Hasta aquel 15 de abril de 2019 la vida de Olivier Latry estaba unida a Notre Dame de París. Este célebre organista, uno de los tres que hacía sonar los tubos del instrumento, el mayor de Francia, sueña con volver pronto a las teclas y encontrar la misma espiritualidad que tenía el templo.
«De repente el mundo se detuvo. Yo mantenía una relación constante con Notre Dame y no sabía qué pasaría en el futuro», asegura a EFE el músico, cuando se cumplen cinco años del incendio que estuvo a punto de acabar con la catedral y, de paso, con su famoso órgano.
Latry ingresó a los 23 años como organista de Notre Dame. Pasaba las jornadas tocando para los oficios religiosos, las tardes y algunas noches dando conciertos en el templo y muchas madrugadas ensayando en sus teclas.
«Vivía la catedral en cada momento, a cada hora del día. Y eso durante casi 40 años. Notre Dame forma parte de mi vida y está en mi corazón», afirma el músico, que considera que el órgano era «el alma» de la catedral.
El día que las llamas devoraron la cubierta del templo, Latry aterrizaba en Viena para dar un concierto.
Nada más llegar a la recepción de su hotel, un mensaje le puso en alerta. «Notre Dame arde», le había escrito un amigo que, desde ese momento, no paró de enviarle imágenes del fuego destructor, de la aguja derruida, de toda una ciudad pendiente de la tragedia.
«No me lo podía creer y, al tiempo, era algo que temía, porque muchas veces pensaba que eso era posible. Sobre todo porque es muy normal que cuando en una catedral hay obras de reconstrucción se produzcan accidentes», rememora.
La inquietud fue ganando a Latry. La distancia no ayudaba y pocos días después tomó un avión para ver el desastre con sus propios ojos.
«Fue como una revelación. El día estaba soleado, la fachada principal, intacta, brillaba resplandeciente y, en el costado, un árbol florido nos tapaba la zona afectada por las llamas. Fue como un alivio, como si la catedral nos enviara un mensaje: ‘Tranquilos que dentro de un siglo seguiré aquí'», asegura.
Un mes más tarde el organista pudo entrar en el templo. «Aquello era la escena de un bombardeo», recuerda.
Sus pasos se dirigieron de forma automática a las teclas del piano que tantas veces había accionado: «Estaba recubierto de polvo, pero los tubos parecían intactos. En mis pesadillas pensaba que se habría incendiado o que los tubos se habrían fundido por el calor. O que habían quedado dañados por el agua de los bomberos».
Milagrosamente, el instrumento situado bajo el rosetón de la fachada principal, no sufrió daños mayores. Sus 8.000 tubos fueron desmontados y enviados a diferentes talleres artesanos del país para su limpieza y restauración.
Alivio y desolación
Latry respiró hondo: «Sentí alivio en medio de la desolación por la catedral. Y un cierto vacío interior».
Cinco años después, asegura que su relación con Notre Dame se ha reforzado. «Creo que he podido superar esos cinco años por la relación tan cercana que tenía con la catedral. Cuando pierdes a un ser querido puedes sentirte mal por no haber podido compartir con él todo lo que querías, o estar satisfecho por haberle dado mucho. Yo tenía más esta segunda sensación», afirma.
A lo largo de 2023 los tubos han ido regresando a la capital y desde el mes pasado están siendo montados de forma idéntica a la que tenían antes del devastador incendio.
El músico siente una curiosidad por ver el estado final de las obras pero también «aprehensión» por el influjo que tendrán en la música.
«Cuando una catedral se incendia uno teme que pierda algo de su espiritualidad. Espero que la encontremos con la restauración», afirma.
«Creo que la acústica de Notre Dame se nutría un poco de la fuerza del edificio, como si los rezos de los fieles durante siglos estuvieran incrustados en sus muros. Yo sentía esa esencia espiritual y espero reencontrarla», afirma.
«Ese polvo incrustado actuaba como una especie de terciopelo y ahora creo que la acústica será más limpia, más transparente», asegura.
El próximo 8 de diciembre, fecha prevista para la reinauguración, Latry volverá a colocarse en su puesto de mando, a accionar los mecanismos que a través del viento hagan resonar de nuevo el alma viva de una catedral que sobrevivió a las llamas.