación Banco Mercantil, Caracas (1998) y el premio de la Fundación Beracasa, Caracas (1998). También recibió el premio Meetthe Composer en New York (1995) y la beca Guggenheim Foundation (2009).
“Paul tuvo un gran impacto como compositor sobre todo en El Sistema. Se le encargaron varias obras. El maestro Abreu lo respetaba mucho, tenía un alto concepto de él. Eso es importante, siempre lo consideró un músico íntegro y serio; el maestro Abreu era muy respetuoso y supo reconocer el trabajo de quien lo realizaba seriamente, con responsabilidad y constancia. Para él Paul era uno de esos músicos. Dentro de toda su locura y su manera de ser, Abreu lo respetó mucho y siempre lo trató de esa manera”, cuenta Mendoza.
Su creatividad no conocía límites. Antes de fallecer trabajaba en un cómic con Alonso Toro, uno cargado de política, ironía y ese humor que lo caracterizaba. A comienzos de la década del 2000 ambos tuvieron un programa de radio, Alzheimer Cultural, en 100.7 FM, la Radio del Ateneo de Caracas. “Era puro oro. Hay allí un análisis sociológico del mundo y del país brillante, porque la decadencia de Venezuela no ha sido solamente de Venezuela y eso él lo tenía claro”. Fue columnista en El Nacional con escritos donde mostraba su capacidad crítica sobre la cultura venezolana y también colaboró con la revista Número de Colombia.
Montero solo llegó a tocar una de las obras de Desenne: Gran cacerolazo, una pieza que le dedicó. Una obra complicada y sumamente difícil. “La toqué hace años, hice una gira con ella. Su música era compleja, siempre llena de referencias venezolanas. El idioma de él era muy criollo dentro de la música contemporánea y era una obra muy rica en texturas, en ritmos. Siempre fue algo caótico pero tenía un gran sentido del humor. El caos de él reflejaba su humor”, señala la pianista que contaba con la ayuda de Desenne al momento de componer.
Era su asistente en la composición, era él quien manejaba la tecnología para escribir la música que la reconocida pianista tenía en la cabeza. Lo pasaba a una partitura con el programa de composición. “No solo he perdido a uno de mis mejores amigos, sino también a la persona que me asistía en ese sentido. Como compositora necesitaba esa parte de su experiencia y no eran proyectos compartidos, sino que trabajábamos como un equipo”.
En su música hay un gran conocimiento de la herencia musical venezolana, no sólo de la académica. Desennefue un transgresor y le dio mucho valor a los elementos de la tradición popular y folclórica. “Paul podía ser extraordinariamente venezolano y completamente metropolitano, cosmopolita. Él vivió fuera, estudió en París, conoció todo el universo de la música que se hacía en una ciudad tan relevante y tan importante como París. Pero no se olvidó de dónde venía. Se dio cuenta de que aquí había elementos culturales de valor que los incorporó a su obra y los supo valorar”, reflexiona Jaime Bello León.
Conversaciones inolvidables
Paul Desenne era un gran conversador… pasaba de la música a la política, de la ciencia a la astrología. “Él era un personaje con una inteligencia brillante en el manejo del lenguaje. Uno conversaba con Paul y no había manera que esa conversación no fuera rica en matices, en interpretaciones y siempre muy metida en el mundo del humor. Usaba juegos de palabras con vinculaciones de sentidos. Manejaba muy bien tres idiomas el español, el francés y el inglés. Jugaba con los tres idiomas y le daba, además, un sentido musical. Tenía una ironía inagotable. Ese es el Paul que yo voy a extrañar”, asegura Bello León.
En el caso de Montero, Paul Desenne nunca escatimó en halagos a la pianista. La intérprete recuerda con especial cariño la vez que se vieron en persona en Estados Unidos cuando el músico pasó con ella y su esposo un tiempo en su casa. Conversaban con una copa de vino hasta tarde, daban paseos en bicicleta cerca del mar. “Le encantaba la naturaleza. Entonces, aprovechaba cualquier oportunidad que tenía para estar fuera. Recuerdo las muchas noches conversando hasta tarde, con botellas de vino y risas. A veces había peleas porque él era súper, súper conflictivo. Era una relación súper viva, uno discutía con él y al minuto siguiente te reconciliabas”.
No olvida su consejo: que tuviera cuidado con su activismo al momento de denunciar la situación del país. “Me decía que yo estaba arriesgando demasiado. Yo sí me lancé y arriesgué todo por denunciar en todos los niveles lo que pasó en Venezuela. Entonces hay una diferencia, él sufría, sufría la pérdida de Venezuela y se preocupaba”, explica. Esa preocupación lo acompañó hasta el día, siempre con el sueño de volver al país y tocar con sus amigos.
La última
Gabriela Montero lo vio por última vez en febrero. Fue a visitarlo antes de salir de gira por Europa. “Después de eso hablamos varias veces por teléfono y yo me fui de gira. Estuve dos meses en conciertos, muy intensamente en Europa, le debía una llamada. Regresé a Estados Unidos el 19 de mayo y él murió el 20″.
