Res y todas las carnes, pintura con la que Onai Quiñonez, de 31 años de edad, ganó el 24° Salón Jóvenes con FIA, impacta en un primer vistazo. Realizada con distintos materiales, desde pintura hasta cal o cementos, la pieza representa una enorme res colgada, como ocurre en los mataderos, en medio de un espacio denso en el que el artista mezcló diversidad de colores, la mayoría oscuros.
Quiñonez, que vive en Santa Cruz de Mora, un pueblo que está a dos horas de la ciudad de Mérida, es, sin embargo, cauteloso a la hora de explicar los motivos de su obra, pues mucho pasa por la mente de un artista cuando está trabajando y, como advierte, hay que diferenciar entre el relato literario y el pictórico.
Desde el punto de vista literario, explica que el título de su pintura se origina en el significado de la palabra res en latín (cosa) y en parte también de sus lecturas de las reflexiones del filósofo francés Maurice Merleau-Ponty sobre la carne, de quien menciona particularmente su interés por diluir la distancia entre sujeto y objeto. El ejercicio con su cuadro consistió en ejercitar la empatía en el contexto actual, pues se trata de un encuentro suyo con la cosa o la idea (res) de todas las carnes (todos los demás individuos).
“Esas ideas se establecieron y las comencé a traer al campo de la pintura. Apareció este símbolo de una res hecha con carnes (lo dice metafóricamente) de un montón de cosas que nos rodean, de las que todos tenemos memoria, vivencias, que podemos recordar o que son objetos que traemos a nuestra propia subjetividad”, explicó el artista graduado en Artes Visuales en la Universidad de Los Andes y que recibió en 2022 una mención especial en el Premio Luis Ángel Duque.
A Quiñonez también le interesa ver cómo el símbolo, en el caso de su pintura, se puede destruir cuando el público se acerca, con lo que, en línea con lo que ha reflexionado, se diluyen las ideas y se ve que en realidad se trata de telas y otras cosas pegadas unas sobre otras. “La realidad creativa es dispersa. Es como se ve la pintura, de un solo golpe. No sé si se me ocurrió primero la pintura o el título, o si vi antes la obra de Rembrandt (el pintor neerlandés tiene una pieza titulada El buey desollado, de 1655, que muestra a un buey colgado en un bodegón)”.
“De hecho, creo que hay pinturas que tienen lo que pinté antes. Tomaron decisiones muy parecidas que tienen que ver con decisiones creativas. Las que yo tomo tienen que ver con mi empatía con las pinturas que me gustan”, añade.
Quiñonez considera que dentro de su pieza hay una tensión entre los elementos que la componen, la cual nace de los retos que le sugiere la figura. Cuando piensa en la tensión de los tendones del animal, reflexiona sobre los tendones que forman su propio cuerpo. Por eso habla de empatía. Crea la res a manera de reconocer la materia de la que está hecho. “Para hacer ese cuadro tengo que pensar en esa realidad de los tendones y la materia, esa es mi carne, estoy hecho de alguna materia parecida. Entonces cuando tengo la res en la mano intento imitar casi que mi composición anatómica”.
Con respecto al vacío o la oscuridad en que está la res, señala que el cuadro es una cosa repleta de carnes, y si quería meter todas las carnes, como indica el título, no podía desperdiciar ninguna esquina del espacio: “Hasta esos grandes espacios vacíos sirven para expresar alguna forma de materia. De hecho, hay muchos cementos, cales, cosas que no se estiran tanto sino que tienen que ver con la sensación de una pared”.
Res y todas las carnes fue realizada en un mes, pero Quiñonez en realidad tiene 10 años interviniendo piezas de la misma familia o serie, por eso la ficha de esta obra dice que tiene “10 años en construcción”. Para él, si se elimina la idea del tiempo en que la produjo, la discusión se quedaría en lo pictórico, algo que también le parece interesante: qué respuestas puede dar la pintura en este momento.