Desenne no era un personaje fácil, confiesa la pianista. “Eso te lo dirá todo el mundo. Pero era una persona muy, muy auténtica. Estaba lleno de miedos. Yo lamento que no pudo regresar a Venezuela como siempre quiso. Como amigo era una persona que si tú lo necesitabas, él estaba; pero sufría mucho. Sufría mucho con la deslealtad de la gente y con la falta de interés de las personas. A pesar de su tristezas, cuando estábamos juntos era realmente especial”.
Mendoza habló con él por teléfono. Tenían tiempo sin conversar porque él había cambiado de número. “Nos escribíamos cuando él estaba en Boston. Por allí nos saludábamos y me preguntaba por la situación del país, le preocupaba eso especialmente. Nos mandábamos chistes por teléfono, eso no faltaba”, recuerda.
Jaime Bello Léon tuvo la oportunidad de conversar en persona con él en Nueva York, donde Desenne presentaba una obra en el Alice Tully Hall, que pertenece al conjunto del Lincoln Center. “En esa oportunidad tenía pocos días para estar en la ciudad y nos habíamos escrito. Me dijo ‘voy a estar y voy a estrenar una obra, me encantaría que vinieras’. Luego, me pasó la invitación y ese día tenía entradas para la ópera, que es mi gran pasión. No fui a la ópera, fui a ver a Paul. Su emoción fue enorme. ‘Pero tú viniste a ver mi obra en lugar de ir a la ópera, tú sí que me quieres’, me dijo. Le respondí: claro que te quiero. Hablamos de volvernos a ver relativamente pronto. Volví a Venezuela. No nos pudimos volver a ver, pero siempre nos escribíamos y nos hablábamos por WhatsApp”.
Una realidad diferente vivió Alonso Toro. Paul Desenne era más que su amigo, era un hermano, un cómplice. Tras su partida, recordarlo no es una decisión consciente: su recuerdo está por todos lados. En su casa, en su estudio, cuando prende la computadora. “¿Cómo quisiera recordarlo? Como lo que fue: un hombre absolutamente extraordinario. Una de las mentes más brillantes que yo he conocido”.
La última vez que hablaron, Desenne le mandó un sticker algo grotesco, dice, sobre un mix de sus discos que saldría en Alemania. Eso fue lo último pocos días antes de su muerte. “Ahora que no está siento como si me hubieran mutilado, como si me faltara un pedazo. Yo me imagino que voy a ir recuperándome, pero a los 60 años es duro. Sobre todo cuando estábamos en plena producción. Teníamos como una curva alta de producción. Estábamos terminando un disco que nos tomó cinco años hacer. Es como si me faltara un pedazo. Así me siento: estropeado”.
Reconocimiento póstumo
Paul Desenne deja un legado musical que lo ubica entre los más importantes compositores contemporáneos del país. Su huella, profunda e indeleble, queda registrada en un capítulo de la música venezolana aunque el reconocimiento llegó muy tarde.
Desenne deja, en palabras de Jaime Bello León, una obra densa y grande que será recordada y debe preservarse. “Esa obra no va a pasar por debajo de la mesa. Paul era uno de los compositores de música latinoamericana, internacional y venezolana más importantes de nuestro tiempo”. Con él coincide Mendoza: “Tuve dos amigos, Aquiles Báez y Paul Desenne, y murieron dos importantes compositores dentro de la música venezolana contemporánea. Dos compositores enfocados en los ritmos venezolanos rescatando nuestros orígenes y nuestras raíces, tradiciones impresas dentro del estilo académico. Los dos fallecieron y eran muy grandes amigos míos. Es una pérdida terrible para la composición musical de la Venezuela de hoy, las nuevas tendencias”.
Toro, por su parte, lamenta que no haya llegado más lejos. El legado será amplio, sí, pero menor de lo que él hubiera querido. “Tengo una carpeta con sus obras y es realmente enorme. Más de 100 obras escritas y editadas por él. Obras a las que no se le prestó atención. Ahora que no está como que sí hay interés, como siempre pasa con los músicos. Lamentablemente, el legado de Paul se dio a conocer después de su muerte y él quizás no fue feliz por eso, porque él siempre quiso que su música tuviera más difusión, más reconocimiento. Él ambicionaba eso de siempre y se quejaba muchísimo de que lo dejaban esperando”.
Solo queda esperar que, con el tiempo, se llegue a entender que él ha sido el compositor venezolano de más importancia y más prolijo, dice Montero. “Su legado es inmenso. Si hubiese contado con más apoyo, hubiera llegado más lejos, hubiese compuesto mucho más. Espero que con el tiempo se le brinde el apoyo necesario, el reconocimiento que él merecía y que su obra siga siendo tocada y reconocida como él merece”.