“Hay una cuestión curiosa que ha ocurrido. Yo publiqué en Instagram una res que no es la misma del Jóvenes con FIA y ya la gente está haciendo crítica de la obra sin haberla visto y basándose en la obra que no es. No se está leyendo el lenguaje pictórico. Nosotros los pintores tenemos que preocuparnos, hay algo que no estamos comunicando o algo está pasando en el contexto que no está demostrando las virtudes que podemos generar como lenguaje”, razona el artista.
A Quiñonez le gusta trabajar sin especular sobre el arte. Le obsesiona poder pintar sin centrarse en una idea específica, más bien procura pensar en la realidad que está en el cuadro y qué materiales le pueden servir, y que la obra esté llena de cosas inesperadas que acaba de encontrar. “Esa es la tensión que quiero despertar. Si la gente está atenta, despierta, si la gente es sensible, tendrá esa preocupación de por qué eso me produjo algo. Hay que estar despierto. Pero el contexto está diseñado para homogenizarse o regularse, y eso mata la sensibilidad, la aburre, la aturde”.
Por eso, aunque tiene muchas referencias, entre las que menciona a Carlos Contramaestre, Nelson Garrido, Chaim Soutine o Nestor Ali Quiñones, su padre, dice que como artista siempre está dialogando con distintas corrientes y que las creaciones de por sí están en el aire y él procura tomarlas, reivindicarlas y hacerlas relucir de una manera particular. “Es como la vida. Uno va modelando sus actitudes, formas de ser, actuar, los deseos, tentaciones, es un juego como la vida, no es tan extraño. Fabular el arte es peligroso. Hay gente que dice ‘¡guao, una cosa demasiado loca!’. No. Eso es peligroso y muchas veces falso”.
Santa Cruz de Mora es un pueblo que para Quiñonez ha sido ideal en sus procesos creativos, tanto por el contexto que le brinda un gran paisaje y ventajas para hacer el tipo de piezas que crea como por el apoyo de su familia o porque, subraya, vive en una región donde el arte se toma en cuenta, por lo que los mismos pobladores le han colaborado en traslados o materiales. “Es una zona agrícola y hay galpones. Puedo decirle por ejemplo a mi papá si puedo retocar una obra en su taller que tiene mejor iluminación. Hay disposición de la gente, sabe que el arte funciona. Por eso digo que es idóneo en cierto aspecto”.
Pero entiende que también para darse a conocer ha tenido que traer sus obras a Caracas. De hecho, entre sus proyectos está que su trabajo lo vea un público más masivo, así que quiere trasladar más piezas, algo que no es sencillo. En el caso de Res y todas las carnes, la trajo en un camión que contrató gracias a que en la zona hay muchos transportistas que suelen movilizarse entre la capital y el estado andino.
El haber ganado el Jóvenes con FIA, que otorga un premio en metálico, ha sido para Quiñonez recuperar la inversión de su trabajo, pues, reconoce, para ser artista hay que apostar y arriesgarse. “Tengo tres años trabajando y ahorrando para esto. Moviendo materiales, generando relaciones con carpinteros en un contexto social para poder desde mi posición financiar este proyecto”.
Cree que los artistas deben nadar a contracorriente y cumplir sus sueños. El tiempo, dice, está pasando y este es un buen momento para las nuevas generaciones, cuyo trabajo admira y son una inspiración para él. “En ese salón hay grandes esfuerzos de jóvenes de mi generación arriesgando todo. Hay galerías que están viendo la FIA y me parece que la actitud de esta generación merece un respeto a nivel cultural, económico, social. Son actitudes valientes que merecen atención”.
El 24° Salón Jóvenes con FIA abrió en el Centro Cultural UCAB el 27 de septiembre. Curado por la investigadora Tahía Rivero, estará abierto hasta el 30 de noviembre. Además del reconocimiento a Quiñonez, se otorgó un segundo premio a Claudio Valdebenito (Caracas, 1992) por Espacio en blanco y un tercero para Siul Rasse (La Guaira, 1988) por Cuando las aguas bajaron. Freisy González (Caracas, 1986), por De nuestros movimientos forzados, ganó una residencia artística en Madrid promovida por la plataforma Boom! Art Community.
Carlos Luis Sánchez (Majenye), Diana Leal, Edgar Martínez, María Elena Pombo y Salomé Rojas recibieron menciones especiales.